28 octubre 2015

Karma

Los vientos de cristal le llevaron junto a ella al paisaje de nieve. El frío era intenso y lo único que podía oír era el sonido del viento a su alrededor. La vio caminar lentamente y el aire le trajo el conocido sonido de las campanillas que se movían con la brisa helada al compás de una dulce melodía que revelaban la cercanía del pueblo. Hacía muchísimo frío aquella noche y Däyn se arrebujó en su capa al mismo tiempo que lo hacía ella. Imaginó que también notaba aquella sensación de hielo en su rostro y manos, que quedaban al descubierto al igual que las suyas. 
Pronto vio el hermoso pueblecito entre las dunas de nieve, que a la suave luz de las estrellas brillaban con tonos azulados y enigmáticos. Cuando se acercó pudo ver que aquella noche sus habitantes no osaban permanecer fuera junto al viento helado. Däyn se ocultó tras una de las casitas y observó los movimientos de la joven. Ella fue hacia el totem en medio de la aldea y el joven se preguntó si conocería los símbolos que para él eran un misterio. Vio cómo los dibujaba con los dedos para después dedicarse únicamente a contemplarlos. El frío era tan intenso que creyó que se convertiría en una estatua de hielo si la joven decidía no moverse. Ella debió pensar algo parecido ya que se alejó del totem para ver las pieles que narraban la historia del poblado.

Una luz brillante lo distrajo por un momento y miró hacia el cielo. Una aurora boreal comenzaba a reflejarse por todo el firmamento. Era muy bella, quizá la más intensa que había visto jamás, con sus tonalidades vivas que recordaban a miles de arco iris. Miró el rostro de la joven, que parecía embelesada con tanta hermosura. Sonrió y la contempló junto a ella sin que lo supiera hasta que al cabo de un tiempo la aurora boreal desapareció sin dejar huella. 

El viento arreciaba y la joven decidió proseguir su camino entre las casas. Däyn la seguía cautelosamente en silencio, aunque sabía que el sonido del viento cubriría cualquier ruido que pudiera hacer. Justo en ese instante pisó una rama, que crujió bajo sus pies. La joven no pareció percatarse. 
Por fin llegó al extremo del poblado y vio el puzzle. Cogió una de las piezas, la que tenía grabada un sol, y a Däyn le dio la impresión de que la posaba sobre la nieve sin pensar. Después tomó la que tenía una estrella y la dejó a su lado. El joven vio cómo meditaba con la pieza de la luna para luego unirlas formando una estrella. Ambos sonrieron mientras la luz iluminaba el rostro de ella, lo había logrado. El puzzle relució y se abrió la pequeña oquedad. La joven tomó la caja de madera con adornos de cristal y al retirar la tapa vio que estaba vacía. La cerró y Däyn sintió que ella notaba aquella sensación de que algo pesado se movía en su interior. Volvió a abrirla y encontró la reproducción en miniatura del universo. Trató de tocarla, pero sus dedos helados la atravesaron, aunque si consiguió que flotara en su mano y se moviera con la escasa calidez que irradiaba su piel. Däyn la contempló admirado. Era más poderosa de lo que había imaginado. 

Una ráfaga de viento hizo que la joven alzara la vista y guardara la caja entre los pliegues de su túnica. Los vientos antiguos la reclamaban para llevársela a su próximo destino. Däyn esperó un instante a que desapareciera y la acompañó con los vientos de cristal.


La ciudadela medieval, hogar primigenio del Pueblo de las Dunas, era un lugar hermoso y fascinante. Däyn se ocultó tras una gran columna y aguardó. Vio que la joven contemplaba el enorme patio central y las ventanas que lo rodeaban. Tras ello, fue hacia la torre del reloj que custodiaba el patio y se fijó en las estatuas que lo guardaban. Debía de gustarle mucho la arquitectura del lugar, o simplemente deseaba conocer en profundidad todos los lugares que los vientos antiguos le mostraban. Al fin y al cabo era su camino, el destino al que estaba ligada. 
La joven comenzó a fijarse en las gentes que se movían por la ciudadela e inconscientemente Däyn se echó la capucha por encima. No quería que le viera, entre tanta perfección. Aquellas gentes parecían de otra época y realidad, pues eran tan elegantes y refinadas que encajaban a la perfección con la majestuosidad del lugar. Por alguna razón le hacían sentir pequeño e insignificante, mientras que a ella parecían hacerla brillar con luz propia. Mientras cavilaba, la joven comenzó a moverse y atravesó el patio hasta traspasar una puerta y desaparecer de su visión. Däyn suspiró. No podía acompañarla hasta allí sin que los sabios de la ciudadela se percataran de su presencia. De hecho, ya había ocurrido. Uno de los sabios, de ojos castaños y apuesto porte, se acercaba a él. Algo en su mirada le hizo quedarse estático en el lugar. Sentía que no hacía nada malo, solo era el guía secreto de una joven que debía cumplir su destino.

Cuánto tiempo había pasado, no podría decirlo. El tiempo había dejado de fluir durante milenios, quizá solo décimas de segundo, tal vez un instante más del que dura la eternidad. Däyn se perdió en los ojos del sabio, que le mostró tantas visiones y recuerdos que pensó que no sería capaz de volver a ser la misma persona que era cuando sus miradas se encontraron. Entre las profecías, las ilusiones y los espejismos encontró una pequeña parte de su esencia que había estado olvidada en su interior. Sonrió agradecido y parpadeó. El sabio ya no estaba a su lado. 

El joven paseó entre los muros de la ciudadela, esperándola. Admiró los capiteles tallados de las columnas, las estatuas que adornaban el patio y los grabados en lugares emblemáticos. Aquel lugar tenía una historia grandiosa que se remontaba muchos siglos atrás. Däyn sonrió con dulzura cuando llegó a la base de la torre del reloj. Un hueco revelaba un espacio donde su talla encajaba a la perfección. En aquel momento percibió una sensación extraña en los oídos. Alguien se acordaba de él. 
Tuvo la sensación de que la joven se acercaría pronto, así que volvió a ocultarse tras una de las grandes columnas. Como presagió, ella regresó al patio central y caminó hacia la torre del reloj. Encontró sin dificultad el hueco en la base y dejó allí su talla tras sonreír a los sabios. Uno de ellos, de ojos claros, la llamó por el verdadero nombre de su alma, lo que provocó un escalofrío en Däyn. Vio cómo las runas de su mano se iluminaban al contacto con la piel del sabio, cuya mirada era indescifrable. El joven sintió cómo el pequeño universo a escala cambiaba. Algunos planetas formaron conjunciones, una estrella fugaz cruzó parte de aquel cosmos y una nebulosa cobró vida. Supuso que ella también lo había sentido. Un viento helado acarició su rostro y la joven se dejó llevar de nuevo en su abrazo.

Los sabios le miraban fijamente, aunque no se había dado cuenta hasta unos instantes más tarde. El de ojos castaños le sonrió y se retiró, pero los otros dos avanzaron hasta él. Däyn se quitó la capucha y se dejó ver. Su pelo ondulado se movía con la fría brisa y por un instante se sintió empequeñecido ante los poderes de aquellos eruditos. Sonrieron como si adivinaran sus pensamientos y le guiaron hasta la puerta que la joven había cruzado sin él. Däyn les miró y supo que querían que descubriese aquel lugar por si mismo. Con otra sonrisa, los sabios inclinaron la cabeza y se retiraron.

Descendió por unas escaleras y traspasó otra puerta. Llegó hasta un patio con una fuente enorme en cuyo centro había una estatua de mármol que manaba agua incesantemente. Más allá había unos inmensos jardines parcialmente ocultos por la niebla, que se hacía más densa por momentos. Antes de que estuvieran totalmente cubiertos, el joven caminó sin rumbo hacia ellos, buscando aquello que debía ser suyo. 

Aquellos jardines eran laberínticos. El frío comenzaba a apoderarse de él y de nuevo se echó la capucha sobre la cabeza, esta vez para resguardarse de la brisa helada. Su aliento formaba pequeñas nubes con su respiración y la niebla le hacía errar por aquellos intrincados pasadizos. No entendía cómo las flores consentían en brotar con aquella helada, ni cómo la niebla las hacía aún más hermosas, cuando debía ser el sol el que las... hiciera florecer. Contempló las flores. Eran muy variopintas. Madreselvas, rosas, orquídeas, heliotropos, mimosas, pensamientos, artemisas, lirios... Aquel jardín era su alma, no había ninguna duda. Y precisaba del sol para iluminarlo. 

Lo había entendido.

Däyn sonrió y encontró el camino de vuelta hasta el patio de la fuente. Desde esa perspectiva, pudo vislumbrar un pequeño elemento que brillaba misterioso a la luz de la niebla. Era una madreperla. La tomó en sus manos y volvió a sonreir. Ya sabía dónde encontrarla.



Dedicado a Dani, ¡feliz cumpleaños salao!

17 octubre 2015

Wherynn's Inferno




Y entonces tus ojos inmortales sobre los míos

There's a curse between us, 
between me and you...

el veneno que fluye por la sangre de un suspiro

There's a curse between us,
between me and you...

la ponzoña que mana luz desde la tumba del olvido

There's a curse between us,
between me and you...








Dedicado a Paula, desde el infierno de la mente.

09 octubre 2015

All about us

Tenía que ser cauta y pensar con rapidez. Actuar impulsivamente no le iba a servir de nada. Aquella tonta solo quería divertirse un poco con ella, pero no le iba a dar esa satisfacción. 

- Bien, lo primero es cambiar un poco mi aspecto para poder moverme con libertad y que no me reconozcan... Veamos...

La meiga se trasladó al pueblo más cercano y se dedicó a ir de compras y cambiar su pelo. Estaba tan distraída con aquello que casi se olvida de cuál era su verdadero cometido.

- Ajá, con esta chaqueta de cuero y este nuevo peinado, aparte de más guapo estoy irreconocible. Ahora soy Sexy de Galleta. 

Una anciana que pasaba por el lugar la miró detenidamente para después alejarse a gran velocidad. Seguramente la había asustado hablando sola y refiriéndose a "sí mismo" como "Sexy de Galleta". Ahora solo le quedaba volver a encontrar al grupo e improvisar una actuación convincente para acercarse a ellos.


Los encontró bajo un tejo reunidos cerca de donde se habían materializado. Parecían absortos en una fascinante conversación, y no pudo evitar sentir cierta repulsión al ver cómo su homónimo coqueteaba con todos sus amigos. Incluso le pareció que flirteaba un poco con Princesa... Pobre chica, no tenía nada que hacer ante sus encantos. O los de Polvo de Galleta, vaya. ¡Qué jorror, qué terror!

- Como os decía, mis poderes son grandiosos y fascinantes. Puedo mover montañas, conjurar el tiempo y cautivar a todos los que me rodean -le oyó decir Märga a Polvo-. Puedo hechizar los elementos, embrujar los sentidos y encantar las esencias. Todo me pertenece, y pertenezco al todo. 
- Menuda labia tiene... -murmuró la meiga para sí.
- ¡Cuéntanos más, poderosa Märga! -suplicó Chico-chica, embelesado.
- ¡Queremos escuchar tus magníficas historias! -pidió Km3.
- Ojalá fuera tan hermosa como tu... -suspiró Princesa.

Märga no se lo podía creer. O Polvo de Galleta estaba tan hechizado que realmente se creía que era ella, o estaba echándole mucho cuento para presumir delante de sus amigos. No podría tener poderes a menos que alguien se los concediera, y empezaba a temer que Pänsy tuviera aquello entre sus planes... ¡Estúpida bruja..! Lo mejor sería acercarse y tratar de encajar en el grupo con su nueva apariencia. Esperaba que aquello funcionase...
La meiga se dejó ver entre las rocas y fingió contemplarse a sí misma con devoción. Polvo de Galleta sonrió complacido y los demás la miraron con recelo. Posiblemente no querían competencia para gozar de la atención que Polvo les brindaba. 

- ¡Hola..! ¿Vos... sois... la poderosa meiga de la que todos hablan?

Sus palabras parecieron ejercer el efecto deseado. El chico sonrió ampliamente, asintió y la invitó a sentarse junto a ellos. A Märga le costaba mirarse con veneración sabiendo que no se encontraba precisamente ante un espejo y que aquel tonto ocupaba su cuerpo. La adulación sería el único camino posible, sin embargo, así que jugó su rol con toda la maestría de la que fue capaz. 

- Estoy en el camino de recuperar mis poderes, que me fueron arrebatados cruelmente por vasallos indignos de mi condición... -le contó al poco rato el chico- Por una persona que de hecho se parece un poco a vos...

La meiga no entendía a qué venía aquella forma de expresarse tan medieval y grandilocuente de repente, pero decidió responderle de manera semejante.

- No me complace parecerme a un enemigo vuestro... pero sí a alguien sobre cuyos vuestros ojos se han posado.

Märga guardó silencio tras la frase, meditando que tal vez no tenía mucho sentido. Sin embargo, pareció encantarle a Polvo. Bien.

- ¿Queréis uniros a nuestra aventura? Sois bello y me encantaría conoceros más...

El sonido de desagrado que emitió Märga inconscientemente fue cubierto por los suspiros de protesta de los demás, viendo que empezaba a ser la favorita de "la meiga". Y por cierto, "sois bello", anda que no se quería Polvo... aunque había que reconocer que le había dejado bastante aceptable.

- ¿Y en qué consiste? ¿cómo pretendéis encontrar a ese joven?
- ¡Oh! bueno... cuento con magia de otras personas... una hechicera amiga mía, un encanto de chica.

La meiga sonrió a la fuerza. Un encanto de chica iba a darle ella...

- Nos encontraremos pronto en esta misma hondonada, cuando consiga atraer con mis artes al joven que me robó el poder.
- ¡Ah..! y... ¿cómo vais a...? ¿hacerlo?
- Ya lo he hecho. ¡Reducidlo!

Había subestimado al grupo. Entre todos la cogieron, la maniataron con una cuerda que ni siquiera sabía de dónde había salido y la sentaron en una de las piedras.

- Ahora... me vas a dar mis poderes. No hay vuelta atrás. Ríndete.



Dedicado a Marga, ¡feliz cumpleaños neni!

01 octubre 2015

Covered by roses

El amanecer teñía de rojo todo el paisaje con su suave luz. Lêandrö contemplaba el páramo perdido en sus pensamientos. Sus ojos buscaban las gotas de rocío, que con la claridad del alba creaban iridiscencias por doquier otorgando al bosque un halo mágico de impresionante belleza. 
Un ruido le distrajo. Entre la hojarasca se veía una esbelta figura que parecía aproximarse con la elegancia digna de las reinas élficas. Tal vez era una dríada, o una criatura del bosque. No se movía, pero avanzaba liviana hacia él. El príncipe se puso en guardia. El baluarte de su espíritu se desmoronó cuando la miró a los ojos. Eran de todos los colores, y oscuros como la noche. Azules, verdes, castaños... Sus ojos grises le devolvieron una mirada que heló la sangre en sus venas e inmediatamente se enamoró de ella. La sacerdotisa de sus visiones. La joven sonrió de forma siniestra y rió levemente con su risa aguda y macabra mientras señalaba hacia un punto indefinido del bosque. Lêandrö vio a través de los árboles y el ramaje un pequeño objeto que brillaba a la luz del sol. Una brújula.

El joven abrió los ojos. Estaba amaneciendo. Prôed yacía a su lado apaciblemente dormido. Aún era temprano y la noche anterior había pasado mucho tiempo descifrando los caracteres de los árboles, aunque no había logrado averiguar toda su historia. Se levantó con cautela, cogió su espada y se dirigió al interior del bosque. Sabía dónde encontrar la brújula, la sacerdotisa le había revelado el don de la visión.


La luz del sol brillaba con fuerza cuando Prôed abrió los ojos para después bostezar sonoramente. Miró a su alrededor y vio que su compañero no estaba. Confiaba en que hubiera ido a por algo rico para desayunar... Le costaba admitir que un guerrero pudiera tener tanto talento culinario, pero eso solo le hacía aún más especial. Vaya, ahora si se estaba poniendo "romántico". Tendría que tener cuidado, rió ante su propio pensamiento.

- ¡Hombre, ahí estás! -dijo cuando le vio aparecer entre el ramaje. El joven venía con una sonrisa enorme y sin decir nada le mostró lo que portaba. ¡La brújula de cuarzo! -exclamó Prôed.

Era una verdadera obra de artesanía. La pieza estaba compuesta enteramente de cuarzo blanco y brillaba en el claro iluminando al Elegido. El señor de Kyrien no pudo evitar sentir una punzada de envidia cuando vio a Lêandrö con aquel símbolo de la Diosa. Ya tenía dos.

- Tuve una visión con... la sacerdotisa, me la mostró en sueños -explicó Lêandrö con una voz quebrada que pasó desapercibida para su compañero.
- Ya veo... quizá deberíamos ir al sur, como marcan los árboles -contestó Prôed con algo de frialdad.
- Socio...

El heredero al trono de Nrym no respondió. Se sentía apartado de la misión y no entendía el significado de poseer el anillo de ópalos. No entendía nada.

- Cada uno ha de cumplir su propio destino...
- ¿Ahora también me robas las frases?

Lêandrö le miró fijamente. Entendía cómo se sentía, pero los designios de la Diosa eran inescrutables. Nunca había habido dos Elegidos, y tal vez nunca los habría. No era su culpa.

- Tu tienes el anillo de ópalos, nuestros destinos son uno. Estamos juntos en esto, socio...
- Ya, bueno, es posible. Seré tu esclavo que descifra caracteres Äen, al parecer. No pasa nada, cuando regrese a Kyrien y herede el trono seré grande. Mi pueblo me amará y prometo no declarar la guerra al tuyo.

La oscuridad se adueñaba de sus pensamientos y no sabía cómo desterrarla. Sentía furia, culpabilidad y una profunda sensación de impotencia. Sus visiones no se estaban cumpliendo.


La mañana transcurrió en silencio. Los dos jóvenes montaron en sus cabalgaduras rumbo al sur y no mediaron palabra. El príncipe de los Leonîdas contemplaba la brújula con disimulo tratando de que su compañero no se diera cuenta. Las agujas no señalaban hacia el norte, sino que parecían girar según una orientación que no era capaz de comprender. Le hubiera gustado preguntarle a Prôed que creía que significaba aquello, pero el joven parecía sumido en tenebrosas cavilaciones. Tenía que haber alguna forma de sembrar la paz entre ambos. Tal vez con una comida exquisita...
Sin que a ninguno le diera tiempo a reaccionar, una criatura de enormes dimensiones se cruzó en su camino. Los corceles se arredraron y los jóvenes tuvieron que detenerse para calmarlos.

- ¿Qué era eso? -preguntó Lêandrö.
- Ni idea... pero ahora que me fijo... ¿no es este bosque un poco raro?

Raro no era la palabra. La hiedra cubría parcialmente los árboles, unos misteriosos reflejos brillaban alrededor de la espesura y todo parecía tener un aura mágica y enigmática. El agua se derramaba por cada rama de los árboles y formaba pequeñas charcas en la tierra, habitadas por seres luminosos y azulados que fluían por el líquido como si de otra realidad se tratase. Era una visión irreal.

- ¡Oh!

El futuro rey de los Leonîdas se quedó mirando hacia el bosque, anonadado. La sacerdotisa paseaba con su túnica violácea que dejaba al descubierto parte de su seductora figura. Sus ojos volvían a estar cubiertos por la sombra que arrojaba su capucha. Su sensualidad era tan terrible y grandiosa que no podía dejar de mirarla.

- ¿Qué ocurre?
- Ella...
- ¿Ella? Yo no veo nada...

Prôed miró a su compañero, que parecía totalmente obnubilado. 

- La sacerdotisa...
- No hay nadie.
- ¡Claro que sí!

El joven parecía muy seguro de si mismo y el heredero al trono de Nrym comenzó a sospechar que tal vez estuviera hechizado. Quizá poseer dos de los símbolos de la Diosa era demasiado para un alma mortal.

- Tal vez deberías darme la brújula... -sugirió en un murmullo Prôed.
- ¿Por qué? -respondió Lêandrö, más consciente de lo que le rodeaba.
- ¡Pones en peligro la misión!

Las ramas de los árboles se mecieron suavemente con la brisa y una risita femenina, clara y lejana, rompió el silencio. 

- No pongo en peligro nada, la Diosa me ha encomendado su legado y su misión -dijo con tranquilidad Lêandrö.
- A mi también, y tu no estás en tu sano juicio -se defendió el señor de las tierras de Kyrien.
- Tal vez no eres digno de portar sus símbolos... -el joven guardó silencio ante el rostro dolido de su compañero- No he querido decir eso...
- Si, has querido. Es lo que piensas -contestó Prôed, ofendido.
- Socio...
- No soy tu socio.
- Socio...  lo siento, es verdad que esa sacerdotisa me ha dejado su impronta, pero la misión es nuestro destino. Y tenemos que estar juntos en esto.

El señor de Kyrien le miró y vio la sinceridad reflejada en sus ojos. 

- Está bien... te creo. Estamos juntos en esto, somos los Elegidos.

Prôed emprendió el camino de nuevo mientras Lêandrö le seguía. La sacerdotisa se movía al compás de los cascos y atravesaba el bosque como si de un espíritu ingrávido se tratase. El corazón de Lêandrö latió con fuerza cuando vio sus ojos vacíos de nuevo. Haría todo lo que desease su señora. 


Dedicado a Leandro y Pedro, ¡feliz cumpleaños elegidos!