- ¿Qué ocurre, mi señora?
- No lo sé. El lago parece estar helado, pero sus aguas parecen cálidas al contacto con la piel... no entiendo nada -murmuró la Suma Sacerdotisa.
- No tiene sentido - terció Lemuel.
- Es cierto...
Ambos se miraron y avanzaron en busca del patriarca de la aldea. Las casitas de piedra y madera del lugar eran una maravilla, y casi todas estaban adornadas con motivos tradicionales pintados por sus lugareños, algunos de gran talento. Bêah vio a un joven dibujando el lago en un hermoso lienzo de piel animal y sonrió. Siempre le había gustado aquel sitio.
- Mirad qué hermoso... -dijo Lemuel señalando un objeto.
- Es un cazador de sueños o atrapasueños -sonrió Bêah ante la hermosa pieza- filtra los sueños, dejando pasar solo a la mente los sueños y visiones positivas, mientras que las pesadillas quedan atrapadas en su piedra y se desvanecen con el primer rayo de luz del amanecer -explicó.
- Me encantaría poseer uno...
- Nadie quiere pesadillas en su mente, aunque nunca podremos evitarlas del todo... ¿no es cierto?
Los dos compañeros de viaje se giraron y vieron ante sí a un anciano, tan mayor que hubiera podido acumular cientos de años a sus espaldas, pero con tanta energía que parecía aún más joven que los niños que jugaban en la aldea con la nieve y la imaginación.
- Encantada de veros -dijo Bêah saludando al patriarca con una reverencia que Lemuel imitó- este es mi amigo Lemuel.
El anciano le dio la mano y se lo quedó mirando fijamente con una mirada que el joven no supo descifrar.
- Malos tiempos se aproximan en la nieve mientras los planetas no se alineen... -susurró con un halo de misterio.
- De eso venimos a hablaros.
- De eso venís a hablarme, pero no hallaréis respuesta. No en Dÿr.
Bêah permaneció en silencio sin saber qué decir.
- Veo que los Gür os han estado importunando... -adivinó el anciano mirándola a los ojos- Vuestro sentido de la aventura no debería poner en peligro a vuestra aldea, aunque veo que os habéis encargado muy sabiamente de ellos... -la regañó con dulzura.
- No me di cuenta, su territorio se expande mediante la violencia y nunca sabemos qué nuevos territorios han conquistado... -se disculpó ella.
- Lo se... pronto estaremos en guerra. Unirnos a las tribus será la única manera de conseguir la victoria...
- ¿En guerra?
El anciano la miró y de pronto pareció mucho más viejo y cansado.
- No os preocupéis por eso ahora, mi querida señora. ¿Y vuestro amigo, por qué tan silencioso?
Lemuel no se atrevía a pronunciar palabra porque sentía que estaba en presencia de dos personas muy superiores a él y las admiraba.
- Yo...
- ¿Queréis un cazador de sueños? acabará con esas pesadillas que soléis presenciar en vuestras noches... -ofreció amablemente.
Lemuel sonrió y asintió agradecido mientras Bêah se preguntaba a qué se referiría.
- Mi esposa hace unos verdaderamente poderosos. Acompañadme por aquí...
Ambos siguieron al anciano, que saludaba cariñoso a los niños de la aldea y sonreía a todos cuantos se le cruzaban. Se notaba que era una figura muy querida y venerada en el pueblo.
- Habéis mencionado que no hallaremos respuesta aquí en Dÿr... -comenzó Bêah.
- Vuestras visiones son más proféticas de lo que vos misma creéis.
Bêah se detuvo en seco. Era lo mismo que había dicho Lemuel con aquella voz cavernosa.
- ¿Erais vos hablando a través de mi amigo? -preguntó.
- Si. Os advertí del peligro. Sabía que sabríais lo que hacer -respondió tranquilamente el anciano.
- Os lo agradezco, nos salvasteis la vida.
- De nada. Tomad, joven.
El anciano tendió un hermosísimo aro de sauce decorado con plumas que había escogido de una de las paredes exteriores de su casa a Lemuel, que lo cogió con una reverencia.
- Veo que los Gür os han estado importunando... -adivinó el anciano mirándola a los ojos- Vuestro sentido de la aventura no debería poner en peligro a vuestra aldea, aunque veo que os habéis encargado muy sabiamente de ellos... -la regañó con dulzura.
- No me di cuenta, su territorio se expande mediante la violencia y nunca sabemos qué nuevos territorios han conquistado... -se disculpó ella.
- Lo se... pronto estaremos en guerra. Unirnos a las tribus será la única manera de conseguir la victoria...
- ¿En guerra?
El anciano la miró y de pronto pareció mucho más viejo y cansado.
- No os preocupéis por eso ahora, mi querida señora. ¿Y vuestro amigo, por qué tan silencioso?
Lemuel no se atrevía a pronunciar palabra porque sentía que estaba en presencia de dos personas muy superiores a él y las admiraba.
- Yo...
- ¿Queréis un cazador de sueños? acabará con esas pesadillas que soléis presenciar en vuestras noches... -ofreció amablemente.
Lemuel sonrió y asintió agradecido mientras Bêah se preguntaba a qué se referiría.
- Mi esposa hace unos verdaderamente poderosos. Acompañadme por aquí...
Ambos siguieron al anciano, que saludaba cariñoso a los niños de la aldea y sonreía a todos cuantos se le cruzaban. Se notaba que era una figura muy querida y venerada en el pueblo.
- Habéis mencionado que no hallaremos respuesta aquí en Dÿr... -comenzó Bêah.
- Vuestras visiones son más proféticas de lo que vos misma creéis.
Bêah se detuvo en seco. Era lo mismo que había dicho Lemuel con aquella voz cavernosa.
- ¿Erais vos hablando a través de mi amigo? -preguntó.
- Si. Os advertí del peligro. Sabía que sabríais lo que hacer -respondió tranquilamente el anciano.
- Os lo agradezco, nos salvasteis la vida.
- De nada. Tomad, joven.
El anciano tendió un hermosísimo aro de sauce decorado con plumas que había escogido de una de las paredes exteriores de su casa a Lemuel, que lo cogió con una reverencia.
- Te protegerá. En cuanto a vuestras visiones...
- ¿Sí? -urgió Bêah al ver que el anciano permanecía en silencio.
- Solo puedo deciros que tras cruzar las montañas encontraréis la cueva con pinturas rupestres.
- ¿Mi visión...? ¿Mi alucinación..?
- Sois muy intuitiva -repitió el anciano.
- ¿Y el peaje de la aldea?
El anciano les miró fijamente y les tomó de las manos.
- Un sacrificio de sangre. O un sacrificio incruento. Oro y plata. Visiones proféticas.
Bêah entendió, pero Lemuel los miraba alternativamente sin saber qué decir tratando de adivinar.
- No os crucéis con los Gür, ni siquiera os acerquéis lo suficiente como para oír sus trinos... -aconsejó el anciano.
- De acuerdo, no ocurrirá. Gracias por todo, mi señor. Nos habéis sido de gran ayuda.
Lemuel no estaba muy convencido pero trató de disimularlo.
- Gracias por vuestro obsequio -le dijo al anciano.
- Pronto os daréis cuenta de su utilidad. Buen viaje y tomad unas viandas para el camino, el frío aprieta y no tendréis tiempo que perder cazando.
La mujer del anciano les ofreció unas suculentas piezas de caza que metieron en sus hatillos y tras agradecérselo emprendieron el camino hacia las montañas.
- ¿Estarán bien? -preguntó la mujer del anciano a su esposo.
- Les esperan grandes aventuras que ni ellos mismos imaginan... -dijo el anciano cogiéndola del hombro.
Bêah y Lemuel salieron de la aldea y la joven se quedó contemplando de nuevo el lago, cuya superficie parecía aún más rajada que cuando llegaron.
- ¿Cuál es nuestra próxima parada? -preguntó su compañero.
- Ägniaram, la ciudad de plata -respondió sencillamente Bêah.
- ¿Una ciudad?
- Cuando lleguemos lo entenderéis -sonrió mientras caminaban.
Un oso polar que pasaba cerca de la aldea se les quedó contemplando fijamente mientras introducía el morro en la nieve en busca de comida.
Dedicado a Beatriz, ¡feliz cumpleaños Matriarca!