01 febrero 2017

The Lost Tales IV


Tale IV: The Wanderer of Love

Mi cuarta vida fue silenciosa. Nací en la campiña francesa en el seno de una familia acomodada. No acudí a la escuela y aprendí a leer y escribir gracias a los muchachos del pueblo, que parecían sentir cierta reverencia hacia mí que no entendía. Decían que estaba maldita porque mi espíritu se había reencarnado tras muertes horribles, lo que siempre me hizo reír por lo inusual que aquello sonaba en la tranquila villa en la que vivíamos y donde nunca ocurría nada extraordinario.

Cuando cumplí dieciséis comencé a tener aquellos extraños sueños... En ellos me veía en la antigua Grecia como una sacerdotisa vestal al servicio de la diosa guardando el fuego sagrado... Luego soñaba con Egipto, donde era una reina de enorme cultura y gracia que paseaba junto a los grandes volúmenes de la biblioteca perdida de Alejandría... Pero los sueños más extraños eran aquellos en los que era una sacerdotisa de Ávalon, la isla oculta tras las brumas, donde poseía el conocimiento y la magia de los druidas de Bretaña, y donde mi espíritu vagaba libre por toda la eternidad tras la muerte escogida... Y en todos mis sueños aparecía él, el mismo rostro en diferentes épocas, el hombre de mis sueños al que se ligaba mi destino y todas mis muertes, la persona con la que compartiría toda la eternidad y en cuyas vidas siempre nos encontraríamos hasta poder alcanzar la felicidad juntos sin acabar en un destino fatal...

Me enamoré de él en mis sueños aunque no le conociera y quizá jamás lo hiciera, pero no podía escapar a su mirada y su sonrisa, que me cautivaban desde épocas antiguas que solo lograba recordar a través de mis sueños y que ni siquiera sabía si eran reales o tan solo estaban en mi mente y estaba realmente maldita... Cuando mis padres quisieron desposarme me negué alegando que esperaba a aquel hombre, al que ya estaba prometida desde la eternidad, y todos se rieron de mí renegando de mi locura por lo que decidí huir en su busca... Durante dos largos años vagué por los prados y los montes de la campiña en su búsqueda, viviendo como una ermitaña y amándole desde la oscuridad y el silencio... Todos me temían, pensaban que había perdido el juicio y allá donde fuera me acusaban de herejía, queriendo que muriera en la hoguera.

Tal vez esta vida también iba a sacrificarla por él sin ni siquiera llegar a encontrarle ni poder volver a oír su voz, que en realidad jamás había escuchado más allá de mis sueños... Estos se fundían con la realidad y me confundían hasta el punto de pensar que realmente las quimeras habían tomado posesión de mis sentidos y la locura se había adueñado de mi mente y mi interior en el delirio de la maldición que siempre había portado conmigo desde mi nacimiento y mis otras vidas... Y entonces, un día tormentoso cuando estaba a punto de perder la esperanza, apareció ante mí como si siempre hubiera estado esperándome, buscándome desde los albores del tiempo para poder consumar nuestro amor como nunca habíamos podido hacerlo en nuestras otras vidas...

Él también recordaba a la perfección sus otras vidas a mi lado a través de sus sueños y quizá ese era nuestro castigo, el castigo que merecíamos por amarnos tanto y que nuestro amor fuera siempre imposible en todas y cada una de las realidades que habíamos compartido, que no se acabarían hasta que por fin fuésemos libres... Mirarle a los ojos fue una bendición después de tanto tiempo y perderme en su sonrisa lo mejor que me había ocurrido en esta existencia. En esta vida también era un campesino y decían de él que llevaba la muerte consigo, que algún día acabaría con la vida de una doncella pura que le entregaría todo su amor a cambio de nada... Aquella misma noche nos unimos en la danza que solo nosotros conocíamos, y el pasado quedó totalmente olvidado para entregarnos a un presente que desconocíamos, tan solo sabiendo que viajaríamos juntos por el resto de la eternidad. Pero como siempre, nuestra felicidad no duraría. En los pueblos cercanos se decía de profecías que anunciaban la llegada de unos seres maldecidos que acabarían con las cosechas si no se les daba muerte. Y esos seres éramos nosotros. Los amantes eternamente condenados. Nunca entendimos a qué se debía que jamás pudiéramos estar juntos, si en todas las vidas nos encontrábamos y nos amábamos hasta la locura. Nos encontraron. Quisieron acabar con nosotros. Huimos. Y como siempre, sabíamos cual era nuestro destino. Nos dimos la mano y saltamos por el abismo de una de las montañas, jurándonos amor eterno y que volveríamos a vernos en la próxima vida, donde confiábamos en correr una suerte distinta. Aunque no lo creíamos... Nuestros huesos se rompieron poco a poco y nuestras miradas se apagaron al mismo tiempo...



Continuará...

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