01 diciembre 2014

A New Age Dawns II


La tierra en la que aparecí era increíblemente hermosa y distinta de mi realidad. Las verdes praderas amarillentas se extendían por todas partes hasta el horizonte... Unas rocas talladas con motivos de animales resaltaban entre el verdor de la hierba. Pero sobre todo destacaban las grandes pirámides de piedra en honor a los dioses... Aquellos monumentos erigidos para adorarnos eran realmente preciosos y simbólicos, un lugar de conexión con nuestro mundo inmortal... Nacidos de una estirpe de guerreros con deseos de trascendencia, se alzaban a lo largo de todos sus dominios en aquella tierra mortal... Su efímera existencia quería obtener la gloria de nuestro poder eterno para perpetuarse y no morir jamás... 

Unas piedras esculpidas con nuestras figuras custodiaban la entrada a los templos. Estos a su vez estaban rodeados de pequeños montes cubiertos de vegetación y coronados de niebla... Era un paraje que parecía pertenecer a un olvidado edén terrenal donde sus habitantes vivían en paz y prosperidad. Y sin embargo, habían invocado a una de sus diosas para desvelar algún misterio que su visión no lograba dilucidar...

Fijé mi vista en el joven que me había reclamado con su canto. Sus ojos castaños parecían impresionados ante mi presencia en la pirámide de piedra. Miré alrededor y vi el fuego ritual con el que me había invocado. Ardía en un aguamanil de piedra junto a varias plantas aromáticas. La estancia era oscura pero la luz solar incidía en su interior y la magia ancestral fluía en el ambiente creando una atmósfera especial. La conexión entre ambos mundos se había forjado y me había trasladado hasta aquel hermoso lugar del mundo mortal.
El joven permanecía silencioso y sumido en sus pensamientos. No entendía su silencio si me había reclamado ante sí. Por fin me habló con una voz profunda y hermosa. Me narró los ritos de su cultura hacia los dioses, incluida yo. Era la única que había acudido a su presencia. La única que había regresado a la tierra ante sus miles de súplicas. Su pueblo moría en la guerra de conquista de la iluminación mística. Sus espíritus no descansaban en el más allá porque el sacrificio para parecerse a las deidades era su alma... Quedé en silencio... No podía ser... Sus almas eran demasiado preciosas... Debían volver... La eternidad era suya... Los errores no... No eran deidades... Pero podrían alcanzar la inmortalidad...

La luz solar relucía sobre el fuego del aguamanil iluminando su rostro. Era un joven misterioso y su personalidad ejercía un magnético atractivo sobre mi. Su pueblo precisaba de una salvación si no querían desaparecer en la historia. Sus tradiciones, sus preciosos secretos, nada debía ser ocultado a las generaciones posteriores. Era un pueblo valiente, aguerrido con sus enemigos, muy culto y próspero, y sus mitos y leyendas se extendían por toda la comarca. Como deidad haría que sus espíritus volviesen a mi mundo al abandonar la tierra. El joven sonrió y mi sonrisa iluminó la pirámide... 



Continuará...

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