28 octubre 2020

The Witcher (Ignis Fatuus)

Däyn cerró la puerta tras de sí y exhaló un sonoro suspiro. ¿Qué había sido eso? No tenía explicación para aquel instante de pura conexión. Las musas se habían alineado... ¡No, los planetas! ¡Una pluma!

Guía la quimera, el mundo de la fantasía,
inconsciente liberado, reino de utopía.

Soltó la pluma como si quemase. Sus ojos se abrieron aterrados y miró en derredor mientras la tormenta estallaba en el exterior. Inconscientemente, dirigió la mirada hacia los cajones del escritorio. Con la mano temblorosa, cogió la llave que pendía a su cuello y los abrió.
Todo se volvió oscuridad por un instante... Las imágenes se difuminaban en un mar de irrealidad que las distorsionaba hasta crear meros reflejos de su antigua existencia...

-No... 

¿Cómo puedes escribir a la lluvia desde el desierto?
¿Cómo puedes dejar que la inspiración fluya desde un corazón que no le pertenece?

- No... ¡No!

Y entonces tus ojos inmortales sobre los míos...

- ¡NO!


Ese último "no", a pesar de haberlo exclamado él mismo, le había dado un susto de muerte. Se había quedado frito sobre el escritorio en plena tormenta. ¡Frito! Dioses, si aún tenia la marca de la llave clavada en su mejilla... 

- ¡Eh, tú! -golpeó alguien en su camarote.

Medio atontado todavía por aquel extraño sueño, Däyn se tambaleó hacia la puerta y la abrió. Para su disgusto no era el pirata de la pata de palo, su anterior visita le había hecho gracia.

- ¡Necesitamos ayuda! ¡Al Capi le está dando una paranoia oceánica por la tempestad y está fuera de sí! Krämse ha tomado el mando y necesitamos gente en cubierta...
- ¡Pardiez, allá voy! -dijo el joven contento de no quedarse a solas con sus divagaciones y preguntándose si realmente el término "paranoia oceánica" realmente existiría...


La situación en cubierta no era nada halagüeña. El Capi lloraba sin consuelo abrazado al palo mayor, Krämse se había subido a la torre vigía y gritaba órdenes mientras... Pues mientras se le veía todo, el viento era demasiado fuerte... y los marineros trataban de estabilizar el timón para que el navío se mantuviera a salvo del oleaje... ¡Se sentía vivo!

- ¿¡Qué hago, qué necesitáis!? -preguntó lleno de energía por la siesta en la que desde luego no estaba pensando en absoluto ni considerando sus posibles significados... 
- ¡Oh, Däyn! ¡Toma el timón! ¿si? ¡Guíalos con la brújula!
- ¿La... brújula?

Tratando de obviar que "la brújula indicaba su corazón" -en eso sí había estado pensando, no como en otras cosas...- ¡Oh, basta! -exclamó para desconcierto de los otros marineros.

A ver, concentración. Krämse le pedía que guiase. Pues guiaría. ¿Sí? Sí. 

- ¡Viento en popa a toda vela! ¡Literal, el viento viene de popa! ¡Virad al sur! -ordenó.

Krämse sonrió, satisfecho, mientras aireaba sus vergüenzas feliz de tener una excusa plausible. ¿Sí?


La tormenta había amainado al fin y las aguas volvían a parecer de cristal. Capi se había calmado y parecía más alegre ahora que su Galera Roja se encontraba a salvo de la tempestad, con solo unos pequeños destrozos que lamentar y su aire lóbrego incorrupto. Bueno, eso no es que le gustase demasiado, pero le daba personalidad. Y si quería algo de las bodegas, siempre podía mandar a otro...

- ¡Capi, querido amigo! ¿Estás mejor, si?
- ¡Krämse! Mhenos mhal que no pierhdesh la calma cohn fahcilidaz! -agradeció el hombre, aliviado por tenerlo como segundo de a bordo.
- ¡Pero sí las hojas! -dijo uno de los grumetes pasándole una hoja de platanero. El hombrecillo sonrió agradecido, pero no se la puso.
- ¡Tierrha a lah vishta! -gritó repentinamente el Capi señalando al horizonte y buscando un catalejo.

En la lejanía, se divisaba un islote oculto entre la bruma que había dejado la tormenta. Däyn contuvo el aliento mientras Krämse lo miraba sin perderle ojo.

- ¿La brújula nos lleva hacia allí?
- ¡Sih!  ¡Nhoroheste! -exclamó emocionado Capi.
- Si... -confirmó el joven, ahora realmente preocupado de que ambas brújulas se hubieran sincronizado.
- ¡Entonces es momento de una tonada marinera mientras arribamos! -animó Krämse a Däyn, que se puso a improvisar lleno de inspiración por...

Sí que he visto barcos quedarse 
anclados frente a la respiración 
amenazante de lo eterno,  
o acaso ante el bramido 
colérico de la muerte...

- ¡Oh, mahraviyhoso! ¡Proshigue, muchahcho!

Y desde alguna galera sin más
brújula que la ignorancia...

No podía abstraerse en su psique de poeta con aquel tenebroso islote frente a sus cálidos ojos. Lo veía reflejado en sus pupilas, las mismas que le observaban en silencio perforándole con su ignominiosa ignorancia. Y se vio catapultado a recuerdos, a sentimientos vanos que creía no correspondidos, a la frustración de amar en silencio el océano tornasolado con la luz que reflejaba su nívea piel... 

- ¡Eh, regresa! ¿Sí?

Däyn pestañeó confundido.

- Si, esto...

Vida y muerte son eternas,
imposibles al mismo tiempo.
La naturaleza silenciosa es el preludio
de un renacimiento.
El cambio vislumbra la noche
cuajada de estrellas y la luz ancestral. 

Nunca olvidaría sus miradas. Como si hubiese lanzado una terrible blasfemia a los siete mares. ¿Eran esas sus palabras? Otra vez no...

- ¡Estoy dormido!

Los marineros le miraron estupefactos. Alguno le pareció que se quería... ¿Reír?

- ¡Paranoia oceánica!

Ahora si que la había liado.

Flores de carroña, sonidos del averno
el miedo, la duda, el silencio

Despertó en su camarote con unas esencias extrañas abrazando sus sentidos. Especialmente el olfato, pero también la vista, pues notaba los ojos resecos, el tacto, pues se sentía pringoso y el aroma se había calado en sus ropajes, y el oído, porque el tarro que contenía aquellas hierbas emitía un extraño fulgor burbujeante que dejaba un sonido curioso de describir.   

- ¡Ya despiertas! Menos mal.

Krämse estaba sentado a los pies de su camastro canturreando una cancioncilla que parecía un ritual tribal.

- ¿Qué ha ocurrido?
- ¡Ta, ta, T-dang!

El joven no sabía qué responder a eso mientras Krämse reía con sus clásicas risas convulsas y silenciosas. Al menos había renovado su taparrabos, que ahora parecía más frondoso. ¿De dónde sacaría tantas hojas de platanero?

- ¿La sacerdotisa..?

Krämse rió más fuerte y todo su cuerpo vibró al compás del silencio de su hilaridad.

- ¡La sacerdotisa! Claro que no, muchacho. ¡Más quisieras que ella fuera tu problema!
- ¿Qué significa..? -preguntó Däyn, confundido.
- El islote al que nos llevaron las brújulas es una isla Tdang. Muy tenebrosa.
- Mal rollito...
- Sí. Efectivamente. Y hace efecto en tu alma de cristal -terció el hombrecillo poniéndose serio. 
- Mi "alma de cristal"?
- ¡Los vientos, muchacho!

Däyn no entendía o no quería entender. El señorín respetó su decisión.

- Así que resulta que esa isla te afecta por lo abyecto de su legado... Porque tienes un vínculo con ella.
- ¿Soy un Tdang?
- Pues hombre, no creo... Pero esa brújula, mi sextante, la brújula de Capi...

El joven abrió mucho los ojos esperando una revelación única.

- Todas marcaban este lugar como destino. ¡Tendremos que averiguar por qué! ¿Sí?

El muchacho le miró decepcionado y Krämse volvió a reír.

- ¿Y estas esencias?
- ¡Fantosmia!

Nuevamente, se quedó sin palabras.

- ¿A qué te huele?
- Eucalipto... menta, ¿Miel?, agua marina, incluso diría que ajo... Pero tiene un aroma dulce y sutil...
- ¡Oh, interesante! A mí me huele a platanero y helado.
- ...

Däyn se levantó y miró por el portillo, espantándose. Estaban anclados en la isla, cuya arena negruzca le recordaba a ceniza y cuyas aguas parecían corruptas. Algunos marineros paseaban entre las algas rojizas del lecho marino que le conferían el aspecto de sangre. Luces que juraría que era fuegos fatuos danzaban en medio de la oscuridad... ¿Cuánto tiempo había dormido?

- ¿Por qué las brújulas nos traen hacia aquí? -preguntó intrigado.
- ¿No tienes tú la respuesta?

Cae la noche antes de que caiga.
Agoniza el aliento amarrado
al Olimpo ínfino que mana
de la ausencia inefable, tomado
por los dioses de cicuta
que no se supieron soplido
entre la maleza de tus rezos.

Cae la noche antes, 
muere el día en su retiro
de párpados.

Paseaba en solitario por la naturaleza salvaje de aquel lugar, como el resto de marinos. Explorando, descubriendo. Prefería mil veces la realidad en la que Jaime de Messacota y los demás vivían... Porque aquel islote le recordaba una vieja historia tenebrosa de venganza... Casi esperaba ver aparecer a los lobos, las figuras espectrales...

- ¡Oh, lunacy! ¡Oh, illumination!

Capi parecía un Sir Walter Raleigh con los ropajes antiguos con los que había decidido visitar la isla -para ponerse en consonancia con ella, según Krämse- recitando poemas en lenguas desconocidas. La brújula giraba descontrolada de nuevo, como si no supiera qué buscar. ¿Tal vez había demasiados interrogantes allí?

- ¡Noroeste! ¡A New Age Dawns!

Sintiendo un escalofrío, Däyn siguió al Capi y los designios de la brújula.


Dedicado a Dani, ¡feliz cumpleaños bucanero!

09 octubre 2020

Amoena orbis terrarium

Lo que ocurrió en ese momento sí que fue inenarrable. Märga tardaría años en olvidar aquella escena nocturna en los manantiales. Quizá lo mejor fuera hacer un impasse en sus recuerdos y desvanecer los últimos acontecimientos... Su memoria iría de la creación del Clan Siniestro a... Bueno, a un futuro que aún no había ocurrido... Buff, era mucho que omitir, y como ya había dicho: "qué traaauma". El caso es que habían logrado liberar a Ëdeweiss porque la ninfa de cabello oceánico ya no la quería después de... De uno de esos recuerdos que iba a olvidar.

- ¡Qué bien, por fin podemos ir a ver a Pänsy con su Absalón! ¡Y todo gracias al súcubo! -dijo Polvo de Galleta lleno de felicidad mientras contemplaba la belleza de la nieve contrastando con el cielo nocturno.
- ¿Y este chico no tiene frío? -preguntó El doble de chico-chica, bastante incómodo por su desnudez.
- No parece que le afecte... -comentó Princesa mirando por millonésima vez su estambre. Su novio estaba tan feliz de haberla recuperado que no sabia si alegrarse o enfadarse por su comportamiento inapropiado.
- Parece que olvidáis que vamos por el mundo con un hombre desnudo...
- Y digo yo, ¿no se le puede echar una manta encima o algo?

La meiga miró con una ira helada a Km3 y éste calló al punto. ¿Si fuera tan fácil como "echarle una manta encima" (pensó con retintín) no lo habría hecho ya?

- Está hechizado. No se le puede cambiar. 
- Pero...
- Pero nada. Es parte de su conjuro, al fin y al cabo es una flor... ¿Y ésta cuando se larga? -pensó para sí. El súcubo iba de la mano de Ëdeweiss y Chico-chica le echaba miradas furibundas a la flor y sin poder evitarlo de adoración a la hipnótica mujer a pesar de su envidia.
- Tiene que acompañarnos para que Absalón no vuelva a caer en el embrujo de las ninfas -contestó como si le hubiera leído los pensamientos.
- ¡Ah! Bien... 

La verdad es que no le hacía ninguna gracia tener que viajar con esa criatura, pero quizá su belleza distrajera a la gente de Absalón... Miro con nostalgia a Polvo de Galleta. Quería su cuerpo de vuelta.


Viajar durante la noche había sido una buena idea ya que la oscuridad les protegía de miradas indiscretas, y como ya había dicho en alguna ocasión conformaban un grupo de lo más pintoresco y llamaban la atención por doquier. Märga, convertida en Sexy de Galleta, Polvo de Galleta y su inexplicable empeño en ondular su cabello -que por cierto le quedaba estupendamente, tenía que probarlo cuando fuera ella misma-, el sensual súbuco... y el hombre en pelotas. "Pintoresco" era decir poco...

- ¿Cómo decís que vamos a viajar hasta el puerto?

La cuestión era muy difícil, por no decir imposible, de resolver. Viajar de Êdimbürgh "allende los mares" al valle de Pänsy solo podía hacerse en barco -por la maldición de la dichosa florecita- y sería  durante casi una luna. Una luna de hombre desnudo en un sitio reducido... Aunque permaneciera en el camarote con el súcubo y cuantas barbaridades se les ocurrieran para entretenerse, primero tenían que subir al barco. ¿Y qué capitán les permitiría viajar en aquellas condiciones?

- Lo más difícil me parece que será llegar al embarcadero sin que nos apresen... -suspiró Märga. En serio, ¿era necesario que fuera en bolas? Estúpida Pänsy...
- ¿No podéis hechizar a todo el mundo para que lo perciban de otra manera?

La meiga se quedó mirando boquiabierta al súcubo. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

- ¡Eres un genio! ¡Alterar su percepción! 

El súcubo sonrió con sinceridad y al punto le pareció más humana.

- Será complicado porque en el puerto hay mucho movimiento, pero no es inverosímil... ¡Me encanta! ¡Es la solución perfecta! En cuanto os encontremos un camarote basta con que no salgáis a menudo y... ¡Me encanta! 
- De nada, Märga la meiga. Tus poderes son conocidos en los caminos, incluso para nosotros, seguro que podréis con un hechizo así -dijo mientras Chico-chica la miraba orgulloso por haberla invocado.

Pues sí, si que podía. Y sí, fue útil. Arribaron al fondeadero -lo mejor era empezar con la jerga marinera lo antes posible para familiarizarse- y lo único que la gente podía ver era el extraño grupito de amigos en el que había dos parejas, una de ellas hermosos como elfos... Y eso que había cambiado también la percepción que la gente tenía del súcubo, para que no llamara tanto la atención...

- ¡Estamos en el barco! ¡Rumbo al valle de Pänsy! -se alegró Polvo de Galleta, que cada vez se veía más cerca de recuperar su cuerpo original.
- ¡Y los camarotes son fantásticos!
- ¡Mirad que vistas!

Solo se veía la uniforme superficie del océano interminable, pero Märga les entendía. También estaba emocionada.

- Bueno, ahora solo falta que no salgáis mucho del camarote y...
- No creo que eso sea posible.

La meiga miró al súcubo y por un instante sintió un escalofrío de terror. ¿Se la iba a armar?

- Yo tengo asuntos que atender en las noches, entenderéis que es mi naturaleza, Märga la meiga...
- Eh... Sí... ¿Pero puedes hacerlo con discreción? -preguntó mientras la apartaba lejos del resto, que charlaba animadamente.
- Por supuesto.
- ¿Y cómo mantendrás tranquilo a...?
- No hay problema -dijo mirando al manflorita y guiñándole un ojo, para disgusto de Princesa- está bajo mi conjuro de amor, dormirá soñando conmigo cada noche...

En serio, es que esa voz la seducía hasta a ella.

- Está bien, tu haz... Lo que tengas que hacer, pero ten cuidado.
- Los demonios somos sigilosos, no os preocupéis...

Por un momento sintió que visitaría su propio camarote, pero no era posible porque le había tocado compartirlo con Polvo y no se atrevería a tocarlo con cuerpo de mujer... ¿Verdad? ¡Además, ella era Sexy de Galleta...! 


Tras dos semanas en la mar, nada extraordinario había ocurrido. Ninguna tormenta, ningún desvío. Lo que fuera que hiciera el súcubo en las noches pasaba desapercibido, pues su apariencia real solo emergía cuando estaba alejada de Ëdeweiss, con lo cual nadie la relacionaba con la hermosa joven que acompañaba al muchacho. Y hasta se estaban haciendo buenas amigas, para desconcierto de ambas.

- Habéis sido muy sabia, meiga. Os agradezco el cambio de percepción, pero confío en que solo se mantenga en el tiempo que estoy cerca de Ëdeweiss... -dijo con su sicalíptica voz.
- Claro, luego liberaré la visión del mundo sobre tí. La verdad que te agradezco todo lo que estás haciendo por nosotros...

¿Y por qué lo estaba haciendo?

- No es por Chico-chica. 

Genial, otra que le leía el pensamiento.

- ¿Qué quieres decir?
- El don del brujo sin nombre -dijo misteriosamente con una sonrisa sibilina.

Dedicado a Marga, ¡feliz cumpleaños bollín!

01 octubre 2020

The Heart of Everything (Holy Ground)

Epílogo 

Tenía que ser ella, la Gran Señora, la Gran Diosa. Ningún ser terrenal podía ser tan hermoso ni desprender tanto poder. Ambos elegidos estaban sin palabras, su mera presencia les resultaba irreal, como si las profecías al fin se cumplieran y la Diosa hubiese llenado de gracia su mundo con su aparición. Prôed vio algo entre el ropaje de aquella dama que le dejó aún más sin aliento.

- Lêan... 

El joven Leonîda no podía apartar su mirada de aquella sonrisa tan pura.

- Lêan... "Socio"... 
- ¿Qué?

El heredero al trono de Nrym apuntó a una de las manos de la joven y Lêandrö ahogó un grito. Era la flor de cristal índigo.

- Bienvenidos, elegidos.

Su voz era como el canto de un pájaro, uno que perteneciera al paraíso. Ese timbre no lo olvidarían jamás.

- Hola... -dijo tímidamente Prôed, sintiéndose tonto. Entre él que no paraba de mirar la flor estupefacto y su amigo que parecía completamente obnubilado por su belleza irreal debían parecer dos locos. Al menos ya no pensaba en aquella sacerdotisa demoniaca...
- Mi Señora -hizo una reverencia el futuro rey de los Leonîdas. Prôed le imitó y la mujer sonrió ampliamente.
- Habéis logrado vuestro cometido. Sois los mejores elegidos que he escogido en los últimos milenos -alabó. Los guerreros no sabían qué decir.
- ¿Vos sois..?
Äshrôn Den Deläh.

Su nombre real, aquel que todos desconocían, cambió sus existencias para siempre. No recordaban bien qué había ocurrido entonces, solo que la seguirían ciegamente para cumplir su destino. La joven había bendecido la piedra Yngü de Lêandrö y le había dado un beso en la mejilla. Su puro contacto había desterrado cualquier pensamiento oscuro que pudiera tener y cumplió una de las profecías, aquella que había escogido en el templo de Möryew. Luego sonrió al señor de las tierras de Kyrien y susurró unas breves palabras en su oído que le hicieron gritar de asombro.

- ¡No puede ser! ¡Es imposible! -exclamó fuera de sí para horror de Lêandrö. ¿Cómo se atrevía a levantar la voz en presencia de Äshrôn? No tenía ningún saber estar... Y él debía andarse con cuidado, ¡A ver si iba a ser demasiado enamoradizo? ¡Pero era la Diosa! No estaba a su alcance, por supuesto, pero la adoraría por el resto de su vida y la eternidad. ¡Al carajo la sacerdotisa maldita!

Una risita en su mente le hizo helarse de terror. Miró a la Diosa, que esquivó ágilmente su mirada, pero sonrió. Aún debía luchar contra sus demonios...

- ¿No están escritas las profecías en Möryew? ¿Las palabras que susurro a la humanidad en busca de guía? -sonrió misteriosa. Prôed la contemplaba incrédulo. 
- Socio... -musitó Lêandrö, temblando como una hoja. No lo podía evitar- Socio...
- ¿Qué te pica?
- Está... aquí... -gimió el Leônida antes de casi desvanecerse.

La sacerdotisa demoníaca había irrumpido en la estancia. No se habían percatado de su presencia, tanta era la luz que desprendía la Diosa. El silencio que dejaba atrás en la taberna era signo suficiente de que algo no iba bien. 

- Has venido... -susurró Äshrôn sin perder la sonrisa.

La sacerdotisa rió con su risita maléfica y dirigió su mirada a Lêandrö, que no era capaz de verle los ojos debido a su capucha. Su cuerpo parecía ensombrecido, fruto de la luz que se filtraba a través de la puerta antes de que la cerrara de un portazo convirtiendo aquella estancia en un lugar más allá del mundo terrenal. Una escisión en el tejido de la realidad.

- ¿Qué..? -empezó el heredero al trono de Nrym, pero Lêandrö le suplicó que no dijera palabra. Juntos se retiraron y el príncipe de los Leônidas asió con fuerza la piedra, el amuleto de rubí y la brújula de cuarzo, sintiéndose protegido. Prôed estaba tan alucinado en general que giraba nervioso entre sus dedos el anillo de ópalos y trataba de proteger sus partes nobles con el libro de nácar. No sabía por qué, pero esa sensual sacerdotisa al fin quizá se fijara en él, estaba mucho más bueno que el príncipe. ¿No?

- ¿No les vas a decir tu nombre? -animó la Diosa. Sin que ninguno de los elegidos lo esperara, la sacerdotisa se retiró la capucha y gritaron de asombro y terror. Su rostro era tan inhumanamente hermoso como el de la Diosa... Porque era el rostro mismo de la Diosa. Casi idéntico. El futuro rey de los Leônidas, que le había profesado un amor ardiente a la oscuridad y ahora un amor puro a la luz, podía notar las sutiles diferencias. Pero era Prôed, señor de Kyrien, quien la veía como realmente era. Una joven terriblemente hermosa pero desfigurada, porque su alma estaba tan corrupta por la podredumbre que no quedaba nada de la jovialidad que algún día había adornado su rostro. El mismo que vio el la caverna donde hilaba con su rueca. 
- Häled Ned Nôrhsä. 

Los oídos del Leônida se rompieron ante tal profanación y Prôed quedó ciego. El libro de nácar, lo único que podía salvarles de la destrucción, quedó inservible. 

- Tu nombre es odio, mira lo que ha ocurrido. Como con todas las generaciones de elegidos que caen en tu hechizo.

La risita de la sacerdotisa solo pudo escucharla Prôed. Quería asesinarla, pero no sabía a dónde dirigir su furia ni su espada. Lêandrö la contemplaba horrorizado. ¿Cómo un ser tan hermoso podía ser tan malvado? ¿Acaso era la mujer que había hecho caer en el pecado a los de su estirpe?

- Tu linaje no puede prosperar. Este elegido es mío ahora. Y el otro jamás fue tuyo. Esta vez no les harás abandonar su destino ni los símbolos que portan.

La sacerdotisa maldita comprendió en ese preciso instante lo que nadie, excepto las sacerdotisas, habían comprendido hasta ese momento. La razón por la que había dos elegidos, nacidos el mismo día bajo los mismos signos astrales. Y los elegidos entendieron que las leyendas no eran más que mentiras, y que los elegidos siempre habían errado en su misión, por eso abandonaban los símbolos. Por deshonor. La sacerdotisa alzó una mano y de la nada apareció una rueca en miniatura, con la que empezó a tejer un nuevo destino. 

- ¿Qué ocurre? ¡No veo nada! -gritó Prôed, desencajado.
- ¡Socio! -dijo Lêandrö, que le había visto mover los labios -¡Tenemos que cortar los hilos del destino!

Fue como si el tiempo se detuviera. La Gran Revelación. La Diosa sonrió por última vez, y lanzándole un beso y una sonrisa que no olvidaría jamás, desapareció de su lado no sin antes entrelazar las manos de los elegidos y entregarles la flor de cristal índigo. El poder absoluto. 

- ¡Socio, la flor! ¡La flor es para ambos!
- ¡Pues ya puede estar bien afilada, atravesaré el corazón de esa bruja! -gritó con fiereza Prôed, aunque el Leônida solo dedujo sus palabras porque no sabía leer los labios. La sacerdotisa comenzó a hilar con premura y ambos jóvenes comenzaron a sentir cómo les fallaban las fuerzas, siendo atados por un destino al que no pertenecían.
- ¡Yo te amaba, maldita sea! -gritó Lêandrö, furioso.
- ¿A mí? -exclamó Prôed, sintiéndose halagado e incómodo a partes iguales. Sin escucharle, el príncipe prosiguió.
- Has tomado el rostro del ser más puro, sabio y bondadoso que existe ¡y eso nunca te lo perdonaré!
- ¡No es tan hermosa, eres tú que la ves así! -gritó Prôed, aún a sabiendas de que no le escucharía. 
- ¡Muere!

Antes de que pudiera hacer nada, el amuleto de rubí se partió a la mitad y la brújula se detuvo sin marcar ninguna dirección. ¿Cómo era posible? 

- Prô...

No le hizo falta preguntar. El anillo de ópalos se había deslizado del dedo del señor de las tierras de Kyrien y yacía roto en el suelo. Solo la frágil flor de cristal permanecía entera mientras la sacerdotisa sonreía de forma siniestra cambiando el curso de la historia a su voluntad.

- ¿Por qué haces esto, maldita sombra?

La sacerdotisa se detuvo al punto. Parecía más peligrosa que nunca, sus ojos ensombrecidos por algún sentimiento indescifrable. Se retiró la túnica y Lêandrö, con toda su fuerza de voluntad, apartó la mirada. No la vio hasta que se puso frente a él, peligrosamente cerca, como un liviano espíritu.

Portaba un atuendo rojo sangre terriblemente sensual que destacaba su melena oscura y su pálida piel y unos hilos entrelazados en su brazo simbolizando el matrimonio oscuro que quería con él. Miró el anillo de ópalos, la alianza, el amuleto rubí que conjuntaba con su atuendo, el libro de nácar donde inscribir sus nombres unidos por la magia oscura y la brújula que marcaría su camino. Lo único que tenía que hacer era entregarle la flor como signo de amor y todo acabaría. El rostro de la Diosa sería suyo para siempre. Pero para ello debía asesinar a su compañero ciego -que por cierto no paraba de gritar improperios, aunque nadie le escuchara. 

- Y entonces... Nada será como siempre. Tú serás mi auténtico elegido, mi verdadero amor -dijo la sacerdotisa con su voz más sicalíptica. ¿Qué importaba que el otro elegido no la amara? Le destruirían juntos. 

~~~
Nunca.


Lêandrö la traicionó. Traicionó a la Diosa oscura, empuñando la flor de cristal índigo junto al heredero del trono de Nrym. Le prometió un destino juntos para que no hilara, y rompió su rueca. Juntos le atravesaron el corazón con el tallo de la flor, que sangró toda la ponzoña que tenía en su interior, dejando negrura a su alrededor. Su cadáver era horripilante, y el grito agónico que había lanzado por aquella felonía fue tan espantoso que devolvió la vista a Prôed y el oído a Lêandrö, castigando al primero con una última visión real de su horrorosa presencia hasta entonces ignorada y al segundo con la voz maldita que nunca jamás volvería a escuchar salvo en sus pesadillas.

- ¡Socio! -exclamó el futuro rey de los Leônidas abalanzándose a los brazos de su amigo.
- ¡Calma, muchacho! -rió el otro correspondiéndole sin poderlo evitar. Nadie en la posada parecía haberse percatado de que el destino se había forjado entre aquellos muros. Gracias a la auténtica Diosa.

***

"Las diferentes generaciones de Elegidos portaban los objetos hasta que su misión tocaba a su fin, momento en el cual los abandonaban en un enclave que se les aparecía en sueños".

Una vez cumplido el destino, el verdadero destino, entendieron que los símbolos siempre les habían pertenecido. Que eran un regalo de la Diosa para que nunca olvidaran su presencia, ni su aventura. Ni el profundo vínculo de amistad y lealtad que ahora les unía.

- ¡Así que el amuleto de rubí, la brújula de cuarzo y el libro de nácar te pertenecen! -exclamó Prôed, por una vez sin envidia.
- La Diosa me dio más símbolos porque sabía que yo sería débil a los encantos de la sacerdotisa... ¡Si hasta necesité la piedra Yngü! Más que un honor será un recordatorio perenne de mis pecados y una lección para que aprenda a forjar mi carácter... ¡Tú nunca sucumbiste, socio! Eres el mejor elegido y por eso mereces el anillo de ópalos -contestó, alegre de que los símbolos hubiesen renacido tras la muerte de la sacerdotisa.
- ¿Y la flor?

Ninguno supo qué decir, pero ambos sabían la respuesta.

- Pero yo seré el rey principal...
- ¡No, no, no! -rió su compañero- Tú te ocupas del trono de Nrym en las tierras de Kyrien y yo de mis Leonîdas... Pero uniremos ambos reinos bajo la flor de cristal índigo, a la que eregiremos un templo justo en el medio de ambas tierras...
- ¿Y quién va a custodiarla?
- Tú sabes bien quién... 

El heredero al trono de Nrym asintió y ambos iniciaron su último viaje juntos en la era de paz hacia Möryew, en busca de la hermana de Prôed.

Fin.

Dedicado a Leandro y Pedro, ¡feliz cumpleaños, héroes!