Caminaban en silencio desde hacía varios días. Ërov parecía tan abstraída con sus propios pensamientos que Mordred no se atrevía a romper aquel instante de perpetuo mutismo. Solo caminaban, dormían y volvían a caminar, comiendo en ruta cuantas bayas recolectaban y pequeños animales cazaba él, sin detenerse jamás. Pronto, el monasterio de Yn estuvo nuevamente ante sus ojos, en lo alto de una colina oculto por un robledal.
- Ërov...
Por primera vez desde que salieron del castillo de Vlädés, la sacerdotisa le miró. Sus ojos reflejaban tanta sabiduría como si mil vidas hubieran pasado desde que empezaran su camino en busca de la profecía. Y allí se hallaban, de nuevo, en el monasterio que no habían podido recorrer por culpa de los centinelas que lo guardaban. Pero esta vez estaban prevenidos.
- Lo siento.
El joven la miró con curiosidad.
- ¿Qué sentís, mi señora?
- Siento que os estoy fallando. A la Suma Sacersotisa, a mi familia... A ti...
- A mi nunca podríais decepcionarme.
Mordred la miró intensamente y notó un aluvión de mariposas en su interior.
- Sois una maravilla de la naturaleza, fuerte y poderosa, con unos dones que ni vos imagináis... El destino del mundo está en vuestras manos y yo os ayudaré a soportar la carga para que sea más liviana. Solo tenéis que confiar en vuestros instintos.
Ërov sonrió. Si unían fuerzas, todo era posible.
Cuando alcanzaron el monasterio, la sacerdotisa notó un cambio en el ambiente. No sabía decir qué era, si era fruto de sus poderes en constante evolución o si los demonios de Vlädés habían conquistado el lugar hacía décadas. No había sentido nada la última vez y no tenía razones para creer que el monasterio ya no fuese un lugar seguro de reposo para los monjes y centinelas del reino que les custodiaban.
- Mi señora... -comenzó Mordred, quedándose quieto de repente.
- ¿Sí? -respondió Ërov, impaciente por entrar y comprobar si sus sensaciones eran reales.
- ¿Por qué hemos venido?
- ¿A qué te refieres?
- La profecía ha sido destruida... Vuestro tío la quemó. ¿Qué hacemos en el monasterio?
- Yn es mucho más que un simple claustro y encierra más secretos que la profecía... Venimos a hablar con el Prior, el Guardián, el Gran Maestre...
Mordred la miró largamente.
- ¿Viajamos para conversar con el Supremo? ¿Por qué?
- Pronto lo entenderás -contestó Ërov simplemente.
El monasterio de Yn era mucho más vasto de lo que se podía apreciar a simple vista, ya que parte de su construcción se encontraba bajo tierra, en el corazón de la montaña, lejos de miradas invasivas. Esta vez, sin embargo, no recorrerían sus galerías subterráneas, si no que entrarían por la puerta principal como viejos amigos.
A la entrada del lugar, de piedra austera y vetusta, pudieron ver un mapa que indicaba los distintos aposentos y el laberinto que conformaba sus entrañas.
- ¿No resulta extraño que tengan un plano del interior justo en el pórtico? Cualquiera podría conocer sus enigmas...
- ¿Eres capaz de verlo?
El joven asintió y esta vez fue Ërov la que lo miró durante un tiempo -más del necesario, por qué no admitirlo.
- ¿Qué secreto encierra? -cuestionó Mordred, suponiendo algún tipo de magia.
- El plano solo se muestra a aquellos puros de corazón que buscan la benevolencia, la erudición y el consejo virtuoso de los monjes. Jamás se revelaría ante un demonio, o cualquiera que deseara el mal.
- ¿Es eso cierto?
- Absolutamente.
El monje superior de la orden les recibió con una enorme sonrisa desdentada y abrió sus brazos en cálida bienvenida.
- ¡Oh, Mënthôr, estás aquí! -exclamó Ërov con una mezcla entre alegría y alivio.
- Por supuesto, pequeña sacerdotisa. Aunque he de decir que vuestros poderes han aumentado tanto que ya no sois una simple jovencita que aprende las artes antiguas...
¿Cómo podían ser bienvenidos si habían acudido al lugar a robar la profecía? Mordred no entendía nada.
- Este es un lugar peligroso para ladrones... ¿No es así, jovencito?
Mordred se sonrojó. ¿Le adivinaba los pensamientos?
- Los muros tienen memoria, vista y oídos. A veces un poco de sigilo en un pasadizo subrepticio no viene mal... -rió el monje.
- ¡No seas malo! Mi amigo no lo está entendiendo... -dijo Ërov empujando cariñosamente a aquel hombre mientras miraba a Mordred, que cada vez parecía más confundido.
- Esta mujercita sabe bien que los secretos de Yn pueden ser revelados por entes malignos que un día fueron buenos y que a veces un buen amigo puede penetrar sus defensas fingiendo ser pérfido en pos de un bien mayor...
El joven asintió aunque seguía sin comprender ni una palabra.
- Mordred...
- Es mi sobrina. Ërov es mi sobrina más querida, la única que tengo, la niña de mis ojos.
¿Cuántos familiares legendarios o proverbiales tenía aquella sacerdotisa? Su linaje era más fascinante y sofisticado de lo que nunca había imaginado...
- Tenemos que hablar del maestro.
El rostro de Mënthôr cambió a un semblante mucho más serio y circunspecto.
- ¿No me digas que también estás emparentada con él? -suspiró Mordred.
- Por supuesto que no. El maestro...
- El maestro es un traidor al monasterio.
Ërov miró a su tío, con expresión grave.
- ¿Lo sabías? -preguntó, dolida.
- Lo sé desde hace mucho tiempo. No quería que tú lo supieras hasta que fuera estrictamente necesario.
- ¿Por qué?
- La profecía.
El silencio reinaba en los pasillos del claustro. Los centinelas se apartaban a su paso, ya que iban con el Gran Maestre y eran intocables. Mordred reconoció al guardia que dijo lo de "prendedlos" y había tratado de prenderles fuego... El hombre sonrió a modo de disculpa y el joven le devolvió la sonrisa, aunque no podía olvidar que por su culpa habían acabado en el desfiladero de los muertos y todo se había torcido... Resopló indignado y Ërov le dio la mano, reconfortándolo. Para ella tampoco había sido agradable...
- Y bien, mi niña, aquí está.
Los dos jóvenes miraron a una balaustrada de madera intrincadamente tallada tras la cual había una puerta de piedra común y corriente. Traspasaron el umbral y al punto se sintieron diferentes. La magia antigua gobernaba aquel sitio. La sacerdotisa recordó cómo se había sentido en el exterior del recinto y no tenía nada que ver con aquello...
- ¿Los vasallos de Vlädés han estado aquí?
Una sombra cruzó el rostro de su tío.
- Nunca podrían llegar tan lejos. Su corazones se pudrirían en estos pasillos mucho antes de que cualquiera de los centinelas los encontraran. Por eso nos protegen, no solo con sus armas, sino con su lealtad.
- ¿Siempre habla en acertijos? -preguntó Mordred sin poderlo evitar. El monje sonrió.
- ¡Oh, sí! No puedes pasar tanto tiempo entre viejos libros y pergaminos sin adquirir un lenguaje tácito de sus palabras. Impregnan tu alma y su espíritu se queda con una parte del tuyo.
Un ruido quedo sonó en uno de los muros y Ërov buscó la fuente del mismo.
- No busques, pequeña sacerdotisa, no se dejarán ver.
Mordred sintió un escalofrío.
- ¿Qué estamos buscando? La profecía ya no existe.
- Claro que existe, aunque no tenga forma terrenal.
- El maldito Vlädés y su torpeza...
El monje soltó una risita.
- Si, mi cuñado siempre ha sido especial. Lástima que su cobardía haya hecho que le seduzca la oscuridad. No obstante, tiene buen corazón, y vosotros dos, el destino de la humanidad, se lo recordaréis...
El hombre cogió algo muy pequeño de una repisa y se lo entregó a Ërov.
- Este anillo -dijo mientras la sacerdotisa contemplada la hermosísima pieza que yacía en sus manos- tiene un significado único para Vlädés. Le evocará recuerdos que harán que contemple su propia existencia desde otro prisma. Debéis entregárselo y permitir que se lo ponga en el dedo índice.
- ¿Precisamente en el índice?
El Gran Maestre clavó su mirada en Mordred y este quedó en trance por unos instantes. Acababa de ver su propia muerte de nuevo, los ojos del vacío...
- Ërov...
Fue demasiado tarde. El monje se abalanzó sobre ella con una fuerza indescifrable y le clavó la daga que la misma sacerdotisa llevaba entre los pliegues de sus vestimentas.
- ¡ËROV!
La sacerdotisa abrió los ojos. En el desfiladero de los muertos.
- Siento que os estoy fallando. A la Suma Sacersotisa, a mi familia... A ti...
- A mi nunca podríais decepcionarme.
Mordred la miró intensamente y notó un aluvión de mariposas en su interior.
- Sois una maravilla de la naturaleza, fuerte y poderosa, con unos dones que ni vos imagináis... El destino del mundo está en vuestras manos y yo os ayudaré a soportar la carga para que sea más liviana. Solo tenéis que confiar en vuestros instintos.
Ërov sonrió. Si unían fuerzas, todo era posible.
Cuando alcanzaron el monasterio, la sacerdotisa notó un cambio en el ambiente. No sabía decir qué era, si era fruto de sus poderes en constante evolución o si los demonios de Vlädés habían conquistado el lugar hacía décadas. No había sentido nada la última vez y no tenía razones para creer que el monasterio ya no fuese un lugar seguro de reposo para los monjes y centinelas del reino que les custodiaban.
- Mi señora... -comenzó Mordred, quedándose quieto de repente.
- ¿Sí? -respondió Ërov, impaciente por entrar y comprobar si sus sensaciones eran reales.
- ¿Por qué hemos venido?
- ¿A qué te refieres?
- La profecía ha sido destruida... Vuestro tío la quemó. ¿Qué hacemos en el monasterio?
- Yn es mucho más que un simple claustro y encierra más secretos que la profecía... Venimos a hablar con el Prior, el Guardián, el Gran Maestre...
Mordred la miró largamente.
- ¿Viajamos para conversar con el Supremo? ¿Por qué?
- Pronto lo entenderás -contestó Ërov simplemente.
El monasterio de Yn era mucho más vasto de lo que se podía apreciar a simple vista, ya que parte de su construcción se encontraba bajo tierra, en el corazón de la montaña, lejos de miradas invasivas. Esta vez, sin embargo, no recorrerían sus galerías subterráneas, si no que entrarían por la puerta principal como viejos amigos.
A la entrada del lugar, de piedra austera y vetusta, pudieron ver un mapa que indicaba los distintos aposentos y el laberinto que conformaba sus entrañas.
- ¿No resulta extraño que tengan un plano del interior justo en el pórtico? Cualquiera podría conocer sus enigmas...
- ¿Eres capaz de verlo?
El joven asintió y esta vez fue Ërov la que lo miró durante un tiempo -más del necesario, por qué no admitirlo.
- ¿Qué secreto encierra? -cuestionó Mordred, suponiendo algún tipo de magia.
- El plano solo se muestra a aquellos puros de corazón que buscan la benevolencia, la erudición y el consejo virtuoso de los monjes. Jamás se revelaría ante un demonio, o cualquiera que deseara el mal.
- ¿Es eso cierto?
- Absolutamente.
El monje superior de la orden les recibió con una enorme sonrisa desdentada y abrió sus brazos en cálida bienvenida.
- ¡Oh, Mënthôr, estás aquí! -exclamó Ërov con una mezcla entre alegría y alivio.
- Por supuesto, pequeña sacerdotisa. Aunque he de decir que vuestros poderes han aumentado tanto que ya no sois una simple jovencita que aprende las artes antiguas...
¿Cómo podían ser bienvenidos si habían acudido al lugar a robar la profecía? Mordred no entendía nada.
- Este es un lugar peligroso para ladrones... ¿No es así, jovencito?
Mordred se sonrojó. ¿Le adivinaba los pensamientos?
- Los muros tienen memoria, vista y oídos. A veces un poco de sigilo en un pasadizo subrepticio no viene mal... -rió el monje.
- ¡No seas malo! Mi amigo no lo está entendiendo... -dijo Ërov empujando cariñosamente a aquel hombre mientras miraba a Mordred, que cada vez parecía más confundido.
- Esta mujercita sabe bien que los secretos de Yn pueden ser revelados por entes malignos que un día fueron buenos y que a veces un buen amigo puede penetrar sus defensas fingiendo ser pérfido en pos de un bien mayor...
El joven asintió aunque seguía sin comprender ni una palabra.
- Mordred...
- Es mi sobrina. Ërov es mi sobrina más querida, la única que tengo, la niña de mis ojos.
¿Cuántos familiares legendarios o proverbiales tenía aquella sacerdotisa? Su linaje era más fascinante y sofisticado de lo que nunca había imaginado...
- Tenemos que hablar del maestro.
El rostro de Mënthôr cambió a un semblante mucho más serio y circunspecto.
- ¿No me digas que también estás emparentada con él? -suspiró Mordred.
- Por supuesto que no. El maestro...
- El maestro es un traidor al monasterio.
Ërov miró a su tío, con expresión grave.
- ¿Lo sabías? -preguntó, dolida.
- Lo sé desde hace mucho tiempo. No quería que tú lo supieras hasta que fuera estrictamente necesario.
- ¿Por qué?
- La profecía.
El silencio reinaba en los pasillos del claustro. Los centinelas se apartaban a su paso, ya que iban con el Gran Maestre y eran intocables. Mordred reconoció al guardia que dijo lo de "prendedlos" y había tratado de prenderles fuego... El hombre sonrió a modo de disculpa y el joven le devolvió la sonrisa, aunque no podía olvidar que por su culpa habían acabado en el desfiladero de los muertos y todo se había torcido... Resopló indignado y Ërov le dio la mano, reconfortándolo. Para ella tampoco había sido agradable...
- Y bien, mi niña, aquí está.
Los dos jóvenes miraron a una balaustrada de madera intrincadamente tallada tras la cual había una puerta de piedra común y corriente. Traspasaron el umbral y al punto se sintieron diferentes. La magia antigua gobernaba aquel sitio. La sacerdotisa recordó cómo se había sentido en el exterior del recinto y no tenía nada que ver con aquello...
- ¿Los vasallos de Vlädés han estado aquí?
Una sombra cruzó el rostro de su tío.
- Nunca podrían llegar tan lejos. Su corazones se pudrirían en estos pasillos mucho antes de que cualquiera de los centinelas los encontraran. Por eso nos protegen, no solo con sus armas, sino con su lealtad.
- ¿Siempre habla en acertijos? -preguntó Mordred sin poderlo evitar. El monje sonrió.
- ¡Oh, sí! No puedes pasar tanto tiempo entre viejos libros y pergaminos sin adquirir un lenguaje tácito de sus palabras. Impregnan tu alma y su espíritu se queda con una parte del tuyo.
Un ruido quedo sonó en uno de los muros y Ërov buscó la fuente del mismo.
- No busques, pequeña sacerdotisa, no se dejarán ver.
Mordred sintió un escalofrío.
- ¿Qué estamos buscando? La profecía ya no existe.
- Claro que existe, aunque no tenga forma terrenal.
- El maldito Vlädés y su torpeza...
El monje soltó una risita.
- Si, mi cuñado siempre ha sido especial. Lástima que su cobardía haya hecho que le seduzca la oscuridad. No obstante, tiene buen corazón, y vosotros dos, el destino de la humanidad, se lo recordaréis...
El hombre cogió algo muy pequeño de una repisa y se lo entregó a Ërov.
- Este anillo -dijo mientras la sacerdotisa contemplada la hermosísima pieza que yacía en sus manos- tiene un significado único para Vlädés. Le evocará recuerdos que harán que contemple su propia existencia desde otro prisma. Debéis entregárselo y permitir que se lo ponga en el dedo índice.
- ¿Precisamente en el índice?
El Gran Maestre clavó su mirada en Mordred y este quedó en trance por unos instantes. Acababa de ver su propia muerte de nuevo, los ojos del vacío...
- Ërov...
Fue demasiado tarde. El monje se abalanzó sobre ella con una fuerza indescifrable y le clavó la daga que la misma sacerdotisa llevaba entre los pliegues de sus vestimentas.
- ¡ËROV!
La sacerdotisa abrió los ojos. En el desfiladero de los muertos.
Dedicado a Verónica, ¡feliz cumpleaños neni!
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