La noche había sido más gélida de lo habitual y la nieve cubría todo cuanto abarcaba la vista. Los árboles brillaban a la luz del sol por los cristales de hielo que se acumulaban en sus ramas, los niños jugaban alrededor de sus casas y las montañas parecían dunas plateadas y azuladas dependiendo de cómo incidiera la luz sobre sus relieves. Lemuel, que había pasado la noche en la posada, contemplaba alternativamente el fuego que crepitaba en la chimenea y el paisaje helado de fuera. Aquel era un hermoso pueblecito.
- Preñan -oyó decir a la posadera, mientras uno de los muchachos ponía cara horrorizada. El joven sonrió. Su acento era cómicamente espantoso.
Le gustaba escuchar las conversaciones de la aldea, no por enterarse de sus secretos, sino porque se sentía solo. Había viajado desde muy lejos y apenas había visto a nadie en varias semanas. La calidez de aquellas gentes le reconfortaba, así como el delicioso caldo que preparaba la mesonera.
- Os noto muy ensimismado... -dijo una voz dulce a sus espaldas. Se giró y vio a la Suma Sacerdotisa, que se despojaba trabajosamente del pesado manto de pieles que la abrigaba.
- Suma Sacerdotisa... -respondió el levantándose rápidamente y haciendo una reverencia.
- No es necesario... de verdad. Sois muy amable -se ruborizó Bêah, que no acababa de acostumbrarse a tantas reverencias en su presencia. ¡No, que va, le encantaba!
- No es necesario... de verdad. Sois muy amable -se ruborizó Bêah, que no acababa de acostumbrarse a tantas reverencias en su presencia. ¡No, que va, le encantaba!
- Mâyk, ¿cómo se dice "convertir"? -preguntó una muchacha.
- Converse.
Bêah se rió disimuladamente y Lemuel carraspeó mirando hacia otro lado.
- Converse.
Bêah se rió disimuladamente y Lemuel carraspeó mirando hacia otro lado.
La mañana era realmente fría, pero nada les iba a detener en su búsqueda. El primer paso era llegar a Dÿr, donde Bêah quería hablar con el patriarca del lugar. De camino, le contó a Lemuel su percance con las pociones curativas / hierbas alucinógenas y cómo gracias a ellas le había reconocido en sus visiones.
- Resulta curioso... -musitó el joven.
- ¿A qué os referís?
- Vos sufristeis una alucinación que os provocó ciertas visiones... en las que a su vez veíais el futuro y os percibíais a vos misma contemplando ese futuro... y a pesar de ser una alucinación, parte de ella se fundió en una auténtica visión... -el joven calló, meditando.
- Creo que me he perdido... -confesó la sacerdotisa.
- Contadme más acerca de la visión que os ofreció el patriarca.
Bêah le narró cómo habían dejado atrás a su amigo, los trinos que anunciaban la presencia de la tribu Gür, el oso polar que apareció mientras se alejaban, cómo éste contemplaba el cielo, la cueva con pinturas rupestres, cómo vio su rostro mirándola desde el pasado y cómo el anciano le recomendó reflexionar cuando saliera de su trance.
- Vuestras visiones son más proféticas de lo que vos misma creéis... -dijo Lemuel con voz cavernosa.
- ¿Qué?
La matriarca lo miró fijamente. Sus ojos estaban en blanco.
- Huid, sacerdotisa, antes de que sea demasiado tarde... -el joven parpadeó y sus ojos volvieron a su tono habitual- ¿Qué ocurre, mi señora? -preguntó esta vez con voz normal.
- Los Gür.
- ¿Qué queréis decir?
- Debemos haber penetrado en su territorio, y nos quieren fuera -explicó Bêah, mirando en derredor.
- ¿Qué significa?
- Si seguimos aquí, nada bueno puede pasar.
- Pero... no podemos rodear el valle... jamás llegaremos a Dÿr a través de las montañas.
- Lo sé... pero tiene que haber otro camino. Tenemos que encontrarlo.
- Me temo que...
Un grupo de cazadores surgidos de la nada les apuntó con sus lanzas. La salvaje tribu Gür los había encontrado.
- Bienvenidos, extranjeros... -susurró despiadadamente el que debía ser el líder, adelantándose.
La sacerdotisa no respondió. Nunca había que responder a sus provocaciones.
- ¿Qué hacéis en nuestras tierras? ¿Pretendéis robar? ¿Pretendéis espiarnos? ¿Qué buscáis en la noble tierra Gür? -alzó la voz aquel hombre de aspecto brutal, abarcando el paisaje con sus brazos.
- Vamos camino de Dÿr.
La frialdad con la que Bêah se expresó pareció complacerle.
- ¿Y qué buscáis vos y vuestro esposo en esa región maldita?
- Consejo.
El hombre la observó con detenimiento. Algo hizo que sonriera de lado de manera siniestra.
- Sois la Suma Sacerdotisa, ¿verdad? -dedujo.
Bêah permaneció en silencio.
- No es vuestro consorte. ¿Tal vez... vuestro amante?
Bêah prosiguió en silencio, impasible.
- No veo ninguna razón para impediros pasar... ¿Cual es vuestro propósito?
El silencio de la Matriarca llenaba todo el lugar, y algo en ese silencio hizo que el hombre se retirara repentinamente de su camino.
- Dejadla pasar.
Sus hombres le miraron.
- ¡¡Dejadla pasar!! ¡¡os lo ordeno!! -gritó el líder.
Los hombres se apartaron y Bêah avanzó majestuosamente entre ellos seguida de Lemuel. Su mirada estaba perdida, concentrada en algún lugar lejos de allí. Sus pasos eran suaves, como si pretendiera no dejar ninguna huella en la nieve que cubría todo el paisaje. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, susurró con voz apenas audible.
- Si se vuelven contra nosotros, quédate inmóvil.
- ¿Mi señora..?
El líder de los Gür abrió los ojos con desmesura, sus pupilas se dilataron y respiró como si le faltara el aire desde hacía tiempo.
- Me ha hechizado... ¡¡¡A por ella!!! -gritó a sus hombres.
Bêah y Lemuel se giraron.
- Vuestras visiones son más proféticas de lo que vos misma creéis... -dijo Lemuel con voz cavernosa.
- ¿Qué?
La matriarca lo miró fijamente. Sus ojos estaban en blanco.
- Huid, sacerdotisa, antes de que sea demasiado tarde... -el joven parpadeó y sus ojos volvieron a su tono habitual- ¿Qué ocurre, mi señora? -preguntó esta vez con voz normal.
- Los Gür.
- ¿Qué queréis decir?
- Debemos haber penetrado en su territorio, y nos quieren fuera -explicó Bêah, mirando en derredor.
- ¿Qué significa?
- Si seguimos aquí, nada bueno puede pasar.
- Pero... no podemos rodear el valle... jamás llegaremos a Dÿr a través de las montañas.
- Lo sé... pero tiene que haber otro camino. Tenemos que encontrarlo.
- Me temo que...
Un grupo de cazadores surgidos de la nada les apuntó con sus lanzas. La salvaje tribu Gür los había encontrado.
- Bienvenidos, extranjeros... -susurró despiadadamente el que debía ser el líder, adelantándose.
La sacerdotisa no respondió. Nunca había que responder a sus provocaciones.
- ¿Qué hacéis en nuestras tierras? ¿Pretendéis robar? ¿Pretendéis espiarnos? ¿Qué buscáis en la noble tierra Gür? -alzó la voz aquel hombre de aspecto brutal, abarcando el paisaje con sus brazos.
- Vamos camino de Dÿr.
La frialdad con la que Bêah se expresó pareció complacerle.
- ¿Y qué buscáis vos y vuestro esposo en esa región maldita?
- Consejo.
El hombre la observó con detenimiento. Algo hizo que sonriera de lado de manera siniestra.
- Sois la Suma Sacerdotisa, ¿verdad? -dedujo.
Bêah permaneció en silencio.
- No es vuestro consorte. ¿Tal vez... vuestro amante?
Bêah prosiguió en silencio, impasible.
- No veo ninguna razón para impediros pasar... ¿Cual es vuestro propósito?
El silencio de la Matriarca llenaba todo el lugar, y algo en ese silencio hizo que el hombre se retirara repentinamente de su camino.
- Dejadla pasar.
Sus hombres le miraron.
- ¡¡Dejadla pasar!! ¡¡os lo ordeno!! -gritó el líder.
Los hombres se apartaron y Bêah avanzó majestuosamente entre ellos seguida de Lemuel. Su mirada estaba perdida, concentrada en algún lugar lejos de allí. Sus pasos eran suaves, como si pretendiera no dejar ninguna huella en la nieve que cubría todo el paisaje. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, susurró con voz apenas audible.
- Si se vuelven contra nosotros, quédate inmóvil.
- ¿Mi señora..?
El líder de los Gür abrió los ojos con desmesura, sus pupilas se dilataron y respiró como si le faltara el aire desde hacía tiempo.
- Me ha hechizado... ¡¡¡A por ella!!! -gritó a sus hombres.
Bêah y Lemuel se giraron.
Dedicado a Beatriz, ¡feliz cumpleaños Emérita!