26 mayo 2018

Tikilluarit annakpok

La noche caía suavemente en las montañas dejando un cielo en tonos rosados y anaranjados tan bello como la Veela que les custodiaba hasta las cuevas. Bêah la contemplaba con ciertos celos que no podía eludir. ¡Era tan hermosa! Un trueno resonó en la lejanía.

- Se acerca una tormenta... Adivino que no querréis trotar bajo la ventisca... -dijo con su voz de ruiseñor. 
- Vuestros alazanes soportan cualquier temporal y nosotros tenemos prisa. ¡El tiempo apremia! La guerra se acerca... -susurró Bêah. 

La ninfa la miró con una sonrisa pícara. ¿Tan poco interesante se creía aquella sacerdotisa en su presencia?

- Vos no sabéis sobre la guerra... pero vendrá y será más cruenta de lo que nadie espera. Una auténtica masacre... pero eso no debe preocuparos ahora. Saldréis victoriosos si lográis encontrar el destino marcado por los astros. 

La Matriarca se sentía inútil a su lado. Le arrebataba todo su brillo y la dejaba como un ser opaco sin ningún fulgor. ¡Ella, la Suma Sacerdotisa, profetisa y...!

- ¡Mi señora!

Bêah no se había dado cuenta de que había empezado a nevar fuertemente. La ninfa y Lemuel le hacían gestos para que se refugiara con ellos bajo una oquedad en la montaña. Los caballos parecían felices a pesar la tempestad.

- Lo siento, estaba distraída... Abstraída en mis pensamientos...
- No os preocupéis. Salvo que deseéis descansar un poco puedo invocar el fin de la tormenta.
- No necesitamos parar, muchas gracias -se esforzó la sacerdotisa en ser amable- Si podéis detener la ventisca de nieve continuaremos cabalgando hasta la noche...

La ninfa sonrió de nuevo y con una melodía tan increíblemente bella como su voz paró la tormenta y dejó el cielo despejado, con las primeras estrellas brillando en él.

- Es muy hermoso -suspiró Lemuel. La Veela le sonrió aunque sabía que no tendría ningún efecto sobre él.
- Podréis encontrar una fuente de sabiduría muy cerca de aquí... Si esperáis a la noche encontraréis una fortuna que jamás soñasteis.

A la Matriarca no le gustaba que hablara en acertijos, pero si así era, esperaría paciente a esa fortuna. 


Cabalgaron entre los montes con los fuertes alazanes como guías y justo cuando la noche se cerró del todo y las estrellas brillaban en toda su gloria en el firmamento, llegaron a un misterioso bosque que parecía pertenecer a otra dimensión.

- ¿Un bosque en medio de las montañas? -se sorprendió Bêah.
- Sus enigmas son tan profundos que nadie conoce su existencia... Solo nosotras, las elegidas de Ägniaram, que convivimos con ellos en secreto desde hace siglos. 
- ¿Con quiénes..?

Antes de que acabara de pronunciar las palabras, una criatura con cabeza, brazos y torso humano y cuerpo y patas de caballo apareció en la linde de la foresta.

- Una... centáuride... -musitó Bêah. 
- Ixión y Néfele... -recordó Lemuel. 
- ... Entre la civilización y el barbarismo... -siguió Bêah en voz apenas audible.
- Bienvenidos, humanos -dijo la centáuride.
- Buenas noches, Antares.

La centáuride sonrió y se inclinó ante la Veela, que hizo una reverencia a su vez. Bêah y Lemuel se quedaron inmóviles sin saber qué hacer.

- Estos son mis amigos, Bêah, Suma Sacerdotisa, y su consorte. Buscan la cueva con pinturas rupestres...
- Sí, lo sabemos. 

Otra centáuride casi idéntica a la anterior apareció en la linde del bosque. 

- Vega... hacía mucho que no te veía.

Bêah las observó. No era común ver centauros hembra en el mundo, ya que eran aún más reservadas y misteriosas que los machos. Ambas eran castañas, de pelo complejamente trenzado y muy hermosas. Sus ojos oscuros brillaba con luz propia en la oscuridad, con la luz de las estrellas que contemplaban cada noche para descubrir los designios de su raza y las otras. ¡Cuántas criaturas poderosas y majestuosas existían en el universo! Bêah se sentía pequeña y humilde ante ellas a pesar de sus poderes... La segunda centáuride la miró profundamente y la sacerdotisa tuvo la impresión de que leía su alma y descubría secretos inconfesables que jamás debían ser revelados. Sonrió.

- Nunca recibimos visitas, los humanos no son bienvenidos si desean acabar con nuestra raza o aprovecharse de nuestro conocimiento... -dijo con voz suave.
- ¡Nunca osaríamos hacer tal cosa! -se defendió Lemuel. Bêah lo miró y negó con la cabeza. Los centauros eran seres inconstantes y no se distinguían por su hospitalidad. Debían obrar con cautela.
- Son de fiar, solo necesitan que leáis sus estrellas para que el destino no les sea completamente velado a sus ojos -dijo voz de ruiseñor.

Antares miró fijamente a Lemuel, que en algún momento de aquel instante eterno apartó la mirada.

- Vuestro amigo tiene horribles pesadillas... Su destino es oscuro... 

Lemuel la miró de nuevo con temor y sin que nadie se lo esperara una flecha venida del bosque se clavó en su costado.

- ¡¡No!! -gritó Bêah yendo en su auxilio.

Las centáurides desaparecieron en el bosque y la Veela corrió con movimientos fluidos al lado de Lemuel.

- ¿Por qué han hecho eso? -sollozó Bêah, que trataba de apretar la herida, que sangraba profusa.
- No os preocupéis, sus flechas tienen venenos y magia que podrán aliviar su malestar.
- ¿Venenos y magia? -se indignó la Matriarca- ¡Morirá!

Lemuel sangraba por la boca y respiraba con dificultad, mirando sin apenas ver a la sacerdotisa.

- Mi... señora...
- No morirá, las Veelas tenemos poderes de curación. Pero el veneno ha de penetrar.

Bêah la observó como si la viera por primera vez. Su larga melena brillaba como una cascada de estrellas cayendo elegantemente por su espalda y hombros con un brillo plateado casi irreal. Sus ojos claros parecían confiados y su silueta era hechizante, tanto como su voz.

- Mi... Bêah... -suspiró Lemuel con un último aliento tomando su mano. El hombre se desvaneció y Bêah ahogó un grito. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y cayeron en su rostro, mientras apretaba su mano cerca de su corazón.
- ¡Lemuel! -gimió desesperada.

La Veela se levantó, alzó la manos como recogiendo la energía de la tierra y las unió mientras susurraba una melodía suave y dulce como los riachuelos que nacen de las montañas. El tiempo pareció detenerse y entre sus desesperación Bêah pudo notar que un extraño silencio caía en el monte. Las hojas del bosque ya no sususurraban y el sosiego se apoderó del lugar. La ninfa tocó el costado de Lemuel y la herida, lenta y laboriosamente, comenzó a cicatrizar.

- Ha perdido mucha sangre... Sangre corrompida por una maldición, de modo que permanecerá en letargo algún tiempo.

Bêah la miró. Sus poderes proféticos la tranquilizaron sin que pudiera entender el por qué.

- ¿Conserváis aún su atrapasueños?

La sacerdotisa asintió y lo buscó en su atillo. Cuando lo tuvo en mano, la Veela se lo cogió y lo entrelazó en los dedos del joven.

- Dadme la roca de nieve.

La Matriarca obedeció, dándose cuenta entonces de que la nieve alrededor de Lemuel estaba teñida de sangre y de que unos bellos copos comenzaban a danzar a su alrededor. Comenzaba a nevar. La Veela tomó la roca y abriendo la ropa de Lemuel, la puso en su corazón. Lo tapó bien y miró hacia el bosque. Las gemelas centáurides habían vuelto y sus ojos brillaban entre la penumbra de las hojas y ramas.

- Nos dejan entrar en su territorio ahora que el hombre ha sido purificado. Podemos pasar la noche con ellas.


Dedicado a Beatriz, ¡feliz cumpleaños Emérita!

13 mayo 2018

Evil Dungeons

- ¿Abuelo?

No podía creérselo. Aquel anciano, antaño un mago de renombre, si no el mejor que hubiera existido después de Merlín, estaba encerrado en aquella miserable celda como un alma en pena. Lo había conocido de niño, cuando no era más que un infante con la cabeza llena de pájaros e ideas equivocadas sobre la magia y el poder. El amable hechicero le había guiado por la buena senda y dejado en manos de otros maestros, pues el mal que debía combatirse en la tierra era demasiado grande en aquel momento y no tenía tiempo para aprendices. Pero nunca olvidaría sus lecciones...

- ¿Ërov? -susurró el anciano con un hilo de voz. 
- ¡Abuelito! -dijo ella con los ojos anegados en lágrimas, que resbalaban sin control por sus mejillas.
- Mi niña... ¿Qué haces en este terrible lugar? Debes huir y ponerte a salvo... -respondió con dificultad.
- ¡No me iré sin ti!

El poder de sacerdotisa que manaba de su espíritu recibió en aquel instante una oleada de energía que hizo saltar los barrotes de la celda en un silencioso crujido. Mordred no podía estar más asombrado.

- ¡Abuelo! -corrió la joven a abrazarlo.

El anciano miró largamente a Mordred y esbozó una leve sonrisa mientras la abrazaba con debilidad.

- Veo que el tiempo te ha convertido en un muchacho sabio y de gran porte... Como los grandes magos de la antigüedad...

El joven se sonrojó, agradecido por sus palabras.

- Pero la muerte es tu estigma... aunque eso te dote de una sabiduría más allá de lo concebible, es peligroso... -la voz se le quebró y Ërov trató de ponerle en pie.
- Vamos, tenemos que salir de aquí -urgió.
- Mi niña... ya soy muy viejo y mis días acaban aquí... Sálvate y salva al mundo de la oscuridad...
- No. Te pondrás fuerte cuando salgas de este ambiente viciado. Aún no eres tan viejo...

Mordred miró al anciano con curiosidad. Realmente desconocía su edad, aunque sí recordaba que ya era muy mayor cuando lo conoció. Los magos solían vivir más que los humanos corrientes... ¿Unos doscientos, trescientos años, quizá? El aullido de un demonio interrumpió sus pensamientos.

- Debéis iros y dejarme atrás... Me alegro de haberte visto por última vez, mi niña...

El anciano suspiró con dolor de nuevo y sus agotados miembros se soltaron del abrazo de Ërov.

- Abuelito... por favor, no...
- Ve allá donde tu corazón te guíe... y encontrarás tu destino... 

El grito del demonio se oía cada vez más cerca.

- Vamos, Ërov -dijo Mordred con suavidad.
- ¡No podemos dejarle aquí!
- Te prometo que volveremos por él, pero ahora debemos salir de aquí y ponernos a salvo.

Justo después de decir aquello, uno de los brazos desmembrados del demonio apareció a la entrada de la celda, cortando el paso. Los jóvenes lo miraron espeluznados y el miembro, como si tuviera vida propia, se coló entre los barrotes torcidos, se abalanzó contra el anciano y comenzó a estrangularlo. 

- ¡¡¡NO!!! -chilló Ërov, fuera de sí. Su ira creó un halo rojizo a su alrededor y sin que supiera cómo, conjuró una ráfaga de fuego que redujo el brazo a cenizas. Un alarido de dolor se escuchó por toda la mazmorra.
- Estoy bien... marchaos... -musitó el anciando respirando con dificultad y tocándose la garganta.

Mordred agarró a Ërov y la obligó a salir entre los barrotes.

- ¡Espera! -exclamó ella dándose la vuelta. Conjuró un hechizo de protección y selló la celda- No quiero que sufra más de lo debido... 
- ¡Volveremos! -prometió Mordred mientras la cogía de la mano y la hacía caminar.

A los pocos pasos giraron en una bifurcación y se encontraron de frente con otro demonio. Los escalofríos no se hicieron esperar, porque era aún más horripilante que el anterior y su maligna presencia corrompía la atmósfera. Un olor hediondo procedente de un amasijo lleno de sangre cerca de la criatura les hizo estremecer. Mordred agarró con fuerza la mano de la sacerdotisa.

- Nunca saldrán de aquí... Nunca atravesarán el portal... -canturreaba el ser.

Ërov lo atravesó con asco y Mordred la siguió, con una sensación de repugnancia que jamás había sentido. La joven miró con odio a la criatura y pensó en asesinarla... Pero desechó la idea porque no quería atraer a los otros demonios. 

El pasillo que habían escogido era terrible. En algún punto se convirtió en una galería con paredes llenas de estalactitas de sangre que goteaban sin cesar y un olor nauseabundo casi insoportable. 

- ¿Crees que es por aquí? -dudó Mordred.
- Si no queremos dar un rodeo, sí -contestó ella, simplemente. Tampoco le hacía gracia atravesar por allí pero serían aún peor el otro sitio... Sus visiones cada vez eran más espantosas y solo quería huir y encontrar la manera de rescatar a su abuelo. 

Los seres malignos dejaban su impronta por las galerías laberínticas de aquel lugar pero la joven se movía con destreza para esquivarlos. En alguna ocasión tuvieron que traspasar a algún demonio o alguna criatura, y la sacerdotisa destruyó la pierna del demonio desmembrado con un tinte de sadismo en su mirada cuando se cruzaron con ella. Mordred no podía culparla, aunque le pareciera un poco imprudente...
Pronto llegaron a un enorme portal de piedra que marcaba el fin de las mazmorras. Estaba repleto de demonios que lo hacían infranqueable y un foso subterráneo de vísceras daban fe de ello.

- ¿No podremos atrave..?
- ¡Sh!

Ërov entró en pánico. Los demonios de aquella puerta parecían tener una capacidad sensitiva superior que rebasaba sus poderes. Las teas que iluminaban tenuemente el pasillo parecían reflejar sus halos de luz invisibles y la sacerdotisa empujó a Mordred hacia la oscuridad del pasadizo anterior antes de que les vieran.

- No podemos continuar -musitó.

Mordred la contempló en silencio. Parecía realmente asustada.

- ¿No lo sabíais?

Ërov negó con la cabeza. De alguna forma se sentía engañada por sus instintos, que no le habían advertido del sumo peligro al que se enfrentaban. Aquellos seres malignos habían dominado su voluntad para atraerla hacia el portal por razones que desconocía. Sin darle tiempo a reaccionar, otro de los brazos desmembrados del demonio la cogió por el cuello y empezó a asfixiarla. No podía respirar, sentía que se desvanecía...

….

- ¿Ërov?

La joven abrió los ojos. Estaba tendida en el suelo de la mazmorra completamente desorientada.

- ¿Qué ha pasado? -preguntó levantándose de golpe y logrando que la oscuridad se volviera más densa con su mareo, mientras empezaba a ver chispitas.
- Te desmayaste con tanta oscuridad de los demonios... Fue como si empezaras a absorber su malignidad y te quedaras sin fuerzas... Te cogí en brazos y te traje aquí, pero me temo que me he desorientado entre tanta negrura.

La joven cerró los ojos y trató de concentrarse. Luego los abrió, confundida.

- No tengo visión.

Mordred la contempló preocupado.

- ¿Qué quieres decir?
- No tengo visiones. No veo. Ya no veo el camino...

Una voz horripilante sonó en su mente haciendo eco. 

"Te lo advertí... nunca atravesaréis el portal... moriréis aquí..."


Dedicado a Verónica, ¡feliz cumpleaños cuca! 

01 mayo 2018

Deitys of Astralia VI


Nereida (Galatea)

La niebla silenció Astralia por unos instantes que se hicieron eternos en el mundo de la imaginación, dejando que los seres oníricos pasearan por la realidad del ensueño con sus quimeras. Los haces de luz se filtraban entre los jirones de bruma dándole un aire místico, como si los sueños de aquel mundo estuvieran por cumplirse. Lo decían las profecías desde hacía tiempo.

Vi su figura entre la niebla desdibujada por mis ojos aún ciegos. No era capaz de ver claramente sino el símbolo del vestigio de mi propio augurio. El oráculo parecía sonreírle y la piedra de luna me daba fuerza para caminar hacia lo desconocido. Astralia era mi luz y la neblina ocultaría mi espíritu a voluntad.

Su sonrisa deslumbró mi mundo y los muros quedaron derruidos en un instante. Quería descubrir su interior y cómo lograba que Astralia refulgiera y fuera aún más hermosa. La niebla dejó de existir para mostrar la imaginación más pura y prístina que nunca. Y su mirada iluminaba mi mundo, que jamás había sido tan hermoso y dulce. La visión de perfección borró irrevocablemente cada instante oscuro de nuestro pasado. Si tuviera una pieza de puzzle que encajara con la mía encontraría mi destino...


Continuará...