26 mayo 2014

Innuk kappianartok

La noche había sido más gélida de lo habitual y la nieve cubría todo cuanto abarcaba la vista. Los árboles brillaban a la luz del sol por los cristales de hielo que se acumulaban en sus ramas, los niños jugaban alrededor de sus casas y las montañas parecían dunas plateadas y azuladas dependiendo de cómo incidiera la luz sobre sus relieves. Lemuel, que había pasado la noche en la posada, contemplaba alternativamente el fuego que crepitaba en la chimenea y el paisaje helado de fuera. Aquel era un hermoso pueblecito. 

- Preñan -oyó decir a la posadera, mientras uno de los muchachos ponía cara horrorizada. El joven sonrió. Su acento era cómicamente espantoso. 

Le gustaba escuchar las conversaciones de la aldea, no por enterarse de sus secretos, sino porque se sentía solo. Había viajado desde muy lejos y apenas había visto a nadie en varias semanas. La calidez de aquellas gentes le reconfortaba, así como el delicioso caldo que preparaba la mesonera.

- Os noto muy ensimismado... -dijo una voz dulce a sus espaldas. Se giró y vio a la Suma Sacerdotisa, que se despojaba trabajosamente del pesado manto de pieles que la abrigaba.  
- Suma Sacerdotisa... -respondió el levantándose rápidamente y haciendo una reverencia. 
- No es necesario... de verdad. Sois muy amable -se ruborizó Bêah, que no acababa de acostumbrarse a tantas reverencias en su presencia. ¡No, que va, le encantaba!
- Mâyk, ¿cómo se dice "convertir"? -preguntó una muchacha.
- Converse.

Bêah se rió disimuladamente y Lemuel carraspeó mirando hacia otro lado. 


La mañana era realmente fría, pero nada les iba a detener en su búsqueda. El primer paso era llegar a Dÿr, donde Bêah quería hablar con el patriarca del lugar. De camino, le contó a Lemuel su percance con las pociones curativas / hierbas alucinógenas y cómo gracias a ellas le había reconocido en sus visiones. 

- Resulta curioso... -musitó el joven.
- ¿A qué os referís?
- Vos sufristeis una alucinación que os provocó ciertas visiones... en las que a su vez veíais el futuro y os percibíais a vos misma contemplando ese futuro... y a pesar de ser una alucinación, parte de ella se fundió en una auténtica visión... -el joven calló, meditando. 
- Creo que me he perdido... -confesó la sacerdotisa.
- Contadme más acerca de la visión que os ofreció el patriarca.

Bêah le narró cómo habían dejado atrás a su amigo, los trinos que anunciaban la presencia de la tribu Gür, el oso polar que apareció mientras se alejaban, cómo éste contemplaba el cielo, la cueva con pinturas rupestres, cómo vio su rostro mirándola desde el pasado y cómo el anciano le recomendó reflexionar cuando saliera de su trance. 

- Vuestras visiones son más proféticas de lo que vos misma creéis... -dijo Lemuel con voz cavernosa.
- ¿Qué?

La matriarca lo miró fijamente. Sus ojos estaban en blanco.

- Huid, sacerdotisa, antes de que sea demasiado tarde... -el joven parpadeó y sus ojos volvieron a su tono habitual-  ¿Qué ocurre, mi señora? -preguntó esta vez con voz normal.
- Los Gür.
- ¿Qué queréis decir?
- Debemos haber penetrado en su territorio, y nos quieren fuera -explicó Bêah, mirando en derredor.
- ¿Qué significa?
- Si seguimos aquí, nada bueno puede pasar.
- Pero... no podemos rodear el valle... jamás llegaremos a Dÿr a través de las montañas.
- Lo sé... pero tiene que haber otro camino. Tenemos que encontrarlo.
- Me temo que...

Un grupo de cazadores surgidos de la nada les apuntó con sus lanzas. La salvaje tribu Gür los había encontrado.

- Bienvenidos, extranjeros... -susurró despiadadamente el que debía ser el líder, adelantándose. 

La sacerdotisa no respondió. Nunca había que responder a sus provocaciones.

- ¿Qué hacéis en nuestras tierras? ¿Pretendéis robar? ¿Pretendéis espiarnos? ¿Qué buscáis en la noble tierra Gür? -alzó la voz aquel hombre de aspecto brutal, abarcando el paisaje con sus brazos. 
- Vamos camino de Dÿr. 

La frialdad con la que Bêah se expresó pareció complacerle.

- ¿Y qué buscáis vos y vuestro esposo en esa región maldita?
- Consejo. 

El hombre la observó con detenimiento. Algo hizo que sonriera de lado de manera siniestra.

- Sois la Suma Sacerdotisa, ¿verdad? -dedujo. 

Bêah permaneció en silencio.

- No es vuestro consorte. ¿Tal vez... vuestro amante?

Bêah prosiguió en silencio, impasible. 

- No veo ninguna razón para impediros pasar... ¿Cual es vuestro propósito?

El silencio de la Matriarca llenaba todo el lugar, y algo en ese silencio hizo que el hombre se retirara repentinamente de su camino.

- Dejadla pasar.

Sus hombres le miraron.

- ¡¡Dejadla pasar!! ¡¡os lo ordeno!! -gritó el líder.

Los hombres se apartaron y Bêah avanzó majestuosamente entre ellos seguida de Lemuel. Su mirada estaba perdida, concentrada en algún lugar lejos de allí. Sus pasos eran suaves, como si pretendiera no dejar ninguna huella en la nieve que cubría todo el paisaje. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, susurró con voz apenas audible.

- Si se vuelven contra nosotros, quédate inmóvil.
- ¿Mi señora..?


El líder de los Gür abrió los ojos con desmesura, sus pupilas se dilataron  y respiró como si le faltara el aire desde hacía tiempo. 

- Me ha hechizado... ¡¡¡A por ella!!! -gritó a sus hombres.

Bêah y Lemuel se giraron.



Dedicado a Beatriz, ¡feliz cumpleaños Emérita!

13 mayo 2014

Origin

Mordred. Era Mordred. Fuera quien fuera. 

No lograba pensar con claridad, sus pensamientos vagaban inconexos y sentía miedo. Tenía una sensación muy extraña, como si hubiese recodos en su mente con recuerdos que hubiesen sido borrados o a los que no podía acceder. Trató de recordar los últimos días. Había estado en el castillo bordando, con sus damas, perfeccionando su latín, quería aprender a hilar... La guerra seguía su curso y los caballeros aún no regresaban; Sin embargo, nunca les faltaban víveres... Hacía años que había comenzado, casi tantos como tenía ella, por eso jamás había salido al exterior... No conocía el mundo, y las historias que traían los escasos viajeros no era halagüeñas, así que nunca había sentido curiosidad por abandonar aquel lugar... hasta ahora. Una profunda y desgarradora nostalgia se apoderó de ella al ver en su mente aquel rostro. No le conocía... 

La joven contempló de nuevo el océano gris que la rodeaba. ¿Qué había tras esas fronteras? De pronto aquellas murallas la ahogaban y la retenían. Quiso recordar su sueño... Estaba aquel Mordred, que hablaba de un desfiladero... Una imagen estremecedora cruzó por su mente. Esa imagen trajo consigo otra de un monasterio que jamás había visto.

- Yn... Se que ese monasterio se llama Yn... ¿Pero cómo puedo saberlo? Ya no distingo la realidad de los sueños... -murmuró para si. 

El sonido de la madera crujiendo de un barco anclado hizo que desviara la vista de nuevo hacia el océano. Debía encontrar a ese joven... No era como que se hubiera enamorado y tuviera que partir en loca aventura a buscarlo, sino que presentía que un destino más grande que ella misma dependía de encontrarlo. Era ahora o nunca. 

Ërov cogió rápidamente un bolso y comenzó a llenarlo de útiles y algo de ropa. Una fuerza irresistible la movía, y las extrañas imágenes de una vida que quizá era suya acudían fragmentadas a su memoria y le decían que estaba haciendo lo correcto. Su tio Vlädés no era quien decía ser, al menos eso deducía por el recuerdo de un pergamino de suma importancia...


Se detuvo. ¿Qué estaba haciendo? Aquello no tenía ningún sentido. Había soñado con un joven y se había vuelto completamente loca, no tenía ninguna otra explicación. Salvo... que alguien quisiera que creyera que se había vuelto loca. ¡Oh! ¿por qué todo tenía que ser tan complicado? ¿o era ella quien lo estaba complicando?

- Veamos... tengo que aclarar mis ideas. Me dejo llevar por mi intuición y me voy... o me quedo aquí e ignoro todas estas sensaciones que me ha provocado el sueño. Si tan solo tuviera una señal...

¡Ya estaba! ¡necesitaba un aguamanil!

Acababa de recordar una escena desvaída en la que una sacerdotisa realizaba una especie de adivinación con un aguamanil. La joven miró a su alrededor y vio una pila con agua para lavarse. Eso serviría. 
Necesitaba algo con lo que cortarse. Miró nuevamente a su alrededor pero no encontró nada, por lo que decidió intentar usar alguna roca afilada de su aposento. Encontró una suelta bajo su lecho y, totalmente decidida, se hizo un corte en la palma de la mano. La sangre tiñó el agua y formó un hilo. Nada especial. Ërov lo contempló desilusionada... Aquello demostraba que solo había sido un sueño... La joven se giró con lágrimas en los ojos. No podía ser... no quería que fuera así. Volvió a mirar el agua. El hilo rojo se movió y formó la figura de un barco que se dirigía inexorablemente hacia un abismo. Una travesía por los océanos. 

La luz se hizo en su mente. 


Había sido duro, pero lo había logrado. Casi no podía creérselo. Era polizonte de un barco que se dirigía a tierra, una tierra en guerra que no conocía. No sabía cazar, no tenía con qué defenderse, ni sabía hacia dónde debía ir. Conocía algunas plantas y podía distinguir las bayas y frutas que les servían en el castillo; confiaba en que eso fuera suficiente, aunque no tenía ni idea de cómo hallarlas. Debería internarse en los bosques, a pesar de todos los peligros que eso entrañara. Tenía que encontrarle, ahora que estaba segura de que él también la buscaba. 



Dedicado a Verónica, ¡feliz cumpleaños maja!

04 mayo 2014

Juvenilia

Había soportado aquella tarde con la mayor gracia posible y con toda la entereza de la que disponía, demostrando que era una mujer fuerte, elegante y maquiavélica. Si ellas pretendían jugar sucio, les seguiría el juego. Pero sería ella quien marcaría las normas. 
Aîcliä estaba recostada sobre su mesa tratando de escribir una pequeña novelita, pero era incapaz de concentrarse. No paraba de darle vueltas a las palabras de aquellas dos mujeres.

"Seducirás a mi sobrino para que olvide a esa frívola. Me encantaría tenerte como sobrina". "Y a mi que fuese mi tía, esa Aîcliä no tiene nada que hacer". 

¿Quiénes se creían que eran?

- Creo que me iré a la biblioteca... necesito dar un paseo -comentó para si. 


La luz del sol en la calle le hizo sentirse mejor. Los cerezos en flor, los jardines llenos de flores... todo aquello era inspirador y le hacía pensar en hermosos amaneceres... De nuevo, Lady Arüora regresó a sus pensamientos.

- ¡Querida! 


Imposible. No podía ser.


Lady Synföny se acercaba con parte de su estúpido pelo ondeando al viento. ¿No podía escoger horquillas más resistentes? Y ahí su eterna y falsa sonrisa...

- Buenos días, Aîcliä, ¡qué placer volver a verte! La merienda de la semana pasada fue estupenda.
- Buenos días, Lady Synföny. Sí, muy divertida...
- Lástima de tos... ¿ya estás mejor?
- Por supuesto, no fue nada.

Tenía que huir de ahí antes de abofetearla. ¿Qué excusa podía poner?

- ¿Cómo está vuestro prometido? 

- (¡Bruja! pensó la joven) Muy bien, estamos con los preparativos de la boda, ya sabes...

Lady Synföny amplió su sonrisa, aunque su mirada se volvió perceptiblemente más fría. 


- Me alegro... es muy buen partido. Me hubiera encantado casarme con el cuando éramos pequeños. A veces imaginábamos nuestra boda de ensueño... bueno, la mía, pero el era mi príncipe azul, ya sabes... cosas de niños.


Aîcliä sonrió, esta vez con sinceridad. Era una mentirosa. 


- La infancia a veces está muy presente en la mente... pero luego debemos madurar, ¡qué remedio! -rió Aîcliä como si de una broma se tratase. 
Lady Synföny volvió a oscurecer su mirada. 
- Si... ¿Cuando llegarán las invitaciones?

A la joven esas palabras le cayeron como un jarro de agua fría. ¿No se atrevería a arruinar su boda..? Pero no podía dejar de invitarla... ¡Malditos convencionalismos sociales!


- ¡Oh..! supongo que pronto. Aún no hemos confeccionado las tarjetas, tenemos mucho que organizar...

- Bien, la espero con ansia. Seguro que estás preciosa con tu vestido... -dijo con un ligero retintín. 
- Claro... y recuerda, no escojas un vestido blanco para ir, jajaja -rió de nuevo, aunque no lo dijo en broma... Aquella mujer le parecía capaz de cualquier cosa.
- ¡No se me ocurriría! -contestó la joven riendo alegremente. ¡Pero qué falsa!
- Bueno, debo continuar mi camino, me dirigía a la biblioteca...
- ¡Ah, si! mi tía me contó que escribías cuentos de hadas... supongo que todos estamos en contacto con nuestro niño interior -se vengó la joven.
- No son cuentos de hadas, solo... historias de fantasía.
- Claro, a veces el mundo real es demasiado duro...

La abofetearía, seguro. Tenía que escabullirse.

- Si me disculpas, necesitaba ir a la biblioteca. Otro día hablaremos con más calma.

- ¿Vas a la biblioteca? yo me dirigía a comprar unos guantes nuevos.
- ¡Qué bien! nos vemos, Lady Synföny.

Aîcliä prácticamente echó a correr dejando con la palabra en la boca a la otra joven.

- Qué maleducada... no me extraña que Lady Arüora quiera desposar a su sobrino con alguien más digno...


Por fin, la biblioteca. Un remanso de paz donde calmar sus ajetreados pensamientos. Allí podría escribir sin que nadie la molestara, escapar por unas horas a un mundo que le pertenecía y donde podía ridiculizar a Lady Arüora y humillar a Lady Synföny sin que tuviera consecuencias. Le encantaba ser dueña del destino.  

- ... y entonces la estranguló hasta quedarse sin aire... ¡Uy! ¡qué violento me está quedando..! jajaja, suerte que nadie va a leerlo...
- ¡Querida!

¡Venga ya!

El susurro de la voz de Lady Synföny le erizó el vello de la nuca.

- Lady... Synföny... ¿qué haces aquí?
- Quería enseñarte mis guantes nuevos de encaje, ahora que somos amigas...

¿Lo hacía aposta? ¿Se creía que era estúpida? Vale, le seguiría la corriente.

- ¡Qué bien! pero salgamos, no podemos hacer ruido...
- ¿Qué es esto? -preguntó la joven curioseando entre sus pergaminos y tomando algunas cuartillas.
- ¡Oh..! Solo unos borradores, nada importante...
- "Lady Melödy..." ¿Escribes sobre mi?
- ¡¡No!! Solo son... ideas, ¡algunas ideas! -contestó arrancado las hojas de su mano- Prefiero que las leas cuando estén terminadas... me da vergüenza...
- Entiendo... -contestó la joven, suspicaz.

Juntas salieron de la biblioteca hacia la calle, donde Aîcliä propuso que fueran a tomar un té. Tendría que pasar un rato con aquella mujer antes de que la dejara en paz. ¿Qué se proponía?

- Conozco un lugar exquisito para tomar el té, ¡vamos! -dijo Lady Synföny muy animada cogiéndola del brazo. Aîcliä trataba de que los pergaminos no se le cayeran del bolso, que era demasiado pequeño. Tras caminar unas manzanas, se encontraron con unos jardines embarrados ya que la noche anterior había estado lloviendo.
- Ve con cuidado, sería una pena que tu precioso vestido se manchara... -recomendó Aîcliä a la joven, buscando la manera de fingir que resbalaba para poder arrojarla contra el lodo. 
- ¡Ay, mi tacón!

Lady Synföny dio un traspiés tirando del brazo de Aîcliä de modo que el bolso de la muchacha se deslizó y sus pergaminos cayeron en un charco.

- ¡¡¡Mis escritos!!! -chilló desolada.
- ¡¡Oooh, cuanto lo siento!! -contestó la otra con un brillo de malicia en los ojos y alargando dramáticamente las palabras- ¡Te ayudaré a recogerlos!
- ¡No hace falta!

Se vengaría, estaba decidido. Su juego era, literalmente, demasiado sucio.  



Dedicado a Alicia, ¡feliz cumpleaños rubia!