18 agosto 2015

Uyulala














Epílogo


Realmente le fascinaba aquel bello paraje perdido en los senderos del olvido. La niebla policromada se había convertido en una azul y el bosque se veía más nítido, y su profunda soledad le llenó de un sentimiento que no sabía cómo definir. Había luz entre las sombras de la existencia, pero él debía seguir el camino de madera que le llevaba a su destino. Nunca pensó en dar la vuelta y mirar por última vez a la escritora, porque suponía que su imagen helada era lo único que podría visionar. Era su mundo, su mundo de oscuridad, su mundo inconsciente que ya no tenía ninguna relación con la realidad de su imaginación. Su bosque perdido en la senda hacia la verdad.

El joven peregrinaba por el camino de madera, no sabía cuánto iba a durar la travesía. Solo tenía la innegable certeza de que era la única forma de escapar de aquel mundo al que nunca quiso pertenecer. No le gustaba saberse sin voluntad, una figura impersonal en una mente voluble. Los árboles permanecían inmóviles en el bosque y solo el lejano ulular de algún búho rompía el silencio de aquel paraje. Un recuerdo en la memoria. 

Caminaba y caminaba, pero aquella senda no parecía tener fin. Ya no era dueño de su sino y sus pensamientos parecían ajenos a sus deseos. Trató de pensar en una idea precisa, específica, definida, pero no era capaz de recordar nada que no fueran vagas letras de melodías que no le atraían. Aquel mundo empezaba a crear equívocos... le torturaría hasta que encontrara la puerta de vuelta a la realidad. No entendía por qué. Nunca lo había entendido. Nunca lo entendería. Nunca... jamás. 

Los árboles eran como aquellos de los cuentos de hadas. Su ramas permanecían quietas y la magia recorría su savia; Podía sentir cómo la fantasía fluía desde las raíces hasta sus hojas, pero sabía que no pensaban revelarle sus secretos. Ocultaban una verdad que estaba más allá de su entendimiento, porque nunca se habían forjado en su mente, sino en la de la escritora. No pertenecían a este mundo, sino al del inconsciente. 

Aquel paisaje azulado le cautivaba y no entendía la razón. Tal vez se hallaba tan inmerso en la luz irreal que lo rodeaba que empezaba a perder la voluntad de caminar sin sentido. Quería encontrar el origen de la utopía que le llevaría a su destino fuera de aquel bosque. Nunca se le ocurrió abandonar el camino de madera y dar la vuelta en busca de la fuente primigenia. No había agua para él en el manantial de la conciencia. 

El espíritu helado de la escritora fluía por aquel paraje, lo único que deseaba era liberarse de él y de su omnipotente presencia. No quería tener que percibir su mundo, donde no tenía ningún poder. El bosque y su encantadora luz lo embelesaban y se sentía perdido en un hechizo que lo embrujaba. No quería perder su voluntad ni volver a sentir jamás aquella dulce tortura. Por suerte, el bosque le encaminaba a las afueras de aquella vesania. La senda de madera desembocaba en una hermosísima puerta tallada con símbolos celtas. Por fin, su destino. Deseaba cruzarla para no volver jamás. La puerta se abrió suavemente y con alegría traspasó al otro lado. Deseo cumplido. 


Fin.



Dedicado a Pelayo, ¡feliz cumpleaños!

08 agosto 2015

Left outside alone


El sol se oscurecía entre algunas nubes que habían comenzado a arremolinarse en el cielo despejado. A Wherynn le pareció muy poético estar en medio de aquel bucólico paisaje y tener que enfrentarse a una nueva emboscada. La verdad es que le apetecía saber qué podían llevar encima aquellos hombres tan desaliñados. Mugre, fijo. 

- ¿Y si..? -sin consultarlo con sus amigos, Srynna alzó las manos y lanzó un hechizo a los cuatro hombres que se acercaban. Le dio a uno, que en aquel preciso instante se desvaneció entre sonoros ronquidos. 
- ¡Sry! -exclamó Jeanpo enarbolando su espada.

La lucha fue más encarnizada de lo que ninguno esperaba. Aquellos hombres no tenían piedad y les atacaban con todas sus fuerzas y magia oscura. Srynna logró conjurar unos círculos de protección para cada uno y Wherynn ejecutó los hechizos ofensivos más potentes que conocía, pero era en vano. Lo único que logró derrotar a aquellos hombres fue la oscuridad que consumía lentamente la arboleda. 

 - ¿Por qué..? -empezó Srynna.

Sin que le diera tiempo a pronunciar el resto de la frase, uno de los hombres, malherido, señaló al cielo. El sol estaba parcialmente oculto por un disco negro que cada vez ocupaba más espacio. Entre alaridos de terror, y para confusión de los tres amigos, los hombres que quedaban en pie huyeron a toda prisa del lugar mientras que su compañero seguía durmiendo, ajeno a lo que ocurría.

- ¿Me estás diciendo en serio que han huido... por el eclipse? -comentó Wherynn.
- Eso parece... qué anticuados, ¿es posible que le tengan miedo? -dijo a su vez Jeanpo.
- Hoy... hay... un eclipse...

Srynna parecía casi tan atemorizada como aquellos hombres.

- ¿Y qué? ¡Mirad, una botellita con veneno! podemos... ¿Estás bien? 
- Whers... el eclipse... -musitó Srynna con un hilo de voz.
- El equinoccio... -susurró Jeanpo, dándose cuenta de su error fatal.

La joven sacerdotisa les miró horrorizada.

- ¡No!
- Las tinieblas... -murmuró Srynna mirando hacia el infinito con la mirada perdida.
- Verdadero amo y señor de la muerte... -recitó Jeanpo.


El silencio reinaba en el bosquecillo, tan solo roto por la suave brisa que movía las hojas de los árboles. La oscuridad era casi total. Nadie se atrevía a hacer nada, cualquier sonido podría atraerles. Viajar en aquel momento sería sumamente peligroso...

- ¿Qué hacemos? -articuló Srynna con labios. Los otros dos apenas la veían.
- Nada -articularon Wherynn y Jeanpo al mismo tiempo.

Lo único que podían hacer era esperar.


Fue tan rápido que no pudieron reaccionar. Wherynn se llevó un corte ligero en la mejilla. Srynna acabó con una muñeca rota y Jeanpo con varios cardenales en la espalda y las piernas. 


El eclipse había terminado. 

- ¿Estáis todos bien...?
- ¡¡¡Aaaah!!! 


Srynna y sus dramáticos chillidos. Sin embargo, esa vez no pudieron criticarla. El hombre al que habían dormido yacía descuartizado en el suelo y no era una escena agradable. 

- Es curioso que grites tanto, cuando lo haces tu... -observó Jeanpo mirando hacia otro lado.
- ¡Vámonos ya! ¡ay! -se quejó la ermitaña agarrándose la muñeca.
- Iremos al curandero en Kôyn. Será mejor alejarnos de aquí...

La luz del templo les llevó hasta su destino.


- ¡Por fin en Kôyn! -exclamó Srynna saliendo del círculo de magia.
- Lo mismo que dijiste cuando llegamos a Gülynes... -recordó Wherynn. 

- Si, pero esto si que es Kôyn. 

Jeanpo señaló al paisaje, un alegre y pintoresco pueblecito que se alzaba sobre una colina. El ambiente era distinto al que habían vivido últimamente, mucho más liviano y animado, la gente no vivía con ningún temor ni siquiera tras el eclipse.

- Mi muñeca... -se volvió a quejar Srynna entre gemidos.
- ¿Qué os ha pasado? yo solo tengo este corte... -dijo Wherynn señalando su mejilla.
- A mi me han zurrado pero bien, estoy lleno de cardenales. Parece que la pobre Sry tiene la muñeca rota... vamos al curandero.
- Eso os pasa por gritar... si os hubiérais estado quietecitos...
- ¡Oh, disculpe, alteza, por tener miedo cuando los demonios se acercan! -contestó Sry, dolorida.
- No es eso... si os movéis ya sabéis que es peor...

- Tus poderes de sanación... -empezó Jeanpo. 
- No. Es mejor ir al curandero. Pero esto si -dijo Wherynn sanándose el corte y haciendo desaparecer los golpes de su amigo, así como aliviando el dolor de la mano de la ermitaña, que le sonrió agradecida. 

El curandero atendía a unos pocos lugareños con heridas tras la aparición de los demonios de la oscuridad. La mayoría se habían ocultado en sus casas, y los que no lo habían hecho habían aguantado estoicamente silenciosos a que el eclipse pasara. Era un pueblo valiente y tranquilo.

- ¡Jovencita! -exclamó el amable señor cuando vio su muñeca rota- ¿Qué os ha sucedido? No es buen augurio romper la voz del silencio cuando éste reclama su sacrificio de sangre... 
- Ya, ya... ¿Puede darme algo..?
- Éste brebaje aliviará tus huesos rotos y los sanará. Te ha golpeado la magia oscura, no puedo hacer nada con ninguna otra clase de magia... tendrás que esperar unos días para estar completamente bien.
- Vaya... -suspiró Jeanpo.
- Podemos alojarnos aquí y tomarnos unos días libres... -sugirió Wherynn.
- ¿Sois de Yamedoria? -inquirió el anciano, curioso.
- Si... ¿por?
- Vuestro acento os delata. Tiempos oscuros asolan esa región... -empezó con tono misterioso.
- ¿Ah, si? -respondió la sacerdotisa.
- El rey Twilith Teg no es el mismo de antaño...
- ¡Tirititrán! -exclamó Srynna. Cuando vio que todos la miraban, fingió un estornudo que no convenció a sus amigos. El curandero decidió ignorarla.
- Sus elementales se mueven sin control por los bosques y sus dominios son cada vez más anárquicos... -prosiguió el anciano enigmáticamente.
- No me gusta... será mejor ir allí cuanto antes. En cuanto Sry esté recuperada -terció Wherynn.

Sus amigos asintieron con seriedad.



Dedicado a Saryna, ¡feliz cumpleaños!