Tenía que escabullirse sin que nadie le viera y regresar antes de que se dieran cuenta. Nadie podía saber que iba a encontrarse consigo mismo para darse... para que le dieran una poción y convertirse en lobo. Si el chamán se enterara de aquello...
Orav se esperaba junto al arce frondoso. Recordaba que aquella tarde se había encontrado con un lobo, por lo que su yo niño debería enfrentarse a él solo y mostrar al animal que era digno de llevar su sino. No podía cambiar el curso de la historia más de lo que ya lo había cambiado, así que solo podía esperar y confiar en el pequeño Orav.
El niño caminaba ágil por el bosque. Conocía bien sus senderos y algunos atajos, llegaría enseguida al arce y recibiría de sí mismo la poción. No podía parar de sonreír. Su amiga dejaría de llamarle "el gran mago de la aldea" y vería que realmente se convertía en un lobo, pero no exiliado. Sería un héroe...
Un sonido hizo que se detuviera. Miró alrededor pero no vio nada, por lo que siguió caminando. El ruido sordo continuaba, y cuando se giró ahogó un grito. Un lobo negro de gran tamaño se aproximaba lentamente hacia él y le miraba con sus grandes ojos ambarinos. Sus pisadas dejaban huellas en la fina capa de nieve, y al ver que su presa le había visto, se detuvo. Ambos se miraron fijamente. Orav no quería apartar la vista, en parte porque el lobo le parecía majestuoso y nunca había tenido uno tan cerca, y en parte porque no sabía qué hacer. Su abuelo le había prevenido y ahora... Un pensamiento repentino hizo que se sintiera más tranquilo y confiado. Había llegado a mayor. Aquel lobo no le iba a hacer daño (al menos no mucho), porque si no no hubiera sido capaz de viajar al pasado. El pequeño se irguió y miró al lobo. Hubiera jurado que el animal le hacía una leve reverencia, pues bajó su gran cabeza para después retirarse lentamente dándole la espalda. Orav suspiró.
Un poco más tarde llegó al arce, donde su yo adulto le esperaba.
- ¡Pequeño! ¿estás bien? -exclamó Orav, más tranquilo ahora que le había visto llegar sano y salvo.
- Si... no me dijiste que vería un lobo.
- No puedo cambiar el curso de la historia, pequeño -dijo el adulto.
- Pero ya lo has cambiado viniendo aquí...
- No. Cuando era niño, yo... es decir, el Orav adulto... vino y me dio la poción para convertirme en lobo y en el guerrero que soy ahora.
- Pero... en algún momento, "nosotros" tuvimos que cambiar la historia. En algún momento hubo un Orav niño que creció y descubrió la poción, y supo que tenía que dársela a su yo niño para que se volviera lobo... pero ese niño que ya era adulto no tuvo la poción de niño...
El Orav adulto recordaba haber tenido esa conversación con su versión joven.
- Tienes mucha razón, pero eso no nos atañe ahora. Toma -dijo tendiéndole una botellita de cristal roja- aquí está.
El niño la contempló, fascinado. Podía ver chispas que relucían en su interior, a pesar de que la luz del sol no iluminara aquel día tan nublado.
- ¿Y qué tengo que hacer? -preguntó ilusionado el pequeño.
- Aún eres muy joven, deberás esperar unos años para tomártela.
- ¿Qué? -protestó- ¡pero me dijiste que había maneras de crecer! ¡que podría convertirme en un lobo y ser un héroe! -el niño estaba muy enfadado.
- Lo se, pero todavía no es el momento. La aldea se verá asediada... y entonces tú te tomarás la poción, sabrás cuando hacerlo. Entrénate con la espada, busca algún guerrero que te enseñe el arte de la guerra y aprende mucho.
- ¡No quiero! ¡Quiero ser un guerrero ya!
Orav sonrió. Era muy inmaduro, pero solo era un niño, no podía culparlo. Recordaba las ganas que había tenido de ser un gran paladín, el adalid del pueblo, que su nombre se oyera y temiera (¿por qué no?) allá dónde fuera...
- Tranquilo, todo a su tiempo. Ya ves lo grande que soy ahora...
- En realidad no veo nada -retó el pequeño, frustrado.
El joven desenvainó su espada y le hizo una demostración, que dejó al niño sin palabras y a algunos árboles desprovistos de ramas.
- Está bien... ¿Me recomiendas a algún guerrero en particular?
- No, el que más te apetezca. Busca alguien con quien conectes, que esté dispuesto a ser un buen maestro y tenga mucha paciencia y sabiduría a sus espaldas. No te dejes seducir por el oro ni las riquezas, el mayor tesoro está en tu corazón.
- Qué "superferolífico" soy...
- Jajaja, ¿y a ti quién te ha enseñado esa palabreja? Se dice "superferolítico". Mi tiempo aquí ha finalizado -dijo mirando al horizonte con la mirada perdida- debo volver a mi época. Ha sido un placer conocerte, pequeño Orav.
El joven le dio la mano y el niño se la estrechó un poco enfurruñado.
- No volveremos a vernos hasta dentro de mucho tiempo, cuando seas mayor y me visites... no lo olvides, el círculo eterno.
- Si, si, me acordaré... Seguro que en su momento lo sabré -se mofó el niño, a lo que el otro rió.
Orav desapareció entre los árboles y el niño permaneció solo durante unos instantes, en los que se cercioró de que el guerrero no iba a regresar.
- Bien, si tengo que seguir a mi corazón... me pienso tomar la poción ahora mismo.
Dicho y hecho. El niño abrió la botellita, cuyo líquido se volvió aún más chispeante al contacto con el aire, y se la tomó de un solo trago.
- ¿Y qué tengo que hacer? -preguntó ilusionado el pequeño.
- Aún eres muy joven, deberás esperar unos años para tomártela.
- ¿Qué? -protestó- ¡pero me dijiste que había maneras de crecer! ¡que podría convertirme en un lobo y ser un héroe! -el niño estaba muy enfadado.
- Lo se, pero todavía no es el momento. La aldea se verá asediada... y entonces tú te tomarás la poción, sabrás cuando hacerlo. Entrénate con la espada, busca algún guerrero que te enseñe el arte de la guerra y aprende mucho.
- ¡No quiero! ¡Quiero ser un guerrero ya!
Orav sonrió. Era muy inmaduro, pero solo era un niño, no podía culparlo. Recordaba las ganas que había tenido de ser un gran paladín, el adalid del pueblo, que su nombre se oyera y temiera (¿por qué no?) allá dónde fuera...
- Tranquilo, todo a su tiempo. Ya ves lo grande que soy ahora...
- En realidad no veo nada -retó el pequeño, frustrado.
El joven desenvainó su espada y le hizo una demostración, que dejó al niño sin palabras y a algunos árboles desprovistos de ramas.
- Está bien... ¿Me recomiendas a algún guerrero en particular?
- No, el que más te apetezca. Busca alguien con quien conectes, que esté dispuesto a ser un buen maestro y tenga mucha paciencia y sabiduría a sus espaldas. No te dejes seducir por el oro ni las riquezas, el mayor tesoro está en tu corazón.
- Qué "superferolífico" soy...
- Jajaja, ¿y a ti quién te ha enseñado esa palabreja? Se dice "superferolítico". Mi tiempo aquí ha finalizado -dijo mirando al horizonte con la mirada perdida- debo volver a mi época. Ha sido un placer conocerte, pequeño Orav.
El joven le dio la mano y el niño se la estrechó un poco enfurruñado.
- No volveremos a vernos hasta dentro de mucho tiempo, cuando seas mayor y me visites... no lo olvides, el círculo eterno.
- Si, si, me acordaré... Seguro que en su momento lo sabré -se mofó el niño, a lo que el otro rió.
Orav desapareció entre los árboles y el niño permaneció solo durante unos instantes, en los que se cercioró de que el guerrero no iba a regresar.
- Bien, si tengo que seguir a mi corazón... me pienso tomar la poción ahora mismo.
Dicho y hecho. El niño abrió la botellita, cuyo líquido se volvió aún más chispeante al contacto con el aire, y se la tomó de un solo trago.
Dedicado a Álvaro, ¡feliz cumpleaños jabalíii!