23 septiembre 2016

Hide from the sun

A la luz del día el bosque de Yngre, cuyos árboles se mecían con suavidad en la lejanía, no parecía tan terrible. Sin embargo, Andre conocía el tenebroso secreto que escondía en su interior, un secreto que no podría revelar jamás si no quería un destino fatal. Se contempló el dorso de la mano, donde el símbolo de la bruja relucía oscuro contra su pálida piel. Un suspiro hizo que el Fero que la había salvado fuera a su lado.

- ¿Estáis bien, princesa?
- Estoy maldita... -susurró Andre con voz trémula.
- No os preocupéis. El tiempo...
- ¿No podéis salvarme con vuestra magia? -suplicó con ojos brillantes por las lágrimas.

El Fero retrocedió por un instante y sacudió la cabeza. Claro que no... No, de ninguna manera.

- Nuestra magia no puede portar sanación a una marca tan oscura. Pero si podemos aliviar vuestro corazón -dijo haciendo un gesto a los demás Feros. Estos se acercaron y formaron un círculo alrededor de la princesa.
- ¿Qué ocurre aquí? -preguntó Ttudo, que se había alejado un momento para acudir a la llamada de la naturaleza.
- Shh.

El Reotipo contempló a los elfos, que cerraron los ojos y se dieron las manos. Andre cerró los ojos a su vez y una luz comenzó a manar de las mágicas criaturas, formando una jaula de oro alrededor de la princesa. Los hilos dorados se oscurecían por momentos para después emanar su negatividad a la tierra, desde donde regresaba al lejano bosque, que parecía sonreír mientras la hojarasca cimbreaba con una brisa inexistente. Una vez finalizado el ritual, los elfos abrieron los ojos y se separaron.

- ¿Os encontráis mejor? -preguntó el Fero.
- Si -respondió Andre, cuyos ojos reflejaron un brillo azul lívido tan fugaz que pasó inadvertido a todo el mundo.
- Entonces creo que deberíamos continuar. El tesoro de los Reotipos espera desde hace generaciones a ser encontrado.
- Eso debería decirlo yo, ¿no? -preguntó Ttudo, que no podía soportar la presencia de aquellas criaturas y cuyo linaje era mucho más puro que el suyo y le daba más derechos sobre el tesoro de su pueblo.
- Tranquilo, amigo, solo un auténtico Reotipo podría encontrarlo. Sin vos no haríamos sino perder el tiempo -suavizó uno de los elfos.
- Pues eso... nuestra bella princesa nos guía con los manuscritos, vos... nos acompañáis y yo lo descubriré y lo entregaré al Clan Siniestro, su verdadero dueño. ¿Verdad, princesa?

Andre dejó de mirarse la mano y sonrió.

- Cuando deseéis.


El camino hacia el este era largo y tras dos días nublados por fin llegaron a las montañas Nürien, donde los pergaminos señalaban el origen del tesoro.

- Vuestro tesoro se halla perdido en estas montañas, en una cueva de misterioso poder donde un antiguo Reotipo lo ocultó hace siglos tras la guerra contra las brujas... -al decir las últimas palabras su voz hizo eco, lo que no pasó desapercibido para algunos de los Feros.
- Princesa...
- La cueva se encuentra en el interior de un arroyo, en el corazón de las montañas -prosiguió Andre con voz dulce- lo mejor será avanzar por esta senda, aunque es posible que debamos trepar...
- ¿"En el interior de un arroyo"? -repitió Ttudo.
- Así lo pone en el manuscrito.

Andre miró hacia el cielo, donde las nubes comenzaban a despejarse y mostrar algunos rayos de sol.

- Vamos, no perdamos tiempo -urgió- cuanto antes acabemos antes podré regresar a mi hogar y lidiar con mi embrujo.

El Fero que la había salvado la miró fijamente y Andre le sonrió con dulzura.


El paso por las montañas no era tan duro como habían imaginado. Las sendas estaban bien marcadas y a pesar de que no se encontraron con nadie en el camino, a excepción de algunos unicornios, no existía el silencio.

- Son tan hermosos... -suspiró Andre acercándose a uno de ellos. El animal se encabritó y alzó sus patas de forma amenazadora, por lo que la joven se retiró de inmediato. Supongo que será por mi maldición... -dijo sin más alejándose. Cuando todos se movieron la princesa se dio la vuelta y miró fijamente al unicornio, que le devolvió una mirada desafiante.

Tras atravesar varios pasos angostos entre las rocas, Andre se detuvo. El sol brillaba con fuerza en uno de los claros y los Feros, grandes amantes de la naturaleza, se sentaron en la hierba a descansar un rato.

- Venid, princesa, disfrutad de la luz solar tras tanta oscuridad -invitó uno de los elfos.
- No, gracias... Ya sabéis como son las costumbres de la corte, debo mantener mi piel pálida y perfecta... -se disculpó Andre sentándose al borde del angosto paso.
- ¡Qué elegancia desprende nuestra querida princesa! Mujeres así nos hacen suspirar en el este... -comentó el Reotipo con voz seductora. La joven tuvo un escalofrío y sonrió a duras penas.
- ¿Estáis segura? debéis estar helada en la sombra... -dijo el Fero que la había salvado.
- Al contrario, tanto caminar me ha dejado exhausta, prefiero refrescarme aquí...

El elfo la miró con fijeza y la princesa volvió a sonreírle impertérrita. Confiaba en que no sospechara nada o tendría que acabar con él...

Cuando el sol se ocultó tras unas nubes la princesa se descalzó y caminó por la hierba junto a los Feros, sonriendo y conversando alegremente sobre el tesoro de los Reotipos y el honor que para ella suponía compartir tal aventura con tan gallardos caballeros.

- De todos modos, deberíamos ponernos en marcha -dijo mientras miraba disimuladamente las nubes, que volvían a despejarse. Aún tenemos que escalar esta montaña antes de poder descansar esta jornada.
- ¿Escalar? ¿No podemos continuar por el valle? -preguntó el Fero, desconfiado.
- Es lo que ponen los manuscritos. El arroyo se encuentra tras esta montaña y nos llevaría al menos un día entero rodear por el valle. No deseo alargar la espera de mi amable compañero -dijo mirando al Reotipo, que hinchó el pecho de orgullo.

Como ninguno de ellos sabía descifrar los pergaminos no podían acusarla de mentir, por lo que se dispusieron a trepar. Al Fero le pareció muy extraño que casualmente aquella pared de piedra se encontrase a la sombra, pero guardó silencio. Las rocas estaban afiladas pero era fácil subir por ellas. En un momento dado, Andre se enganchó con una piedra y su túnica se rasgó, haciéndole un pequeño arañazo.

- ¡Oh, princesa! ¿estáis bien? -preguntó Ttudo, preocupado.
- Si, no es nada, solo un rasguño... Seguid, ya casi estamos llegando -dijo ella sin darle importancia.

Una vez llegaron a la cumbre, pudieron ver una profunda bajada y al final de ella un arroyo.

- ¡Ese es el arroyo! -exclamó Andre, emocionada- pero el descenso será difícil, lo mejor será buscar alguna cueva para pasar la noche.
- Si, además ya está atardeciendo... no será peligroso si lo hacemos a la luz del día -afirmó Ttudo.

El grupo descendió hasta un pequeño prado donde encontraron una caverna.

- Dejadnos echar un vistazo y ver si es segura -dijo uno de los Feros. Tras unos instantes regresaron y confirmaron que la cueva era lo suficientemente espaciosa para todos y que no había ninguna bestia salvaje en su interior, salvo algunos murciélagos que espantaron y unos huesecillos que sacaron fuera para hacerlo más cómodo a la princesa.
- En realidad los elfos preferimos dormir a la luz de las estrellas, pero quizá la noche sea demasiado fría para vos. Podéis dormir en el interior junto a vuestro amigo y nosotros montaremos guardia fuera. De todas formas, permitidnos buscar hojarasca y prepararos un lecho cómodo.
- Muchas gracias, sois muy amables.
- Voy con ellos, princesa -dijo el Reotipo para no quedar mal y maldiciendo que se le hubieran adelantado con tantos agasajos.
- Alguien debería quedarse con la princesa, por si ocurre algo...
- ¡Me quedo yo! -se ofreció al punto Ttudo.

Los Feros se alejaron y Andre vio cómo los últimos rayos de sol asomaban en el cielo a través de las nubes.

- Ttudo, por favor, comprueba que no quede ningún murciélago en la cueva y busca rocas para encender un fuego. Comienza a refrescar... -pidió la joven.
- A sus órdenes, mi princesa.

El Reotipo entró en la cueva y Andre miró los huesecillos de antes. Los recogió y los dispuso terroríficamente mientras sonreía demente en un lugar alejado de la vista de los elfos justo en el preciso instante en el que la luz solar rozaba su piel, que se arrugó y se volvió de un tono verdoso. La princesa caminó por el prado y vio un pequeño charco en el que se vio reflejada. Las partes de su cuerpo que el sol iluminaba eran las de una terrible bruja de ojos muertos azul pálido y pelo negro y liso. La princesa se movió alrededor del charco contemplando a su vez su reflejo y el de la bruja y sonrió de nuevo siniestramente mientras hacía que el agua se evaporase y miraba al cielo viendo como el sol se ocultaba casi del todo. Confiaba en que al día siguiente volviera a estar nublado.


Dedicado a Andrea, ¡feliz cumpleaños, princesa!

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