24 enero 2020

The Vestiges of the Pyramid

El cielo dorado y sus nubes áureas irisaban todo el paisaje que cubría su mirada como si se encontrara en un sueño. "Sois fría, mi señora. Ni siquiera el amor de vuestro consejero consigue ablandaros ese corazón de piedra"... ¿Hablaba con sabiduría ancestral? ¿Por qué creía sus crueles palabras? Ella era la reina, ella era el desierto. Su voz resonaba en su mente, mezquina, cautivadora... ¿Estaba logrando profanar sus convicciones? 

- Akinom... -susurró Ark-los. La reina permanecía inmóvil, hierática, pero su mirada yacía perdida en las arenas y en Hahsuc. No le gustó su expresión. ¿Qué le ocurría? 
- Vos... No oséis pronunciar ni una palabra más en presencia de vuestra reina. No sois digno del oasis, de su magia ni de mi corazón -terció.

Hahsuc la miró anonadado. ¿Por qué rehusaba su ardiente amor? ¿Prefería a ese consejero sin linaje antes que a su apolíneo prometido?

- Sois cruel, mi señora. Pero vuestra crueldad solo me hace anhelar más fervientemente vuestro amor.

Akinom bufó con desprecio y desesperación.


Kârmne inspiró profundamente para poder entrar en trance. Con suavidad y lentitud, sopló las velas que iluminaban tenuemente la pirámide hasta que solo quedaron vivas las que rodeaban la figura de Berthal. El joven no se movía y parecía sumido en un sueño inquieto provocado por las fragancias. Por un momento pensó que sería ilustrativo poder contemplar sus pensamientos, pero pronto rechazó esa idea. Fijo que eran de lo más turbio... Sueños de poder, delirios de grandeza y bellas mujeres. No quería esas imágenes en su propia mente. La sacerdotisa se aproximó al joven y removió los pétalos de las flores para que desprendieran sus esencias con más vigor...

- Kârmne... -musitó el joven en sus sueños. La sacerdotisa se acercó a su rostro y lo contempló. Hahsuc no... hermano...

La mujer le miró con curiosidad. ¿Sabía aquel cenutrio que Hahsuc no era su verdadero hermano? No podía creérselo... Abandonó el ritual y se le quedó mirando fijamente en busca de más palabras. El joven empezó a roncar y la sacerdotisa bufó indignada. Por un instante, sintió el aliento de Akinom y vio los ojos de cordero degollado de Hahsuc en un paisaje dorado. Pestañeó. Su señora estaba en serio peligro...


Los ojos de Am-näir estaban llenos de brillantes lágrimas y al resto de siervas se les rompía el corazón... La joven se había derrumbado y había comenzado a llorar silenciosamente. Ella, la incólume, la más valiente y ambiciosa, sollozaba sin consuelo. Una de las jóvenes se acercó y desató sus manos, a pesar de los susurros de las demás. No podía dejarla en tal deplorable estado... La vigilaban de cerca, no pasaría nada. Cuando se vio liberada de sus ataduras, la joven sonrió en agradecimiento e inmediatamente echó mano a su túnica, de la que sacó una pequeña botellita que estampó contra el suelo no sin antes cubrir su rostro, haciendo que todos a su alrededor cayeran sumidos en un profundo sueño...


¿Qué demonios ocurría? Por Ra que tenía que averiguarlo. 

- Vuestras palabras son necias, tan solo anhelais poder, devastación. Imlan jamás será vuestro. Yo jamás seré vuestra.

Estaba realmente gloriosa y brillaba con luz propia. Ark-los no podía dejar de admirarla en las sombras. Aquella ya parecía más su Akinom, una auténtica reina del Nilo. 

- Mi señora...
- No. No soy vuestra señora...
- ... Sois señora del Nilo, de la tierra. De todo lo existente. De mi corazón, aunque lo neguéis -interrumpió Hahsuc.
- Nunca, nunca...
- Siempre. He cometido errores en búsqueda del poder y la gloria. Pero existen otros caminos. Mostrádmelos. 

¿Pero quién se creía para hablarle de ese modo? ¡El amor de su vida estaba justo detrás!

- No sois quién para recorrer según que caminos. Volved a vuestra tierra  y tendré clemencia.

Una carcajada de Hahsuc la sorprendió del todo. ¿Se reía?

- No me hagáis reír... Un uraeus y vuestra semejanza física con Hathor no son suficientes para gobernar un reino. 

Akinom no sabía qué decir. ¿Qué había cambiado de nuevo? El oasis de los perdidos parecía hacer perder la coherencia a aquel despreciable... No entendía aquellos cambios tan bruscos. La luna relucía con su enorme belleza en el firmamento. ¿Sería su influjo el que le hechizaba?

- Akinom...

La voz de Ark-los trajo de vuelta sus pensamientos. No podía permitir que Hahsuc estuviera ni un instante mas en aquel lugar sin purificar su espíritu.


La sacerdotisa había vuelto al ritual mientras Berthal roncaba como un poseído. Tras varios hechizos y ceremonias consagró la pirámide y todo lo que se hallaba en su interior. Berthal comenzó a gritar asustándola y trató de incorporarse tan de golpe que la sacerdotisa cayó hacia atrás.

- ¡Oh, que horrible pesadilla! ¿Dónde está mi hermana, la princesa Akinom?

Kârmne se quedó sin palabras. Aquel no parecía Berthal, el niño engreído hermano del aún más petulante Hahsuc. Parecía un joven comprometido con el reino, maduro, serio... ¿Tan fuerte había sido el ritual que había cambiado su personalidad?

- Debemos advertirle. Hahsuc hará todo lo que esté en su mano para arrebatarle el reinado y quizá... Quizá quiera asesinarla -dijo con seriedad. Kârmne no se lo podía creer. Sin ningún disimulo, comprobó las pociones que tenía en la pirámide. ¿Le había dado alguna por error? No era capaz de recordarlo...

- Sacerdotisa, soltadme y juntos protegeremos a Akinom, a mi hermana.

Kârmne perdió la razón por un instante y confió ciegamente en aquel joven. Le desató alegre por lo bien que había salido el ritual y comenzó a meditar una buena forma de disculparse con él por lo acontecido previamente... Quizá las esencias y fragancias de la magnífica Imlan habían introducido al fin un poco de sentido común en aquella sesera. En cuanto el joven se vio libre, sonrió agradecido a la sacerdotisa y se dispuso a seguirla.

- Está bien, salgamos de este lugar...
- ¡Ni pensarlo!

En un movimiento rápido, Berthal dio un golpe seco en la nuca de la sacerdotisa que la hizo caer de rodillas.

- ¡Y así es como se engaña a una bruja del demonio! -exclamó Berthal con su voz de siempre dando rienda suelta a su hilaridad. La sacerdotisa yacía inmóvil en el suelo y el joven no podía sentirse más ufano. ¡Y ahora me largo de este lugar infernal!
- ¡Que os lo habéis creído!

Kârmne se levantó con agilidad felina y rodeó al joven con sus brazos haciéndole un movimiento que casi le parte el brazo izquierdo.

- ¡Ay, no!
- ¡Ya sabía yo que no podíais cambiar! ¡Ni siquiera la poderosa magia de Imlan puede acendrar vuestros pecados! 
- ¡Pero confiabais en mi! -chilló el joven como un crío.
- ¡Nunca! ¡Os he engañado! -mintió.
- ¡Basta!

Ambos dejaron de forcejear y se giraron a la vez. Am-näir, vestida a la manera griega, portaba una antorcha en una mano y un khopesh en la otra. Parecía una guerrera amazona.

- ¿Cómo habéis recuperado la voz? ¿Qué hacéis aquí? -preguntó Kârmne asiendo con más fuerza a Berthal, que se retorcía como un cochinillo.
- ¿Pensáis que sois la única que domina la magia? Mi madre es una sacerdotisa menor y conoce algunas pócimas... 


Kârmne se sentía desbordada. Am-näir la amenazaba con el sable y no sabía qué hacer.


La futura reina de Imlan miraba el hermoso paisaje onírico del oasis en medio de una batalla interior. Conocía ese lugar, su poder, pero no cuánto podía cambiar los corazones de aquellos que lo descubrían. Y se arrepentía de habérselo descubierto a Hahsuc, como si uno de sus más preciados secretos hubiera sido revelado a quien podría destruirlo todo... No quería que acabara con su reino, con su grandeza, con todo por lo que había luchado y debía seguir luchando. Se giró y miró a Ark-los, perdida. Los ojos castaños de su consorte le devolvieron una mirada que hizo que todas sus esperanzas se desvanecieran. Veía el reflejo de Hahsuc en ellos.

- ¿Estáis bien? La hija de faraones no debería cavilar tanto sus decisiones... Tal vez el peso de un reino sea demasiado para vos... -dijo Hahsuc. 

¿Qué le estaba ocurriendo? Todo parecía como una pesadilla... Los antiguos dioses se alzaban y la juzgaban, los cielos se desmoronaban. Anubis, el chacal, la custodiaba hacia su necrópolis sin lujos donde no llegaría jamás a la otra vida. Bastet abandonaba su rol benévolo y se aliaba con Sacmis para que el sol le diera muerte. Maat rompía el equilibrio y la armonía del universo primigenio para dar valor a la deslealtad, la mentira y la injusticia. Cnum dejaba de crear y las vidas de dioses y mortales se apagaban. Kheper nunca le haría su visita eterna... 


- ¡Akinom!

Despertó en brazos de Ark-los, desorientada. La pirámide reflejaba con la luz de la luna los grabados de su interior. Akinom miró a la joven que se le parecía, fijándose especialmente en su rama y su cetro. ¿Era realmente digna?

- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Hahsuc? -cuestionó la futura reina de Imlan.
- Los Sin Nombre se lo han llevado dormido.
- ¿Qué hago aquí?

Ark-los la miró tiernamente.

- Vuestros poderes son grandes, mi señora. Pero los poderes del oasis de los perdidos pueden ser difíciles... de someter...
- ¿Qué quieres decir con eso?

El consejero hizo una pausa, meditando sus palabras.

- Os mirasteis fijamente y el cielo se desplomó ante vos. 

Akinom le miraba silenciosa sin entender.

- ¿Se... desplomó?
- El poder se liberó... Y fue demasiado para ti. Para él. Para ambos...
- ¿Por qué hablas así de nosotros?

El joven suspiró, resignado.

- Me temo que no todos los enigmas están resueltos, amor mío... Aún nos queda un largo camino antes de que podamos llamar hogar a Imlan -dijo simplemente.


La pirámide relucía a pesar de la oscuridad con la antorcha que portaba Akinom y que recordaba a los antiguos dioses de Olimpia.  

- Y ahora... Vais a liberar a mi futuro esposo.
- ¡Oh! ¿Yo? ¿Tu esposo? ¡Sois muy bella, mi señora! ¿Y decís que sois descendiente de sacerdotisas? -preguntó el joven con voz suspicaz y claramente pinta de no querer emparentar con estirpes de brujas.
- Callaos -Berthal pareció encantado con que le diera órdenes. Probaréis de vuestros propios conjuros, maldita sacerdotisa -dijo aproximándose a ella y obligándola a inhalar el extracto de una hierba que había quemado encima de la antorcha.
- Perdonadme, mi señora... -pensó Kârmne antes de desvanecerse.


Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños guapa!

16 enero 2020

Idealy-zen Chronycles


A veces las grandes historias comienzan en silencio. A veces los cuentos se hacen realidad. A veces el misterio va más allá de los misterios. Y las historias se entrecruzan para empezar a narrar. En lo más recóndito del espíritu. En el lago olvidado de la inspiración. Nace como un sueño idealizado. Lo que se hallaba perdido en la imaginación. Solo para aquellos que logran abrir el corazón...

Ocurre un día de otoño de atmósfera calmada. La lluvia impregna el ambiente de neblina. El sol brilla entre las nubes con su áurea aura. Nada en el ambiente presagia la magia ancestral. Los astros se alinean en danza enigmática. Los destinos marcan el inicio de lo clandestino. Allá en el bosque del cementerio de almas...

Allá en el bosque del espíritu del pasado surge de la hechicería atávica su don maldito. Donde las palabras yacen silenciosas la semilla de ambrosía planta su fruto prohibido. Y ese silencio logra su poder oculto de los espíritus a los que conquista, y ese silencio se convierte en un bosque en el que me hallo perdida. La espesura y su misterio me desorientan; la niebla me lleva a una perdición funesta; verde oscuro es todo lo que aprecian mis ojos; en el bosque primitivo de sentidos engañosos. Y camino sin rumbo queriendo conocimiento y deseando no saber acerca de su naturaleza. Me pierdo entre los majestuosos árboles y la espesura consciente de mi error.

Una hija de Eva cayendo en la tentación, un ser antiguo presa de una ilusión, un bosque oculto que presagia destrucción, una quimera que refleja su pasión. Su naturaleza me atrapa en ella; los pensamientos vagan sin sentido; ya no distingo luz de oscuridad; se magnifica lo que no existe. Llego a la pagoda como en un sueño, su belleza me cautiva, se desdibuja en el ambiente y el hechizo se desvanece.

Allá en el bosque exuberante de mis delirios perdí el sentido de la pura realidad. Entre la hojarasca, la espesura y el verde oscuro de su psique cautivadora como un embrujo. En el sortilegio de su naturaleza perdí la noción del tiempo y de mi. Quería conocer su esencia primigenia, aquello que le movía a ser como era. La pagoda se siente irreal, lejana y maldita, como el elixir de los dioses en la tierra. No conozco sus secretos pero la fuente de mi inspiración mana de ella y la necesito; aunque rompa mi ser en dos y escinda mi alma, quiero alcanzarla y ver en su interior qué me depara; pero se desdibuja en un jirón de niebla desconcertante dejándome con la miel en los labios...

Desperté en un reino otoñal en lo más profundo de mi mente. Nunca volví a aquel lugar en sueños y jamás supe si existía. El verde oscuro del bosque me perseguía en el silencio como una fantasía demente que había dejado cobrar vida en aquel cementerio de espíritus que era mi alma después de que la quimera hubiera borrado todo rastro de cordura en mi imaginación... Y fue cuando la pagoda regresó...


Dedicado a Jorge, por la lluvia y su embrujo.

01 enero 2020

Aetheric Psyche III


Abrí los ojos en un mundo más allá de la niebla. En un frío cosmos en el que reinaba oscuridad. La travesía me llevó a un océano de creatividad... A aquel místico lugar que yo llamaba "la Atlántida". Nunca supe si su musa conocía las aguas más allá donde manaba por siglos la fuente de mi imaginación...
Vislumbré a una joven con una rosa contemplando el cielo. Las voces de las sacerdotisas me llevaban hasta el manantial pero la fuente no traía consigo la iluminación que yo estaba buscando y no sabía donde se hallaba mi musa perdida en las tinieblas, en la profundidad de la psique eterna tan lejos de su portal inmortal y de la Atlántida azul de tiempo atrás...

La oscuridad cayó con su manto sobre el rostro de la musa y volví a seguir a la luz mística...


Continuará...

Malleus Maleficarum

 - ¡La diosa ha llegado!

Y allí se encontraba ella, al pie de la estatua, totalmente perdida. El altar de la efigie estaba cubierto de hermosísimas flores y un escalofrío recorrió su espalda. Era igual que en su sueño... Miró la inscripción. "Sêdnä, la bruja de Yör, poderes ocultos en su corazón". ¿Realmente podría cambiar el destino de la frágil y abandonada nebulosa? Acarició su amuleto del árbol de la vida.

- La diosa de Orión siempre ha sido venerada en nuestra aldea. Tenemos aquí a una digna descendiente de su estirpe, ¡la mismísima bruja de Yör! -dijo la señora con voz emocionada. Los habitantes del pueblo se arrodillaron ante ella y Ödyhn, cuya presencia parecía pasar desapercibida, sonrió. Lady Blue no sabía dónde meterse.
- Yo... yo solo soy...

Guardó silencio. No quería que el precioso pueblo de Ämsyar descargara su ira contra ella y desapareciera en el olvido... 

- Nuestra joven bruja ha invocado a los poderes oscuros.

Para su desconcierto, nadie pareció sorprendido. ¿Por qué?

- Ahora requiere que el velo que divide ambos mundos sea sellado -continuó mirando a Ödyhn, que volvió a sonrojarse de nácar- y para eso necesitará nuestra magia ancestral.
- ¡Nadie ha visto la cueva en siglos! ¡No es posible! -gritó alguien entre la multitud.
- ¡La diosa la encontrará! -chilló uno de los niños.
- ¡Sí, ella tiene poderes inalcanzables! -corroboró otro.

La joven no entendía nada y miró los vivos ojos de la señora en busca de sabias palabras.

- Existe una cueva en lo más profundo del bosque, cerca de un manantial... Contiene una magia de inexpresable poder que solo los dioses pueden dominar. Tu misión será encontrarla y someter ese poder a tu voluntad para poder cicatrizar el velo y liberar a los vivos de los muertos...

Lady Blue meditó bien sus palabras. Regresar al bosque le producía un miedo atroz y no entendía por qué. Tenía la horrible sensación de que algo espantoso la esperaba desde tiempos inmemoriales y su mente se oscurecía por momentos. Las caritas de ilusión de los niños y las esperanzas que aquella aldea depositaba en ella le hicieron tomar una decisión de la que estaba segura que se arrepentiría.

- Está bien. Saldré al bosque.


Y ahora se encontraba sola, en medio de la nada, rodeaba de árboles y riachuelos. Los bosques le producían una indescriptible sensación de paz y sosiego, pero aquel era diferente. Sus ropajes, que había cambiado por una liviana seda verde con adornos de muselina y una capa en tonos otoñales le otorgaban el bello aspecto de una dríada -como habían dicho los niños- y hacían que se camuflara en el verdor. Era una ninfa maldita de pelo negro y ojos verdes. Una bruja. 
No entendía su misión en el mundo, si solo sería portadora de negatividad cuando el pueblo se diese cuenta de que ya nada quedaba de Orión. ¿Lo sabrían sus eruditos en magia? ¿Querrían sellar el velo aunque jamás pudiesen conocer su pasado? 

Se detuvo. Oía a los pájaros cantar, el silbido de las cigarras y la música tenue de los grillos. ¿Dónde se hallaban las dríadas para guiarla? ¿O las ninfas de las aguas? ¿Acudirían los seres mitológicos a ella?

- Por favor... -suspiró. Su voz pareció alcanzar leguas y el eco le devolvió un sonido inequívoco. Una risa clara y diáfana. 

Siguió la voz, que la reconfortaba en la soledad de la floresta. Ödyhn no tenía permitido acompañarla, solo la diosa o su linaje podría encontrar la cueva. Y se sentía muy sola... Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla. 


Se había perdido. Nunca había sabido el camino, pero cuanto más avanzaba más sabía que no podría volver atrás. El bosque era tan extenso que no parecía tener fin y le daba la impresión de recorrerlo en círculos concéntricos cada vez más grandes. El bosque ocupaba todo el mundo, todo el universo, y se prolongaba hasta Orión, hasta los confines de lo desconocido. Hasta la propia nada. Porque era el todo. Y entonces la vio. Brillante, tras varias noches vagando en la oscuridad con la luz de las estrellas y la luna como única guía. La cueva al lado del manantial que fluía como un río de estrellas con su magia apoderándose de la atmósfera. No era consciente del frío que tenía ni del tiempo real que había pasado. Solo sabía que tras unas pocas noches, había encontrado el lugar. Suspiró aliviada y tocó el amuleto de plata que pendía de su cuello, enredándose con su cabellera azabache. 

Un instante. Se contempló en el reflejo del manantial y unos ojos hundidos en sus cuencas le devolvieron la mirada. La melena le llegaba casi hasta la cintura, cuando había partido apenas le sobrepasaba los pechos. ¿Cuánto tiempo había pasado? Se contempló nuevamente. Sus ropajes estaban gastados, pero seguían siendo hermosos. Su rostro estaba pálido, aunque no más de lo habitual y su belleza parecía haber aumentado hasta parecerse realmente a la hermosísima estatua de Ämsyar. El amuleto brillaba a la luz de la luna. Miró el cielo. Los astros, las estrellas, seguían en su lugar. El mundo no había caído en el olvido.

Miró la entrada de la cueva en la negrura de la noche. Unas luciérnagas revolotearon hasta ella prometiéndole su luz en el interior y al darse la vuelta vio la sonrisa de una hamadríada y el reflejo de una náyade en el agua. 

- Bienvenida.

Una hermosa Oréade, espíritu de la naturaleza, la invitó silenciosa a entrar en la cueva con una sonrisa. Sëdnâ, atraída por su belleza y confiada en poder sellar el velo, caminó hacia la oscuridad.



Oscuridad. Caminaba sin rumbo por la oscuridad. Las luciérnagas iluminaban suavemente los muros de piedra, donde de vez en cuando se veían inscripciones en lenguas que desconozco. No entendía por qué me rodeaba la oscuridad, pero no quiero quedarme quieta sin saber qué hacer en medio de la nada. Seguramente un río discurría por encima de la cueva, porque las gotas de agua se filtraban por los muros y pequeños chorros anegaban por momentos el suelo de tierra creando un pequeño lodazal. Me deslizaba por el terreno y temía mancharme el hermoso vestido que alguien me había obsequiado. 

De pronto, sin previo aviso, llegó al final de la cueva. Una enorme estancia iluminada por una antorcha mística que parecía arder imperecedera desde el principio de los tiempos mostraba un atril en el centro justo de la sala. Le dio mala espina. Muy mala espina. Miró alrededor. Los muros de la cueva se extendían hasta el mismísimo firmamento, y el propio firmamento se expandía hasta lo desconocido, tanto que la propia vista no alcanzaba. Vio Orión tan claro como un día de verano, con su colorida nebulosa sumergida en el silencio de la eternidad. Su origen, su fin, mi muerte. 

Caminé hacia el atril con sentimientos encontrados, con un mar de sensaciones horrorosas donde lo divino parecía haberla abandonado, donde todo se perdía y nada se encontraba. Con la mente confusa y el corazón infundado de valor. Un libro muy antiguo reposaba incólume al paso del tiempo en el atril de madera vieja astillado por la magia negra. Brillaba en la oscuridad y ni siquiera las luciérnagas osaban acercase a él. Sêdnä se aproximó con cautela al libro que estaba cubierto por una densa capa de polvo. Pasó la mano por encima y pudo leer su título.

Malleus Maleficarum


No lo conocía. Aquel epígrafe no le decía nada. El latín si lo comprendía, pero "El Martillo de las Brujas" era una obra que no recordaba haber leído nunca. No estaba en la extensa biblioteca de castillo, eso lo tenía claro. Lo tocó con prudencia para comprobar su antigüedad y vio que parecía escrito siglos atrás, pues sus páginas estaban amarillentas y parecían muy desgastadas, como si hubiera sido leído una y mil veces. No había nada más en aquella sala infernal en lo más profundo del subconsciente, por lo que tomé el libro del atril entre sus manos y giré la cubierta para mirar en su interior. 


Deseé no haberlo hecho nunca.

El tratado databa del Renacimiento, en la época de la persecución de las brujas y la histeria brujeril en Europa. Un exhaustivo libro sobre la caza de brujas, con un profundo impacto en los juicios de brujería según dedujo. Algunas de las prácticas que en él se describían si le sonaban, el miedo que rezumaba le era conocido. Demonólogos, inquisidores... Todos aquellos que temían a la oscuridad habían dejado su impronta en aquel ejemplar, que dado su lamentable estado seguramente era el original. Después de leer algunas de sus páginas llegó a unas frases que hicieron que soltara el volumen con un grito como si ardiera. El libro cayó al suelo y quedó abierto. Sêdnä se arrodilló y se sujetó la cabeza, que sentía que le iba a estallar de recuerdos de vidas anteriores y por todo el sufrimiento que había causado en mis peores sueños, como cuando las amables gentes de Ämsyar perecieron con la lluvia de Orión y la furiosa tormenta que desaté. 

Y no era una pesadilla.

Lo entendió todo de golpe. El volumen que reposaba en el suelo, intacto al impacto sufrido, le provocó una oleada de odio y terror por encima de lo humanamente soportable. Con las pocas fuerzas que me quedaban lo tomé entre mis manos y lo dejé en el atril, cerrado, con toda su maldad encerrada en su interior. Y comprendí que no habría magia, humana ni divina, que sellara el velo jamás. Me di la vuelta y acompañada por las luciérnagas, regresé al bosque.


Ämsyar, el pueblo que viene y va, nunca encuentra donde reposar. Fundada por caballeros Luminarios...

Lady Blue caminaba por el bosque con su larguísima melena ondeado con la suave brisa de la mañana. La luz del sol la reconfortaba, aunque su corazón no encontraba sosiego. Había visto el verdadero rostro de Ämsyar, el que el mismo pueblo desconocía, el que debían ignorar para no caer en la ignominia. ¿Dónde se encontraba el místico poder del que la señora le había hablado? No en la cueva. La cueva había sido imposible de encontrar por una buena razón desde hacía siglos y así debía seguir siendo. No podía mentirles, pero no quería que sus horribles verdades salieran a la luz...

- Por otra parte estoy perdida en este bosque... Quizá pudiera seguir así para siempre, convertirme en un espíritu de la naturaleza y dejar que el velo...

Ella no era así. No podía ignorar su error. Aunque Ämsyar estuviera bajo los efectos de una maldición que ellos mismos desconocían, no podía abandonarles. Tendría que encontrar el camino de regreso y buscar otra forma de sellar el velo...

Una risita hizo que se diera la vuelta. No vio nada. La luz del sol se filtraba entre las ramas de los árboles creando sombras que parecían seres mitológicos, pero no veía nada. La risita se escuchó más fuerte. Detrás de uno de los árboles, la Oréade que protegía la cueva se acercó silenciosamente a ella y le tendió una gema verde brillante. Sëdnâ desconocía el material, pero en cuanto la tocó supo que pertenecía a la cueva. Que era lo único puro que podía crear de la oscuridad. La Oréade sonrió y desapareció en la neblina. Lady Blue supo entonces que la cueva jamás volvería a aparecer y el secreto de Ämsyar estaría a salvo mientras ella fuera su custodia.


Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños bellezón!