Epílogo
La arena cubría poco a poco la pirámide ocultándola de la vista de aquellos que nunca la habían contemplado, pues se hallaba perdida en el desierto. Ya nada quedaba de los jardines repletos de flores, del lujo de la corte, de ninguno de sus antiguos habitantes...
Solo el silencio.
***
"El mundo tal y como Atum-Re lo había creado acabaría por culpa de su voluntad". Con estas palabras en mente, Akinom se encontraba en un estado caótico. Ya no se sentía reina, ni poderosa, ni digna de sus antecesores. El oasis de los perdidos... realmente portaba consigo una maldición que no había querido ver dada su soberbia. Y pensar que había considerado un refugio a aquel lugar que era en realidad su prisión...
- No lo sabías. No puedes culparte -dijo Ark-los.
¿Aún la amaba?
- Soy... "Era" la futura reina de Imlan. Debía haber entendido las señales cósmicas, los jeroglíficos... Pero estaba cegada de amor y era incapaz de verlo... -lamentó Akinom.
Ark-los sintió una punzada en el corazón.
- ¿Me culpáis, mi señora?
Sí. No.
- No. Solo a mí, a mis decisiones.
- Os faltaba conocimiento... -comenzó el consejero de nuevo.
- ¡Exacto! Ahora hablo desde mi tumba, por desconocimiento. No hice las consultas adecuadas, malgasté poder en...
Contempló el cuerpo sin vida de Hahsuc, que la miraba fijamente desde su descanso eterno.
- Todos estamos muertos Akinom. Desde el nacimiento, es nuestro destino. Mi cuerpo volverá a portar a mi espíritu si me perdonas la vida, pero ya sabes qué significa ese sacrificio... ¿Estáis dispuesta a tomarlo? -susurró mirándola con lujuria. La antigua reina de Imlan tuvo un escalofrío.
Ojalá pudiera volver en el tiempo.
Am-näir había cruzado victoriosa el desierto junto a Berthal y Kârmne, a la que mantenía dócil y tranquila bajo sus órdenes gracias a las diversas pociones. Quería el poder y ese era el único lugar donde tomarlo.
El oasis de los perdidos... Un vergel digno de los dioses que eran, al fin ante sus ojos. Las leyendas eran ciertas. El poder supremo se había liberado como rezaba la profecía, al menos eso creía viendo su cielo dorado y oscuro. Y necesitaban de una sacerdotisa para dominarlo.
- ¿Y bien?
No sabía qué contestar. No quería responder. Aquello se había tornado en una pesadilla de la que no podía escapar.
- Akinom...
Podía sentirlo. Su llegada. El fin de los tiempos.
- La decisión está tomada.
***
La arena cubría poco a poco la pirámide ocultándola de la vista de aquellos que nunca la habían contemplado, pues se hallaba perdida en el desierto. Ya nada quedaba de los jardines repletos de flores, del lujo de la corte, de ninguno de sus antiguos habitantes...
Solo el silencio.
Mientras, en el oasis de los perdidos, la vida era como un jardín del Edén primigenio. Akinom había sido desposada con Hahsuc, vuelto a la vida, pero jamás compartían tiempo juntos. La joven residía en la majestuosa pirámide que una vez compartiera con Ark-los para dar rienda suelta a sus pasiones y conspiraciones -y con el que compartía lecho y existencia cada día y cada noche- mientras Hahsuc vivía en unos aposentos lujosos y retirados de su visión, en el extremo opuesto del oasis. Juntos compartían el gobierno del reino, siendo Akinom el eje principal de poder y habiendo Hahsuc consentido en tener a Ark-los como consejero. A cambio, todas las riquezas que una vez pudo desear y el secreto de su descendencia a salvo.
Berthal se había desposado con Am-näir, y siendo legítimo miembro de un linaje tan poderoso había conseguido que ella ascendiera a la cumbre social, haciendo sus sueños realidad. Tanto Am-näir como Kârmne, obligada a tomarla como discípula, era las sacerdotisas que custodiaban los enigmas de aquel lugar maldito que ya nunca más sería la perdición de nadie. Imlan y su pirámide, así como su sociedad, se perdió en los anales de la historia y desapareció de las crónicas para siempre, dejando a los habitantes del reino un hogar en el oasis, en el que vagarían por el resto de la eternidad, inmortales, olvidados del mundo.
Fin.
Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños reina!