26 mayo 2015

Aqeutaq

La Suma Sacerdotisa puso los ojos en azul, comenzó a pronunciar unas extrañas letanías en una lengua desconocida y todo se volvió borroso. El paisaje se desdibujaba como si sus tonalidades y sus figuras estuviesen licuándose, y se desvanecía en una especie de bruma que era incapaz de describir. Aún oía los gritos de los Gür, que parecían volverse más violentos por momentos... ¿También viajaban con ellos?

Todo cesó en un instante. Lemuel comprendió que estaban en una realidad diferente, quizá paralela, porque todo parecía igual pero muy distinto. Quizá se encontraban en un recuerdo, en un sueño, en una historia perdida en un rincón de la imaginación de alguien que aún no la había escrito...

- Sanos y salvos -suspiró Bêah.

El joven no entendía nada. Los Gür estaban arrodillados ante ella y no osaban mirarla a los ojos. Parecían... sus esclavos.

- ¿Qué..?

Bêah sonrió y se sonrojó un poco.

- Es un hechizo bastante divertido, la verdad... Les hago perder su voluntad, pero después de esto no recordarán todo lo ocurrido. 
- ¿Y no se enfadarán? ¿No tomarán represalias? -se preocupó Lemuel.
- Tal vez... si no fuera por el hecho de que puedo manipular también sus emociones. De eso no se acordarán.
- Entonces lo acontecido... les dejará cariacontecidos... -rimó su compañero, alegre.
- Si... aunque si te fijas, lo que hemos dicho carece de sentido.

Lemuel miró hacia arriba, leyó las frases anteriores y se puso a meditar. Después se dio cuenta de que era muy extraño que estuviera leyendo frases en el cielo, escritas entre las nubes. ¡Anda, si lo que pensaba también salía escrito! Tendría que tener cuidado, se moriría de vergüenza si aquella joven descubría lo preciosa que le parecía... El joven enrojeció hasta la raíz del cabello al ver todo eso inscrito en el cielo. Bêah sonrió comprensiva.

- Es un mundo complejo... una realidad muy peculiar, con personalidad propia. Las voluntades solo pueden manipularse en un espacio en el que los sentimientos fluyan sin dominio. Fíjate, mis palabras vuelan a mi alrededor creando una espiral... -dijo la joven mientras las palabras se separaban en letras y se entremezclaban formando palabras en otras lenguas.
- ¿Cómo abandonamos este lugar? ¿Cuándo lo haremos? -preguntó Lemuel, que no sabía cuánto más podría meter la pata.
- La tribu Gür es peligrosa, someter su voluntad es una ardua tarea. No todos los elegidos son capaces de cometer un acto semejante y salir con vida...

Le costaba mucho entender las palabras de la sacerdotisa y el paisaje le distraía continuamente. Los árboles tenían ramas de lagos, y al instante se habían convertido en marmitas de oro que derramaban monedas y piedras preciosas junto a virtudes que entregaban a los seres humanos hasta el fin de los tiempos. Todas aquellas maravillas eran tan incomprensibles que el propio flujo de sus pensamientos parecía carecer de orden y moral...

- Enseguida regresaremos. Solo déjame anularles...

La joven murmuró conjuros que no lograba entender, por lo que se dedicó a mirar el extraño paisaje. ¿Dónde estarían? Quizá ni siquiera existía, tal vez se encontraban en un recuerdo, en un sueño, en una historia perdida en un rincón de la imaginación de alguien que aún no la había escrito... ¿No había pensado eso ya antes? Aquel lugar, fuese lo que fuese, era terriblemente confuso...

- Ya.

Sin darle tiempo a pensar, el paisaje volvió a desdibujarse y pronto se encontraron en la explanada nevada donde habían sido emboscados por los Gür.

- ¿Y ahora? -preguntó Lemuel, viendo que aquellos hombres seguían de rodillas sin alzar el rostro.
- Ahora, simplemente, nos alejamos. En silencio.

Lemuel siguió a la Matriarca, que parecía muy segura de sí misma. De vez en cuando se daba la vuelta para ver si los otros se movían, pero parecían ajenos a todo lo que les rodeaba.

- Permanecerán inmóviles durante unas horas, perdidos en sus ensoñaciones. Tal vez...

La Sacerdotisa se giró y regresó con ellos, aún no se habían distanciado demasiado. Miró en derredor, se acercó a uno de los árboles y arrancó algunas ramas. Después se dirigió a Lemuel.

- Busca unas piedras, encenderemos un fuego, no es cuestión de dejar que se hielen... Si, se que ellos lo harían... pero nosotros no somos así -respondió a la mirada que le dirigió su compañero.


Un rato más tarde, caminaban en silencio cada uno ensimismado en sus propias cavilaciones. Los copos de nieve habían comenzando a caer con suavidad y ambos se habían arrebujado en sus mantos. Hacía mucho frío, estaban deseando llegar a algún sitio donde pudieran cobijarse.

- ¿Qué era aquel lugar al que nos llevasteis, mi señora? -preguntó con cautela Lemuel, aunque algo le decía que no obtendría respuesta.
- Las regiones de la mente son intrincadas. Cada una es única, preciosa, pero todas están unidas en el inconsciente colectivo. Todos interconectados, pero incapaces de acceder a esas áreas. La mente humana es fascinante... -dijo ella vagamente.

Lemuel no preguntó nada más.


Había perdido conciencia de cuánto tiempo llevaban en ruta, tratando de recordar todo lo que había visto en aquel singular lugar. Los poderes de la Matriarca debían ser mucho más extraordinarios de lo que parecía a simple vista...

- Hemos llegado -anunció ella. Estamos en Dÿr.



Dedicado a Beatriz, ¡feliz cumpleaños Suma Sacerdotisa!

13 mayo 2015

Gemstone rouge


El desfiladero de los muertos era un lugar que no podía describir con palabras. No veía nada alrededor. Absolutamente nada. Tenía la sensación de haberse quedado ciega, totalmente privada de sus sentidosporque ella misma se sentía extraña y nebulosa, no pertenecía a ese lugar. Nadie, salvo los muertos, pertenecía a ese lugar.

- ¿Por qué estamos aquí? -dijo con voz trémula Ërov.
- Es el único sitio al que no pueden seguirnos. Solo con la poción precisa podemos los vivos estar aquí.
- Pero...

No sabía si el joven podía verla, pero sospechaba que sí. Ërov se había quedado impactada. Tan solo las personas que habían muerto, aunque solo fuera por unos instantes, podían tener la oportunidad de viajar entre ambos mundos. ¿Cuándo había estado él... muerto? Las lágrimas acudieron a sus ojos y se las enjugó rápidamente.

- Debemos avanzar, no podemos quedarnos quietos sin razón, lo sabrán.

Los muertos no perdonarían si turbaban su descanso eterno.


La sensación de irrealidad aumentaba según se movían por el quimérico paisaje. Sentía presencias a su alrededor, malignas, de todos aquellos que habían agonizado en guerras o sido asesinados violentamente. Los espíritus que allí habitaban purgaban sus culpas y se atormentaban con sus vilezas. Era lo más cercano a entrar en los infiernos.

- No tengas miedo, no pasará nada. No sueltes mi mano y todo irá bien -susurró cálidamente Mordred.
- Es... ¿Cómo... es?
- No puedo decírtelo. Ni siquiera yo veo con claridad, tan solo lo suficiente como para poder ser tu guía.
- ¿Hacia dónde vamos?
- A ningún lugar. A todas partes -volvió a responder enigmáticamente Mordred.


Los centinelas no comprendían cómo se habían volatilizado aquellos dos jóvenes.

- ¿Dónde está la piedra? -preguntó uno de los guardias a Vlädés, que apareció entre las sombras sumido en sus pensamientos.
- ¡Oh! he... quemado el códice. Ahora solo yo sé cómo encontrar...
- ¿¿Qué lo ha quemado?? -rugió otro de los guardias.
- Esa joven es muy inteligente y el muchacho que la acompaña también. Debemos secuestrarla y embrujar su mente para que esté de nuestro lado. De otra forma conseguirá la piedra incluso aunque desconozca la profecía. Está destinada a ella.
- ¿Y no sería más fácil esperar a que la encuentre y luego robársela?
- No -respondió tajante Vlädés. Nadie dijo nada más.


Los dos jóvenes caminaban pausadamente en la nada. Aquel lugar parecía rocoso, tenía desniveles y era complicado para moverse. Mordred le advertía de peligros constantemente, por algo se trataba de un desfiladero. El abismo al que podían caer era imposible de salvar. 

- Antes mencionaste algo sobre el pergamino... -comentó Mordred tras guiarla para que subiera a algún tipo de risco.

Ërov le narró su visión del manuscrito ardiendo y todas las otras figuras que había dibujado la sangre de la Suma Sacerdotisa en el agua.

- ¿El pergamino ha sido destruído? Eso complica la situación... -dijo el joven, preocupado.
- Vlädés conoce su contenido, él mismo lo quemó. Parecía que la tinta cubría parte de la profecía... -recordó la joven.
- ¿En serio? Qué extraño...
- No tanto, había un tintero volcado junto a el. Tal vez se le derramó... -sugirió ella.

Mordred rió contrastando con el inquietante paisaje. Típico del viejo Vlädés...

- ¿Dónde estamos? Noto... presencias... -susurró Ërov.

El joven no respondió pero aferró su mano con más fuerza.

- ¿Mordred? -musitó ella en voz apenas audible.
- Shhh...

No entendía nada, pero confiaba en el. Sabía que a su lado nada podría hacerle daño.

- La piedra... -oyó una voz en la lejanía.
- Toca la piedra... -dijo otra entre ecos.
- No les escuches -ordenó Mordred.
- Toma la piedra...
- No toques nada -volvió a oír a Mordred como si se hallara lejos a su vez.

Una brisa helada recorrió la espalda de la joven y una fuerza superior a ella hizo que buscara un sitio al que sostenerse cuando el frio penetró en sus sentidos.

- ¡¡¡NO!!! -oyó gritar a Mordred lejos... muy lejos... 

Lo último que vislumbró fueron sus recuerdos desvaneciéndose uno a uno...



Dedicado a Verónica, ¡feliz cumpleaños bollu!

04 mayo 2015

Romance

Su vida se había vuelto una de sus novelas. Se dedicaba a esquivar a la malvada Lady Aröura y su cómplice, Lady Melödy, ambas queriendo perpetrar un terrible crimen: separar a la joven e inocente pareja de enamorados y robar los diamantes de la condesa -algo tenía que inventar en la historia-. Las visitas de cortesía se habían convertido en pretextos perfectos para relacionarse con la alta sociedad y demostrar que era una dama más que digna para su prometido. Los pensamientos, a veces, le jugaban una mala pasada, y se encontraba escribiendo líneas que reflejaban su vida real y la frustración que sentía con aquella compleja situación...

- Querida... -le susurró tiernamente su prometido al oído.
- ¿Si?
- Escribes con tanta fuerza que estás a punto de atravesar el pergamino...

Era cierto. Su furia traspasaba, casi literalmente, la hoja amarillenta y desgastada. 

- Es solo un borrador...

El joven la miró seriamente. Sabía que a su tía no le caía en gracia porque el día anterior le había soltado un largo sermón sobre las virtudes de Lady Synföny y resultaba de lo más sospechoso, ya que lo único que él le había preguntado era si le gustaban los centros de mesa que Aîcliä había escogido para su boda.

- El enlace está próximo... ¿No sería mejor que diéramos un paseo para que te relajes?
- Me gusta escribir... aunque por otra parte es buena idea, necesito un poco de aire...
- Querida...

Su prometido no acabó la frase y la tomó de la mano.


Los paseos en carruaje le encantaban. Había algo mágico en ellos, tal vez porque le recordaban a los cuentos de hadas, cuando la princesa va camino del baile y se encuentra con el príncipe azul. Ella tenía enfrente a su príncipe, que en aquel momento le sonreía cariñosamente. Seguro que estaba poniendo muecas extrañas al pensar, alguna vez se lo había comentado...

- ¿Te divierte mi rostro? -preguntó con dulzura.
- Si... estabas haciendo esas muecas tuyas tan características...
- Me complace que te guste, no sé cómo evitarlo...
- No lo evites, es precioso en ti. 

Siempre sabía qué decir.

- Últimamente estoy bastante distraída...
- Lo he notado. 
- Lo se... lo siento, tengo tantas...
- No te preocupes. Lo entiendo.

Siempre, siempre sabía como reconfortarla.


Lady Arüora estaba en su magnífica mansión tomando el té con Lady Synföny. Ambas estaban disgustadas porque la boda aún seguía en pie y no habían logrado romper la promesa entre los jóvenes novios.

- No tengo ninguna gana de acudir a sus esponsales dentro de dos noches... -suspiró Lady Synföny haciendo un mohín.
- Ni yo, querida. Tu seducción para con mi sobrino no podría ser más nefasta...

La joven tomó un pequeño sorbo de té y trató de ocultar sus heridos sentimientos tras la taza.

- Está muy enamorado... solo tiene ojos para esa mujer. El otro día le pedí si podía ajustarme el corsé y lo hizo como si fuera su hermana... -susurró, humillada.
- Tampoco es necesario caer en la indecencia...
- ¡Ya no sé qué más hacer! -se quejó la muchacha- he tratado de ser amable, cortés, elegante, refinada, divertida, casual... Solo me queda insinuarme, y parece que ni siquiera eso sirve de nada...

Su acompañante la miró con desaprobación. Tenían que conseguir separarles a cualquier precio, esa Aîcliä no podía entrar a formar parte de su distinguida familia. Ya era bastante duro verla pasearse con el aderezo de sus parientes que había pasado de generación en generación...


Tras el paseo, Aîcliä quiso detenerse en una pequeña librería con un llamativo escaparate. Los tinteros y los pergaminos, entremezclados con rosas y frascos con esencia de almizcle lo adornaban. No podía apartar la mirada.

- Algún día veremos ahí una de tus novelas... -murmuró su prometido. Y estaré muy orgulloso de ti, mucho más incluso que ahora.
- ¡Ay! Ojalá sea cierto... sería un sueño hecho realidad... 
- Lo conseguirás. Tengo fe en ti.
- ¿Por qué siempre eres tan bueno conmigo? -sonrió ella.
- Porque lo mereces. 
- Embustero... -dijo Aîcliä dándole un empujón cariñoso y logrando que él la persiguiera en broma como cuando eran niños. 


Lady Arüora acompañó a Lady Synföny a la puerta y se cercioró de que ninguna sirvienta andaba cerca.

- La ceremonia de esponsales será clave. Trataremos de que sea un desastre, un auténtico desastre. Humillaremos a esa jovencita y le demostraremos que no debe entrar en nuestro círculo. ¿Cuento con vos, Lady Synföny?
- Por supuesto. Jugaré el papel de su mejor amiga y me proclamaré su dama de honor entre lágrimas de agradecimiento. No podrá negarse.
- Perfecto... -murmuró con una sonrisa maquiavélica la mujer.



Dedicado a Alicia, ¡feliz cumpleaños maja!