El amanecer teñía de rojo todo el paisaje con su suave luz. Lêandrö contemplaba el páramo perdido en sus pensamientos. Sus ojos buscaban las gotas de rocío, que con la claridad del alba creaban iridiscencias por doquier otorgando al bosque un halo mágico de impresionante belleza.
Un ruido le distrajo. Entre la hojarasca se veía una esbelta figura que parecía aproximarse con la elegancia digna de las reinas élficas. Tal vez era una dríada, o una criatura del bosque. No se movía, pero avanzaba liviana hacia él. El príncipe se puso en guardia. El baluarte de su espíritu se desmoronó cuando la miró a los ojos. Eran de todos los colores, y oscuros como la noche. Azules, verdes, castaños... Sus ojos grises le devolvieron una mirada que heló la sangre en sus venas e inmediatamente se enamoró de ella. La sacerdotisa de sus visiones. La joven sonrió de forma siniestra y rió levemente con su risa aguda y macabra mientras señalaba hacia un punto indefinido del bosque. Lêandrö vio a través de los árboles y el ramaje un pequeño objeto que brillaba a la luz del sol. Una brújula.
El joven abrió los ojos. Estaba amaneciendo. Prôed yacía a su lado apaciblemente dormido. Aún era temprano y la noche anterior había pasado mucho tiempo descifrando los caracteres de los árboles, aunque no había logrado averiguar toda su historia. Se levantó con cautela, cogió su espada y se dirigió al interior del bosque. Sabía dónde encontrar la brújula, la sacerdotisa le había revelado el don de la visión.
La luz del sol brillaba con fuerza cuando Prôed abrió los ojos para después bostezar sonoramente. Miró a su alrededor y vio que su compañero no estaba. Confiaba en que hubiera ido a por algo rico para desayunar... Le costaba admitir que un guerrero pudiera tener tanto talento culinario, pero eso solo le hacía aún más especial. Vaya, ahora si se estaba poniendo "romántico". Tendría que tener cuidado, rió ante su propio pensamiento.
- ¡Hombre, ahí estás! -dijo cuando le vio aparecer entre el ramaje. El joven venía con una sonrisa enorme y sin decir nada le mostró lo que portaba. ¡La brújula de cuarzo! -exclamó Prôed.
Era una verdadera obra de artesanía. La pieza estaba compuesta enteramente de cuarzo blanco y brillaba en el claro iluminando al Elegido. El señor de Kyrien no pudo evitar sentir una punzada de envidia cuando vio a Lêandrö con aquel símbolo de la Diosa. Ya tenía dos.
- Tuve una visión con... la sacerdotisa, me la mostró en sueños -explicó Lêandrö con una voz quebrada que pasó desapercibida para su compañero.
- Ya veo... quizá deberíamos ir al sur, como marcan los árboles -contestó Prôed con algo de frialdad.
- Socio...
El heredero al trono de Nrym no respondió. Se sentía apartado de la misión y no entendía el significado de poseer el anillo de ópalos. No entendía nada.
- Cada uno ha de cumplir su propio destino...
- ¿Ahora también me robas las frases?
Lêandrö le miró fijamente. Entendía cómo se sentía, pero los designios de la Diosa eran inescrutables. Nunca había habido dos Elegidos, y tal vez nunca los habría. No era su culpa.
- Tu tienes el anillo de ópalos, nuestros destinos son uno. Estamos juntos en esto, socio...
- Ya, bueno, es posible. Seré tu esclavo que descifra caracteres Äen, al parecer. No pasa nada, cuando regrese a Kyrien y herede el trono seré grande. Mi pueblo me amará y prometo no declarar la guerra al tuyo.
La oscuridad se adueñaba de sus pensamientos y no sabía cómo desterrarla. Sentía furia, culpabilidad y una profunda sensación de impotencia. Sus visiones no se estaban cumpliendo.
La mañana transcurrió en silencio. Los dos jóvenes montaron en sus cabalgaduras rumbo al sur y no mediaron palabra. El príncipe de los Leonîdas contemplaba la brújula con disimulo tratando de que su compañero no se diera cuenta. Las agujas no señalaban hacia el norte, sino que parecían girar según una orientación que no era capaz de comprender. Le hubiera gustado preguntarle a Prôed que creía que significaba aquello, pero el joven parecía sumido en tenebrosas cavilaciones. Tenía que haber alguna forma de sembrar la paz entre ambos. Tal vez con una comida exquisita...
Sin que a ninguno le diera tiempo a reaccionar, una criatura de enormes dimensiones se cruzó en su camino. Los corceles se arredraron y los jóvenes tuvieron que detenerse para calmarlos.
- ¿Qué era eso? -preguntó Lêandrö.
- Ni idea... pero ahora que me fijo... ¿no es este bosque un poco raro?
Raro no era la palabra. La hiedra cubría parcialmente los árboles, unos misteriosos reflejos brillaban alrededor de la espesura y todo parecía tener un aura mágica y enigmática. El agua se derramaba por cada rama de los árboles y formaba pequeñas charcas en la tierra, habitadas por seres luminosos y azulados que fluían por el líquido como si de otra realidad se tratase. Era una visión irreal.
- ¡Oh!
El futuro rey de los Leonîdas se quedó mirando hacia el bosque, anonadado. La sacerdotisa paseaba con su túnica violácea que dejaba al descubierto parte de su seductora figura. Sus ojos volvían a estar cubiertos por la sombra que arrojaba su capucha. Su sensualidad era tan terrible y grandiosa que no podía dejar de mirarla.
- ¿Qué ocurre?
- Ella...
- ¿Ella? Yo no veo nada...
Prôed miró a su compañero, que parecía totalmente obnubilado.
- La sacerdotisa...
- No hay nadie.
- ¡Claro que sí!
El joven parecía muy seguro de si mismo y el heredero al trono de Nrym comenzó a sospechar que tal vez estuviera hechizado. Quizá poseer dos de los símbolos de la Diosa era demasiado para un alma mortal.
- Tal vez deberías darme la brújula... -sugirió en un murmullo Prôed.
- ¿Por qué? -respondió Lêandrö, más consciente de lo que le rodeaba.
- ¡Pones en peligro la misión!
Las ramas de los árboles se mecieron suavemente con la brisa y una risita femenina, clara y lejana, rompió el silencio.
- No pongo en peligro nada, la Diosa me ha encomendado su legado y su misión -dijo con tranquilidad Lêandrö.
- A mi también, y tu no estás en tu sano juicio -se defendió el señor de las tierras de Kyrien.
- Tal vez no eres digno de portar sus símbolos... -el joven guardó silencio ante el rostro dolido de su compañero- No he querido decir eso...
- Si, has querido. Es lo que piensas -contestó Prôed, ofendido.
- Socio...
- No soy tu socio.
- Socio... lo siento, es verdad que esa sacerdotisa me ha dejado su impronta, pero la misión es nuestro destino. Y tenemos que estar juntos en esto.
El señor de Kyrien le miró y vio la sinceridad reflejada en sus ojos.
- Está bien... te creo. Estamos juntos en esto, somos los Elegidos.
Prôed emprendió el camino de nuevo mientras Lêandrö le seguía. La sacerdotisa se movía al compás de los cascos y atravesaba el bosque como si de un espíritu ingrávido se tratase. El corazón de Lêandrö latió con fuerza cuando vio sus ojos vacíos de nuevo. Haría todo lo que desease su señora.
El joven abrió los ojos. Estaba amaneciendo. Prôed yacía a su lado apaciblemente dormido. Aún era temprano y la noche anterior había pasado mucho tiempo descifrando los caracteres de los árboles, aunque no había logrado averiguar toda su historia. Se levantó con cautela, cogió su espada y se dirigió al interior del bosque. Sabía dónde encontrar la brújula, la sacerdotisa le había revelado el don de la visión.
La luz del sol brillaba con fuerza cuando Prôed abrió los ojos para después bostezar sonoramente. Miró a su alrededor y vio que su compañero no estaba. Confiaba en que hubiera ido a por algo rico para desayunar... Le costaba admitir que un guerrero pudiera tener tanto talento culinario, pero eso solo le hacía aún más especial. Vaya, ahora si se estaba poniendo "romántico". Tendría que tener cuidado, rió ante su propio pensamiento.
- ¡Hombre, ahí estás! -dijo cuando le vio aparecer entre el ramaje. El joven venía con una sonrisa enorme y sin decir nada le mostró lo que portaba. ¡La brújula de cuarzo! -exclamó Prôed.
Era una verdadera obra de artesanía. La pieza estaba compuesta enteramente de cuarzo blanco y brillaba en el claro iluminando al Elegido. El señor de Kyrien no pudo evitar sentir una punzada de envidia cuando vio a Lêandrö con aquel símbolo de la Diosa. Ya tenía dos.
- Tuve una visión con... la sacerdotisa, me la mostró en sueños -explicó Lêandrö con una voz quebrada que pasó desapercibida para su compañero.
- Ya veo... quizá deberíamos ir al sur, como marcan los árboles -contestó Prôed con algo de frialdad.
- Socio...
El heredero al trono de Nrym no respondió. Se sentía apartado de la misión y no entendía el significado de poseer el anillo de ópalos. No entendía nada.
- Cada uno ha de cumplir su propio destino...
- ¿Ahora también me robas las frases?
Lêandrö le miró fijamente. Entendía cómo se sentía, pero los designios de la Diosa eran inescrutables. Nunca había habido dos Elegidos, y tal vez nunca los habría. No era su culpa.
- Tu tienes el anillo de ópalos, nuestros destinos son uno. Estamos juntos en esto, socio...
- Ya, bueno, es posible. Seré tu esclavo que descifra caracteres Äen, al parecer. No pasa nada, cuando regrese a Kyrien y herede el trono seré grande. Mi pueblo me amará y prometo no declarar la guerra al tuyo.
La oscuridad se adueñaba de sus pensamientos y no sabía cómo desterrarla. Sentía furia, culpabilidad y una profunda sensación de impotencia. Sus visiones no se estaban cumpliendo.
La mañana transcurrió en silencio. Los dos jóvenes montaron en sus cabalgaduras rumbo al sur y no mediaron palabra. El príncipe de los Leonîdas contemplaba la brújula con disimulo tratando de que su compañero no se diera cuenta. Las agujas no señalaban hacia el norte, sino que parecían girar según una orientación que no era capaz de comprender. Le hubiera gustado preguntarle a Prôed que creía que significaba aquello, pero el joven parecía sumido en tenebrosas cavilaciones. Tenía que haber alguna forma de sembrar la paz entre ambos. Tal vez con una comida exquisita...
Sin que a ninguno le diera tiempo a reaccionar, una criatura de enormes dimensiones se cruzó en su camino. Los corceles se arredraron y los jóvenes tuvieron que detenerse para calmarlos.
- ¿Qué era eso? -preguntó Lêandrö.
- Ni idea... pero ahora que me fijo... ¿no es este bosque un poco raro?
Raro no era la palabra. La hiedra cubría parcialmente los árboles, unos misteriosos reflejos brillaban alrededor de la espesura y todo parecía tener un aura mágica y enigmática. El agua se derramaba por cada rama de los árboles y formaba pequeñas charcas en la tierra, habitadas por seres luminosos y azulados que fluían por el líquido como si de otra realidad se tratase. Era una visión irreal.
- ¡Oh!
El futuro rey de los Leonîdas se quedó mirando hacia el bosque, anonadado. La sacerdotisa paseaba con su túnica violácea que dejaba al descubierto parte de su seductora figura. Sus ojos volvían a estar cubiertos por la sombra que arrojaba su capucha. Su sensualidad era tan terrible y grandiosa que no podía dejar de mirarla.
- ¿Qué ocurre?
- Ella...
- ¿Ella? Yo no veo nada...
Prôed miró a su compañero, que parecía totalmente obnubilado.
- La sacerdotisa...
- No hay nadie.
- ¡Claro que sí!
El joven parecía muy seguro de si mismo y el heredero al trono de Nrym comenzó a sospechar que tal vez estuviera hechizado. Quizá poseer dos de los símbolos de la Diosa era demasiado para un alma mortal.
- Tal vez deberías darme la brújula... -sugirió en un murmullo Prôed.
- ¿Por qué? -respondió Lêandrö, más consciente de lo que le rodeaba.
- ¡Pones en peligro la misión!
Las ramas de los árboles se mecieron suavemente con la brisa y una risita femenina, clara y lejana, rompió el silencio.
- No pongo en peligro nada, la Diosa me ha encomendado su legado y su misión -dijo con tranquilidad Lêandrö.
- A mi también, y tu no estás en tu sano juicio -se defendió el señor de las tierras de Kyrien.
- Tal vez no eres digno de portar sus símbolos... -el joven guardó silencio ante el rostro dolido de su compañero- No he querido decir eso...
- Si, has querido. Es lo que piensas -contestó Prôed, ofendido.
- Socio...
- No soy tu socio.
- Socio... lo siento, es verdad que esa sacerdotisa me ha dejado su impronta, pero la misión es nuestro destino. Y tenemos que estar juntos en esto.
El señor de Kyrien le miró y vio la sinceridad reflejada en sus ojos.
- Está bien... te creo. Estamos juntos en esto, somos los Elegidos.
Prôed emprendió el camino de nuevo mientras Lêandrö le seguía. La sacerdotisa se movía al compás de los cascos y atravesaba el bosque como si de un espíritu ingrávido se tratase. El corazón de Lêandrö latió con fuerza cuando vio sus ojos vacíos de nuevo. Haría todo lo que desease su señora.
Dedicado a Leandro y Pedro, ¡feliz cumpleaños elegidos!
5 comentarios:
Eres genial, muchas gracias, jajajaja. Me encantan tus relatos ;) Un abrazo muy gordo, de verdad.
Espectacular!!! Pero escribe más, que un año esperando es mucho!! Tu si que tienes un don!! Por cierto, para mí que la sacerdotisa nos la quiere jugar!!
felicidades, compañero de relato ;)
Feliz cumpleaños Proed!!! Jejeje
Ay, que monos! :) jaja
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