El paisaje tropical era realmente precioso y relajante pero no quería admirarlo, solo que aquel caballo le contara de una vez por todas que era "la verdad de quién sueña". Si realmente era un kelpie celta, una criatura espiritual del agua, sería malvado y trataría de engañarla. Le tranquilizaba ver que a su alrededor no había ningún lago donde pudiera intentar ahogarla, aunque teniendo en cuenta su erróneo color alazán quizá pretendiera llevarla hasta el mar... Si mal no recordaba, los kelpies de agua salada eran más bondadosos, un pequeño chapuzón y listo... Pero nadie le podía asegurar que el mar no fuera de agua dulce...
- ¿En qué piensas, muchacha? destiérralo de tus sueños... -le susurró el Palomitero.
- Yo... ¿"muchacha"?
- Solo tratan de mentirte...
- Deja de soñar con él, es tu imaginación, adoras a los caballos...
- Nunca te dejes engañar por el kelpie...
- Será tu perdición...
- Vuelve con nosotros, no pienses más en él...
No sabía qué hacer. Si realmente era un kelpie soñado, como mucho se despertaría sobresaltada por lo que pudiera hacer, como si fuera una pesadilla, nada más. Y... cómo que, "si realmente.."? Estaba claro que era un sueño. Tan solo temía que lo bastante vívido como para que...
Ëve miró al corcel, que la miraba con ojos tiernos. ¿Sería ese su plan? El Palomitero la tomó de la mano y le hizo un gesto casi imperceptible, como si hubiera leído sus pensamientos.
- Hace mucho que no montas... ¿no lo echas de menos?
La chica miró al hermoso alazán. Si, claro que lo echaba de menos, pero no por ello se iba a dejar engañar. Ahora estaba en guardia, comenzaba a no fiarse de aquel animal. Su instinto se lo decía...
El paisaje se difuminaba lentamente, tanto que al principio ni siquiera se había dado cuenta. El paraje tropical era cada vez más borroso, y en su lugar una neblina oscura y perlada comenzaba a conquistar todo el lugar. Sintió cómo la mano del Palomitero abandonaba la suya y miró alrededor. Ya no estaba ninguno de ellos. Ya no quedaba nadie salvo ella y el siniestro corcel.
Trató de recuperar el control del sueño, pero era incapaz. Por alguna razón no podía crear imágenes a su antojo ni dominar lo que estaba ocurriendo. Intentó por todos los medios imaginar algo, lo que fuera, un nuevo paisaje con todos sus amigos y en el que aquel caballo no existiera. Empezaba a tener miedo, quería despertar. Pero tampoco podía. Su cuerpo estaba paralizado, y la profunda y penetrante mirada del animal, cuyos ojos se habían vuelto salvajes, no dejaba que su mente encontrara el raciocinio suficiente como para detener aquel sueño. El caballo se acercó con parsimonia hacia ella sin dejar de acosarla con su mirada hasta quedar a su lado. Ëve estaba completamente inmóvil, el cuerpo no le respondía. El alazán sonrió de nuevo con su sonrisa siniestra y se hincó de rodillas. La chica se montó en él involuntariamente, pues la voluntad del corcel era mucho más fuerte que la suya en aquel momento. Un grito entre la niebla le recordó que sus amigos contemplaban con impotencia todo lo que estaba pasando, aunque no podían hacer nada. Solo los deseos del caballo tenían cabida ahora en su realidad.
Nada más tocó su grupa, el caballo comenzó a galopar desenfrenadamente. Las plumas de su crin no se movían en absoluto, lo que creaba una atmósfera aún más terrorífica a su alrededor. La niebla los rodeaba, y entre los jirones podía ver retazos del paisaje tropical en el que se encontraban, aunque no podía vislumbrar a sus amigos. Raudos y veloces, avanzaban hacia la nada; solo oía el sonido de sus cascos sobre la tierra marchita del sueño. No se atrevía a preguntar hacia dónde iban, ni tampoco si aquel momento se detendría. Tenía miedo de no despertar y permanecer para siempre sobre la grupa del caballo, avanzando sin control. Siempre hacia delante, sin sentido alguno. Sin rumbo, solo galopar.
Antes de que se diera cuenta, el corcel trotaba sobre el agua. Se había resignado a su destino mientras lo montaba, así que ya no tenía miedo. Agarró con fuerza su crin y se dejó llevar. De pronto, se fijó en un detalle. Podía moverse a voluntad. El corcel ya no la dominaba, sino que eran uno.
El caballo se detuvo en medio del pantano. La niebla seguía rodeándoles, pero ya no parecía tan abrumadora. Más bien, como si regresara a su hogar. Qué raro...
El corcel volvió a hincarse de rodillas y ella bajó de su lomo. Temía que la abandonara en medio de aquel lugar desconocido, cuyas aguas apenas la cubrían hasta los tobillos y eran agradablemente frías. La criatura se giró hacia ella y vio cómo poco a poco tomaba la forma de un poni encantador y achuchable. Rió ante ese pensamiento y se sintió ligera y alegre.
- ¿Recuerdas esto? -preguntó el poni.
Ëve miró en derredor. La niebla se despejaba por momentos y podía ver un bosque umbrío con lagos cercano al mar, pues olía el salitre y sentía el lejano sonido de las olas.
- Ya he estado aquí antes. Es...
Algo oculto durante mucho tiempo despertó en su mente y se quedó mirando fijamente al poni, que sonreía con amabilidad sinceramente.
- Bienvenida a casa.
- ¿En qué piensas, muchacha? destiérralo de tus sueños... -le susurró el Palomitero.
- Yo... ¿"muchacha"?
- Solo tratan de mentirte...
- Deja de soñar con él, es tu imaginación, adoras a los caballos...
- Nunca te dejes engañar por el kelpie...
- Será tu perdición...
- Vuelve con nosotros, no pienses más en él...
No sabía qué hacer. Si realmente era un kelpie soñado, como mucho se despertaría sobresaltada por lo que pudiera hacer, como si fuera una pesadilla, nada más. Y... cómo que, "si realmente.."? Estaba claro que era un sueño. Tan solo temía que lo bastante vívido como para que...
Ëve miró al corcel, que la miraba con ojos tiernos. ¿Sería ese su plan? El Palomitero la tomó de la mano y le hizo un gesto casi imperceptible, como si hubiera leído sus pensamientos.
- Hace mucho que no montas... ¿no lo echas de menos?
La chica miró al hermoso alazán. Si, claro que lo echaba de menos, pero no por ello se iba a dejar engañar. Ahora estaba en guardia, comenzaba a no fiarse de aquel animal. Su instinto se lo decía...
El paisaje se difuminaba lentamente, tanto que al principio ni siquiera se había dado cuenta. El paraje tropical era cada vez más borroso, y en su lugar una neblina oscura y perlada comenzaba a conquistar todo el lugar. Sintió cómo la mano del Palomitero abandonaba la suya y miró alrededor. Ya no estaba ninguno de ellos. Ya no quedaba nadie salvo ella y el siniestro corcel.
Trató de recuperar el control del sueño, pero era incapaz. Por alguna razón no podía crear imágenes a su antojo ni dominar lo que estaba ocurriendo. Intentó por todos los medios imaginar algo, lo que fuera, un nuevo paisaje con todos sus amigos y en el que aquel caballo no existiera. Empezaba a tener miedo, quería despertar. Pero tampoco podía. Su cuerpo estaba paralizado, y la profunda y penetrante mirada del animal, cuyos ojos se habían vuelto salvajes, no dejaba que su mente encontrara el raciocinio suficiente como para detener aquel sueño. El caballo se acercó con parsimonia hacia ella sin dejar de acosarla con su mirada hasta quedar a su lado. Ëve estaba completamente inmóvil, el cuerpo no le respondía. El alazán sonrió de nuevo con su sonrisa siniestra y se hincó de rodillas. La chica se montó en él involuntariamente, pues la voluntad del corcel era mucho más fuerte que la suya en aquel momento. Un grito entre la niebla le recordó que sus amigos contemplaban con impotencia todo lo que estaba pasando, aunque no podían hacer nada. Solo los deseos del caballo tenían cabida ahora en su realidad.
Nada más tocó su grupa, el caballo comenzó a galopar desenfrenadamente. Las plumas de su crin no se movían en absoluto, lo que creaba una atmósfera aún más terrorífica a su alrededor. La niebla los rodeaba, y entre los jirones podía ver retazos del paisaje tropical en el que se encontraban, aunque no podía vislumbrar a sus amigos. Raudos y veloces, avanzaban hacia la nada; solo oía el sonido de sus cascos sobre la tierra marchita del sueño. No se atrevía a preguntar hacia dónde iban, ni tampoco si aquel momento se detendría. Tenía miedo de no despertar y permanecer para siempre sobre la grupa del caballo, avanzando sin control. Siempre hacia delante, sin sentido alguno. Sin rumbo, solo galopar.
Antes de que se diera cuenta, el corcel trotaba sobre el agua. Se había resignado a su destino mientras lo montaba, así que ya no tenía miedo. Agarró con fuerza su crin y se dejó llevar. De pronto, se fijó en un detalle. Podía moverse a voluntad. El corcel ya no la dominaba, sino que eran uno.
El caballo se detuvo en medio del pantano. La niebla seguía rodeándoles, pero ya no parecía tan abrumadora. Más bien, como si regresara a su hogar. Qué raro...
El corcel volvió a hincarse de rodillas y ella bajó de su lomo. Temía que la abandonara en medio de aquel lugar desconocido, cuyas aguas apenas la cubrían hasta los tobillos y eran agradablemente frías. La criatura se giró hacia ella y vio cómo poco a poco tomaba la forma de un poni encantador y achuchable. Rió ante ese pensamiento y se sintió ligera y alegre.
- ¿Recuerdas esto? -preguntó el poni.
Ëve miró en derredor. La niebla se despejaba por momentos y podía ver un bosque umbrío con lagos cercano al mar, pues olía el salitre y sentía el lejano sonido de las olas.
- Ya he estado aquí antes. Es...
Algo oculto durante mucho tiempo despertó en su mente y se quedó mirando fijamente al poni, que sonreía con amabilidad sinceramente.
- Bienvenida a casa.
Dedicado a Eva, ¡feliz cumpleaños amazona!