El roquedal en el mar al que le llevaron los vientos de cristal le dejó sin palabras por su hermosura. El sol brillaba con fuerza sobre la superficie del océano creando unos brillos que le inspiraron mil poesías en un solo instante sobre aquel precioso arrecife a flor de agua y la misteriosa cueva que se encontraba justo detrás de él. Oía los cantos de sirena que habían llevado a la joven hasta su interior, pero ni podía ni deseaba dejarse guiar por ellos. O tal vez si... pero sabía que esa no era su misión. Había escogido ser el guía secreto, oculto en las sombras. Sonrió ante este pensamiento mientras miraba cómo le iluminaba el sol.
Miró hacia la cueva. Däyn caminó lentamente por la arena como hipnotizado, ya que como artista no podía ignorar la belleza de aquellas voces y sus melodías. Penetró en la cueva y se fijó en que sus paredes brillaban tenuemente con la luz solar y el mar las rozaba de cuando en cuando, haciendo que cambiaran levemente de tonalidad. Una brisa fresca fluía por doquier y sabía que se volvería más fría si proseguía avanzando hacia la envolvente oscuridad. La melodía instrumental le atraía magnéticamente pero no quería escucharla. No podía. No debía dejar de escuchar el mar, su verdadero destino. O eso creía.
Sin pensarlo dio la vuelta sin mirar atrás. Se sentía como Orfeo y no quería correr su mismo destino. Crearía sus propios misterios. La cueva y lo que ocurría en su interior... En fin, no quería pensar, solo dejarse llevar por la belleza del océano y esperar a que la joven regresara cuando dejara el pequeño universo a escala en manos de sus verdaderas dueñas. Aún quería ver cómo cobraría vida para ver el cosmos, las nebulosas y toda la magia que encerraba en su interior, sus sueños y visiones... Suspiró.
Entonces lo vio. Él era su guía, esa era su misión. No podía caminar en la oscuridad sin él. Volvió a la cueva y se adentró en su interior. Dejó de oír el mar y se movió en las sombras guiado por el misterioso brillo de las paredes de la cueva, que parecían estar iluminadas con luz propia procedente de la propia roca. Llegó a un estrecho sendero, donde las voces se oían cada vez más nítidamente y cuando la cueva comenzó a ensancharse se detuvo. En aquel espacio abierto las paredes brillaban con más fuerza que nunca y no podía verle. La joven estaba en trance contemplando a la nada, pero el intuía lo que veía. Nunca lo sabría...
Solo tuvo un instante. Cuando su corazón le dijo que la visión de la joven comenzaba a difuminarse cerró los ojos y tomó su lugar convirtiéndose en un brillante punto de luz. Ella nunca lo sabría y creería que su guía era otro, pero no importaba. Su destino era más valioso que eso, ¿no?
Se situó a su lado como un espíritu guía contento de poder volver a mirarla por fin a los ojos, aunque ella no lo supiera. Ni siquiera se conocían aún. La joven escogió uno de los caminos que se abrían en aquella estancia y aparecieron en otra amplia oquedad. Ella seguía viendo imágenes con sus ojos ciegos que le eran ajenas y solo vio cómo alargaba la mano quizá para tocarla. Algo la hizo arrepentirse porque simplemente dejó su palma abierta hacia el cielo. Las runas de su mano comenzaron a brillar mientras unas sacerdotisas surgidas de otros caminos comenzaban a desfilar a su alrededor. Algunos símbolos escaparon de sus manos y comenzaron a flotar a su alrededor. Cada sacerdotisa tomó uno a su cargo hasta que solo unos pocos quedaron grabados en su piel. Una sacerdotisa, la portadora del oráculo, se acercó y la miró. Se contemplaron mutuamente como si trataran de leerse los pensamientos y la sacerdotisa la tomó de las manos haciendo que sus runas se iluminaran con más fuerza y el pequeño universo del cofre surgiera de entre las sombras cubriendo toda la escena. Justo lo que Däyn deseaba volver a ver una vez más.
Tras contemplar aquella maravilla, las sacerdotisas se alejaron y solo quedó el oráculo en silencio sosteniendo sus manos. El universo fue disminuyendo hasta volver a ser una miniatura y la joven, con sus manos ya liberadas, lo hizo flotar con su energía. Aquel cosmos pertenecía a ese lugar y la sacerdotisa debía custodiarlo. Se lo ofreció y el oráculo tendió la mano para que se moviera hacia ella. Entonces Däyn se dio cuenta. La sacerdotisa y la joven eran una sola. Ambas estaban perdidas en sus recuerdos y leyéndose mutuamente los pensamientos. Él no podía ver las imágenes pero si sentirlas, por lo que comenzó a girar alrededor de ellas haciendo que se convirtieran en pequeños haces luminosos que flotaron por la sala creando una pequeña lluvia de estrellas para después desvanecerse en la oscuridad. Quería verlas sonreír y lo logró, pues la sacerdotisa le sonrió por hacer que las paredes de la cueva brillaran con luz propia tras la lluvia. La caja con el universo flotó suavemente hasta sus manos y él supo que por fin regresaría a su precioso altar, desde el cual podría moverse con libertad por la cueva, su auténtica esencia. De pronto vio una potente luz y notó cómo dejaba de ser un punto de luz para volver a ser él mismo. Cerró los ojos y cuando los abrió estaba fuera de la cueva, frente al mar y detrás de ella. Su corazón latió con fuerza, no podía verle y arruinarlo todo. Una ráfaga de aire meció con fuerza los cabellos de la joven, que se dejó abrazar por los vientos antiguos para ser llevada a su último destino sin siquiera percatarse de su presencia.
Däyn suspiró aliviado en cuanto desapareció. Oía la voz de la sacerdotisa y el sonido del mar. Tenía demasiados pensamientos que meditar antes de escoger acompañarla con los vientos de cristal...
Tras contemplar aquella maravilla, las sacerdotisas se alejaron y solo quedó el oráculo en silencio sosteniendo sus manos. El universo fue disminuyendo hasta volver a ser una miniatura y la joven, con sus manos ya liberadas, lo hizo flotar con su energía. Aquel cosmos pertenecía a ese lugar y la sacerdotisa debía custodiarlo. Se lo ofreció y el oráculo tendió la mano para que se moviera hacia ella. Entonces Däyn se dio cuenta. La sacerdotisa y la joven eran una sola. Ambas estaban perdidas en sus recuerdos y leyéndose mutuamente los pensamientos. Él no podía ver las imágenes pero si sentirlas, por lo que comenzó a girar alrededor de ellas haciendo que se convirtieran en pequeños haces luminosos que flotaron por la sala creando una pequeña lluvia de estrellas para después desvanecerse en la oscuridad. Quería verlas sonreír y lo logró, pues la sacerdotisa le sonrió por hacer que las paredes de la cueva brillaran con luz propia tras la lluvia. La caja con el universo flotó suavemente hasta sus manos y él supo que por fin regresaría a su precioso altar, desde el cual podría moverse con libertad por la cueva, su auténtica esencia. De pronto vio una potente luz y notó cómo dejaba de ser un punto de luz para volver a ser él mismo. Cerró los ojos y cuando los abrió estaba fuera de la cueva, frente al mar y detrás de ella. Su corazón latió con fuerza, no podía verle y arruinarlo todo. Una ráfaga de aire meció con fuerza los cabellos de la joven, que se dejó abrazar por los vientos antiguos para ser llevada a su último destino sin siquiera percatarse de su presencia.
Däyn suspiró aliviado en cuanto desapareció. Oía la voz de la sacerdotisa y el sonido del mar. Tenía demasiados pensamientos que meditar antes de escoger acompañarla con los vientos de cristal...
Dedicado a Dani, ¡feliz cumpleaños majo!