Y abres los ojos tras una profunda ceguera en la que el mundo dejó de dar vueltas... El universo ante ti tras el amanecer de la vida que creías perdida, despliegas las alas y por fin puedes volar lejos, muy lejos, siempre lejos...
La libertad de poder surcar los cielos sin cadenas era una sensación que su espíritu ya había olvidado en aquel destierro eterno por el que había pasado mil vidas. Toda una existencia en el exilio de su torre de marfil la había convertido en una criatura indomable de corazón salvaje que ansiaba la locura para poder recuperar su equilibrio.
Y ahora volaba hacia el mar, al bosque en el océano donde el abismo tenía los enigmas que su naturaleza indomable ansiaba para restaurar su psique.
Su demencia nublaba sus sentidos pero seguía volando hacia el infinito sin mirar atrás. La sensación era tan mágica que ni el sonido opaco en sus oídos podía distraerla. Solo quería sentir el aire y el sol que le habían sido arrebatados no hacía tanto tiempo. Solo quería sentir el libre albedrío para poder regir su destino a voluntad.
Y volaba, volaba hacia lo desconocido en un mundo distorsionado en el que sus sentidos no le pertenecían y sin embargo parecían más agudos que nunca. Sentía la niebla en su piel y cegando sus ojos porque lo único que hacía en aquel instante era perderse en un océano de sensaciones más allá.
Esa libertad nunca la había sentido salvo en lo más profundo de su mente, en su imaginación más salvaje y en los sueños que nunca podría confesar.
Y los océanos se mezclaban en el abismo del piélago primigenio, en la fantasía que solo pertenece a los iluminados por la inspiración divina de la locura. Y sus oídos dejaban de oír la ponzoña que corría por sus venas y sus ojos dejaban de ver las sensaciones que evocaba su psique desde la vesania.
Un instante su mente se despejó en medio de la inmensidad y vio la promesa de libertad en el horizonte si dejaba atrás todo lo que una vez había impedido que cumpliera sus sueños.
Y voló en plena consciencia de su locura dejando todas las ataduras del pasado en su inconsciente para poder disfrutar de la suerte que la diosa fortuna le había concedido. No conocía una sensación mejor que dejarse llevar por el bosque oceánico bajo las estrellas ocultas tras un radiante día de sol que ya nunca tendría fin.
Todas las melodías del universo no serían suficientes para expresar su alegría en aquel instante que le pertenecía desde siempre y al que nunca más renunciaría por ningún miedo. Sus ojos perdían de vista el mundo para adentrarse en la pura imaginación repleta de posibilidades que se abría como un abanico ante ella. Sus oídos perdían la noción de la realidad para fundirse en la voz de las constelaciones, lejos de donde su mente se encontraba en épocas pasadas. Y sus sentidos se nublaban y perdían la cordura lentamente llevándola a un mundo alternativo de recuerdos difusos que no parecía pertenecerle y que siempre había sido suyo.
La libertad de poder surcar los cielos sin cadenas era una sensación que su espíritu ya había olvidado en aquel destierro eterno por el que había pasado mil vidas. Toda una existencia en el exilio de su torre de marfil la había convertido en una criatura indomable de corazón salvaje que ansiaba la locura para poder recuperar su equilibrio.
Y ahora volaba hacia el mar, al bosque en el océano donde el abismo tenía los enigmas que su naturaleza indomable ansiaba para restaurar su psique.
Su demencia nublaba sus sentidos pero seguía volando hacia el infinito sin mirar atrás. La sensación era tan mágica que ni el sonido opaco en sus oídos podía distraerla. Solo quería sentir el aire y el sol que le habían sido arrebatados no hacía tanto tiempo. Solo quería sentir el libre albedrío para poder regir su destino a voluntad.
Y volaba, volaba hacia lo desconocido en un mundo distorsionado en el que sus sentidos no le pertenecían y sin embargo parecían más agudos que nunca. Sentía la niebla en su piel y cegando sus ojos porque lo único que hacía en aquel instante era perderse en un océano de sensaciones más allá.
Esa libertad nunca la había sentido salvo en lo más profundo de su mente, en su imaginación más salvaje y en los sueños que nunca podría confesar.
Y los océanos se mezclaban en el abismo del piélago primigenio, en la fantasía que solo pertenece a los iluminados por la inspiración divina de la locura. Y sus oídos dejaban de oír la ponzoña que corría por sus venas y sus ojos dejaban de ver las sensaciones que evocaba su psique desde la vesania.
Un instante su mente se despejó en medio de la inmensidad y vio la promesa de libertad en el horizonte si dejaba atrás todo lo que una vez había impedido que cumpliera sus sueños.
Y voló en plena consciencia de su locura dejando todas las ataduras del pasado en su inconsciente para poder disfrutar de la suerte que la diosa fortuna le había concedido. No conocía una sensación mejor que dejarse llevar por el bosque oceánico bajo las estrellas ocultas tras un radiante día de sol que ya nunca tendría fin.
Todas las melodías del universo no serían suficientes para expresar su alegría en aquel instante que le pertenecía desde siempre y al que nunca más renunciaría por ningún miedo. Sus ojos perdían de vista el mundo para adentrarse en la pura imaginación repleta de posibilidades que se abría como un abanico ante ella. Sus oídos perdían la noción de la realidad para fundirse en la voz de las constelaciones, lejos de donde su mente se encontraba en épocas pasadas. Y sus sentidos se nublaban y perdían la cordura lentamente llevándola a un mundo alternativo de recuerdos difusos que no parecía pertenecerle y que siempre había sido suyo.
...
Abrí los ojos en mis recuerdos de aquella época de lucidez y miré hacia atrás con una sonrisa retorcida sin arrepentirme de nada... Nunca más...
Abrí los ojos en mis recuerdos de aquella época de lucidez y miré hacia atrás con una sonrisa retorcida sin arrepentirme de nada... Nunca más...
Dedicado a mis fuentes de inspiración.