24 enero 2018

The Oasis of Serenity

El desierto era un maldito infierno y cruzarlo su vil condena desde hacía varios días, el castigo para alcanzar el poder y la gloria del antiguo reino de Imlan. La arena ardía bajo sus pies y el cálido y sofocante aire le resecaba sus finos labios. Maldecía el sol y a la futura reina de Imlan, a las dunas y a su linaje. Sus pensamientos eran tan áridos como lo que le rodeaba y sus sentimientos por la joven habían cambiado. Esclavizaría a Akinom y la sometería a sus deseos como castigo por hacerle cruzar el ígneo inframundo. ¿Cómo pudo siquiera considerar amarla y desearla de forma... romántica? Jamás lo sabría, el amor ya no ardía en su corazón, ya solo su cuerpo era el que, abrasador, la conquistaría hasta que su lujuria muriera en su interior. 


Akinom retiró la mano del agua y contempló el aguamanil. Sería mejor no compartir aquellos horribles devaneos con su futuro esposo. Los delirios de Hahsuc no eran de la incumbencia de ninguno de los dos. Ningún príncipe bastardo la sometería. 

- ¿Otra vez meditando, amor? -dijo Ark-los acercándosele con miel y unos dátiles.
- Está cerca... El oasis se le presentará antes del anochecer.
- ¿Y estaremos preparados?
- Por supuesto -sonrió ella- pero antes Kârmne debe hacer su cometido.
- ¿Y cuál es?

Por toda respuesta, la joven pasó la mano por el agua e invitó a su prometido a que se acercara, no sin antes darle un beso. 


Kârme reía por lo bajo y musitaba palabras incomprensibles. Parecía muy ufana, se iba a divertir de lo lindo. Cuando ataba a Berthal con unas cuerdas para que no desapareciera del altar, el joven, que llevaba dormido desde que habían llegado hacía unos días, se despertó. 

- ¿Qué hacéis, sacerdotisa del demonio? ¡Soy el gran..!
- ...¡Osiris! Sois una blasfemia, mi señor, eso es lo que sois. No merecéis respirar el puro aire de esta pirámide.

El joven miró en derredor. Muros de piedra cubiertos de profecías, jeroglíficos y enigmas conferían a su prisión una atmósfera mística que le hacía sentirse como en su propia morada. El lugar le era familiar.

- ¿Cómo osáis atar a vuestro dios? ¿Sabéis qué significa mi nombre? "Perfecto antes y después de nacer", mi corazón es tan liviano como una pluma...
- ... Y vuestro cerebro vacío como el cascarón de una nuez. Toma -la sacerdotisa vertió con brusquedad una pócima rosada en su garganta y Berthal se atragantó con ella. Al punto miró con ojos perdidos a su alrededor, como un niño  pequeño que acaba de despertar de un confuso sueño. 
- ¿Dónde... estoy?
- En la gran pirámide de Imlan -respondió la sacerdotisa.
- ¿Qué? ¿Por qué? ¡Me habéis atado! ¡En cuanto Hahsuc..! -se quejó.
- Vuestro hermano ha partido al desierto y no creo que vuelva... Así que a callar. Ahora sois mío.
- ¡¡Yo no quiero ser "vuestro"!! ¡No me hagáis daño, bruja maldita! -chilló como un condenado.
- Pero qué amable sois... -suspiró ella- Me arrepiento de haberos dado la poción, vuestros desvaríos sobre Osiris eran menos molestos... Y total sois igual de engreído...
- ¿Qué desvaríos? ¡Soltadme!
- No -terció Kârmne. 

La sacerdotisa dispuso unas ofrendas florales frente al altar y rodeó el cuerpo del joven, que trataba de retorcerse pero no podía, de pétalos de vistosas flores de todas las partes del mundo. Los gritos del muchacho la regocijaban, su miedo era una recompensa por todo lo que le había aguantado. 

- Si no os estáis quieto y os portáis bien no será vuestra nariz lo único que salga roto de aquí...

Berthal guardó silencio por un momento pero enseguida volvió con su perorata.

- ¡Y qué más da, si me vais a asesinar! ¡Unos huesos rotos no serán nada en comparación con eso!
- ¿Quién ha dicho nada de sacrificios cruentos? -preguntó la sacerdotisa, delatándose.
- ¡Vos! ¿Para qué si no encerrarme en esta horrenda pirámide? 
- Nunca... insultéis... la pirámide... de mi señora... -silabeó Kârmne lentamente con un cuchillo en la mano. Pero eso el joven no tenía por qué saberlo. Ni el honor que suponía estar allí, como sacrificio. 


Akinom se separó del aguamanil y suspiró.

- ¿Realmente..?
- Sí. Es imprescindible. Ineludible. 
- Pero vos...
- Es el precio a pagar por ser reina -dijo Akinom girándose. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
- ¿Qué ocurre? -dijo Ark-los abrazándola y sintiendo que estaba perdiéndose algo.
- Hay... yo no os he contado... -sollozó la joven.
- ¿Qué ocurre, mi princesa?... ¿Mi reina? -preguntó el consorte con suavidad.
- Berthal... es mi hermano.


Hahsuc maldecía su suerte. Si seguía caminando sin rumbo con aquella brújula se perdería en lo profundo de aquel desierto para siempre. Y no quería ser dramático, pero su pérdida supondría un duro golpe para el reino, que acabaría en manos de aquella mujercita que no sabría como gobernarlo, por mucho que dijera. Sí, era culta, hermosa, y los pueblos se rendirían a su belleza... pero él era aún más culto y hermoso, aunque no de tan buena cuna. Pero eso no lo sabían, ni lo sabrían jamás. Era su secreto inconfesable si quería regir el destino de Imlan. O de cualquier reino. 


La sacerdotisa, sumida en sus labores rituales, no se dio cuenta de nada. Ocurrió en un suspiro. Berthal no dejaba de quejarse y llorar, aterrorizado por lo que aquella sádica mujer pudiera hacer con él. Los sacrificios no le eran ajenos, en su pueblo se practicaban para agradar a los dioses y obtener buenas cosechas, pero nunca creyó que algo así pudiera pasarle a él. Nacido en una buena familia, rica y poderosa, su rol en el universo era desempeñar el poder, esgrimirlo para que los esclavos no se rebelaran y hacer grandes obras para que se le recordara en la posteridad. Como conquistar Imlan y ser la mano derecha de su hermano, el primogénito. Y desposar una hermosa joven, claro está, para que su estirpe siguiera brillando y reinara. No quería que aquella sacerdotisa diabólica le arrancara sus sueños, su destino. Tanto se retorció que una de las cuerdas cedió y dejó libre su muñeca izquierda. Sin poder creérselo, pidió misericordia a la sacerdotisa para que se acercara.

- ¡Libéradme, Kârmne, os lo suplico!
- ¡Esto si que es nuevo! ¿El niño mimado pidiendo clemencia? -su papel de malvada le encantaba, para qué negarlo. Ojalá tuviera más narices para poder rompérselas a puñetazos. Uhm, a lo mejor un poco salvaje si que era...
- ¡Soy un buen hombre! ¡Amigo de mis amigos, puedo... daros poder! ¡Mucho poder!
- Mi señora tiene más poder que vos, por eso vuestro hermano la quiere desposar... 
- ¡Acercaos y recibiréis mi bendición! ¡Seréis mi eterna amiga!
- No quiero tener nada que ver con vos ni con vuestra podrida familia...
- ¡No insultéis a mi familia! -se enfadó Berthal, moviendo la mano libre. 

Ambos se miraron y por un instante el ambiente de la sala se congeló. Berthal trató de agarrar una daga que se encontraba muy cerca suya y Kârmne se abalanzó sobre él para inmovilizarlo. No calculó bien y el joven logró propinarle un golpe, que le clavó la daga en un costado. 

- Vos... sois... -dijo Kârmne antes de caer al suelo.

El joven no podía ver nada desde su posición, pero si que había visto un hilo de sangre aparecer en la túnica de la mujer. Rió a carcajadas, ¡era un héroe! Había acabado con la sacerdotisa de Akinom, ¡su hermano le recompensaría con la mitad del reino! Bueno, quizá no tanto, pero seguro que le conseguía a la mujer más guapa para que fuera su esposa. ¡Y eso si que le gustaría! Mientras él ejercía su poder, podría entretenerse teniendo vástagos con su bella mujer...


Hahsuc había alcanzado el oasis de los perdidos y sus ojos no podían creérselo. Cuando estaba a punto de desfallecer y moría por una gota de agua en sus labios, vio en la lejanía un hermoso paraje verde lleno de vida. Suponiendo que se trataría de alguna espléndida alucinación a causa del cansancio y el calor asfixiante, se acercó a ella para comprobar cómo sería. Lo que no esperaba es que aquel sitio fuera real y que incluso tuviera nómadas recogiendo frutos y viviendo allí.

- ¿Hola?

Los nómadas le miraron y sonrieron.

- Buenos días, joven, bienvenido al hogar de los Sin Nombre. ¿Os habéis perdido en vuestra travesía?

Hahsuc no entendía bien a qué se referían pero no le importaba, solo quería agua.

- Agua... -miró anhelante un manantial.

Uno de los nómadas le acercó su cántaro y el joven metió las manos en él para beber abudantemente. Al instante se sintió revitalizado, como si el desierto no hubiera hecho ninguna mella en él. Por supuesto que no, era Hahsuc, un hombre perfecto en busca de su prometida.

- ¿Queréis comer? -preguntó una mujer ofreciéndole tayyin, mreifisa y el aych, aparte de los tradicionales dátiles. El joven asintió, hambriento. Qué suerte encontrar tanto lujo en aquel lugar paradisiaco en medio de la nada...


Ark-los la abrazaba reconfortante, atónico por lo que acababa de escuchar.

- ¿Tu hermano? ¿Cómo..?
- No en un sentido literal, sino figurado. Hicimos un juramente de sangre cuando éramos niños, nos hermanamos. Nuestros pueblos lo hicieron. Por eso debería casarme con Hahsuc, aunque no pienso hacerlo...
- Pero... vuestro matrimonio de conveniencia...
- Mis padres lo escogieron y ya sabéis que no tenemos derecho a preguntar. Lo hicieron por el bien del reino. Yo no recordaba el hermanamiento, el aguamanil me lo ha revelado. Y eso... 
- Eso significa que el sacrificio... -murmuró Ark-los, entendiendo. 


Tan ensimismado estaba en sus dulces pensamientos que no se dio cuenta de que Kârmne se había levantado para propinarle un buen bofetón.

- ¡¡Un inútil!! Es que ni apuñalar a un enemigo sabéis... ¡¡Estúpido!!
- ¡Nooo! ¡Estabais muerta!

Kârmne, totalmente furiosa e ignorando sus quejas, anudó con fuerza las cuerdas hasta que las manos del joven comenzaron a ponerse ligeramente moradas.

- ¡Así ya no escaparéis!
- ¿Cómo podéis haber sobrevivido? ¡Estáis embrujada! -gimió el joven con dolor.
- No, hombre, no, solo ha sido un rasguño... -dijo Kârmne mostrándole la piel donde le había apuñalado, que sangraba ligeramente (no iba a contarle que conocía hechizos de sanación y por ello había logrado levantarse y cicatrizar la herida, ¡que le tuviera miedo!)- Pero me habéis hecho derramar sangre en la pirámide de mi señora, y eso no os lo voy a perdonar...


Una vez sació su hambre y su sed, Hahsuc, sin dar las gracias, comenzó a pasear por el oasis. Los nómadas regresaron a sus labores mirándolo enigmáticamente.  
El joven caminó por el lugar no queriendo admitir que le fascinaba. Su fértil paisaje lo hacía único, no solo por encontrarse en medio del desierto, si no por algo que no era capaz de describir ni descifrar. Un misterio parecía yacer en su interior, oculto del mundo. Los hermosos árboles con su sombra y la finísima arena blanca le trasladaban a los cuentos que su madre le narraba de niño, cuando no tenía el poder en sus manos y solo debía jugar, ser libre y educarse para ser el futuro faraón y desposar a una mujer poderosa cuyo imperio pasase a formar parte del suyo. Quizá nunca se había sentido tan libre como aquel día en aquel precioso y misterioso lugar... Sin que si diera cuenta, pronto vio una enorme construcción que se alzaba majestuosa en lo más profundo del oasis. Una pirámide.


Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños reina!

13 enero 2018

Cohkka


La mansión estaba derruida por dentro, donde solo quedaban miles de recuerdos muertos. Solo los fantasmas del pasado quedaban como testigos de la destrucción que se había producido hacía ya siglos. Pasear por sus estancias era una condena que nunca olvidaría, atada a sus muros oscuros y vacíos de por vida. No tenía sentido luchar contra lo que era inevitable, solo abrazarlo y dejar que la niebla con su beso lo borrase.

¿Pero por qué si era feliz seguía sintiendo la oscuridad? ¿Nunca se libraría de su maldición en su interior?

Luchaba siempre contra una marea inexorable que la arrastraba. Los muros de la mansión sangraban oscuridad que la rodeaba. Su eterna presencia no conocía lo efímero y se arraigaba. Solo había una sentencia justa dentro de su albedrío, bailar junto a ella por siempre sin caer en el abismo.

Nunca caería en el abismo de la oscuridad, había aprendido a bailar y dejarlo pasar. 

Las puertas de la mansión se cerraron y la poca luz que había se extinguió. ¿Y a ella qué le importaba si brillaba con luz propia? No temía aquella sensación tan opresiva que la ahogaba. Había aprendido que la mansión era una parte de su realidad.

La locura se cernía sobre ella constantemente como un animal salvaje que controlaba sus impulsos

Caminar en el abismo de aquella mansión era algo natural para ella, que no temía su oscuridad tan conocida y a la vez desesperante. El océano vesánico y el rumor de sus olas eran su melodía particular en la subjetividad del sufrimiento que cada uno esconde. Pero aquello ya no la atormentaba porque conocía la mansión a la perfección y sus escondrijos. Su interior se convertía en un inmenso espacio de creatividad. La oscuridad se convertía en exquisitas composiciones. No había motivo para temer lo que era parte de su genio creador aunque fuese algo que podría destruirla con el tiempo en su mansión de tortura.
Las pesadillas son parte de los sueños que moran en nuestro interior. Los artistas viven atormentados en su océano de oscuridad. Y aquella mansión representaba todo lo que odiaba de si misma y le permitía ser un ser creativo con un don para la escritura.

Destruir aquella mansión sería destruir su esencia y liberarse para siempre del dolor, pero no podía acabar con lo que amaba solo para no volver a ser torturada por su propia mente. Vivía la maldición de los genios condenados a existir en la oscuridad sacrificados a su mácula que los convertía en dioses...


Dedicado a los seres de Astralia. 

01 enero 2018

Deitys of Astralia III


Ganímedes

La niebla desdibujó el castillo y la catedral pero la luz de la piedra marcaba el camino. Oía la naturaleza y creía encontrarme en un jardín, no muy lejos del Edén, mi paraíso. El equilibrio interior era esencial para descubrir la armonía de Astralia y los mundos de fantasía de sus jardines. Imaginar la perfección la ocasionaba en realidad, por eso Astralia era tan bella y única desde su origen...

El jardín oculto tras la niebla estaba en ruinas pero aquello no le despojaba de su gran belleza. Un precioso santuario y unas fuentes destrozadas eran los testigos de la decadencia de aquel mundo. Y entre todas las piedras que yacían en la tierra se encontraba una de las piezas de mi puzzle rota. Solo un corazón puro podría volver a unirla y esos en la Astralia conocida ya no existían. Miré hacia lo más profundo de aquel hermoso mundo y entendí que en algún lugar de su inmensidad le encontraría y sería mío para siempre como lo era aquel jardín y todo su misterio. La neblina se cerró y me dejó a solas en la oscuridad buscando la luz...


Continuará...

The Girl and The Dreamcatcher

La luna brillaba en el firmamento dándole un aire de espectral belleza nacarada. La noche era fría y estaba despejada, pero el miedo le impedía ver a su alrededor. La sensación horrible que oprimía su pecho era una tortura de la que no podía escapar, y cuánto más pensaba en ella, más fuerte y angustiosa se tornaba en su interior. 
Sêdnä se arrebujó en su túnica aterciopelada de color azul cobalto. Templanza, sabiduría, virginidad, piedad, el cielo... Aquellas palabras no tenían ningún significado en ese instante, aquella dulce tonalidad no la hacía sentir mejor. Caminó hacia el pueblo más cercano en busca de refugio. Ella, la que anhelaba la soledad, la temía más que nunca.


Un pueblecito de casitas retorcidas le dio la bienvenida en la oscura noche, poco antes de los primeros rayos de sol del amanecer. No sabía hacia dónde ir, se sentía perdida, y era algo poco habitual en ella. Por no decir inusual. Caminar toda la noche la había dejado extenuada, ella, que adoraba el frío aire nocturno y no dormir. ¿Tanto habían consumido y cambiado los espíritus su alma?
No había nadie en derredor, el pueblo dormía. Ninguna luz en las casas, solo alguna chimenea iluminando el hogar. Ningún ser vivo al que pedir compañía, solo el lejano aullido de algunos lobos. La soledad perpetua que siempre la custodiaba. 

No se había dado cuenta de lo mucho que había avanzado entre las callejuelas de piedra hasta que vio una estatua que la dejó boquiabierta. En ella podía verse a una joven bellísima que parecía una diosa rodeada de magia. Al pie de la figura había unas palabras:

"Sêdnä, la bruja de Yör, 
poderes ocultos en su corazón"

Ya sabía que era venerada, pero no que su culto se extendiera tantas leguas. La figura no la representaba de todos modos, aquella joven era demasiado hermosa, sus ojos más grandes que los suyos y sonreía feliz. Y ella ya casi nunca sonreía...

La luz del amanecer iluminó su rostro tenuemente y la joven cerró los ojos. Estaba tan cansada...


Cuando abrió los ojos se encontraba recostada mirando a la estatua cubierta con su capucha y rodeada de niños pequeños que exhalaban pequeños grititos de emoción.

- ¡Mirad, mirad, se mueve!
- ¡No la asustéis!
- ¿La conocemos?
- ¡Mirad, mirad!

La joven se dio la vuelta con suavidad y se incorporó mientras la capucha se deslizaba por sus oscuros cabellos.

- ¡Ooh! ¡Es guapísima!

A Lady Blue se le escapó una sonrisa tímida. Qué dulces parecían.

- ¿Quién eres?
- ¡Es la diosa!
- ¡Es como una diosa!
- ¡Busquémosle unas flores!
- Niños, no la agobiéis, estará muerta de hambre...

Una señora de canosos cabellos castaños y ojos vivos que se le antojó muy simpática se agachó y le ofreció un poco de pan con miel y agua.

- No es gran cosa pero espero que te guste, es néctar de nuestras mejores flores, te ayudará a recuperar energías.

Algo en su tono de voz le hizo confiar en ella y tomó lo que le ofrecía. Estaba delicioso.

- Muchas gracias...
- Estarás helada. Ven a calentarte a la lumbre -dijo la mujer dándole la mano. Los ojos de Lady Blue se llenaron de lágrimas. Había olvidado lo que era la amabilidad.
- No llores, aquí estás a salvo.


Sêdnä se sentó en un pequeño taburete y se quitó la capa. Su vestido azul oscuro, al igual que su manto, estaban húmedos por el rocío nocturno. Le encantaba sentir la cálida sensación que le aportaba el fuego. Miró un poco a su alrededor y pudo ver muchas hierbas secas en tarros, calderos y libros polvorientos. Un altar con un pentagrama adornado con ramas, flores secas y flores azuladas y un símbolo con el árbol de la vida llamó su atención. Parecía el hogar de una practicante de Wicca.

- Espero que no te moleste, querida -dijo la señora ofreciéndole una infusión- Nuestras creencias son primordiales para nosotros y la naturaleza de las mismas no siempre es bien recibida... Muchos no entienden.

Qué le iba a decir a ella.

- Lo se, yo también respeto el culto -respondió la joven. La mujer la miró fijamente y sonrió complacida.
- Lo suponía. Tienes una mirada mágica y pura, tenías que ser de un linaje de poderosas brujas.

La joven, que en ese instante estaba bebiendo un sorbo de su cuenco, se atragantó. 

- ¡No te preocupes! -exclamó la mujer riendo- En este pueblo somos muy abiertos con la magia, no tememos su poder como esos incultos forasteros...
- ¿De verdad? -preguntó Sêdnä con los ojos brillantes.
- Pocos son los que poseen poderes reales en este lugar... pero se admira a los elegidos por los dioses para tener dones. 

Cada vez se sentía más a gusto en ese pueblecito.

- ¿Y qué sitio es este? ¿Dónde estamos?

La mujer sonrió.

- Ämsyar, el pueblo que viene y va, no tiene un lugar concreto en el que reposar -respondió misteriosamente.
- Ämsyar...

Le sonaba aquel nombre, pero no podía recordar de qué.

- Cuenta la leyenda que Ämsyar fue fundada por unos caballeros Luminarios -comenzó la mujer como si leyera sus pensamientos- en una época indeterminada muchos siglos atrás. Cuando la magia pura...
- ... reinaba por doquier. No ocultaban sus dones... 
- ... ni los temían. Exacto. Conoces la leyenda, por lo que veo...
- Si, se contaba en... mi pueblo. Pero allí no... No les gusta la magia. No existen las brujas...
- Excepto tu.

La joven se estremeció y se guareció tras el cuenco, fingiendo que bebía.

- Yo no...
- Tú no debes negarlo más. Ya has sufrido bastante.

Sêdnä la miró fijamente con un deje de tristeza. 

- No sé de qué me habláis...
- Tú eres...

Un grupo de niños irrumpió en la estancia con un montón de preciosas flores, tan bellas que casi parecían irreales. Muchas de ellas ni siquiera era capaz de reconocerlas.

- ¡Toma, Gran Diosa! ¡Es para ti! -exclamó emocionado uno de los niños dejando en su regazo un amuleto con el árbol de la vida tallado a mano en plata. Lady Blue lo tomó en sus manos y lo hizo brillar moviéndolo cerca del fuego.
- Gracias... pero no soy una diosa. No me lo merezco -dijo tendiéndoselo de vuelta.
- ¡Es un regalo! No lo rechaces... -pidió una niña de bucles dorados con un puchero. La joven rio y se lo anudó al cuello.
- ¡La diosa está guapísima! ¡Qué suerte que nos haya visitado! -exclamó otro de los niños. Ella solo se sonrojó.
- Dejadnos a solas un momento, pequeños. La diosa debe recuperar la memoria antes de mostrarse al mundo tal y como es.
- ¡Bella y poderosa! -dijeron ellos con alegría.
- ¡Así es! ¡Vamos, vamos! ¡Coged uno de los dulces de mandrágora cuando salgáis, lo estáis deseando! -ofreció la mujer entre risas.

Sêdnä se sentía arropada por todo el cariño que se demostraban unos a otros y pudo ver a un grupo de curiosos mirando al interior de la casa desde la puerta abierta. Cuando les devolvió la mirada parecieron muy alegres y halagados. Volvió a sonreír con sinceridad.

- ¿Por qué creéis que soy especial? Solo soy una joven perdida... buscando su lugar... -murmuró para sí.
- Eres más que eso, realmente eres especial -corroboró la mujer mientras cerraba la puerta- Eres Sêdnä, la bruja de Yör.

Por una vez en mucho tiempo no le molestó que se refiriesen a ella por su nombre terrenal.

- Yo... no lo soy... Solo... Quizá me parezco un poco... -trató de justificarse.
- Ojos verdes, pelo oscuro, grandiosos dones y poderes. Más allá de lo imaginable. Pero has jugado con lo prohibido, pequeña, porque te han impuesto una soledad a la que no debías estar destinada.

La joven guardó silencio sintiéndose culpable.

- El velo nunca debió rasgarse pero nadie te culpa por tu atrevimiento. Eres sabia -dijo ignorando la mueca de dolor de Sêdnä- y debes enmendar tu error. Nosotros, con nuestra fuerza, te ayudaremos si nos lo permites, pequeña diosa.

Lady Blue no sabía qué decir.

- Te esperaremos junto a la estatua cuando estés preparada. Ahora, pequeña diosa, debes descansar. Tu dolor aquí no tiene lugar.

Sêdnä sintió que se le cerraban los ojos y caía en un mullido colchón dormida. 



Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños guapísima!