26 mayo 2017

Ujurak anyu

El frío cada vez era más intenso y el paisaje helado dificultaba su paso hacia las montañas por momentos. Lemuel acariciaba distraído su cazador de sueños dando vueltas al aro de sauce, que parecía brillar a la luz del sol.

- Pronto llegaremos a las montañas, y al peaje... será mejor que reunamos bayas para el ritual
- ¿Bayas en pleno invierno, mi señora? -preguntó Lemuel, sorprendido.
- Esta tierra es mágica, única y especial -mostró Bêah moviendo un arbusto helado en el que unas frambuesas perfectamente cristalizadas crearon un arco iris con la luz solar.
- ¿Cómo..?

Un lobo aulló en la lejanía y Bêah tomó las frutas.

- Venid.

Juntos recogieron ramas, muérdago y acebo y Bêah tejió una hermosa cestita en la que dejó las bayas y algunos brotes que fue capaz de conseguir bajo la nieve.

- Es increíble...
- No es todo. El sacrificio incruento será este para ambos, pero también debemos otorgar nuestra sangre a los dioses de la montaña.
- ¿Y eso qué significa, mi señora?

La Suma Sacerdotisa sacó una daga de su manto de pieles y se hizo un corte en la muñeca ante el grito de Lemuel.

- No os preocupéis, es solo un rasguño, pero la sangre ha de ser pura -lo tranquilizó Bêah. Ahora os toca a vos.

Lemuel dejó fluir unas gotas de sangre carmesí sobre las brillantes frutas del bosque y la Matriarca sonrió. Después prosiguieron su marcha hasta llegar al pie de las montañas unas horas más tarde, donde una pequeña caverna repleta de misteriosas flores exóticas y sacrificios relucía en aquel despejado día.

- ¿Por qué derramamos nuestra sangre hace tanto? ¿No debería estar fresca? -preguntó Lemuel.
- La sangre atrae a las bestias y no es lo que deseamos. Hemos sido muy afortunados de no oír los trinos de los Gür...
- Os habrán jurado venganza...
- No me extrañaría -suspiró Bêah posando la cestita en una de las oquedades de la piedra.

Tras el sacrificio, comenzaron su andadura entre los montes. Lemuel meditaba sobre las palabras del anciano, "oro y plata", "visiones proféticas"... No entendió nada hasta que treparon una pequeña cumbre y vio el valle que se extendía por debajo.

- Ägniaram, la ciudad de plata -dijo Bêah.

El joven se quedó boquiabierto. Era el lugar más bonito que hubiera visto jamás. Una ciudadela escondida que ni siquiera parecía existir en realidad, pues era tan bella que todo su encanto hacía que el resto del paisaje desluciera y pareciera opaco a su alrededor.

- Me temo que debería hechizaros antes de que entremos... -titubeó Bêah.
- ¿Por qué? -preguntó Lemuel, que no podía apartar los ojos del lugar.
- Ägniaram es el hogar de las Veelas, criaturas hermosas y feroces cuyas voces son tan hermosas como su imagen y os harían caer en el delirio. Y no puedo perderos, como comprenderéis..
- ¿Y cómo me vais a proteger?
- Haré que perdáis parcialmente el sentido del oído y la vista. De esta manera podréis admirar la ciudadela y escuchar sus voces sin caer en su embrujo... -explicó la Sacerdotisa.
- Proceded pues, mi señora, si esos son vuestros deseos -sonrió Lemuel, comprensivo.

La Matriarca murmuró unas palabras y al instante el joven vio cómo el día se oscurecía y cómo su oído se volvía menos agudo y fino. Bêah le tomó de la mano y le guió entre las montañas hasta las puertas de entrada del lugar, que brillaban de forma siniestra y atrayente.

- ¡Una sacerdotisa! -oyeron decir a una voz musical que sonaba como el arroyo de un riachuelo. ¿Habéis sacrificado vuestros dones para entrar en la noble y antigua Ägniaram?
- Si, bellos espíritus. Precisamos vuestro sabio consejo.

La voz rió como el agua al pasar entre las rocas y las puertas de la ciudadela se abrieron. Lemuel vio entre las tinieblas una arquitectura como jamás había visto, pues todo parecía de...

- ... Oro y plata... -murmuró.
- ¿Viajáis con vuestro esposo?

Una criatura que parecía una mujer hermosísima, una ninfa de plata ataviada de blanco cuyos cabellos fluían con una brisa inexistente, les habló con una voz que le recordaba a las campanillas de las casas de la aldea.

- ¡Un hombre en nuestros dominios!
- ¡Qué novedad!

Las risas de aquellos seres, murmullo de hojas de los árboles y cantos de ruiseñor, hicieron que Lemuel entendiera por qué la Suma Sacerdotisa lo había hechizado. Jamás hubiera escapado de allí.

- Hemos de cruzar las montañas a salvo y no podemos hacerlo sin vosotras, criaturas celestiales -dijo Bêah. Se sentía como una vagabunda a su lado y no tenía realmente ganas de permanecer mucho tiempo en su presencia, pero las Veelas adoraban los cumplidos y por sus sonrisas vio que estaban dispuestas a ayudarla. Menos mal.
- El sabio de Dÿr nos habló de vuestra aventura -comentó voz de arroyo, cuyo cabello plateado se movía con cada uno de sus gestos. Os complaceremos y os daremos obsequios para que encontréis el camino sin errar.

Bêah sonrió con amabilidad y las Veelas se fueron danzando a buscar todo lo que requerían sus invitados. Algunas de ellas miraban a Lemuel con picardía y cantaban a su alrededor, pero el joven no caía en su hechizo y solo correspondía a sus sonrisas.

- ¿Os encontráis bien, señor? -preguntó una de las ninfas con voz de rumor del viento.
- Mi amigo es ciego y casi sordo, su vista nunca ha sido muy buena y su oído le engaña... -explicó Bêah.
- Yo creo que le habéis hechizado... para que no caiga en nuestros encantos -afirmó una Veela de sonrisa magnética. Bêah se sonrojó y las demás rieron halagadas.
- No quiero que mi esposo... se vaya de mi lado.
- Lo entendemos, Sacerdotisa. No queremos distanciar tan bella unión...

Unas Veelas montadas en caballos plateados trajeron consigo dos hermosos alazanes y se los ofrecieron a sus visitantes.

- Si queréis acabar de cruzar las montañas será mejor que montéis en nuestros corceles. Os protegerán de cualquier peligro y os guiarán con sabiduría cuando no estemos con vosotros.
- ¡Muchísimas gracias! Sois muy generosas -agradeció Bêah.
- Tomad -dijo una de las criaturas acercándose y tendiéndoles una piedra que refulgía como un diamante y era suave y fría al contacto, como la escarcha.
- Una roca de nieve... -murmuró Bêah, admirada- ¡Son únicas!
- Os protegerán de los malos espíritus -contestó simplemente la mujer sacudiendo su encantadora melena de oro.
- Y ahora... ¡partamos! -apremió la ninfa de voz de ruiseñor- las cuevas rupestres precisan una luz especial para ser contempladas según nos ha contado el anciano de Dÿr y no debéis perder tiempo. La guerra se aproxima...



Dedicado a Beatriz, ¡feliz cumpleaños Suma Sacerdotisa!

13 mayo 2017

Murder

Era un lugar terrible, un auténtico laberinto. De alguna forma, las mazmorras parecían estar selladas bajo algún tipo de maldición, un hechizo que las convertía en un sitio extraño, como sacado de una pesadilla, regido por una voluntad diabólica. No sabía cómo explicarlo.

- ¿Mi señora..?
- Está lleno de demonios, malignidad, seres terribles y almas en pena... mas los que se hallan encerrados, los enemigos del maestro.
- ¿El maes..?
- Lo mejor será que huyamos cuanto antes. No será sencillo.
- Nos verán...
- No si yo puedo evitarlo.

Mordred sonrió. Sabía que podía hacerlo, pero ella misma debía descubrirlo. Él solo era su guía espiritual. Ërov bendijo de nuevo la oscuridad y le dio las manos al joven con un ligero temblor. Cerró los ojos e hizo que ambos se volvieran invisibles excepto el uno para el otro, viéndose con un ligero haz de luz rodeándoles.

- Sois muy bella, ahora puedo veros mejor -susurró Mordred. Ërov se sonrojó aún más y esperó que su haz de luz no comenzara a soltar chispas- Sois dorada.
- Y tu azul... ¡Shh!

La sacerdotisa había oído algo. Al parecer todos sus sentidos se estaban agudizando, pues una queja lastimera de un anciano que provenía de una celda lejana le partía el corazón.

- Tenemos que salvarlo...
- ¿A quién?
- Hay un anciano encerrado... mi intuición me dice que debemos ir a por él. ¡Vamos!

La joven tomó uno de los cerrojos de la puerta en sus manos y este se deshizo en una voluta de ceniza. Tomó el segundo y sus manos quedaron llenas de sangre.

- ¿Qué..? ¡Esos cerrojos están malditos!
- ¿No os lo esperabais, mi querido Mordred? -dijo Ërov con una voz extraña.

El tercer cerrojo soltó electricidad en cuanto lo rozó y ésta se extendió por todo su cuerpo, pero la sacerdotisa no se inmutó. Lo dejó en el suelo y soltó el cuarto y último candado, que rió malignamente y se convirtió en varias serpientes que reptaron alejándose de ellos por el pasillo. La joven se quedó quieta y comenzó a brillar, expulsando toda la oscuridad que se encontraba en su interior.

- ¡Qué cerrojos más horribles! ¿Mordred?

Él estaba anonadado. No se esperaba que los poderes de su señora fueran a perfeccionarse con tanta facilidad en aquella aciaga situación. Estaba muy orgulloso de ella.

- Salgamos de aquí.

La puerta se abrió con un chirrido que hizo eco por los pasillos y Ërov le tomó de la mano. Murmuró unas palabras y Mordred sintió una extraña sensación. La joven susurró de nuevo y notó un cosquilleo en la garganta.

- Ahora podemos atravesar materia viva y solo nosotros oiremos nuestras voces.
- Sois increíble... -la admiró el joven. Esta vez Ërov no pudo evitar que viera sus mejillas encendidas, a lo que él dedicó una sonrisa.


Las mazmorras del castillo de Vlädés estaban auténticamente malditas. La oscuridad regía el lugar salvo por pequeñas teas que iluminaban de cuando en cuando los corredores y algunos demonios de aspecto horripilante vigilaban algunas celdas. Todo estaba cubierto de telarañas que se les enredaban en el cabello y las ropas pero afortunadamente los conjuros de Ërov lograban que se volvieran invisibles al contacto con su piel y vestimenta.

- ¿Por qué tengo estos poderes? -preguntó la joven mientras guiaba a su salvador hacia las profundidades del castillo.
- Siempre han estado ahí. Como os dije, como sacerdotisa vuestros dones nacen de vuestro corazón. Y vuestro corazón anhela escapar de este lugar. Cuando recuperéis la memoria...

Ërov se paró en seco.

- Lo saben.

El demonio había regresado al calabozo y no había hallado rastro de los cerrojos, salvo el eléctrico, ni de sus prisioneros. Su terrible aullido se extendió por toda la prisión.

- Nos buscan -dijo Ërov, apurada.
- No temáis, mi señora. Estamos a salvo con vuestros poderes, que se volverán más fuertes si no dejáis de confiar.
- Lo sé. Pero hemos de encontrar al anciano. Está cerca, lo presiento. Puedo oírle.

Mordred escuchó atentamente y él también comenzó a oirlo. Un sollozo afligido de alguien que sufría largamente. Él también se conmovió.

- ¿Quién es?
- No lo sé, pero hemos de... ¡oh, no!

Las serpientes del cerrojo se habían cruzado en su camino y los miraban fijamente. Se fundieron en un gran basilisco e inmediatamente Mordred y Ërov cerraron los ojos para eludir su mirada mortal. La joven veía perfectamente y fijó los ojos en la criatura. Ésta pareció amedrentarse, pues nadie jamás la había mirado sin caer fulminado.

- Tengo un espejo, mi señora -escuchó decir a Mordred en su mente. La joven, sin dejar de desafiar al basilisco con su mirada, rebuscó en los ropajes de Mordred y sacó un pequeño y hermoso espejo. El basilico chilló y cayó muerto al suelo.
- ¿Telequinesis? -preguntó Ërov devolviéndole el espejo.
- Telepatía, mi señora -rió Mordred. La joven sonrió pero su sonrisa se borró rápidamente. Uno de los demonios que los buscaba venía por el pasillo con su fría presencia y un halo de oscuridad indescifrable que incluso hacía que la visión de la sacerdotisa se volviera en tinieblas.
- El basilisco... -susurró con una voz tan horrible que dolía al oído.

Ërov y Mordred se dieron las manos y la joven conjuró un círculo de protección a su alrededor.

- No deben hallarse lejos... Nunca saldrán de las mazmorras.. -dijo el demonio mirando a su alrededor. Repentinamente hizo un movimiento y Ërov chilló, pero el terrible ser no la escuchó. Se descompuso en varias partes y sus miembros desmembrados se alejaron del lugar en su búsqueda siniestra.
- ¡Qué sitio más horrible! Encontremos al pobre anciano y vayámonos de aquí.

Los ojos de Ërov se llenaban de lágrimas. Algunos de los prisioneros estaban en un estado tan deplorable que la muerte sería un destino menos cruel que aquel al que había sido condenados. Por fin llegaron a la celda del anciano, que suspiraba de forma aún más lastimosa. La joven abrió los ojos desmesuradamente y se agarró a los barrotes de la celda.

- ¿Abuelo..?


Dedicado a Verónica, ¡feliz cumpleaños guapísima!

04 mayo 2017

Nuptials

Epílogo

Y por fin su sueño se había cumplido. Aîcliä abrió los ojos despertando al lado de su esposo en una hermosa cama de dosel. No pudo evitar sonreír. La boda había sido magnífica, mucho mejor de lo que hubiera esperado. Lady Arüora había mantenido la compostura hasta que casi tenía el anillo puesto en el dedo y después fingió un desvanecimiento para que las nupcias no siguieran adelante. Ella, solícita y cumpliendo su promesa de hacía tanto tiempo, había derramado el té sobre su rostro para despertarla. La señora montó en cólera y la rabia hizo que confesara todos sus terribles planes en cuanto a la pareja y a desheredar a su sobrino. Lady Synföny trató de calmarla y su prometido, decepcionado, les dio a elegir entre pasar el día en familia y celebrar su felicidad o irse para no volver. No renunciaría a su futura esposa. Ambas optaron por quedarse y mantenerse lo más alejadas posible de la pareja, excepto cuando Aîcliä se acercó a Lady Arüora para decirle que era una rata calva odiosa pero que si cambiaba de actitud no le importaría tener una tía Kangaru. La señora no tuvo más remedio que aceptar y resignarse.

Después todo fue maravilloso. El baile fue clásico, divertido y ameno, el convite delicioso y la tarta de bodas la más grande y bonita que había visto en su vida. Su vestido blanco brillaba a la luz del sol casi tanto como su aderezo y la corona de flores y perlas sobre su cabello le daba un aire etéreo y hermoso. Nunca había habido una novia más alegre ni un marido más orgulloso de su mujer y el fuerte carácter que poseía, el que le había enamorado desde niños. 


Fin.


Dedicado a Alicia, ¡feliz cumpleaños!