01 octubre 2017

Hydra

El viaje cada vez era más silencioso. Prôed, de mal humor pensando en qué tenía el otro elegido para ser considerado mejor que él por la Diosa. Lêandrö, luchando contra sus demonios y el ardiente amor que profesaba en secreto a la sacerdotisa. Y pensando en la brújula y cuando podría examinar con tranquilidad el libro de nácar para saber interpretarla. Pero sobre todo, en la hechicera... 

Prôed daba vueltas entre sus dedos al anillo de ópalos mientras cabalgaba. No entendía por qué el príncipe de los Leonîdas... 

- ¿Y esa bruma? -rompió el silencio provocando que Lêandrö diera un respingo.

Una niebla densa y opaca les rodeó repentinamente y una figura femenina empezó a formarse en ella. Los ojos de Lêandrö brillaron esperando que fuera su amada, pero la decepción se vio claramente reflejada en su rostro cuando en su lugar apareció una joven menuda y rubia de tez pálida como un rayo de luna y ojos verdes casi transparentes.

- Bienvenidos, elegidos. Las tierras de Möryew os esperan para dar respuesta a las preguntas que atenazan vuestro corazón -dijo con voz etérea abriendo los brazos.
- ¿Möryew? Pero eso está al sur... 
- Iremos con vos, señorita -sonrió Lêandrö.
- ¿Ahora vamos donde tú dices? -se molestó Prôed.
- Claro, socio, así verás que ambos somos elegidos y dejarás de estar tan serio... echo de menos a mi amigo divertido que solo montaba en Cólera, su caballo, no en ira... -dijo susurrando las últimas palabras.
- Ese chascarrillo ya está muy gastado. Está bien, iremos de todas formas, pero solo para entender las profecías y qué pinto yo aquí...
- Socio... -suspiró Lêandrö.


Desviarse hasta Möryew les llevó dos largos días en los que Prôed hablaba entre dientes y Lêandrö se perdía en sus ensoñaciones de enamorado. La noche previa a su llegada fue capaz de encontrar un rato para él cuando Prôed decidió irse de paseo a inspeccionar los aledaños -según la teoría de Lêandrö para acudir a "la naturaleza"- y por fin abrió el libro de nácar. En un principio las páginas emitieron una luz cegadora que le dejó sin visión y lo cerró de golpe.

- ¡Increíble!
- ¿Y esa luz? -oyó en la lejanía con voz de esfuerzo a su compañero. 
- ¡Nada, una llamarada del fuego! -exclamó riendo para sus adentros. Volvió a coger el libro, lo envolvió en su capa y lo abrió de nuevo. Las páginas estaban tan negras que no leía nada. Lo sacó de la capa y volvió a emitir su luz.
- ¿Otra... llamarada? 
- ¡Si! ¡Tranquilo, socio, todo bien! ¡Ánimo! -volvió a reírse con los gruñidos que contestó su amigo.

Parecía que el libro brillaba con la luz de la luna pero no era capaz de leer nada si lo cubría... ¿entonces cuál sería la forma adecuada de poder ver su contenido? Por los ruidos que oía no tenía tiempo de descifrarlo aquella noche, así que lo dejaría para después. Quizá en Möryew tuvieran la solución a la incógnita...


La noche transcurrió sin percances salvo una llamarada real del fuego, que crepitó con fuerza al contacto con algún animal que arrojó algo en él -probablemente unas hojas- y Lêandrö se maravilló con las luciérnagas que se veían en la penumbra. El heredero al trono de Nrym le ignoró y se dio la vuelta en su lecho, para desasosiego del otro. 

Al día siguiente, con las primeras luces del alba, los dos guerreros recogieron sus enseres y se dirigieron al enclave mágico en busca del templo de las profecías. No tuvieron que buscar mucho tiempo porque la sacerdotisa que se les había aparecido fue a su encuentro con una gran sonrisa y una mirada misteriosa en sus ojos traslúcidos. 

- Bienvenidos, elegidos. La Gran Señora os espera.
- ¿La Diosa? -preguntaron los jóvenes al unísono.
- Si -dijo simplemente la sacerdotisa.

Imposible. ¿Cómo iba a estar allí la Gran Diosa entre los mortales?

Siguieron a la sacerdotisa hasta el templo, donde la Suma Sacerdotisa, una anciana hermosa en su vejez, de vivos ojos castaños y cabello largo y perlado, les esperaba junto a una niña palidísima cuya tez parecía la luna y cuyos cabellos cobrizos y ojos oscuros brillaban con luz propia como el fulgor del amanecer.

- La Gran Diosa espera vuestra audiencia. Sus palabras escritas en el templo revelarán hechos de suma importancia para vuestro futuro -dijo la Suma Sacerdotisa.
- ¡Ah! -exclamó Lêandrö, que había entendido. No era la Diosa en persona, solo sus palabras en el reino mortal. Prôed no podía creer el poco saber estar de su compañero.
- Gracias, Señora. Leeremos con honor y sabiduría a la Gran Señora.
- Eso, eso. 

¿En serio? ¿Quién se creía, aunque tuviera ya tres símbolos? El señor de las tierras de Kyrien no daba crédito a su actitud ni a cómo de repente paseaba por el templo como si se tratase de su propio hogar, tocando sin pudor los muros donde la Diosa inscribía su saber. La Suma Sacerdotisa no parecía darle importancia, al igual que el resto de las hermanas. Seguro que era porque era elegido... El Elegido, no como él, que era un mindundi.

- ¿En qué pensáis? ¿Qué caviláis con tanta profundidad?

Ahora la niña le hablaba de forma elegante y enrevesada y le hacía parecer aún más tonto de lo que se sentía. Le hacía sentir más tonto de lo que parecía. Le hubiera gustado pronunciar algo hiriente pero los ojos de aquella pequeña le cautivaban y no podía odiarla. Le resultaba familiar...

- Solo meditaba antes de leer los designios de nuestra Señora. ¿Quién sois?

El rudo en ese momento era él, pero Lêandrö se subía a las rocas y salientes de las columnas buscando escondrijos secretos y no se le tomaba por iluminado. Un poco de tosquedad no haría daño a nadie y así desahogaba su frustración.

- Mi nombre no lo recuerdo, mis dones se lo han llevado...
- ¿Uhm..?
- Esta niña, a la que hemos bautizado como Enya, se encontraba perdida en la montaña cuando nuestra hermana la acogió. Era tan solo un bebé, no tendría más de dos años, y lleva con nosotros desde entonces.

Los ojos de Prôed se humedecieron. Él había perdido a una hermana, secuestrada cuando la guerra les obligó a alejar a mujeres y niños de Kyrien, hacía pocos años. A su regreso, la nodriza había relatado la historia de cómo unos hombres la habían arrebatado de su lado por la fuerza y a ella la habían... No quería pensar en ello. Miró a la niña y sonrió. "Pequeño fuego" era un nombre perfecto para ella.

- ¿Y qué dones posee?
- ¡Mira Prô! ¡Profecías! ¡Prô-fecías!

El guerrero prefirió ignorar al otro elegido y miró a la Suma Sacerdotisa.

- Los elementos no le son ajenos, su clarividencia es extremadamente fina... No recuerda su nombre pero puede ver el pasado y el futuro de los hombres, aunque no el suyo propio. Creemos que algo horrible le sucedió para hallarse abandonada en aquel lugar inhóspito, y su mente ha renunciado al dolor para salvar a otros de la desdicha.
Tanta grandilocuencia le cansaba y no estaba de humor, así que se limitó a sonreír y disculparse para ir con su compañero a ver el templo y esas respuestas prometidas a sus interrogantes.

- ¡Por fin vienes! Mira, no se entiende nada.

Lêandrö señaló a los muros, adornados de preciosos símbolos indescifrables.

- Solo las sacerdotisas pueden, no los entendidos en el arte de la guerra o los hombres comunes -explicó la niña apareciendo a su lado y tomando la mano de Prôed para su sorpresa.
- ¿Y cómo sabremos..?
- Tú no. Él sí.

Ambos se miraron. La niña solo miraba a Prôed.

- ¿Qué quieres decir?
- Nuestros corazones están unidos por la distancia. Tú eres El Elegido, solo tú te mantienes cuerdo. Bajo él -señaló a Lêandrö- pesa la marca de la muerte, del sino, de la que le roba el hálito de vida y provocará que la muerte sea tu amiga.
- No te entiendo, niña misteriosa. Habla claro -exigió Lêandrö sintiéndose ofendido por lo de que no estaba cuerdo y sin entender bien todo el resto.
- Tú sabes a qué me refiero. Su cuerpo domina tu mente.
- ¡La sacerdotisa! ¡La..!
- ¡Cállate! -bramó el príncipe- ¡No oseis insultar el nombre de mi dama!

La niña se balanceó sobre un pie y sonrió a Prôed tirando suavemente de su mano.

- ¿Ves? Es un peligro, no está cuerdo. Y sin embargo, os necesitáis mutuamente para completar la misión. Pero no sé si tú la acabarás, tus pasos lo decidirán.
- ¡Oye niña! ¡Que yo no soy un asesino!
- Elige una profecía.
- ¿Cómo?

La pequeña señaló a los muros del templo.

- Elige una profecía.
- No se leerlas. No puedo -trató de justificarse el príncipe, que por alguna razón que parecía lejos de su verdadera voluntad sentía que no debía elegir ninguna. ¿Qué le aconsejaría su hermosa señora, cuál escogería ella?
- La descifraremos para ti. Los sabios la inscribirán para la posteridad. ¿Puedes encontrar la nueva profecía de la Diosa? Elige una.

Lêandrö no sabía bien cómo hacer. Cerró los ojos, trató de inspirarse y tras dar unos pasos, escogió una corta profecía de dos líneas.

- Ahora tú.

El señor de Kyrien caminó por el templo con la niña esperándole en el punto donde la había dejado y tras mucho pensar eligió una de seis líneas.

- Mis hermanas las descrifrarán y vuestras elecciones os guiarán hacia la verdad.
- Hermanas... -murmuró Prôed mirándola.


Dedicado a Leandro y Pedro, ¡feliz cumpleaños chavales!

2 comentarios:

Lêandrö dijo...

Muchísimas gracias Eva, la profecía escrita ya está, yo no la elegí, ella me eligió a mí !!

Wherynn dijo...

Yo no lo hubiera expresado mejor :) de nada!