Atravesó el pórtico de la iglesia solemnemente. Avanzaba por el pasillo con aquella figura inerte en brazos. Su esencia se derramaba a cada paso que daba y dejaba marcas carmesí con la huella de sus pisadas. Las vidrieras y los muros de piedra eran los únicos testigos de su agonía... Las velas rodeaban el altar del sacrificio y conferían una atmósfera siniestra y oscura al lugar. No creía que el perdón por aquel crimen sin resurrección pudiera volver ad me... Alcé su cadáver en mis brazos y lo situé en el altar dejando que la sangre lo cubriera. El miedo no volvería a poseerme porque había acabado con él y lo encerraría para siempre en aquel sagrado lugar de mi mente.
Utinam te haberem, mi amor caelestis.
Dedicado a todos aquellos que anhelan conquistar el miedo.
Utinam te haberem, mi amor caelestis.
Dedicado a todos aquellos que anhelan conquistar el miedo.
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