Epílogo
El joven peregrinaba por el camino de madera, no sabía cuánto iba a durar la travesía. Solo tenía la innegable certeza de que era la única forma de escapar de aquel mundo al que nunca quiso pertenecer. No le gustaba saberse sin voluntad, una figura impersonal en una mente voluble. Los árboles permanecían inmóviles en el bosque y solo el lejano ulular de algún búho rompía el silencio de aquel paraje. Un recuerdo en la memoria.
Caminaba y caminaba, pero aquella senda no parecía tener fin. Ya no era dueño de su sino y sus pensamientos parecían ajenos a sus deseos. Trató de pensar en una idea precisa, específica, definida, pero no era capaz de recordar nada que no fueran vagas letras de melodías que no le atraían. Aquel mundo empezaba a crear equívocos... le torturaría hasta que encontrara la puerta de vuelta a la realidad. No entendía por qué. Nunca lo había entendido. Nunca lo entendería. Nunca... jamás.
Los árboles eran como aquellos de los cuentos de hadas. Su ramas permanecían quietas y la magia recorría su savia; Podía sentir cómo la fantasía fluía desde las raíces hasta sus hojas, pero sabía que no pensaban revelarle sus secretos. Ocultaban una verdad que estaba más allá de su entendimiento, porque nunca se habían forjado en su mente, sino en la de la escritora. No pertenecían a este mundo, sino al del inconsciente.
Aquel paisaje azulado le cautivaba y no entendía la razón. Tal vez se hallaba tan inmerso en la luz irreal que lo rodeaba que empezaba a perder la voluntad de caminar sin sentido. Quería encontrar el origen de la utopía que le llevaría a su destino fuera de aquel bosque. Nunca se le ocurrió abandonar el camino de madera y dar la vuelta en busca de la fuente primigenia. No había agua para él en el manantial de la conciencia.
El espíritu helado de la escritora fluía por aquel paraje, lo único que deseaba era liberarse de él y de su omnipotente presencia. No quería tener que percibir su mundo, donde no tenía ningún poder. El bosque y su encantadora luz lo embelesaban y se sentía perdido en un hechizo que lo embrujaba. No quería perder su voluntad ni volver a sentir jamás aquella dulce tortura. Por suerte, el bosque le encaminaba a las afueras de aquella vesania. La senda de madera desembocaba en una hermosísima puerta tallada con símbolos celtas. Por fin, su destino. Deseaba cruzarla para no volver jamás. La puerta se abrió suavemente y con alegría traspasó al otro lado. Deseo cumplido.
Los árboles eran como aquellos de los cuentos de hadas. Su ramas permanecían quietas y la magia recorría su savia; Podía sentir cómo la fantasía fluía desde las raíces hasta sus hojas, pero sabía que no pensaban revelarle sus secretos. Ocultaban una verdad que estaba más allá de su entendimiento, porque nunca se habían forjado en su mente, sino en la de la escritora. No pertenecían a este mundo, sino al del inconsciente.
Aquel paisaje azulado le cautivaba y no entendía la razón. Tal vez se hallaba tan inmerso en la luz irreal que lo rodeaba que empezaba a perder la voluntad de caminar sin sentido. Quería encontrar el origen de la utopía que le llevaría a su destino fuera de aquel bosque. Nunca se le ocurrió abandonar el camino de madera y dar la vuelta en busca de la fuente primigenia. No había agua para él en el manantial de la conciencia.
El espíritu helado de la escritora fluía por aquel paraje, lo único que deseaba era liberarse de él y de su omnipotente presencia. No quería tener que percibir su mundo, donde no tenía ningún poder. El bosque y su encantadora luz lo embelesaban y se sentía perdido en un hechizo que lo embrujaba. No quería perder su voluntad ni volver a sentir jamás aquella dulce tortura. Por suerte, el bosque le encaminaba a las afueras de aquella vesania. La senda de madera desembocaba en una hermosísima puerta tallada con símbolos celtas. Por fin, su destino. Deseaba cruzarla para no volver jamás. La puerta se abrió suavemente y con alegría traspasó al otro lado. Deseo cumplido.
Fin.
Dedicado a Pelayo, ¡feliz cumpleaños!