El desierto era un maldito infierno y cruzarlo su vil condena desde hacía varios días, el castigo para alcanzar el poder y la gloria del antiguo reino de Imlan. La arena ardía bajo sus pies y el cálido y sofocante aire le resecaba sus finos labios. Maldecía el sol y a la futura reina de Imlan, a las dunas y a su linaje. Sus pensamientos eran tan áridos como lo que le rodeaba y sus sentimientos por la joven habían cambiado. Esclavizaría a Akinom y la sometería a sus deseos como castigo por hacerle cruzar el ígneo inframundo. ¿Cómo pudo siquiera considerar amarla y desearla de forma... romántica? Jamás lo sabría, el amor ya no ardía en su corazón, ya solo su cuerpo era el que, abrasador, la conquistaría hasta que su lujuria muriera en su interior.
Akinom retiró la mano del agua y contempló el aguamanil. Sería mejor no compartir aquellos horribles devaneos con su futuro esposo. Los delirios de Hahsuc no eran de la incumbencia de ninguno de los dos. Ningún príncipe bastardo la sometería.
- ¿Otra vez meditando, amor? -dijo Ark-los acercándosele con miel y unos dátiles.
- Está cerca... El oasis se le presentará antes del anochecer.
- ¿Y estaremos preparados?
- Por supuesto -sonrió ella- pero antes Kârmne debe hacer su cometido.
- ¿Y cuál es?
Por toda respuesta, la joven pasó la mano por el agua e invitó a su prometido a que se acercara, no sin antes darle un beso.
Kârme reía por lo bajo y musitaba palabras incomprensibles. Parecía muy ufana, se iba a divertir de lo lindo. Cuando ataba a Berthal con unas cuerdas para que no desapareciera del altar, el joven, que llevaba dormido desde que habían llegado hacía unos días, se despertó.
- ¿Qué hacéis, sacerdotisa del demonio? ¡Soy el gran..!
- ...¡Osiris! Sois una blasfemia, mi señor, eso es lo que sois. No merecéis respirar el puro aire de esta pirámide.
El joven miró en derredor. Muros de piedra cubiertos de profecías, jeroglíficos y enigmas conferían a su prisión una atmósfera mística que le hacía sentirse como en su propia morada. El lugar le era familiar.
- ¿Cómo osáis atar a vuestro dios? ¿Sabéis qué significa mi nombre? "Perfecto antes y después de nacer", mi corazón es tan liviano como una pluma...
- ... Y vuestro cerebro vacío como el cascarón de una nuez. Toma -la sacerdotisa vertió con brusquedad una pócima rosada en su garganta y Berthal se atragantó con ella. Al punto miró con ojos perdidos a su alrededor, como un niño pequeño que acaba de despertar de un confuso sueño.
- ¿Dónde... estoy?
- En la gran pirámide de Imlan -respondió la sacerdotisa.
- ¿Qué? ¿Por qué? ¡Me habéis atado! ¡En cuanto Hahsuc..! -se quejó.
- Vuestro hermano ha partido al desierto y no creo que vuelva... Así que a callar. Ahora sois mío.
- ¡¡Yo no quiero ser "vuestro"!! ¡No me hagáis daño, bruja maldita! -chilló como un condenado.
- Pero qué amable sois... -suspiró ella- Me arrepiento de haberos dado la poción, vuestros desvaríos sobre Osiris eran menos molestos... Y total sois igual de engreído...
- ¿Qué desvaríos? ¡Soltadme!
- No -terció Kârmne.
La sacerdotisa dispuso unas ofrendas florales frente al altar y rodeó el cuerpo del joven, que trataba de retorcerse pero no podía, de pétalos de vistosas flores de todas las partes del mundo. Los gritos del muchacho la regocijaban, su miedo era una recompensa por todo lo que le había aguantado.
- Si no os estáis quieto y os portáis bien no será vuestra nariz lo único que salga roto de aquí...
Berthal guardó silencio por un momento pero enseguida volvió con su perorata.
- ¡Y qué más da, si me vais a asesinar! ¡Unos huesos rotos no serán nada en comparación con eso!
- ¿Quién ha dicho nada de sacrificios cruentos? -preguntó la sacerdotisa, delatándose.
- ¡Vos! ¿Para qué si no encerrarme en esta horrenda pirámide?
- Nunca... insultéis... la pirámide... de mi señora... -silabeó Kârmne lentamente con un cuchillo en la mano. Pero eso el joven no tenía por qué saberlo. Ni el honor que suponía estar allí, como sacrificio.
Akinom se separó del aguamanil y suspiró.
- ¿Realmente..?
- Sí. Es imprescindible. Ineludible.
- Pero vos...
- Es el precio a pagar por ser reina -dijo Akinom girándose. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
- ¿Qué ocurre? -dijo Ark-los abrazándola y sintiendo que estaba perdiéndose algo.
- Hay... yo no os he contado... -sollozó la joven.
- ¿Qué ocurre, mi princesa?... ¿Mi reina? -preguntó el consorte con suavidad.
- Berthal... es mi hermano.
Hahsuc maldecía su suerte. Si seguía caminando sin rumbo con aquella brújula se perdería en lo profundo de aquel desierto para siempre. Y no quería ser dramático, pero su pérdida supondría un duro golpe para el reino, que acabaría en manos de aquella mujercita que no sabría como gobernarlo, por mucho que dijera. Sí, era culta, hermosa, y los pueblos se rendirían a su belleza... pero él era aún más culto y hermoso, aunque no de tan buena cuna. Pero eso no lo sabían, ni lo sabrían jamás. Era su secreto inconfesable si quería regir el destino de Imlan. O de cualquier reino.
La sacerdotisa, sumida en sus labores rituales, no se dio cuenta de nada. Ocurrió en un suspiro. Berthal no dejaba de quejarse y llorar, aterrorizado por lo que aquella sádica mujer pudiera hacer con él. Los sacrificios no le eran ajenos, en su pueblo se practicaban para agradar a los dioses y obtener buenas cosechas, pero nunca creyó que algo así pudiera pasarle a él. Nacido en una buena familia, rica y poderosa, su rol en el universo era desempeñar el poder, esgrimirlo para que los esclavos no se rebelaran y hacer grandes obras para que se le recordara en la posteridad. Como conquistar Imlan y ser la mano derecha de su hermano, el primogénito. Y desposar una hermosa joven, claro está, para que su estirpe siguiera brillando y reinara. No quería que aquella sacerdotisa diabólica le arrancara sus sueños, su destino. Tanto se retorció que una de las cuerdas cedió y dejó libre su muñeca izquierda. Sin poder creérselo, pidió misericordia a la sacerdotisa para que se acercara.
La sacerdotisa, sumida en sus labores rituales, no se dio cuenta de nada. Ocurrió en un suspiro. Berthal no dejaba de quejarse y llorar, aterrorizado por lo que aquella sádica mujer pudiera hacer con él. Los sacrificios no le eran ajenos, en su pueblo se practicaban para agradar a los dioses y obtener buenas cosechas, pero nunca creyó que algo así pudiera pasarle a él. Nacido en una buena familia, rica y poderosa, su rol en el universo era desempeñar el poder, esgrimirlo para que los esclavos no se rebelaran y hacer grandes obras para que se le recordara en la posteridad. Como conquistar Imlan y ser la mano derecha de su hermano, el primogénito. Y desposar una hermosa joven, claro está, para que su estirpe siguiera brillando y reinara. No quería que aquella sacerdotisa diabólica le arrancara sus sueños, su destino. Tanto se retorció que una de las cuerdas cedió y dejó libre su muñeca izquierda. Sin poder creérselo, pidió misericordia a la sacerdotisa para que se acercara.
- ¡Libéradme, Kârmne, os lo suplico!
- ¡Esto si que es nuevo! ¿El niño mimado pidiendo clemencia? -su papel de malvada le encantaba, para qué negarlo. Ojalá tuviera más narices para poder rompérselas a puñetazos. Uhm, a lo mejor un poco salvaje si que era...
- ¡Soy un buen hombre! ¡Amigo de mis amigos, puedo... daros poder! ¡Mucho poder!
- Mi señora tiene más poder que vos, por eso vuestro hermano la quiere desposar...
- ¡Acercaos y recibiréis mi bendición! ¡Seréis mi eterna amiga!
- No quiero tener nada que ver con vos ni con vuestra podrida familia...
- ¡No insultéis a mi familia! -se enfadó Berthal, moviendo la mano libre.
Ambos se miraron y por un instante el ambiente de la sala se congeló. Berthal trató de agarrar una daga que se encontraba muy cerca suya y Kârmne se abalanzó sobre él para inmovilizarlo. No calculó bien y el joven logró propinarle un golpe, que le clavó la daga en un costado.
- Vos... sois... -dijo Kârmne antes de caer al suelo.
El joven no podía ver nada desde su posición, pero si que había visto un hilo de sangre aparecer en la túnica de la mujer. Rió a carcajadas, ¡era un héroe! Había acabado con la sacerdotisa de Akinom, ¡su hermano le recompensaría con la mitad del reino! Bueno, quizá no tanto, pero seguro que le conseguía a la mujer más guapa para que fuera su esposa. ¡Y eso si que le gustaría! Mientras él ejercía su poder, podría entretenerse teniendo vástagos con su bella mujer...
Hahsuc había alcanzado el oasis de los perdidos y sus ojos no podían creérselo. Cuando estaba a punto de desfallecer y moría por una gota de agua en sus labios, vio en la lejanía un hermoso paraje verde lleno de vida. Suponiendo que se trataría de alguna espléndida alucinación a causa del cansancio y el calor asfixiante, se acercó a ella para comprobar cómo sería. Lo que no esperaba es que aquel sitio fuera real y que incluso tuviera nómadas recogiendo frutos y viviendo allí.
- ¿Hola?
Los nómadas le miraron y sonrieron.
- Buenos días, joven, bienvenido al hogar de los Sin Nombre. ¿Os habéis perdido en vuestra travesía?
Hahsuc no entendía bien a qué se referían pero no le importaba, solo quería agua.
- Agua... -miró anhelante un manantial.
Uno de los nómadas le acercó su cántaro y el joven metió las manos en él para beber abudantemente. Al instante se sintió revitalizado, como si el desierto no hubiera hecho ninguna mella en él. Por supuesto que no, era Hahsuc, un hombre perfecto en busca de su prometida.
- ¿Queréis comer? -preguntó una mujer ofreciéndole tayyin, mreifisa y el aych, aparte de los tradicionales dátiles. El joven asintió, hambriento. Qué suerte encontrar tanto lujo en aquel lugar paradisiaco en medio de la nada...
Ark-los la abrazaba reconfortante, atónico por lo que acababa de escuchar.
- ¿Tu hermano? ¿Cómo..?
- No en un sentido literal, sino figurado. Hicimos un juramente de sangre cuando éramos niños, nos hermanamos. Nuestros pueblos lo hicieron. Por eso debería casarme con Hahsuc, aunque no pienso hacerlo...
- Pero... vuestro matrimonio de conveniencia...
- Mis padres lo escogieron y ya sabéis que no tenemos derecho a preguntar. Lo hicieron por el bien del reino. Yo no recordaba el hermanamiento, el aguamanil me lo ha revelado. Y eso...
- Eso significa que el sacrificio... -murmuró Ark-los, entendiendo.
Tan ensimismado estaba en sus dulces pensamientos que no se dio cuenta de que Kârmne se había levantado para propinarle un buen bofetón.
- ¡¡Un inútil!! Es que ni apuñalar a un enemigo sabéis... ¡¡Estúpido!!
- ¡Nooo! ¡Estabais muerta!
Kârmne, totalmente furiosa e ignorando sus quejas, anudó con fuerza las cuerdas hasta que las manos del joven comenzaron a ponerse ligeramente moradas.
- ¡Así ya no escaparéis!
- ¿Cómo podéis haber sobrevivido? ¡Estáis embrujada! -gimió el joven con dolor.
- No, hombre, no, solo ha sido un rasguño... -dijo Kârmne mostrándole la piel donde le había apuñalado, que sangraba ligeramente (no iba a contarle que conocía hechizos de sanación y por ello había logrado levantarse y cicatrizar la herida, ¡que le tuviera miedo!)- Pero me habéis hecho derramar sangre en la pirámide de mi señora, y eso no os lo voy a perdonar...
Una vez sació su hambre y su sed, Hahsuc, sin dar las gracias, comenzó a pasear por el oasis. Los nómadas regresaron a sus labores mirándolo enigmáticamente.
El joven caminó por el lugar no queriendo admitir que le fascinaba. Su fértil paisaje lo hacía único, no solo por encontrarse en medio del desierto, si no por algo que no era capaz de describir ni descifrar. Un misterio parecía yacer en su interior, oculto del mundo. Los hermosos árboles con su sombra y la finísima arena blanca le trasladaban a los cuentos que su madre le narraba de niño, cuando no tenía el poder en sus manos y solo debía jugar, ser libre y educarse para ser el futuro faraón y desposar a una mujer poderosa cuyo imperio pasase a formar parte del suyo. Quizá nunca se había sentido tan libre como aquel día en aquel precioso y misterioso lugar... Sin que si diera cuenta, pronto vio una enorme construcción que se alzaba majestuosa en lo más profundo del oasis. Una pirámide.
Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños reina!
El joven no podía ver nada desde su posición, pero si que había visto un hilo de sangre aparecer en la túnica de la mujer. Rió a carcajadas, ¡era un héroe! Había acabado con la sacerdotisa de Akinom, ¡su hermano le recompensaría con la mitad del reino! Bueno, quizá no tanto, pero seguro que le conseguía a la mujer más guapa para que fuera su esposa. ¡Y eso si que le gustaría! Mientras él ejercía su poder, podría entretenerse teniendo vástagos con su bella mujer...
Hahsuc había alcanzado el oasis de los perdidos y sus ojos no podían creérselo. Cuando estaba a punto de desfallecer y moría por una gota de agua en sus labios, vio en la lejanía un hermoso paraje verde lleno de vida. Suponiendo que se trataría de alguna espléndida alucinación a causa del cansancio y el calor asfixiante, se acercó a ella para comprobar cómo sería. Lo que no esperaba es que aquel sitio fuera real y que incluso tuviera nómadas recogiendo frutos y viviendo allí.
- ¿Hola?
Los nómadas le miraron y sonrieron.
- Buenos días, joven, bienvenido al hogar de los Sin Nombre. ¿Os habéis perdido en vuestra travesía?
Hahsuc no entendía bien a qué se referían pero no le importaba, solo quería agua.
- Agua... -miró anhelante un manantial.
Uno de los nómadas le acercó su cántaro y el joven metió las manos en él para beber abudantemente. Al instante se sintió revitalizado, como si el desierto no hubiera hecho ninguna mella en él. Por supuesto que no, era Hahsuc, un hombre perfecto en busca de su prometida.
- ¿Queréis comer? -preguntó una mujer ofreciéndole tayyin, mreifisa y el aych, aparte de los tradicionales dátiles. El joven asintió, hambriento. Qué suerte encontrar tanto lujo en aquel lugar paradisiaco en medio de la nada...
Ark-los la abrazaba reconfortante, atónico por lo que acababa de escuchar.
- ¿Tu hermano? ¿Cómo..?
- No en un sentido literal, sino figurado. Hicimos un juramente de sangre cuando éramos niños, nos hermanamos. Nuestros pueblos lo hicieron. Por eso debería casarme con Hahsuc, aunque no pienso hacerlo...
- Pero... vuestro matrimonio de conveniencia...
- Mis padres lo escogieron y ya sabéis que no tenemos derecho a preguntar. Lo hicieron por el bien del reino. Yo no recordaba el hermanamiento, el aguamanil me lo ha revelado. Y eso...
- Eso significa que el sacrificio... -murmuró Ark-los, entendiendo.
Tan ensimismado estaba en sus dulces pensamientos que no se dio cuenta de que Kârmne se había levantado para propinarle un buen bofetón.
- ¡¡Un inútil!! Es que ni apuñalar a un enemigo sabéis... ¡¡Estúpido!!
- ¡Nooo! ¡Estabais muerta!
Kârmne, totalmente furiosa e ignorando sus quejas, anudó con fuerza las cuerdas hasta que las manos del joven comenzaron a ponerse ligeramente moradas.
- ¡Así ya no escaparéis!
- ¿Cómo podéis haber sobrevivido? ¡Estáis embrujada! -gimió el joven con dolor.
- No, hombre, no, solo ha sido un rasguño... -dijo Kârmne mostrándole la piel donde le había apuñalado, que sangraba ligeramente (no iba a contarle que conocía hechizos de sanación y por ello había logrado levantarse y cicatrizar la herida, ¡que le tuviera miedo!)- Pero me habéis hecho derramar sangre en la pirámide de mi señora, y eso no os lo voy a perdonar...
Una vez sació su hambre y su sed, Hahsuc, sin dar las gracias, comenzó a pasear por el oasis. Los nómadas regresaron a sus labores mirándolo enigmáticamente.
El joven caminó por el lugar no queriendo admitir que le fascinaba. Su fértil paisaje lo hacía único, no solo por encontrarse en medio del desierto, si no por algo que no era capaz de describir ni descifrar. Un misterio parecía yacer en su interior, oculto del mundo. Los hermosos árboles con su sombra y la finísima arena blanca le trasladaban a los cuentos que su madre le narraba de niño, cuando no tenía el poder en sus manos y solo debía jugar, ser libre y educarse para ser el futuro faraón y desposar a una mujer poderosa cuyo imperio pasase a formar parte del suyo. Quizá nunca se había sentido tan libre como aquel día en aquel precioso y misterioso lugar... Sin que si diera cuenta, pronto vio una enorme construcción que se alzaba majestuosa en lo más profundo del oasis. Una pirámide.