Las cuevas de Twilith Teg no se parecían en nada a las de antaño. Se habían convertido en un mundo verdoso con pequeñas ciénagas de un material tan denso como la brea donde antes había charcos de agua pura filtrada por manantiales naturales. Un mundo enrejado y antinatural donde antes había piedra pura y se sentían los elementos. Quizá al vacío le atrajera todo aquello...
- ¿Qué demonios es esto? -preguntó Jeanpo. Algunas paredes parecían revestidas de viejos volúmenes y pergaminos quemados, libros oscuros que desprendían malignidad por doquier.
- Yo que tú no los tocaría... -susurró Srynna. Varios de ellos le sonaban por sus cubiertas, y no eran libros precisamente halagüeños.
- ¡Shh!
La sacerdotisa se llevó un dedo a los labios. Había oído algo. ¿Agua? ¿Una corriente de aire? La atmósfera era casi irrespirable, el ambiente estaba viciado y olía ligeramente a putrefacción, esencias y almizcle. ¿Nigromancia?
- Lo que nos faltaba... -musitó con un hilo de voz.
- ¿Cómo vamos a llegar hasta Tiri..? -la voz de la ermitaña se quebró. No era momento para sus chanzas.
- Pues parece que este camino lleva a lo más profundo... La arquitectura y el gusto del rey han cambiado un poquito desde la última vez... -comentó Jeanpo mientras acariciaba su espada. No permitiría que les pasara nada, aunque tuviera que asesinar al mismísimo Twilith Teg...
- ¡Magnicidio! -musitó Srynna, adivinando sus pensamientos.
- Regicidio... -terció Wherynn.
- ¿Osáis enfrentaros al gran rey del otro mundo?
La oscuridad les nubló la vista casi por completo. En un instante comenzaron a sentirse débiles, sus fuerzas les abandonaban y no podían hacer nada. Wherynn creó una tenue luz con su bastón y al punto sintieron un rayo de esperanza.
- ¡Por aquí!
La sacerdotisa corrió hacia una zona iluminada y sus fuerzas se vieron restauradas.
- ¿Qué ha...? -cuestionó Srynna.
- No podemos quedarnos en la oscuridad... Os lo dije.
- Sentía que mi espíritu me abandonaba... -suspiró Jeanpo.
- Y volverá a ocurrir. Mirad.
La oscuridad anegaba parte de la cueva mientras que pequeños fanales flotaban por encima de sus cabezas protegiéndoles de la negrura.
- Él mismo nos marca el camino y nos roba la energía a su vez... Prosigamos en su juego -dijo la sacerdotisa caminando por los lugares iluminados observando cuanto la rodeaba.
No era una tarea sencilla. La más profunda oscuridad les tragaba de vez en cuando obligándoles a correr casi hasta la extenuación. La pequeña luz de la sacerdotisa les mantenía con vida, pero no era suficiente. Srynna era incapaz de conjurar una fuente de claridad.
- Echo de menos a Viggo... ¿Qué estará haciendo? -se preguntó en un momento.
- No puede acceder a la cueva, ya no hay agua... Solo este maldito fango -respondió Jeanpo, limpiándose con asco el residuo negruzco que se le quedaba pegado en las botas.
- No queráis saber qué es...
- ¿Qué?
- Nada -dijo la sacerdotisa, misteriosa.
- Esto ya no es divertido -apuntó Srynna tras pasar otra interminable pila de volúmenes de magia maldita.
- ¿Alguna vez lo fue? -preguntó Jeanpo.
- ¡Claro! Las emboscadas, caminar por los bosques, vender nuestros botines, el cielo tachonado de estrellas...
- ... Los descuartizamientos...
- ... El aire puro -recalcó la ermitaña interrumpiendo a su amigo- y en definitiva, la naturaleza. ¡Y los viajes en barco volador y los templos!
- Eso queda ya muy lejos... Y si queremos que regrese al comienzo, debemos acabar con todo esto... -arguyó Wherynn.
- En serio, estoy harta de misterios y enigmas.
- Y yo... -afirmó la sacerdotisa.
Avanzaron en silencio hasta que por fin llegaron a una puerta de metal revestida con madera rojiza que jamás habían visto.
- Esto... ¿Es la nueva entrada a la sala del trono? -preguntó Srynna.
- Efectivamente.
La voz de Twilith Teg resonó en el eco de la cueva, distante y ominosa.
- ¿Nos dejarás pasar?
Nadie respondió.
- ¿Nos dejarán pasar?
Silencio absoluto.
- Se acabó...
La sacerdotisa cerró los ojos y ocurrió algo maravilloso e indescriptible. La naturaleza comenzó a brotar de sus ojos, oídos, boca y manos como si se tratase de un ente primigenio perteneciente a los Arquitectos Cósmicos.
- Es... Está creando... A través de sus pensamientos y emociones... -musitó Jeanpo, alucinado.
- Fíjate, tiene... ¡Su propia resonancia! -exclamó Srynna mientras la sacerdotisa brillaba con luz propia.
- Su vibración responde a la frecuencia del universo... La de los elementales...
- Tu daga.
Srynna escuchó su voz en su mente. Rápidamente y con las manos temblorosas le tendió la daga a la sacerdotisa, que la hizo flotar frente a sí.
- Whers...
Una tormenta de flores, hojas secas, luz y copos de nieve rodeó la daga, que adquirió una tonalidad más viva y argéntea. La puerta se abrió lentamente.
- Creo... que debemos ir sin ella.
- ¿Qué? -preguntó Srynna
- Nos protege. Es... Un espíritu de la naturaleza. Con ella custodiando la puerta estamos a salvo.
- Pero... No entiendo...
- Su magia está alcanzando los límites de lo humano y lo divino -explicó Jeanpo, pero Srynna no podía creérselo.
- Todo este tiempo...
- Estaba en su interior. No podía saberlo. Seguramente la orden sí...
Un ojillo brillante relució en uno de los copos de nieve. Srynna lo miró.
- Vamos... Debéis hacer lo que está destinado... -les dijo Viggo.
- ¿Cómo puede..?
- Entra -empujó suavemente Jeanpo- y no bajes la guardia.
La sala del trono también había cambiado. Los tapices rasgados se movían con una brisa inexistente, las finas copas de cristal donde el rey les había convidado a vino especiado estaban rotas o volcadas y todo parecía abandonado, como si hiciese mucho tiempo que nadie vivía allí. El trono estaba vacío.
- ¿Señor..?
Srynna caminaba con inusitado cuidado. Jeanpo asió su espada y miró en derredor. Ni siquiera los elementales de vacío aparentaban estar allí.
- Hemos oído su voz... Tiene que estar por aquí...
El tremendo chillido que soltó Srynna le heló la sangre en las venas, aunque por una vez no podía culparla. Twilith Teg yacía descuartizado en una silla y cada uno de sus miembros parecía tener vida propia de oscuridad. Parecía un engendro, algo demasiado monstruoso como para ser descrito. Una imagen terrible que jamás se borraría de sus mentes.
- ¿Os molesta mi nueva apariencia? -preguntó moviéndose hacia ellos. Srynna se apartó rápidamente horrorizada y Jeanpo hacía tremendos esfuerzos para contener sus arcadas. ¿No os gusta el nuevo rumbo de los acontecimientos?
Srynna sujetó la daga bajo su túnica y de repente lo entendió. Luz versus oscuridad, lo bello versus el horror... Ninguna dicotomía era lo bastante poderosa como para describir lo que ella tenía entre manos y como debía purificar a aquel ser.
- Empecemos por el guerrero... -Twilith se movió presuroso hacia Jeanpo y quedó detrás de él. El guerrero tenía tal animadversión y repugnancia hacia aquel ser que levantó su espada casi sin fuerzas porque... Porque le daba hasta grima matarlo. Porque luego tendría que ceder su espada, jamás podría volver a usarla sabiendo que había tocado las carnes de... eso. Twilith le tocó y creyó morir de repelús. El rey se rió. Se sentía tonto pero es que le nublaba el sentido. Un grito bélico le sacó de sus pensamientos. La ermitaña había conjurado un hechizo de protección y en un movimiento imposible -pues había resbalado con los pliegues de su túnica- sacó a Minethlos de bolsillo. El caramelo creció pero se quedó quieto.
- ¡Será posible..! ¡A él también le provoca repulsión! ¡No se lo piensa comer!
La risa diáfana de Srynna llenó el ambiente de alegría y paz... Parecía tan fuera de lugar, y sin embargo tan apropiado... Twilith perdió el desequilibrio y soltó al guerrero, que se puso en guardia junto a una de las columnas deseando quitarse la ropa e incinerarla... Y por qué no, arrancarse también la piel. Minethlos no se movió, protegiendo con su enorme cuerpo mentolado a la ermitaña.
- ¿Qué vais a hacer un guerrero sensible, una ermitaña torpe y un dulce de hierbabuena contra mí? -rió Twilith Teg.
Unos hilos fueron cortados y unos pequeños reflejos de plata brillaron en la oscuridad.
El cuerpo de Twilith Teg cayó inerte al suelo. Su aspecto volvía a ser como en otra época, aunque estaba magullado y lleno de heridas y cortes que aún sangraban ligeramente. Los moratones y cicatrices no le restaban belleza.
- ...Maldita...
- ¡¡Aaaah!!
Srynna clavó su daga en el corazón Twilith Teg, del que brotó una negrura que les dejó ciegos. Las sombras surgieron un instante de su alma y se desvanecieron.
- ¡Estás loca! ¡Lo matarás! -gritó Jeanpo lanzándose hacia el moribundo.
- ¡Lo estoy purificando!
Y era cierto. De su sangre comenzó a manar magia... Srynna alzó la mirada y pudo notar como los elementos de vacío se alejaban para regresar, puesto que la sacerdotisa bloqueaba la entrada con su fulgor.
- Gracias... -musitó Twilith Teg antes de desmayarse.
- Ha... vuelto al otro mundo... -murmuró Srynna con lágrimas en los ojos.
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