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24 enero 2021

Amber Enigma

Epílogo

La arena cubría poco a poco la pirámide ocultándola de la vista de aquellos que nunca la habían contemplado, pues se hallaba perdida en el desierto. Ya nada quedaba de los jardines repletos de flores, del lujo de la corte, de ninguno de sus antiguos habitantes...

Solo el silencio.

***

"El mundo tal y como Atum-Re lo había creado acabaría por culpa de su voluntad". Con estas palabras en mente, Akinom se encontraba en un estado caótico. Ya no se sentía reina, ni poderosa, ni digna de sus antecesores. El oasis de los perdidos... realmente portaba consigo una maldición que no había querido ver dada su soberbia. Y pensar que había considerado un refugio a aquel lugar que era en realidad su prisión...

- No lo sabías. No puedes culparte -dijo Ark-los.

¿Aún la amaba? 

- Soy... "Era" la futura reina de Imlan. Debía haber entendido las señales cósmicas, los jeroglíficos... Pero estaba cegada de amor y era incapaz de verlo... -lamentó Akinom.

Ark-los sintió una punzada en el corazón.

- ¿Me culpáis, mi señora?

Sí. No. 

- No. Solo a mí, a mis decisiones. 
- Os faltaba conocimiento... -comenzó el consejero de nuevo.
- ¡Exacto! Ahora hablo desde mi tumba, por desconocimiento. No hice las consultas adecuadas, malgasté poder en...

Contempló el cuerpo sin vida de Hahsuc, que la miraba fijamente desde su descanso eterno.

- Todos estamos muertos Akinom. Desde el nacimiento, es nuestro destino. Mi cuerpo volverá a portar a mi espíritu si me perdonas la vida, pero ya sabes qué significa ese sacrificio... ¿Estáis dispuesta a tomarlo? -susurró mirándola con lujuria. La antigua reina de Imlan tuvo un escalofrío.

Ojalá pudiera volver en el tiempo.


Am-näir había cruzado victoriosa el desierto junto a Berthal y Kârmne, a la que mantenía dócil y tranquila bajo sus órdenes gracias a las diversas pociones. Quería el poder y ese era el único lugar donde tomarlo.

El oasis de los perdidos... Un vergel digno de los dioses que eran, al fin ante sus ojos. Las leyendas eran ciertas. El poder supremo se había liberado como rezaba la profecía, al menos eso creía viendo su cielo dorado y oscuro. Y necesitaban de una sacerdotisa para dominarlo. 


- ¿Y bien?

No sabía qué contestar. No quería responder. Aquello se había tornado en una pesadilla de la que no podía escapar.

- Akinom...

Podía sentirlo. Su llegada. El fin de los tiempos.

- La decisión está tomada. 

***

La arena cubría poco a poco la pirámide ocultándola de la vista de aquellos que nunca la habían contemplado, pues se hallaba perdida en el desierto. Ya nada quedaba de los jardines repletos de flores, del lujo de la corte, de ninguno de sus antiguos habitantes...

Solo el silencio.

Mientras, en el oasis de los perdidos, la vida era como un jardín del Edén primigenio. Akinom había sido desposada con Hahsuc, vuelto a la vida, pero jamás compartían tiempo juntos. La joven residía en la majestuosa pirámide que una vez compartiera con Ark-los para dar rienda suelta a sus pasiones y conspiraciones -y con el que compartía lecho y existencia cada día y cada noche- mientras Hahsuc vivía en unos aposentos lujosos y retirados de su visión, en el extremo opuesto del oasis. Juntos compartían el gobierno del reino, siendo Akinom el eje principal de poder y habiendo Hahsuc consentido en tener a Ark-los como consejero. A cambio, todas las riquezas que una vez pudo desear y el secreto de su descendencia a salvo. 

Berthal se había desposado con Am-näir, y siendo legítimo miembro de un linaje tan poderoso había conseguido que ella ascendiera a la cumbre social, haciendo sus sueños realidad. Tanto Am-näir como Kârmne, obligada a tomarla como discípula, era las sacerdotisas que custodiaban los enigmas de aquel lugar maldito que ya nunca más sería la perdición de nadie. Imlan  y su pirámide, así como su sociedad, se perdió en los anales de la historia y desapareció de las crónicas para siempre, dejando a los habitantes del reino un hogar en el oasis, en el que vagarían por el resto de la eternidad, inmortales, olvidados del mundo. 


Fin.

Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños reina!

01 enero 2021

Dunwich Macabre

Regresar a Ämsyar no era tan sencillo, incluso si la guía era su propio corazón. ¿Puede errar la intuición? ¿Podemos tomar el camino e
quivocado aún conscientes de que no es nuestro destino, por las razones menos loables? Hacer el bien, custodiar el secreto de la nebulosa estaba en su mano, pero a su vez no podría llevar aquel peso sobre los hombros a cuestas lo que le restaba de vida... Incluso si fuera la única manera de salvarlos.

- Incluso si fuera... 

Sus pensamientos vagaban inconexos y plagados de déjà vu. Los árboles se le hacían familiares y sus espíritus acariciaban su alma. Apretó la gema verde contra su pecho y suspiró profundamente. Tenía que ser valiente y asumir la verdad, aunque doliera. El error de abrir el velo solo lo había cometido ella y ningún razonamiento al respecto aliviaría el mal. Jamás.

- Ödyhn...


No sabía cuántas lunas habían pasado. Cuando llegó a la linde del bosque se sintió reconfortada, como si hubiera dejado atrás todos los enigmas y secretos... Que en realidad portaba consigo. Suspiró nuevamente. Si el sino de Lady Blue era rescatar a las gentes de Ämsyar... consagraría su vida a ello. 

- ¡Sêdnä!

La dulce voz de Ödyhn fue como música para sus oídos. Su mirada lo decía todo, su aspecto había cambiado. Sus ojos nacarados relucían inexpugnables. Quiso abrazarla, consciente de que no era posible. Y quiso atravesar el velo...

- Volvamos.


Ödyhn la llevó sana y salva hasta Ämsyar, que seguía siendo el lugar encantador de antaño. Los niños que una vez le habían dado la bienvenida acudieron a su encuentro, alegres y joviales... Y mayores. Sintió una punzada de aprensión hasta que vio a la señora de canoso cabello, envejecida pero aún llena de energía.

- Al fin regresáis, pequeña Diosa... -dijo acariciando maternalmente su larga melena- no esperaba menos de vos. 

A Lady Blue se le llenaron los ojos de lágrimas en agradecimiento por la cálida bienvenida y el secreto que pesaba en su corazón, que no pasaron inadvertidos para la mujer. 

- Yo...
- Ven, necesitas ropajes nuevos, ¡debes haber pasado mucho frío!

No sabía cuánto.


Ataviada con un vestido de terciopelo rojo oscuro y una túnica a conjunto, se sentía como una reina. Su rostro pálido le devolvía la mirada hundida y su nuevo corte de cabello le sentaba muy bien... Y se sentía culpable por verse hermosa. ¿Cómo podía pensar en tales detalles superfluos cuando el destino de aquellas gentes estaba en juego? Quizá era un escape mental al terrible mundo que la rodeaba...

- ¡Tan preciosa como siempre! -exclamó uno de los jóvenes- ¡y aún llevas el amuleto!

Lady Blue acarició el árbol de la vida con cariño y sonrió con sinceridad por primera vez en mucho tiempo.

- Me ha hecho mucho bien... 

El muchacho se sonrojó y ella rió ante su timidez.

- ¡Cada día estáis más hermosa! La vida florece en vos -respondió la niña de bucles dorados, que ahora era una vivaracha y bella muchacha. El rostro de Sêdnä se oscureció. ¿He dicho algo malo? -se percató la muchacha.
- No, cielo... El viaje ha sido largo, estoy extenuada eso es todo -sonrió amable.
- ¿Cómo es Orión?
- ¡Basta de preguntas! -regañó con dulzura la mujer de cabello cano- nuestra bruja de Yör debe descansar. Toma -dijo tendiéndole una infusión con un aroma agradable y depositando un beso tierno en su cabeza -duerme, pequeña Diosa. 


Lady Blue despertó al día siguiente con la mente despejada y el corazón oprimido. No sabía cómo enfrentarse a los habitantes de Ämsyar, que tantas esperanzas tenían depositadas en ella.

- ¿Qué ocurrió en la cueva?

La voz de Ödyhn era dulce, pero sonaba... ¿lejana? Sus ojos permanecían opacos, como si la conexión entre ambas se hubiera roto. O como si...

- Bien sabes que no puedo contártelo... -respondió cuidando de no parecer desconfiada.
- Me preocupo por tí. No pude acompañarte... y has estado ausente muchas, demasiadas lunas...

Ella era la que parecía en otro mundo, y no solo por el velo desgarrado. Algo en su espíritu había cambiado... ¿Habría sucedido algo en el pueblo que ella no sabía?

- Era mi destino, encontrar aquel lugar y...

El espíritu brilló con fuerza para apagarse de nuevo.

- ¿Y? -apremió la joven.

Parecía poseída. ¿Cómo era posible?

- ¿Ödyhn..?
- ¡Vamos, habla Sêdnä! ¿Qué es lo que temes? -su voz sonaba ahora grave y desconocida.
- ¿Quién demonios eres?
- Tu peor pesadilla -respondió la voz.


Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños reina!

24 enero 2020

The Vestiges of the Pyramid

El cielo dorado y sus nubes áureas irisaban todo el paisaje que cubría su mirada como si se encontrara en un sueño. "Sois fría, mi señora. Ni siquiera el amor de vuestro consejero consigue ablandaros ese corazón de piedra"... ¿Hablaba con sabiduría ancestral? ¿Por qué creía sus crueles palabras? Ella era la reina, ella era el desierto. Su voz resonaba en su mente, mezquina, cautivadora... ¿Estaba logrando profanar sus convicciones? 

- Akinom... -susurró Ark-los. La reina permanecía inmóvil, hierática, pero su mirada yacía perdida en las arenas y en Hahsuc. No le gustó su expresión. ¿Qué le ocurría? 
- Vos... No oséis pronunciar ni una palabra más en presencia de vuestra reina. No sois digno del oasis, de su magia ni de mi corazón -terció.

Hahsuc la miró anonadado. ¿Por qué rehusaba su ardiente amor? ¿Prefería a ese consejero sin linaje antes que a su apolíneo prometido?

- Sois cruel, mi señora. Pero vuestra crueldad solo me hace anhelar más fervientemente vuestro amor.

Akinom bufó con desprecio y desesperación.


Kârmne inspiró profundamente para poder entrar en trance. Con suavidad y lentitud, sopló las velas que iluminaban tenuemente la pirámide hasta que solo quedaron vivas las que rodeaban la figura de Berthal. El joven no se movía y parecía sumido en un sueño inquieto provocado por las fragancias. Por un momento pensó que sería ilustrativo poder contemplar sus pensamientos, pero pronto rechazó esa idea. Fijo que eran de lo más turbio... Sueños de poder, delirios de grandeza y bellas mujeres. No quería esas imágenes en su propia mente. La sacerdotisa se aproximó al joven y removió los pétalos de las flores para que desprendieran sus esencias con más vigor...

- Kârmne... -musitó el joven en sus sueños. La sacerdotisa se acercó a su rostro y lo contempló. Hahsuc no... hermano...

La mujer le miró con curiosidad. ¿Sabía aquel cenutrio que Hahsuc no era su verdadero hermano? No podía creérselo... Abandonó el ritual y se le quedó mirando fijamente en busca de más palabras. El joven empezó a roncar y la sacerdotisa bufó indignada. Por un instante, sintió el aliento de Akinom y vio los ojos de cordero degollado de Hahsuc en un paisaje dorado. Pestañeó. Su señora estaba en serio peligro...


Los ojos de Am-näir estaban llenos de brillantes lágrimas y al resto de siervas se les rompía el corazón... La joven se había derrumbado y había comenzado a llorar silenciosamente. Ella, la incólume, la más valiente y ambiciosa, sollozaba sin consuelo. Una de las jóvenes se acercó y desató sus manos, a pesar de los susurros de las demás. No podía dejarla en tal deplorable estado... La vigilaban de cerca, no pasaría nada. Cuando se vio liberada de sus ataduras, la joven sonrió en agradecimiento e inmediatamente echó mano a su túnica, de la que sacó una pequeña botellita que estampó contra el suelo no sin antes cubrir su rostro, haciendo que todos a su alrededor cayeran sumidos en un profundo sueño...


¿Qué demonios ocurría? Por Ra que tenía que averiguarlo. 

- Vuestras palabras son necias, tan solo anhelais poder, devastación. Imlan jamás será vuestro. Yo jamás seré vuestra.

Estaba realmente gloriosa y brillaba con luz propia. Ark-los no podía dejar de admirarla en las sombras. Aquella ya parecía más su Akinom, una auténtica reina del Nilo. 

- Mi señora...
- No. No soy vuestra señora...
- ... Sois señora del Nilo, de la tierra. De todo lo existente. De mi corazón, aunque lo neguéis -interrumpió Hahsuc.
- Nunca, nunca...
- Siempre. He cometido errores en búsqueda del poder y la gloria. Pero existen otros caminos. Mostrádmelos. 

¿Pero quién se creía para hablarle de ese modo? ¡El amor de su vida estaba justo detrás!

- No sois quién para recorrer según que caminos. Volved a vuestra tierra  y tendré clemencia.

Una carcajada de Hahsuc la sorprendió del todo. ¿Se reía?

- No me hagáis reír... Un uraeus y vuestra semejanza física con Hathor no son suficientes para gobernar un reino. 

Akinom no sabía qué decir. ¿Qué había cambiado de nuevo? El oasis de los perdidos parecía hacer perder la coherencia a aquel despreciable... No entendía aquellos cambios tan bruscos. La luna relucía con su enorme belleza en el firmamento. ¿Sería su influjo el que le hechizaba?

- Akinom...

La voz de Ark-los trajo de vuelta sus pensamientos. No podía permitir que Hahsuc estuviera ni un instante mas en aquel lugar sin purificar su espíritu.


La sacerdotisa había vuelto al ritual mientras Berthal roncaba como un poseído. Tras varios hechizos y ceremonias consagró la pirámide y todo lo que se hallaba en su interior. Berthal comenzó a gritar asustándola y trató de incorporarse tan de golpe que la sacerdotisa cayó hacia atrás.

- ¡Oh, que horrible pesadilla! ¿Dónde está mi hermana, la princesa Akinom?

Kârmne se quedó sin palabras. Aquel no parecía Berthal, el niño engreído hermano del aún más petulante Hahsuc. Parecía un joven comprometido con el reino, maduro, serio... ¿Tan fuerte había sido el ritual que había cambiado su personalidad?

- Debemos advertirle. Hahsuc hará todo lo que esté en su mano para arrebatarle el reinado y quizá... Quizá quiera asesinarla -dijo con seriedad. Kârmne no se lo podía creer. Sin ningún disimulo, comprobó las pociones que tenía en la pirámide. ¿Le había dado alguna por error? No era capaz de recordarlo...

- Sacerdotisa, soltadme y juntos protegeremos a Akinom, a mi hermana.

Kârmne perdió la razón por un instante y confió ciegamente en aquel joven. Le desató alegre por lo bien que había salido el ritual y comenzó a meditar una buena forma de disculparse con él por lo acontecido previamente... Quizá las esencias y fragancias de la magnífica Imlan habían introducido al fin un poco de sentido común en aquella sesera. En cuanto el joven se vio libre, sonrió agradecido a la sacerdotisa y se dispuso a seguirla.

- Está bien, salgamos de este lugar...
- ¡Ni pensarlo!

En un movimiento rápido, Berthal dio un golpe seco en la nuca de la sacerdotisa que la hizo caer de rodillas.

- ¡Y así es como se engaña a una bruja del demonio! -exclamó Berthal con su voz de siempre dando rienda suelta a su hilaridad. La sacerdotisa yacía inmóvil en el suelo y el joven no podía sentirse más ufano. ¡Y ahora me largo de este lugar infernal!
- ¡Que os lo habéis creído!

Kârmne se levantó con agilidad felina y rodeó al joven con sus brazos haciéndole un movimiento que casi le parte el brazo izquierdo.

- ¡Ay, no!
- ¡Ya sabía yo que no podíais cambiar! ¡Ni siquiera la poderosa magia de Imlan puede acendrar vuestros pecados! 
- ¡Pero confiabais en mi! -chilló el joven como un crío.
- ¡Nunca! ¡Os he engañado! -mintió.
- ¡Basta!

Ambos dejaron de forcejear y se giraron a la vez. Am-näir, vestida a la manera griega, portaba una antorcha en una mano y un khopesh en la otra. Parecía una guerrera amazona.

- ¿Cómo habéis recuperado la voz? ¿Qué hacéis aquí? -preguntó Kârmne asiendo con más fuerza a Berthal, que se retorcía como un cochinillo.
- ¿Pensáis que sois la única que domina la magia? Mi madre es una sacerdotisa menor y conoce algunas pócimas... 


Kârmne se sentía desbordada. Am-näir la amenazaba con el sable y no sabía qué hacer.


La futura reina de Imlan miraba el hermoso paisaje onírico del oasis en medio de una batalla interior. Conocía ese lugar, su poder, pero no cuánto podía cambiar los corazones de aquellos que lo descubrían. Y se arrepentía de habérselo descubierto a Hahsuc, como si uno de sus más preciados secretos hubiera sido revelado a quien podría destruirlo todo... No quería que acabara con su reino, con su grandeza, con todo por lo que había luchado y debía seguir luchando. Se giró y miró a Ark-los, perdida. Los ojos castaños de su consorte le devolvieron una mirada que hizo que todas sus esperanzas se desvanecieran. Veía el reflejo de Hahsuc en ellos.

- ¿Estáis bien? La hija de faraones no debería cavilar tanto sus decisiones... Tal vez el peso de un reino sea demasiado para vos... -dijo Hahsuc. 

¿Qué le estaba ocurriendo? Todo parecía como una pesadilla... Los antiguos dioses se alzaban y la juzgaban, los cielos se desmoronaban. Anubis, el chacal, la custodiaba hacia su necrópolis sin lujos donde no llegaría jamás a la otra vida. Bastet abandonaba su rol benévolo y se aliaba con Sacmis para que el sol le diera muerte. Maat rompía el equilibrio y la armonía del universo primigenio para dar valor a la deslealtad, la mentira y la injusticia. Cnum dejaba de crear y las vidas de dioses y mortales se apagaban. Kheper nunca le haría su visita eterna... 


- ¡Akinom!

Despertó en brazos de Ark-los, desorientada. La pirámide reflejaba con la luz de la luna los grabados de su interior. Akinom miró a la joven que se le parecía, fijándose especialmente en su rama y su cetro. ¿Era realmente digna?

- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Hahsuc? -cuestionó la futura reina de Imlan.
- Los Sin Nombre se lo han llevado dormido.
- ¿Qué hago aquí?

Ark-los la miró tiernamente.

- Vuestros poderes son grandes, mi señora. Pero los poderes del oasis de los perdidos pueden ser difíciles... de someter...
- ¿Qué quieres decir con eso?

El consejero hizo una pausa, meditando sus palabras.

- Os mirasteis fijamente y el cielo se desplomó ante vos. 

Akinom le miraba silenciosa sin entender.

- ¿Se... desplomó?
- El poder se liberó... Y fue demasiado para ti. Para él. Para ambos...
- ¿Por qué hablas así de nosotros?

El joven suspiró, resignado.

- Me temo que no todos los enigmas están resueltos, amor mío... Aún nos queda un largo camino antes de que podamos llamar hogar a Imlan -dijo simplemente.


La pirámide relucía a pesar de la oscuridad con la antorcha que portaba Akinom y que recordaba a los antiguos dioses de Olimpia.  

- Y ahora... Vais a liberar a mi futuro esposo.
- ¡Oh! ¿Yo? ¿Tu esposo? ¡Sois muy bella, mi señora! ¿Y decís que sois descendiente de sacerdotisas? -preguntó el joven con voz suspicaz y claramente pinta de no querer emparentar con estirpes de brujas.
- Callaos -Berthal pareció encantado con que le diera órdenes. Probaréis de vuestros propios conjuros, maldita sacerdotisa -dijo aproximándose a ella y obligándola a inhalar el extracto de una hierba que había quemado encima de la antorcha.
- Perdonadme, mi señora... -pensó Kârmne antes de desvanecerse.


Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños guapa!

01 enero 2020

Malleus Maleficarum

 - ¡La diosa ha llegado!

Y allí se encontraba ella, al pie de la estatua, totalmente perdida. El altar de la efigie estaba cubierto de hermosísimas flores y un escalofrío recorrió su espalda. Era igual que en su sueño... Miró la inscripción. "Sêdnä, la bruja de Yör, poderes ocultos en su corazón". ¿Realmente podría cambiar el destino de la frágil y abandonada nebulosa? Acarició su amuleto del árbol de la vida.

- La diosa de Orión siempre ha sido venerada en nuestra aldea. Tenemos aquí a una digna descendiente de su estirpe, ¡la mismísima bruja de Yör! -dijo la señora con voz emocionada. Los habitantes del pueblo se arrodillaron ante ella y Ödyhn, cuya presencia parecía pasar desapercibida, sonrió. Lady Blue no sabía dónde meterse.
- Yo... yo solo soy...

Guardó silencio. No quería que el precioso pueblo de Ämsyar descargara su ira contra ella y desapareciera en el olvido... 

- Nuestra joven bruja ha invocado a los poderes oscuros.

Para su desconcierto, nadie pareció sorprendido. ¿Por qué?

- Ahora requiere que el velo que divide ambos mundos sea sellado -continuó mirando a Ödyhn, que volvió a sonrojarse de nácar- y para eso necesitará nuestra magia ancestral.
- ¡Nadie ha visto la cueva en siglos! ¡No es posible! -gritó alguien entre la multitud.
- ¡La diosa la encontrará! -chilló uno de los niños.
- ¡Sí, ella tiene poderes inalcanzables! -corroboró otro.

La joven no entendía nada y miró los vivos ojos de la señora en busca de sabias palabras.

- Existe una cueva en lo más profundo del bosque, cerca de un manantial... Contiene una magia de inexpresable poder que solo los dioses pueden dominar. Tu misión será encontrarla y someter ese poder a tu voluntad para poder cicatrizar el velo y liberar a los vivos de los muertos...

Lady Blue meditó bien sus palabras. Regresar al bosque le producía un miedo atroz y no entendía por qué. Tenía la horrible sensación de que algo espantoso la esperaba desde tiempos inmemoriales y su mente se oscurecía por momentos. Las caritas de ilusión de los niños y las esperanzas que aquella aldea depositaba en ella le hicieron tomar una decisión de la que estaba segura que se arrepentiría.

- Está bien. Saldré al bosque.


Y ahora se encontraba sola, en medio de la nada, rodeaba de árboles y riachuelos. Los bosques le producían una indescriptible sensación de paz y sosiego, pero aquel era diferente. Sus ropajes, que había cambiado por una liviana seda verde con adornos de muselina y una capa en tonos otoñales le otorgaban el bello aspecto de una dríada -como habían dicho los niños- y hacían que se camuflara en el verdor. Era una ninfa maldita de pelo negro y ojos verdes. Una bruja. 
No entendía su misión en el mundo, si solo sería portadora de negatividad cuando el pueblo se diese cuenta de que ya nada quedaba de Orión. ¿Lo sabrían sus eruditos en magia? ¿Querrían sellar el velo aunque jamás pudiesen conocer su pasado? 

Se detuvo. Oía a los pájaros cantar, el silbido de las cigarras y la música tenue de los grillos. ¿Dónde se hallaban las dríadas para guiarla? ¿O las ninfas de las aguas? ¿Acudirían los seres mitológicos a ella?

- Por favor... -suspiró. Su voz pareció alcanzar leguas y el eco le devolvió un sonido inequívoco. Una risa clara y diáfana. 

Siguió la voz, que la reconfortaba en la soledad de la floresta. Ödyhn no tenía permitido acompañarla, solo la diosa o su linaje podría encontrar la cueva. Y se sentía muy sola... Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla. 


Se había perdido. Nunca había sabido el camino, pero cuanto más avanzaba más sabía que no podría volver atrás. El bosque era tan extenso que no parecía tener fin y le daba la impresión de recorrerlo en círculos concéntricos cada vez más grandes. El bosque ocupaba todo el mundo, todo el universo, y se prolongaba hasta Orión, hasta los confines de lo desconocido. Hasta la propia nada. Porque era el todo. Y entonces la vio. Brillante, tras varias noches vagando en la oscuridad con la luz de las estrellas y la luna como única guía. La cueva al lado del manantial que fluía como un río de estrellas con su magia apoderándose de la atmósfera. No era consciente del frío que tenía ni del tiempo real que había pasado. Solo sabía que tras unas pocas noches, había encontrado el lugar. Suspiró aliviada y tocó el amuleto de plata que pendía de su cuello, enredándose con su cabellera azabache. 

Un instante. Se contempló en el reflejo del manantial y unos ojos hundidos en sus cuencas le devolvieron la mirada. La melena le llegaba casi hasta la cintura, cuando había partido apenas le sobrepasaba los pechos. ¿Cuánto tiempo había pasado? Se contempló nuevamente. Sus ropajes estaban gastados, pero seguían siendo hermosos. Su rostro estaba pálido, aunque no más de lo habitual y su belleza parecía haber aumentado hasta parecerse realmente a la hermosísima estatua de Ämsyar. El amuleto brillaba a la luz de la luna. Miró el cielo. Los astros, las estrellas, seguían en su lugar. El mundo no había caído en el olvido.

Miró la entrada de la cueva en la negrura de la noche. Unas luciérnagas revolotearon hasta ella prometiéndole su luz en el interior y al darse la vuelta vio la sonrisa de una hamadríada y el reflejo de una náyade en el agua. 

- Bienvenida.

Una hermosa Oréade, espíritu de la naturaleza, la invitó silenciosa a entrar en la cueva con una sonrisa. Sëdnâ, atraída por su belleza y confiada en poder sellar el velo, caminó hacia la oscuridad.



Oscuridad. Caminaba sin rumbo por la oscuridad. Las luciérnagas iluminaban suavemente los muros de piedra, donde de vez en cuando se veían inscripciones en lenguas que desconozco. No entendía por qué me rodeaba la oscuridad, pero no quiero quedarme quieta sin saber qué hacer en medio de la nada. Seguramente un río discurría por encima de la cueva, porque las gotas de agua se filtraban por los muros y pequeños chorros anegaban por momentos el suelo de tierra creando un pequeño lodazal. Me deslizaba por el terreno y temía mancharme el hermoso vestido que alguien me había obsequiado. 

De pronto, sin previo aviso, llegó al final de la cueva. Una enorme estancia iluminada por una antorcha mística que parecía arder imperecedera desde el principio de los tiempos mostraba un atril en el centro justo de la sala. Le dio mala espina. Muy mala espina. Miró alrededor. Los muros de la cueva se extendían hasta el mismísimo firmamento, y el propio firmamento se expandía hasta lo desconocido, tanto que la propia vista no alcanzaba. Vio Orión tan claro como un día de verano, con su colorida nebulosa sumergida en el silencio de la eternidad. Su origen, su fin, mi muerte. 

Caminé hacia el atril con sentimientos encontrados, con un mar de sensaciones horrorosas donde lo divino parecía haberla abandonado, donde todo se perdía y nada se encontraba. Con la mente confusa y el corazón infundado de valor. Un libro muy antiguo reposaba incólume al paso del tiempo en el atril de madera vieja astillado por la magia negra. Brillaba en la oscuridad y ni siquiera las luciérnagas osaban acercase a él. Sêdnä se aproximó con cautela al libro que estaba cubierto por una densa capa de polvo. Pasó la mano por encima y pudo leer su título.

Malleus Maleficarum


No lo conocía. Aquel epígrafe no le decía nada. El latín si lo comprendía, pero "El Martillo de las Brujas" era una obra que no recordaba haber leído nunca. No estaba en la extensa biblioteca de castillo, eso lo tenía claro. Lo tocó con prudencia para comprobar su antigüedad y vio que parecía escrito siglos atrás, pues sus páginas estaban amarillentas y parecían muy desgastadas, como si hubiera sido leído una y mil veces. No había nada más en aquella sala infernal en lo más profundo del subconsciente, por lo que tomé el libro del atril entre sus manos y giré la cubierta para mirar en su interior. 


Deseé no haberlo hecho nunca.

El tratado databa del Renacimiento, en la época de la persecución de las brujas y la histeria brujeril en Europa. Un exhaustivo libro sobre la caza de brujas, con un profundo impacto en los juicios de brujería según dedujo. Algunas de las prácticas que en él se describían si le sonaban, el miedo que rezumaba le era conocido. Demonólogos, inquisidores... Todos aquellos que temían a la oscuridad habían dejado su impronta en aquel ejemplar, que dado su lamentable estado seguramente era el original. Después de leer algunas de sus páginas llegó a unas frases que hicieron que soltara el volumen con un grito como si ardiera. El libro cayó al suelo y quedó abierto. Sêdnä se arrodilló y se sujetó la cabeza, que sentía que le iba a estallar de recuerdos de vidas anteriores y por todo el sufrimiento que había causado en mis peores sueños, como cuando las amables gentes de Ämsyar perecieron con la lluvia de Orión y la furiosa tormenta que desaté. 

Y no era una pesadilla.

Lo entendió todo de golpe. El volumen que reposaba en el suelo, intacto al impacto sufrido, le provocó una oleada de odio y terror por encima de lo humanamente soportable. Con las pocas fuerzas que me quedaban lo tomé entre mis manos y lo dejé en el atril, cerrado, con toda su maldad encerrada en su interior. Y comprendí que no habría magia, humana ni divina, que sellara el velo jamás. Me di la vuelta y acompañada por las luciérnagas, regresé al bosque.


Ämsyar, el pueblo que viene y va, nunca encuentra donde reposar. Fundada por caballeros Luminarios...

Lady Blue caminaba por el bosque con su larguísima melena ondeado con la suave brisa de la mañana. La luz del sol la reconfortaba, aunque su corazón no encontraba sosiego. Había visto el verdadero rostro de Ämsyar, el que el mismo pueblo desconocía, el que debían ignorar para no caer en la ignominia. ¿Dónde se encontraba el místico poder del que la señora le había hablado? No en la cueva. La cueva había sido imposible de encontrar por una buena razón desde hacía siglos y así debía seguir siendo. No podía mentirles, pero no quería que sus horribles verdades salieran a la luz...

- Por otra parte estoy perdida en este bosque... Quizá pudiera seguir así para siempre, convertirme en un espíritu de la naturaleza y dejar que el velo...

Ella no era así. No podía ignorar su error. Aunque Ämsyar estuviera bajo los efectos de una maldición que ellos mismos desconocían, no podía abandonarles. Tendría que encontrar el camino de regreso y buscar otra forma de sellar el velo...

Una risita hizo que se diera la vuelta. No vio nada. La luz del sol se filtraba entre las ramas de los árboles creando sombras que parecían seres mitológicos, pero no veía nada. La risita se escuchó más fuerte. Detrás de uno de los árboles, la Oréade que protegía la cueva se acercó silenciosamente a ella y le tendió una gema verde brillante. Sëdnâ desconocía el material, pero en cuanto la tocó supo que pertenecía a la cueva. Que era lo único puro que podía crear de la oscuridad. La Oréade sonrió y desapareció en la neblina. Lady Blue supo entonces que la cueva jamás volvería a aparecer y el secreto de Ämsyar estaría a salvo mientras ella fuera su custodia.


Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños bellezón!

24 enero 2019

Áureo













Akinom sonrió y retiró la mano del aguamanil. Algo en su aura indicaba que una guerra estaba por comenzar y ella sería la conquistadora.

- Mi querido prometido se aproxima a la pirámide... -susurró con un deje siniestro.
- ¿Y eso qué significa? -preguntó Ark-los, fascinado por el encanto que emanaba su señora en aquel instante. 
- Oh... pronto lo verás -dijo dándole un suave beso en los labios.


Hahsuc se acercó a la majestuosa obra admirando su exquisita arquitectura. No parecía una pirámide común y corriente, si no la expresión de la perfección faraónica en toda su gloria. Cuando Imlan fuese suyo conquistaría aquel lugar y se trasladaría a vivir en él en medio del desierto en los ardientes veranos para poder tener privacidad con sus amantes. Tenía sentimientos encontrados con respecto a Akinom, aunque la calidez de aquellas gentes le había ablandado un poco y creía recordar la belleza de su prometida... Bueno, ya vería.
Mientras meditaba cómo esclavizar a aquellos amables habitantes del oasis, la tierra comenzó a temblar. De entre las arenas que rodeaban la pirámide surgieron lentamente dos muros de piedra repletos de jeroglíficos que lo custodiaban. Por alguna razón no los entendía. Tocó su relieve acariciándolo con suavidad y casi veneración. Parecía una lengua extranjera escrita en caracteres. Tan ensimismado estaba que no se dio cuenta de que el cielo se oscurecía y se volvía dorado, cubierto de nubes áureas, mientras la luna aparecía en pleno día tan próxima como nunca la había visto. El joven alzó la mirada, fascinado. ¿Sería algún tipo de magia antigua?

La abertura de entrada se abrió lentamente y Hahsuc quedó cautivado cuando vio a Akinom en su interior. Portaba una túnica liviana y traslúcida de un tono azul cobalto que resaltaba su perfecta belleza. Junto con el uraeus, parecía la mismísima Hathor, la deidad cósmica del amor. Jamás había visto una hermosura tan digna de una reina, de una diosa. 

- Te esperaba -dijo Akinom con una voz sepulcral que le sonó tan atractiva que tuvo que contenerse para no ponerse de rodillas y suplicar su amor.
- Estáis bien, amor mío... -susurró él, embelesado.
- Siempre lo he estado. Soy la futura reina de Imlan.


Kârmne estaba sellando los últimos preparativos del ritual con mirada ominosa. Aquel indeseable le había hecho derramar sangre, ¡Sangre! ¡En la pirámide! Aunque fuese el elixir procedente de una larga saga de sacerdotisas, a cada cual más poderosa e instruida, era una afrenta a la pirámide de su señora. Serían parientes por el lazo de hermanamiento, pero eso no le daba ningún derecho a mancillar aquel sagrado lugar, por muy noble que fuese...

- Shurmple jigfd maldithoes crhiodloscojns… -murmuró enfadada.
- ¿Qué decís, bruja loca? ¿Es algún hechizo? ¿Alguna maldición? -chilló Berthal, entre asustado y curioso. 

La sacerdotisa se giró y puso una de sus miradas más furibundas.

- Haréis bien en guardar silencio, o seré yo misma la que os apuñale y envíe vuestro cadáver a vuestro hermano... -amenazó con suavidad
- ¡Ja! Nunca me apuñalaríais en este lugar... Y mis sirvientes me estarán buscando, se amotinarán contra vos y vuestra reina ¡y este lugar será nuestro para siempre! -respondió el joven, petulante.
- ¡Que os lo habéis creído!

Su tono de voz hizo que Berthal por fin cerrase la boca. Miró con curiosidad a su alrededor, pero desde su posición no podía ver casi nada más allá de los muros de piedra. Solo percibía el aroma a flores e incienso y otras fragancias que no podía reconocer... Y aún así, todo le resultaba tan familiar y... confortable... Se extrañó ante sus propios pensamientos.


Akinom parecía tan solemne, tan grandiosa, que si no estuviese perdidamente enamorado de ella (por mucho que le costara admitirlo) se habría abandonado a sus encantos en aquel preciso instante. ¿Quién mejor para ser su reina? Y él sería su perfecto faraón, aunque no fuese de alta cuna se engrandecería gracias a ella y sería digno de todo el poder que le ofrecía.

- ¿Queréis pasar? -dijo ella, hierática.
- Por supuesto, mi señora -Hahsuc dio un paso al frente y de pronto lo sintió. Vio el cielo oscurecido y dorado, los jeroglíficos brillando inicuos, la luna tan próxima como si el mismísimo Iah le hubiera jurado venganza. 
- ¿Teméis el reinado de Tot? -preguntó Akinom. Hahsuc meditó. El dios de la sabiduría, la escritura, la música, los conjuros, el dominio de los sueños, el tiempo y los hechizos mágicos... ¿Era aquel oasis un lugar donde invocarlo? ¿Era su propio reinado en la tierra del Nilo? 

La joven sonrió. Todas las mentiras de Hahsuc y sus aires de grandeza no servirían ante la auténtica magia de aquel lugar.

- No le temo, mi señora, pues estoy con vos.

Uhm, esa respuesta no se la esperaba. Por un momento dudó, pero no dejó que se notara. Sintió a Ark-los removerse entre las sombras a su lado. ¿Querría decirle algo?

- No sois digno de este lugar sagrado y divino. Los dioses no estarían contentos con vuestra presencia en Imlan. ¿Es que acaso no lo entendéis?

Claro que lo entendía. Su sangre no era digna, pero su educación noble y exquisita, sí. ¿Qué importaba su linaje bastardo? 

- Mi presencia sería como vuestro consorte, y mi reina es digna señora del lugar al que pertenece.

Akinom no pudo evitar una ligera mueca de desconcierto. Estaba realmente impresionada por las palabras de aquel joven. ¿La magia del desierto había hecho mella en él y por fin entendía su lugar, aunque no el hecho de que sería lejos de ella y su reino? Le miró largamente. Algo en él había cambiado.


Berthal se movía inquieto. Las muñecas le dolían mucho y hacía tiempo que no escuchaba a la sacerdotisa. Le daba la impresión de que le había dejado en aquel lugar solo, con las esencias llenas de fragancia que turbaban sus sentidos. Se sentía somnoliento, en las dulces esferas entre la vigilia y los sueños. Poco a poco, se sumió en una fantasía utópica llena de quimeras.
La sacerdotisa rió en voz baja de forma macabra. Había estado observando al joven desde un ángulo oculto en la pirámide mientras se quedaba dormido gracias a los efluvios de sus pócimas. Por fin el ritual podía dar comienzo.


Am-näir no estaba nada contenta con su encierro. Los criados la vigilaban y la miraban con odio, no perdonaban la blasfemia de que se hubiera hecho pasar por una diosa. Sacudió su larga melena caoba. No había nacido para ser una esclava, las circunstancias simplemente no habían sido propicias. Había recibido una buena educación gracias a su madre, una sacerdotisa menor, pero la capturaron cuando se dirigía al templo y la obligaron a servir a la familia de Akinom, olvidando todo el potencial que había demostrado desde niña. No había vuelto a ver a su familia, que se sentía orgullosa de que sirviera para la estirpe más noble de Egipto. ¿Cómo podían tener sueños tan bajos para su hija mayor? Lamentó la poción de silencio de Kârmne y no haber contado su triste historia nunca a nadie, pero su orgullo se lo impedía. Tenía que huir de allí y hacer un buen casamiento para poder ser libre.

- Os veo muy pensativa, Am-näir -comentó una de las criadas de confianza de Akinom- ¿No estaréis urdiendo ningún plan? Te vigilamos.

Am-näir suspiró. La venganza sería colosal. Tenia muy claro que desposaría a Berthal y haría lo que estuviese en su mano para cumplir aquel deseo.


La futura reina de Imlan contemplaba a su prometido. Tal vez era el aire mágico, la atmósfera mística que les rodeaba o la tranquilidad que le suponía saber que ya nunca se separaría de Ark-los y su amor era correspondido, pero aquel joven pretencioso le daba... ¿Lástima? Hahsuc sonreía con devoción. Jamás se dejaría manipular por él, por mucho rostro de sumisión y miradas cargadas de sentimientos que le dirigiera. Ella era la reina.

- Nunca tendréis mi reino -contestó ella de forma suave, muy segura de sí misma.
- Sois fría, mi señora. Ni siquiera el amor de vuestro consejero consigue ablandaros ese corazón de piedra.

Akinom abrió la boca y quedó muda. ¿Cómo se atrevía? Pudo notar la furia de Ark-los a su lado en las sombras.

- ¿Cómo os atrevéis, bastardo? No me conocéis en absoluto, solo anheláis mi fortuna, una posición de poder y dominar mis territorios. ¿Y vos me habláis de amor?
- Sois la poesía de mis noches oscuras. Solo anhelo un ósculo de vuestros dulces labios.


Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños bolli!

01 enero 2019

The Nightmare in the Maelström

¿Se encontraba en un sueño? La nebulosa que la rodeaba era de una belleza indescriptible. Anaranjada, rosada, con ciertos matices grises y tonalidades que no era capaz de precisar. Veía estrellas brillando azuladas en su interior, y el firmamento negro a través de sus nubes de polvo. ¿Era un lugar donde nacían las estrellas o un cementerio de astros extintos o en proceso de extinción? Su hermosura no dejaba lugar a dudas. Aquel lugar no podía ser el fin.

Miró a su alrededor y su visión remota la llevó a vislumbrar un cinturón de astros. Conocía aquellas estrellas: Alnilam, Mintaka y Alnitak. Se alejó un poco y vio a Betelgeuse, el hombro derecho del cazador. Luego a Bellatrix, su hombro izquierdo. 

Se encontraba en La Gran Nebulosa de Orión.


Abrió los ojos con los dulces rayos del sol. ¿Cuánto tiempo había dormido? La joven se incorporó y el manto que la cubría se deslizó dejando ver sus ropajes cobalto. Se sentía aún como si estuviera en su sueño, en la nebulosa, en el origen de todo... Había leído numerosas leyendas acerca de aquella constelación, como se creía que era el origen de la vida y cómo había sido venerada por las culturas antiguas alrededor del mundo durante miles de años... Según la mitología egipcia, los dioses descendieron del cinturón de Orión y Sirius, la estrella más brillante del firmamento. Orión estaba para ellos vinculado con la creación. Los círculos de piedra tenían una intrincada alineación a las estrellas de la constelación...

Se perdió en sus pensamientos recordando fantásticas leyendas que había leído en antiguos tomos de la biblioteca de su castillo. Por un instante se preguntó qué hacían allí, si sus padres temían la magia. ¿Tal vez simple curiosidad? ¿Algún presente que no pudieron rechazar? ¿O realmente creían..? No, eso era imposible. Habían renegado de ella cuando mostró sus poderes, de modo que odiaban la magia tanto como el resto de mortales. ¿Entonces que hacían aquellos volúmenes en una repisa oculta de su fortaleza?

Sêdnä sacudió la cabeza y se dirigió a la mesa, donde unas apetitosas frutas, pan recién horneado, pastelillos de vivos colores e hidromiel con leche la esperaban. Aquella mujer era un sol, le había dejado el desayuno para cuando despertara. Tomó uno de los pastelillos y lo mordió. Su sabor dulce tenía un toque especial que no era capaz de identificar. 
Miró por la ventana. Los habitantes del pueblo parecían ocupados en sus quehaceres con los huertos, las casas, y todos sonreían felices y aparentemente libres de preocupaciones. Ämsyar… Seguía sin recordar dónde había leído aquel nombre.

Un rato más tarde se sintió lista para acudir a la cita en la estatua de la diosa. Realmente con la luz del sol se parecía a su rostro, aunque el de la joven se le antojaba mucho más hermoso. Acarició con suavidad el amuleto del árbol de la vida de plata que ahora pendía de su cuello. 
La mujer canosa la esperaba al pie de la estatua rodeada de niños. El altar de la efigie estaba cubierto de hermosísimas flores y no pudo evitar sentirse muy halagada. 

- ¡La diosa ha llegado!

El silencio se hizo en el pueblo y todos sus moradores parecieron acudir a las palabras de la señora. Lady Blue guardó silencio.

- ¡Acercaos, no seáis tímida! 

Los habitantes del pueblo se arrodillaron mientras Sêdnä, sonrojada de vergüenza, se aproximaba a la estatua. Algunos arrojaban pétalos a su paso y sonreían emocionados.

 ¡Por fin tenemos a Sêdnä, la bruja de Yör y descendiente de la mismísima diosa de Orión en nuestra aldea!

La joven guardó silencio. ¿Ella, descendiente de la diosa? Eso era imposible.

- Yo solo soy...
- … Una joven humilde de grandes poderes con la que la vida ha sido injusta. Pero los grandes caracteres se forjan en las desgracias. Y tu vida, pequeña, no ha sido nada fácil...

Unas lágrimas errantes afluyeron a los ojos de Lady Blue, que pestañeó. 

- Nuestra joven bruja precisa recuperar la fe y sellar el velo de los muertos -se oyeron algunos gritos ahogados que parecieron entremezclar miedo y emoción. Todos cometemos errores y algunos son fatales, pero la comprensión del más allá es algo indispensable para una bruja de su condición antes de poder viajar astralmente a su realidad -dijo con solemnidad la señora.
- ¿"Viajar astralmente a mi realidad" ? Creo que no os comprendo... -titubeó Sêdnä.
- Tú perteneces a Orión, pequeña -reveló la mujer. Eres una heredera de los dioses primigenios que dieron la vida  a nuestro hogar. Pero sus descendientes ya les han olvidado y muchos han sido malditos en el largo camino de la humanidad...

Sêdnä meditó. ¿Tendría que ver con su sueño? No había visto dioses ni rastro de vida en aquel lugar, solo el vacío de la inmensidad del universo y la belleza de sus estrellas...

- Los Dioses regresarán y nos guiarán en el camino de la magia, para que el poder no sea ostentado solo por unos pocos elegidos y la paz y la sabiduría más pura puedan al fin reinar en este mundo.
- No queda ya nada ahí arriba...

Todos los habitantes de Ämsyar la miraron fijamente, amedrentados. Se oyeron gritos de sorpresa y profundo disgusto. La joven se arrepintió de sus palabras.

- ¿Qué quieres decir, jovencita? -preguntó la anciana, que de repente parecía menos amable.
- Yo... He visitado ese lugar en sueños esta noche y no... No hay nada. Solo estrellas, polvo cósmico y silencio.

El paisaje cambió. Los cielos se nublaron y una lluvia de cristales comenzó a caer sobre Ämsyar. Los niños gritaban asustados y los adultos alzaban los brazos desesperados.

- Has traído la maldición a nuestro pueblo. Nos has traicionado, pequeña bruja del demonio. ¡Nosotros te adoramos desde hace milenios! -gritó la señora, revelando su verdadera apariencia. La piel se le derritió en la cara y mostró un rostro terrible de color cenizo con dientes retorcidos y pelo exiguo de tono verdoso. Las casitas retorcidas del pueblo se oscurecieron y se volvieron malignas, espeluznantes. 
- ¿Cómo puede ser, si apenas paso de la veintena? -respondió Sêdnä, ajena a la lluvia de vidrios que llenaba lentamente las avenidas con la sangre de los Ämsyar.
- ¡Tú nos has traicionado! ¡El linaje maldito de Yör ha venido! ¿¿Por qué nuestros dioses nos han abandonado?? -lloró la horrible mujer tiñendo de rojo su rostro.
- ¡No lo sé, no sé nada! ¡Lo siento! -Sêdna se desesperó e intentó conjurar hechizos que pudieran proteger a los aldeanos pero fue en vano. La lluvia de los cielos de Orión era más poderosa que ella y la tormenta se desató. Los niños perecieron en tremenda agonía y los habitantes del pueblo gritaron su furia contra ella. Lady Blue corrió por las calles huyendo del desastre, pero no podía dejar la blasfemia tras de sí, la acompañaría por siempre. Sus ropajes se rasgaban pero su piel parecía inmune a la caricia de muerte de la lluvia.
- ¡Yo os... maldigo, Diosa... infernal! ¡Que... vuestros pecados... sean... castigados..! -exhaló la mujer con su último aliento. Sêdnä lloraba inconsolable mientras corría hacia las afueras del pueblo cuya perdición había sido solo su culpa. Se dio la vuelta un instante y pudo ver la destrucción de aquel océano que caía de los cielos. Su estatua había caído y se había roto en mil pedazos...


- ¡Gran Diosa!

Sêdnä abrió los ojos. Uno de los niños, el que le había regalado el amuleto, la miraba preocupado y triste. ¿Qué había ocurrido?

- Sois portadora de terribles pesadillas, pequeña... -dijo la señora de cabellos canosos, que cuidaba de la lumbre. Sêdnä comenzaba a entender... ¿Todo había sido un sueño? 
- Yo... -la joven se dio cuenta de que tenía el rostro lleno de lágrimas. Se las limpió y por un momento un escalofrío le recorrió la espalda al ver su tonalidad rojiza. Solo era el fuego. 
- Los espíritus que os acompañan, por bien que quieran haceros, os provocan esos sueños negativos portadores de sendas mentiras...
- ¿Los espíritus que..?

Miró en la estancia y el corazón le dio un vuelco. En una de las sillas, a la mesa, estaba sentada Ödyhn, que parecía más corpórea que nunca.

- La sacerdotisa desea protegeros más allá de lo imaginable, pero vuestros mundos han de permanecer separados hasta que llegue el momento de unirse...

La joven sacerdotisa se sonrojó de forma nacarada sintiéndose culpable.

- Lo siento, mi señora. Me alejaré de vos si así los deseáis, pero eso no alejará las pesadillas. He forjado un lazo con vos que ya no puede ser roto, la magia de la Atlántida tiene ese efecto en los mortales... -se disculpó.
- No pasa nada... Mi culpa, mi error, fue abrir el sello -lamentó Lady Blue- y solo yo merezco ser castigada... Pero no quiero portar mi maldición a nadie más. Debo irme.
- ¡No! -exclamaron varios niños que entraron justo en ese instante por la puerta.
- ¡No nos dejes, diosa!
- ¡Siempre te hemos esperado!

¿Siempre?

La señora se giró, dejó de revolver en el puchero y la miró. Sêdnä pudo ver en sus ojos una sabiduría que no podía ser acumulada ni en mil vidas.

- Nunca podríais hacernos daño, pequeña diosa. Jamás temáis por eso -la tranquilizó- pero si que debemos guiaron en vuestros sueños para que desentrañéis la mentira de la realidad. La bruja de Yör tiene poderes proféticos, pero su negatividad afecta a su juicio. ¿Qué verdad podéis decirme de vuestra pesadilla?

Sêdnä guardó silencio tratando de concentrarse. La única verdad era....

- Orión. La Gran Nebulosa de Orión. La Nebulosa de Mairan y Cabeza de Caballo -dijo segura de sí misma sin ser consciente de que había nombrado cuerpos estelares que no serían descubiertos hasta mucho después.

La señora sonrió complacida.

- Ensis... Debéis percibir la belleza en medio de la oscuridad. ¿Qué más podéis decirme de vuestro auténtico viaje astral?

La joven no quiso decir nada. ¿Se volvería todo tan horrible como en su sueño? No quería que Ämsyar sufriera por sus imperfecciones. Miró a Ödyhn, que no se encontraba en su sueño. No tenía nada que temer.

- Yo... Creo que estoy lista para ir a la estatua -dijo sin saber por qué. La señora sonrió enigmáticamente. 


Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños reina!

24 enero 2018

The Oasis of Serenity

El desierto era un maldito infierno y cruzarlo su vil condena desde hacía varios días, el castigo para alcanzar el poder y la gloria del antiguo reino de Imlan. La arena ardía bajo sus pies y el cálido y sofocante aire le resecaba sus finos labios. Maldecía el sol y a la futura reina de Imlan, a las dunas y a su linaje. Sus pensamientos eran tan áridos como lo que le rodeaba y sus sentimientos por la joven habían cambiado. Esclavizaría a Akinom y la sometería a sus deseos como castigo por hacerle cruzar el ígneo inframundo. ¿Cómo pudo siquiera considerar amarla y desearla de forma... romántica? Jamás lo sabría, el amor ya no ardía en su corazón, ya solo su cuerpo era el que, abrasador, la conquistaría hasta que su lujuria muriera en su interior. 


Akinom retiró la mano del agua y contempló el aguamanil. Sería mejor no compartir aquellos horribles devaneos con su futuro esposo. Los delirios de Hahsuc no eran de la incumbencia de ninguno de los dos. Ningún príncipe bastardo la sometería. 

- ¿Otra vez meditando, amor? -dijo Ark-los acercándosele con miel y unos dátiles.
- Está cerca... El oasis se le presentará antes del anochecer.
- ¿Y estaremos preparados?
- Por supuesto -sonrió ella- pero antes Kârmne debe hacer su cometido.
- ¿Y cuál es?

Por toda respuesta, la joven pasó la mano por el agua e invitó a su prometido a que se acercara, no sin antes darle un beso. 


Kârme reía por lo bajo y musitaba palabras incomprensibles. Parecía muy ufana, se iba a divertir de lo lindo. Cuando ataba a Berthal con unas cuerdas para que no desapareciera del altar, el joven, que llevaba dormido desde que habían llegado hacía unos días, se despertó. 

- ¿Qué hacéis, sacerdotisa del demonio? ¡Soy el gran..!
- ...¡Osiris! Sois una blasfemia, mi señor, eso es lo que sois. No merecéis respirar el puro aire de esta pirámide.

El joven miró en derredor. Muros de piedra cubiertos de profecías, jeroglíficos y enigmas conferían a su prisión una atmósfera mística que le hacía sentirse como en su propia morada. El lugar le era familiar.

- ¿Cómo osáis atar a vuestro dios? ¿Sabéis qué significa mi nombre? "Perfecto antes y después de nacer", mi corazón es tan liviano como una pluma...
- ... Y vuestro cerebro vacío como el cascarón de una nuez. Toma -la sacerdotisa vertió con brusquedad una pócima rosada en su garganta y Berthal se atragantó con ella. Al punto miró con ojos perdidos a su alrededor, como un niño  pequeño que acaba de despertar de un confuso sueño. 
- ¿Dónde... estoy?
- En la gran pirámide de Imlan -respondió la sacerdotisa.
- ¿Qué? ¿Por qué? ¡Me habéis atado! ¡En cuanto Hahsuc..! -se quejó.
- Vuestro hermano ha partido al desierto y no creo que vuelva... Así que a callar. Ahora sois mío.
- ¡¡Yo no quiero ser "vuestro"!! ¡No me hagáis daño, bruja maldita! -chilló como un condenado.
- Pero qué amable sois... -suspiró ella- Me arrepiento de haberos dado la poción, vuestros desvaríos sobre Osiris eran menos molestos... Y total sois igual de engreído...
- ¿Qué desvaríos? ¡Soltadme!
- No -terció Kârmne. 

La sacerdotisa dispuso unas ofrendas florales frente al altar y rodeó el cuerpo del joven, que trataba de retorcerse pero no podía, de pétalos de vistosas flores de todas las partes del mundo. Los gritos del muchacho la regocijaban, su miedo era una recompensa por todo lo que le había aguantado. 

- Si no os estáis quieto y os portáis bien no será vuestra nariz lo único que salga roto de aquí...

Berthal guardó silencio por un momento pero enseguida volvió con su perorata.

- ¡Y qué más da, si me vais a asesinar! ¡Unos huesos rotos no serán nada en comparación con eso!
- ¿Quién ha dicho nada de sacrificios cruentos? -preguntó la sacerdotisa, delatándose.
- ¡Vos! ¿Para qué si no encerrarme en esta horrenda pirámide? 
- Nunca... insultéis... la pirámide... de mi señora... -silabeó Kârmne lentamente con un cuchillo en la mano. Pero eso el joven no tenía por qué saberlo. Ni el honor que suponía estar allí, como sacrificio. 


Akinom se separó del aguamanil y suspiró.

- ¿Realmente..?
- Sí. Es imprescindible. Ineludible. 
- Pero vos...
- Es el precio a pagar por ser reina -dijo Akinom girándose. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
- ¿Qué ocurre? -dijo Ark-los abrazándola y sintiendo que estaba perdiéndose algo.
- Hay... yo no os he contado... -sollozó la joven.
- ¿Qué ocurre, mi princesa?... ¿Mi reina? -preguntó el consorte con suavidad.
- Berthal... es mi hermano.


Hahsuc maldecía su suerte. Si seguía caminando sin rumbo con aquella brújula se perdería en lo profundo de aquel desierto para siempre. Y no quería ser dramático, pero su pérdida supondría un duro golpe para el reino, que acabaría en manos de aquella mujercita que no sabría como gobernarlo, por mucho que dijera. Sí, era culta, hermosa, y los pueblos se rendirían a su belleza... pero él era aún más culto y hermoso, aunque no de tan buena cuna. Pero eso no lo sabían, ni lo sabrían jamás. Era su secreto inconfesable si quería regir el destino de Imlan. O de cualquier reino. 


La sacerdotisa, sumida en sus labores rituales, no se dio cuenta de nada. Ocurrió en un suspiro. Berthal no dejaba de quejarse y llorar, aterrorizado por lo que aquella sádica mujer pudiera hacer con él. Los sacrificios no le eran ajenos, en su pueblo se practicaban para agradar a los dioses y obtener buenas cosechas, pero nunca creyó que algo así pudiera pasarle a él. Nacido en una buena familia, rica y poderosa, su rol en el universo era desempeñar el poder, esgrimirlo para que los esclavos no se rebelaran y hacer grandes obras para que se le recordara en la posteridad. Como conquistar Imlan y ser la mano derecha de su hermano, el primogénito. Y desposar una hermosa joven, claro está, para que su estirpe siguiera brillando y reinara. No quería que aquella sacerdotisa diabólica le arrancara sus sueños, su destino. Tanto se retorció que una de las cuerdas cedió y dejó libre su muñeca izquierda. Sin poder creérselo, pidió misericordia a la sacerdotisa para que se acercara.

- ¡Libéradme, Kârmne, os lo suplico!
- ¡Esto si que es nuevo! ¿El niño mimado pidiendo clemencia? -su papel de malvada le encantaba, para qué negarlo. Ojalá tuviera más narices para poder rompérselas a puñetazos. Uhm, a lo mejor un poco salvaje si que era...
- ¡Soy un buen hombre! ¡Amigo de mis amigos, puedo... daros poder! ¡Mucho poder!
- Mi señora tiene más poder que vos, por eso vuestro hermano la quiere desposar... 
- ¡Acercaos y recibiréis mi bendición! ¡Seréis mi eterna amiga!
- No quiero tener nada que ver con vos ni con vuestra podrida familia...
- ¡No insultéis a mi familia! -se enfadó Berthal, moviendo la mano libre. 

Ambos se miraron y por un instante el ambiente de la sala se congeló. Berthal trató de agarrar una daga que se encontraba muy cerca suya y Kârmne se abalanzó sobre él para inmovilizarlo. No calculó bien y el joven logró propinarle un golpe, que le clavó la daga en un costado. 

- Vos... sois... -dijo Kârmne antes de caer al suelo.

El joven no podía ver nada desde su posición, pero si que había visto un hilo de sangre aparecer en la túnica de la mujer. Rió a carcajadas, ¡era un héroe! Había acabado con la sacerdotisa de Akinom, ¡su hermano le recompensaría con la mitad del reino! Bueno, quizá no tanto, pero seguro que le conseguía a la mujer más guapa para que fuera su esposa. ¡Y eso si que le gustaría! Mientras él ejercía su poder, podría entretenerse teniendo vástagos con su bella mujer...


Hahsuc había alcanzado el oasis de los perdidos y sus ojos no podían creérselo. Cuando estaba a punto de desfallecer y moría por una gota de agua en sus labios, vio en la lejanía un hermoso paraje verde lleno de vida. Suponiendo que se trataría de alguna espléndida alucinación a causa del cansancio y el calor asfixiante, se acercó a ella para comprobar cómo sería. Lo que no esperaba es que aquel sitio fuera real y que incluso tuviera nómadas recogiendo frutos y viviendo allí.

- ¿Hola?

Los nómadas le miraron y sonrieron.

- Buenos días, joven, bienvenido al hogar de los Sin Nombre. ¿Os habéis perdido en vuestra travesía?

Hahsuc no entendía bien a qué se referían pero no le importaba, solo quería agua.

- Agua... -miró anhelante un manantial.

Uno de los nómadas le acercó su cántaro y el joven metió las manos en él para beber abudantemente. Al instante se sintió revitalizado, como si el desierto no hubiera hecho ninguna mella en él. Por supuesto que no, era Hahsuc, un hombre perfecto en busca de su prometida.

- ¿Queréis comer? -preguntó una mujer ofreciéndole tayyin, mreifisa y el aych, aparte de los tradicionales dátiles. El joven asintió, hambriento. Qué suerte encontrar tanto lujo en aquel lugar paradisiaco en medio de la nada...


Ark-los la abrazaba reconfortante, atónico por lo que acababa de escuchar.

- ¿Tu hermano? ¿Cómo..?
- No en un sentido literal, sino figurado. Hicimos un juramente de sangre cuando éramos niños, nos hermanamos. Nuestros pueblos lo hicieron. Por eso debería casarme con Hahsuc, aunque no pienso hacerlo...
- Pero... vuestro matrimonio de conveniencia...
- Mis padres lo escogieron y ya sabéis que no tenemos derecho a preguntar. Lo hicieron por el bien del reino. Yo no recordaba el hermanamiento, el aguamanil me lo ha revelado. Y eso... 
- Eso significa que el sacrificio... -murmuró Ark-los, entendiendo. 


Tan ensimismado estaba en sus dulces pensamientos que no se dio cuenta de que Kârmne se había levantado para propinarle un buen bofetón.

- ¡¡Un inútil!! Es que ni apuñalar a un enemigo sabéis... ¡¡Estúpido!!
- ¡Nooo! ¡Estabais muerta!

Kârmne, totalmente furiosa e ignorando sus quejas, anudó con fuerza las cuerdas hasta que las manos del joven comenzaron a ponerse ligeramente moradas.

- ¡Así ya no escaparéis!
- ¿Cómo podéis haber sobrevivido? ¡Estáis embrujada! -gimió el joven con dolor.
- No, hombre, no, solo ha sido un rasguño... -dijo Kârmne mostrándole la piel donde le había apuñalado, que sangraba ligeramente (no iba a contarle que conocía hechizos de sanación y por ello había logrado levantarse y cicatrizar la herida, ¡que le tuviera miedo!)- Pero me habéis hecho derramar sangre en la pirámide de mi señora, y eso no os lo voy a perdonar...


Una vez sació su hambre y su sed, Hahsuc, sin dar las gracias, comenzó a pasear por el oasis. Los nómadas regresaron a sus labores mirándolo enigmáticamente.  
El joven caminó por el lugar no queriendo admitir que le fascinaba. Su fértil paisaje lo hacía único, no solo por encontrarse en medio del desierto, si no por algo que no era capaz de describir ni descifrar. Un misterio parecía yacer en su interior, oculto del mundo. Los hermosos árboles con su sombra y la finísima arena blanca le trasladaban a los cuentos que su madre le narraba de niño, cuando no tenía el poder en sus manos y solo debía jugar, ser libre y educarse para ser el futuro faraón y desposar a una mujer poderosa cuyo imperio pasase a formar parte del suyo. Quizá nunca se había sentido tan libre como aquel día en aquel precioso y misterioso lugar... Sin que si diera cuenta, pronto vio una enorme construcción que se alzaba majestuosa en lo más profundo del oasis. Una pirámide.


Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños reina!

01 enero 2018

The Girl and The Dreamcatcher

La luna brillaba en el firmamento dándole un aire de espectral belleza nacarada. La noche era fría y estaba despejada, pero el miedo le impedía ver a su alrededor. La sensación horrible que oprimía su pecho era una tortura de la que no podía escapar, y cuánto más pensaba en ella, más fuerte y angustiosa se tornaba en su interior. 
Sêdnä se arrebujó en su túnica aterciopelada de color azul cobalto. Templanza, sabiduría, virginidad, piedad, el cielo... Aquellas palabras no tenían ningún significado en ese instante, aquella dulce tonalidad no la hacía sentir mejor. Caminó hacia el pueblo más cercano en busca de refugio. Ella, la que anhelaba la soledad, la temía más que nunca.


Un pueblecito de casitas retorcidas le dio la bienvenida en la oscura noche, poco antes de los primeros rayos de sol del amanecer. No sabía hacia dónde ir, se sentía perdida, y era algo poco habitual en ella. Por no decir inusual. Caminar toda la noche la había dejado extenuada, ella, que adoraba el frío aire nocturno y no dormir. ¿Tanto habían consumido y cambiado los espíritus su alma?
No había nadie en derredor, el pueblo dormía. Ninguna luz en las casas, solo alguna chimenea iluminando el hogar. Ningún ser vivo al que pedir compañía, solo el lejano aullido de algunos lobos. La soledad perpetua que siempre la custodiaba. 

No se había dado cuenta de lo mucho que había avanzado entre las callejuelas de piedra hasta que vio una estatua que la dejó boquiabierta. En ella podía verse a una joven bellísima que parecía una diosa rodeada de magia. Al pie de la figura había unas palabras:

"Sêdnä, la bruja de Yör, 
poderes ocultos en su corazón"

Ya sabía que era venerada, pero no que su culto se extendiera tantas leguas. La figura no la representaba de todos modos, aquella joven era demasiado hermosa, sus ojos más grandes que los suyos y sonreía feliz. Y ella ya casi nunca sonreía...

La luz del amanecer iluminó su rostro tenuemente y la joven cerró los ojos. Estaba tan cansada...


Cuando abrió los ojos se encontraba recostada mirando a la estatua cubierta con su capucha y rodeada de niños pequeños que exhalaban pequeños grititos de emoción.

- ¡Mirad, mirad, se mueve!
- ¡No la asustéis!
- ¿La conocemos?
- ¡Mirad, mirad!

La joven se dio la vuelta con suavidad y se incorporó mientras la capucha se deslizaba por sus oscuros cabellos.

- ¡Ooh! ¡Es guapísima!

A Lady Blue se le escapó una sonrisa tímida. Qué dulces parecían.

- ¿Quién eres?
- ¡Es la diosa!
- ¡Es como una diosa!
- ¡Busquémosle unas flores!
- Niños, no la agobiéis, estará muerta de hambre...

Una señora de canosos cabellos castaños y ojos vivos que se le antojó muy simpática se agachó y le ofreció un poco de pan con miel y agua.

- No es gran cosa pero espero que te guste, es néctar de nuestras mejores flores, te ayudará a recuperar energías.

Algo en su tono de voz le hizo confiar en ella y tomó lo que le ofrecía. Estaba delicioso.

- Muchas gracias...
- Estarás helada. Ven a calentarte a la lumbre -dijo la mujer dándole la mano. Los ojos de Lady Blue se llenaron de lágrimas. Había olvidado lo que era la amabilidad.
- No llores, aquí estás a salvo.


Sêdnä se sentó en un pequeño taburete y se quitó la capa. Su vestido azul oscuro, al igual que su manto, estaban húmedos por el rocío nocturno. Le encantaba sentir la cálida sensación que le aportaba el fuego. Miró un poco a su alrededor y pudo ver muchas hierbas secas en tarros, calderos y libros polvorientos. Un altar con un pentagrama adornado con ramas, flores secas y flores azuladas y un símbolo con el árbol de la vida llamó su atención. Parecía el hogar de una practicante de Wicca.

- Espero que no te moleste, querida -dijo la señora ofreciéndole una infusión- Nuestras creencias son primordiales para nosotros y la naturaleza de las mismas no siempre es bien recibida... Muchos no entienden.

Qué le iba a decir a ella.

- Lo se, yo también respeto el culto -respondió la joven. La mujer la miró fijamente y sonrió complacida.
- Lo suponía. Tienes una mirada mágica y pura, tenías que ser de un linaje de poderosas brujas.

La joven, que en ese instante estaba bebiendo un sorbo de su cuenco, se atragantó. 

- ¡No te preocupes! -exclamó la mujer riendo- En este pueblo somos muy abiertos con la magia, no tememos su poder como esos incultos forasteros...
- ¿De verdad? -preguntó Sêdnä con los ojos brillantes.
- Pocos son los que poseen poderes reales en este lugar... pero se admira a los elegidos por los dioses para tener dones. 

Cada vez se sentía más a gusto en ese pueblecito.

- ¿Y qué sitio es este? ¿Dónde estamos?

La mujer sonrió.

- Ämsyar, el pueblo que viene y va, no tiene un lugar concreto en el que reposar -respondió misteriosamente.
- Ämsyar...

Le sonaba aquel nombre, pero no podía recordar de qué.

- Cuenta la leyenda que Ämsyar fue fundada por unos caballeros Luminarios -comenzó la mujer como si leyera sus pensamientos- en una época indeterminada muchos siglos atrás. Cuando la magia pura...
- ... reinaba por doquier. No ocultaban sus dones... 
- ... ni los temían. Exacto. Conoces la leyenda, por lo que veo...
- Si, se contaba en... mi pueblo. Pero allí no... No les gusta la magia. No existen las brujas...
- Excepto tu.

La joven se estremeció y se guareció tras el cuenco, fingiendo que bebía.

- Yo no...
- Tú no debes negarlo más. Ya has sufrido bastante.

Sêdnä la miró fijamente con un deje de tristeza. 

- No sé de qué me habláis...
- Tú eres...

Un grupo de niños irrumpió en la estancia con un montón de preciosas flores, tan bellas que casi parecían irreales. Muchas de ellas ni siquiera era capaz de reconocerlas.

- ¡Toma, Gran Diosa! ¡Es para ti! -exclamó emocionado uno de los niños dejando en su regazo un amuleto con el árbol de la vida tallado a mano en plata. Lady Blue lo tomó en sus manos y lo hizo brillar moviéndolo cerca del fuego.
- Gracias... pero no soy una diosa. No me lo merezco -dijo tendiéndoselo de vuelta.
- ¡Es un regalo! No lo rechaces... -pidió una niña de bucles dorados con un puchero. La joven rio y se lo anudó al cuello.
- ¡La diosa está guapísima! ¡Qué suerte que nos haya visitado! -exclamó otro de los niños. Ella solo se sonrojó.
- Dejadnos a solas un momento, pequeños. La diosa debe recuperar la memoria antes de mostrarse al mundo tal y como es.
- ¡Bella y poderosa! -dijeron ellos con alegría.
- ¡Así es! ¡Vamos, vamos! ¡Coged uno de los dulces de mandrágora cuando salgáis, lo estáis deseando! -ofreció la mujer entre risas.

Sêdnä se sentía arropada por todo el cariño que se demostraban unos a otros y pudo ver a un grupo de curiosos mirando al interior de la casa desde la puerta abierta. Cuando les devolvió la mirada parecieron muy alegres y halagados. Volvió a sonreír con sinceridad.

- ¿Por qué creéis que soy especial? Solo soy una joven perdida... buscando su lugar... -murmuró para sí.
- Eres más que eso, realmente eres especial -corroboró la mujer mientras cerraba la puerta- Eres Sêdnä, la bruja de Yör.

Por una vez en mucho tiempo no le molestó que se refiriesen a ella por su nombre terrenal.

- Yo... no lo soy... Solo... Quizá me parezco un poco... -trató de justificarse.
- Ojos verdes, pelo oscuro, grandiosos dones y poderes. Más allá de lo imaginable. Pero has jugado con lo prohibido, pequeña, porque te han impuesto una soledad a la que no debías estar destinada.

La joven guardó silencio sintiéndose culpable.

- El velo nunca debió rasgarse pero nadie te culpa por tu atrevimiento. Eres sabia -dijo ignorando la mueca de dolor de Sêdnä- y debes enmendar tu error. Nosotros, con nuestra fuerza, te ayudaremos si nos lo permites, pequeña diosa.

Lady Blue no sabía qué decir.

- Te esperaremos junto a la estatua cuando estés preparada. Ahora, pequeña diosa, debes descansar. Tu dolor aquí no tiene lugar.

Sêdnä sintió que se le cerraban los ojos y caía en un mullido colchón dormida. 



Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños guapísima!