Tale I: The Divine Rose
Mi vida primigenia fue siglos atrás en la Antigua Roma... Cuando solo era una niña, fui elegida sacerdotisa de Vesta... En aquella época, el Colegio de las Vestales y su bienestar era primordial en Roma, y sus sacerdotisas consideradas casi como diosas... Eramos vírgenes de gran hermosura que guardaban el fuego sagrado del templo de Vesta, en el Foro romano, y también nos ocupábamos de los sacrificios rituales... Llevabamos un velo que cubría nuestro cabello y rostro y una túnica blanca como símbolo de pureza... Portábamos una lámpara encendida entre las manos... A nuestro santuario solo se penetraba en las ceremonias Vestalias... Vivíamos en el Atrium Vestiae, tras el templo de la diosa, al pie del Monte Palatino.... Y eso era todo lo que podía recordar antes de que empezara realmente mi historia...
Le conocí un día que estaba guardando el fuego sagrado... Su mirada me cautivó y vi que yo tampoco le había dejado indiferente... Era un amor imposible, las vestales no podían irse del templo, pero sus ojos me decían lo contrario, querían deseos prohibidos para mi como sacerdotisa... Y así fue como abandoné el santuario y fui con él, dejando que el fuego se extinguiera para lograr otro tipo de ignición...
Su fuego era muy diferente al que yo conocía en mi vida; era apasionado y hacía que mis sentidos ardieran en una danza infinita que no podía ni quería detener, pues me llevaba con su locura a la iluminación... Los mundos que jamás pensé que podrían estar destinados a mí como vestal formaban parte de su ser y los quería en mi interior, eternos, sin que la fugacidad tuviera sentido...
Regresé al templo como si nada hubiera ocurrido, pero el fuego se había apagado. Tenía que expiarlo y sacrifiqué mi sangre, rogando a la diosa que se volviera a encender. La luz solar era la fuente de ignición y aquel día brillaba más que nunca. Vi como sus cautivadores ojos me miraban culpables, no quería que sufriera ningún daño. Pero el Senado ya conocía nuestra falta y me arrebataría mis privilegios y honores, más aún cuando supieran la verdad. Que había perdido mi pureza y entregado mi alma a un mortal. Que ya no era digna sierva del templo sagrado ni de ser sacerdotisa de Vesta porque me había enamorado...
La ira del Senado no se hizo esperar. El privilegio de salvar a un condenado a muerte no salvaría a mi amor, y aunque éste trató de liberarnos para que huyéramos lejos de Roma los guardias imperiales era demasiados. Luchamos con todas nuestras fuerzas, oramos a la diosa y a su compasión, pero nadie nos escuchó. Los sacerdotes de otros dioses nos condenaron por el pecado y ambos fuimos castigados perdiendo la vida. Rogamos que si debíamos ser enterrados vivos queríamos estar juntos, porque no nos arrepentíamos de nuestro amor... Y entonces fue cuando comencé a brillar. Estaba destinada a ser una Vestalis Maxima pero ya no podría cumplir mi destino, por lo que habría de reencarnarme en otra vida futura, junto a él... Nos enterraron en vida y un rosal misterioso floreció en nuestra tumba. Desde entonces me llamaron La Rosa Divina...
Regresé al templo como si nada hubiera ocurrido, pero el fuego se había apagado. Tenía que expiarlo y sacrifiqué mi sangre, rogando a la diosa que se volviera a encender. La luz solar era la fuente de ignición y aquel día brillaba más que nunca. Vi como sus cautivadores ojos me miraban culpables, no quería que sufriera ningún daño. Pero el Senado ya conocía nuestra falta y me arrebataría mis privilegios y honores, más aún cuando supieran la verdad. Que había perdido mi pureza y entregado mi alma a un mortal. Que ya no era digna sierva del templo sagrado ni de ser sacerdotisa de Vesta porque me había enamorado...
La ira del Senado no se hizo esperar. El privilegio de salvar a un condenado a muerte no salvaría a mi amor, y aunque éste trató de liberarnos para que huyéramos lejos de Roma los guardias imperiales era demasiados. Luchamos con todas nuestras fuerzas, oramos a la diosa y a su compasión, pero nadie nos escuchó. Los sacerdotes de otros dioses nos condenaron por el pecado y ambos fuimos castigados perdiendo la vida. Rogamos que si debíamos ser enterrados vivos queríamos estar juntos, porque no nos arrepentíamos de nuestro amor... Y entonces fue cuando comencé a brillar. Estaba destinada a ser una Vestalis Maxima pero ya no podría cumplir mi destino, por lo que habría de reencarnarme en otra vida futura, junto a él... Nos enterraron en vida y un rosal misterioso floreció en nuestra tumba. Desde entonces me llamaron La Rosa Divina...
Continuará...
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