Volvía a tener esa sensación. Sus pensamientos vagaban inconexos. Sentía miedo. Un déjà vu. Miró en la oscuridad tratando de localizar alguna fuente de luz que la pudiera guiar pero no encontró nada. Le pareció muy extraño... Dejó que sus ojos se acostumbraran a las tinieblas y trató de fijarse en sus otros sentidos. Estaba sentada en el suelo, un frío suelo de piedra según creía, y tenía las manos atadas a la espalda con una soga gruesa. Malo. No oía nada, absolutamente nada. El silencio la oprimía... Un momento. Sí oía algo. Cerró los ojos para concentrarse mejor a pesar de que era incapaz de ver nada que la distrajera. Podía oír el sutil sonido de unas gotas de agua cayendo al suelo. Y... el inconfundible sonido de una respiración. Por un momento se dejó dominar por el pánico, pero respiró profundamente tratando de calmarse. La persona que respiraba lo hacía acompasadamente, estaba dormida. Quizá un prisionero, como ella. O una prisionera. Tal vez había más gente con ellos... era imposible saberlo. Trató de escuchar algo más pero nada. Unos pasos ligeros, suaves y rápidos. ¿Ratas? Sí, quizá. Estaba apoyada contra una pared y sus manos no podían tocar nada más allá del muro. Se le ocurrió mover los pies, pero se dio cuenta de que también estaban atados. Se sentía más consciente, sus pensamientos se iban aclarando. ¿Cómo había llegado hasta allí?
Ni idea.
El eco de una piedra rodando hizo que se asustara. La respiración de la persona que se encontraba con ella cambió y pudo oír un gruñido. Se quedó quieta. No tenía ni idea de a quién debía enfrentarse, si esa persona estaba atada como ella o...
- Maldita sea...
Imposible.
- ¿Mor... Mordred?
Silencio.
- ¿Mordred? -susurró de forma apenas audible.
- ¿Ërov?
No podía creérselo. El joven de sus sueños... reconocería su voz en cualquier parte.
- Sí, soy yo.
- ¿Eres tú?
¿Era ella? Aún no sabía si era ella. No lo tenía muy claro. Sus recuerdos eran fragmentados, ni siquiera recordaba como habían acabado allí...
- No lo sé... Quiero decir, si soy yo. Pero no se quién soy.
La risita de Mordred alivió su pesar.
- Nunca debí llevarte al desfiladero...
- Ya dijiste eso una vez. Lo soñé.
- No fue un sueño. Fue real. Te arrebataron de mis brazos mientras aún estabas confusa...
Ërov agradeció la profunda oscuridad para que el joven no pudiera ver cómo se había sonrojado.
- Te contaré la historia.
Mordred le narró cómo los esclavos de Vlädés la habían secuestrado tras darle una paliza y cómo la había estado buscando desde entonces.
- Sus hechizos eran demasiado potentes y yo no podía romperlos. No sabía dónde hallaros. Temía por vos, por vuestro olvido... Vuestra memoria atesora conocimientos de valor incalculable...
¿Por qué volvía a utilizar un lenguaje distante con ella? ¿Por qué le importaba cuando claramente estaban metidos en un lío?
- No pasa nada, al final nuestros caminos han vuelto a cruzarse, aunque en aciagas circunstancias. Recordadme más acerca de nuestra historia...
Mordred le contó cuánto sabía de ella y Ërov comenzó a recordar poco a poco. Después le relató su despertar en el castillo de Vlädés y cómo había logrado huir de allí, para luego guardar silencio.
- Estáis muy silenciosa, mi señora... ¿Qué ocurre?
- Nada. Estoy tratando de procesar.
Ërov hacía grandes esfuerzos por mantener la calma y aparentar serenidad. Tenía los ojos abiertos y de pronto veía claramente la celda a pesar de la oscuridad. Cerró los ojos y se dio cuenta de que aún podía ver con la misma nitidez que cuando los tenía abiertos. Echó un vistazo por todo el lugar. Una sala amplia de piedra marrón con un par de antorchas apagadas y una puerta con varios cerrojos. Trató de enfocar sus pensamientos más allá de la puerta y logró ver un pasillo iluminado con una pequeña tea y cubierto de telarañas. Parecían las mazmorras del castillo de Vlädés, seguramente aún se encontraban dentro de su fortaleza. Pero no era aquello lo que la hacía temblar, sino el espeluznante demonio que se hallaba al lado de Mordred y dominaba sus movimientos, hablando a través de él con su voz. Era una criatura demasiado horripilante como para ser descrita, y el mero hecho de mirarla la hacía temblar de miedo. Confiaba en que no pudiera oír los latidos de su corazón...
- Tengo mucho frío... -musitó con los ojos cerrados para justificar sus temblores. No sabía si aquel ser podía verla, pero sospechaba que sí.
- Lo siento, mi señora... Ojalá pudiera acercarme a vos para daros calor.
Un escalofrío recorrió la espalda de Ërov.
- Ojalá...
Durante un tiempo nadie dijo nada, hasta que de pronto, sin previo aviso, el demonio se desvaneció con una terrorífica sonrisa en su rostro. Ërov suspiró, más tranquila, pero todavía notaba su presencia, vigilando todos y cada uno de sus movimientos. La joven permaneció quieta y en silencio mientras sus escalofríos disminuían. No se había dado cuenta hasta entonces de que la presencia de aquella terrible criatura enfriaba la sala.
Pronto dejó de notar su presencia y suspiró de nuevo, abriendo los ojos. No le gustaba en absoluto, le traía malos recuerdos y temía haber hablando demasiado, aunque claramente ese ser ya lo conocía todo sobre ella. Miró a Mordred. No parecía que le hubiera hecho ningún daño, aunque no tenía posibilidades de asegurarlo. Su intuición le decía que estaba bien.
- El veneno del dragón... -musitó para sí.
Tenía que salvarlo. Mordred ya había muerto...
- Habéis tardado mucho en daros cuenta, mi señora... -dijo el joven irguiéndose y sonriendo a la oscuridad.
- ¡Mordred! -exclamó Ërov por primera vez con auténtica alegría.
- Ese demonio no lo sabía, no podía saberlo. No quise moverme hasta estar seguro de que su presencia ya no se hallaba con nosotros.
- ¿Puedes ver en la oscuridad?
- No... tengo una visión nocturna justa, suficiente para ser guía. Pero me parece que esta vez vos seréis mi guía... ¿me equivoco?
- No. Veo perfectamente, pero no se por qué tengo esa capacidad... -reflexionó la joven.
- Sois una sacerdotisa. Vuestros dones nacen de vuestro corazón. Os desvelaría vuestros secretos, pero antes será mejor huir de aquí... aún no habéis recuperado la memoria por completo, imagino -comentó el joven tratando de desatar sus manos.
- El demonio me contó mi pasado, mi presente... parecía encajar...
- No sé de qué habéis hablando, solo noto cuando deja de hablar a través de mí, pero no sus palabras. Aquí está...
Sin que Ërov pudiera explicarlo, el joven se liberó de las cadenas que le ataban.
- ¿Cómo..?
- Yo también tengo mis secretos -contestó Mordred guiñándole un ojo. El joven la desató y Ërov volvió a sonrojarse al notar sus manos en contacto con su piel.
- Y bien... ¿cómo salimos de aquí? -preguntó.
Ërov cerró los ojos y las visiones de las mazmorras del castillo hicieron que sintiera escalofríos de nuevo.
- Maldita sea...
Imposible.
- ¿Mor... Mordred?
Silencio.
- ¿Mordred? -susurró de forma apenas audible.
- ¿Ërov?
No podía creérselo. El joven de sus sueños... reconocería su voz en cualquier parte.
- Sí, soy yo.
- ¿Eres tú?
¿Era ella? Aún no sabía si era ella. No lo tenía muy claro. Sus recuerdos eran fragmentados, ni siquiera recordaba como habían acabado allí...
- No lo sé... Quiero decir, si soy yo. Pero no se quién soy.
La risita de Mordred alivió su pesar.
- Nunca debí llevarte al desfiladero...
- Ya dijiste eso una vez. Lo soñé.
- No fue un sueño. Fue real. Te arrebataron de mis brazos mientras aún estabas confusa...
Ërov agradeció la profunda oscuridad para que el joven no pudiera ver cómo se había sonrojado.
- Te contaré la historia.
Mordred le narró cómo los esclavos de Vlädés la habían secuestrado tras darle una paliza y cómo la había estado buscando desde entonces.
- Sus hechizos eran demasiado potentes y yo no podía romperlos. No sabía dónde hallaros. Temía por vos, por vuestro olvido... Vuestra memoria atesora conocimientos de valor incalculable...
¿Por qué volvía a utilizar un lenguaje distante con ella? ¿Por qué le importaba cuando claramente estaban metidos en un lío?
- No pasa nada, al final nuestros caminos han vuelto a cruzarse, aunque en aciagas circunstancias. Recordadme más acerca de nuestra historia...
Mordred le contó cuánto sabía de ella y Ërov comenzó a recordar poco a poco. Después le relató su despertar en el castillo de Vlädés y cómo había logrado huir de allí, para luego guardar silencio.
- Estáis muy silenciosa, mi señora... ¿Qué ocurre?
- Nada. Estoy tratando de procesar.
Ërov hacía grandes esfuerzos por mantener la calma y aparentar serenidad. Tenía los ojos abiertos y de pronto veía claramente la celda a pesar de la oscuridad. Cerró los ojos y se dio cuenta de que aún podía ver con la misma nitidez que cuando los tenía abiertos. Echó un vistazo por todo el lugar. Una sala amplia de piedra marrón con un par de antorchas apagadas y una puerta con varios cerrojos. Trató de enfocar sus pensamientos más allá de la puerta y logró ver un pasillo iluminado con una pequeña tea y cubierto de telarañas. Parecían las mazmorras del castillo de Vlädés, seguramente aún se encontraban dentro de su fortaleza. Pero no era aquello lo que la hacía temblar, sino el espeluznante demonio que se hallaba al lado de Mordred y dominaba sus movimientos, hablando a través de él con su voz. Era una criatura demasiado horripilante como para ser descrita, y el mero hecho de mirarla la hacía temblar de miedo. Confiaba en que no pudiera oír los latidos de su corazón...
- Tengo mucho frío... -musitó con los ojos cerrados para justificar sus temblores. No sabía si aquel ser podía verla, pero sospechaba que sí.
- Lo siento, mi señora... Ojalá pudiera acercarme a vos para daros calor.
Un escalofrío recorrió la espalda de Ërov.
- Ojalá...
Durante un tiempo nadie dijo nada, hasta que de pronto, sin previo aviso, el demonio se desvaneció con una terrorífica sonrisa en su rostro. Ërov suspiró, más tranquila, pero todavía notaba su presencia, vigilando todos y cada uno de sus movimientos. La joven permaneció quieta y en silencio mientras sus escalofríos disminuían. No se había dado cuenta hasta entonces de que la presencia de aquella terrible criatura enfriaba la sala.
Pronto dejó de notar su presencia y suspiró de nuevo, abriendo los ojos. No le gustaba en absoluto, le traía malos recuerdos y temía haber hablando demasiado, aunque claramente ese ser ya lo conocía todo sobre ella. Miró a Mordred. No parecía que le hubiera hecho ningún daño, aunque no tenía posibilidades de asegurarlo. Su intuición le decía que estaba bien.
- El veneno del dragón... -musitó para sí.
Tenía que salvarlo. Mordred ya había muerto...
- Habéis tardado mucho en daros cuenta, mi señora... -dijo el joven irguiéndose y sonriendo a la oscuridad.
- ¡Mordred! -exclamó Ërov por primera vez con auténtica alegría.
- Ese demonio no lo sabía, no podía saberlo. No quise moverme hasta estar seguro de que su presencia ya no se hallaba con nosotros.
- ¿Puedes ver en la oscuridad?
- No... tengo una visión nocturna justa, suficiente para ser guía. Pero me parece que esta vez vos seréis mi guía... ¿me equivoco?
- No. Veo perfectamente, pero no se por qué tengo esa capacidad... -reflexionó la joven.
- Sois una sacerdotisa. Vuestros dones nacen de vuestro corazón. Os desvelaría vuestros secretos, pero antes será mejor huir de aquí... aún no habéis recuperado la memoria por completo, imagino -comentó el joven tratando de desatar sus manos.
- El demonio me contó mi pasado, mi presente... parecía encajar...
- No sé de qué habéis hablando, solo noto cuando deja de hablar a través de mí, pero no sus palabras. Aquí está...
Sin que Ërov pudiera explicarlo, el joven se liberó de las cadenas que le ataban.
- ¿Cómo..?
- Yo también tengo mis secretos -contestó Mordred guiñándole un ojo. El joven la desató y Ërov volvió a sonrojarse al notar sus manos en contacto con su piel.
- Y bien... ¿cómo salimos de aquí? -preguntó.
Ërov cerró los ojos y las visiones de las mazmorras del castillo hicieron que sintiera escalofríos de nuevo.
Dedicado a Verónica, ¡feliz cumpleaños neni!
1 comentario:
Muchas gracias!! Impresionante y este año particularmente inquietante e intrigante no sé dónde puede ir a parar todo :o :o
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