Llegar a la huerta se estaba convirtiendo en una pequeña odisea. Al poco de salir del bosque de DarkShine Oak empezó a llover con una fuerza inusitada y los jóvenes, calados hasta los huesos, tuvieron que buscar refugio entre resbalones por el barro y las quejas de Rasky, cuya ropa se había vuelto muy pesada, ya que se dieron cuenta de que sus cuerpos humanos tenían una reacción diferente al agua de sus cuerpos vegetales.
- ¡Maldita sea! ¡Si me encanta la lluvia! Cuando no es demasiado fuerte, claro, pero este estúpido cuerpo se está enfriando... -gimió Rasky.
- Vas a enfermar si sigues así, y yo también... ¡Achís! ¡Socorro! ¿Qué ha sido eso? -se asustó.
- ¿Qué haces?
- ¡Estoy perdiendo aire con fuerza! ¡Me voy a morir! -dramatizó la berenjena.
- Solo es un "tornudo".
- ¿Un qué? ¡Ay! -exclamó Crälos resbalando por milésima vez.
- ¡Un "tornudo". Cuando los humanos hacen eso es "tornudar", por lo tanto, "tornudo". No pasa nada, es normal.
El mago, que había practicado un hechizo de invisibilidad sobre sí mismo y Ëlybe, no pudo evitar reírse. Es-tornudo... ¡Qué ocurrentes!
- Maldito campo abierto, maldita lluvia... ¡Mira, una cueva!
- ¿Una cueva?
En la orilla del camino, en la que de vez en cuando se veían pequeñas paredes de piedra correspondientes a otro bosque, vieron una pequeña oquedad que en esos instantes parecía muy acogedora.
- ¡Entra! -ordenó Crälos empujándola y estornudando de nuevo.
- ¿Y si hay animales salvajes?
- ¡Les morderé!
Su amiga le siguió sin rechistar a través del estrecho agujero, en el que tuvo que empujar a su amigo para que entrase aprovechando para vengarse, y pronto se vieron inmersos en un ambiente frio y húmedo de paredes estrechas que parecía no tener fin.
- ¿Pero para qué seguimos avanzando? ¡Solo es una galería! -preguntó Rasky, incómoda.
- Seguro que conduce a alguna cueva más grande, ¡Si no, no tendría sentido!
- ¡Tú si que no tienes sentido! ¡Y hace frío!
- ¡Mira!
Decir "mira" sobraba porque la cueva era tan oscura que no se veía nada. Lo cierto es que las paredes dejaron de repente de ser estrechas y entraron en un lugar que parecía abierto, o al menos les parecía que podían moverse con libertad porque sus brazos no alcanzaban a tocar paredes.
- ¡No te muevas más! O nos perderemos y no sabremos salir... -reflexionó Rasky.
- Tenemos un deseo...
- ¡Un deseo que no debemos malgastar! ¡Recuerda las palabras de DarkShine!
- ¡Es un momento de necesidad! Un momento...
Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y pudo ver una tenue luz que entraba a través de una abertura en la bóveda de la cueva. Gracias a ello, vio unas piedras y algo que parecía una rudimentaria hoguera en el suelo.
- Mira, podemos hacer fuego, nos calentará y nos iluminaremos...
- Sí, claro, y también nos ahogará con su humo... ¿No piensas?
- ¡Achís! ¡Hay huecos en las paredes! Nos servirá de ventilación y si aquí hay una hoguera y ningún cadáver es que es seguro...
- A lo mejor se lo ha comido algún animal salvaje... -murmuró Rasky para sí.
La berenjena utilizó toda su intuición, que era más bien poca, para tratar de encender el fuego. Cuando los humanos hacían hogueras usaban instrumentos que parecían tener fuego en su interior, pero una vez había oído a los dueños de la huerta comentar que en épocas "pristóricas" se hacía fuego con piedras...
- Qué, maestro del fuego... ¿Nos calientas o qué? -se burló Rasky al verlo contemplar las piedras sin hacer nada tras haberlas echo chocar, rascar entre ellas y cuantas más cosas se le ocurrieron.
- No es tan fácil... ¿Por qué no pruebas tú?
La zanahoria se acercó muy ufana a la hoguera y cogió las dos piedras. Las chocó con fuerza y una chispa que parecía mágica prendió la madera dando alegría al lugar.
- ¡Ja! ¿Ves? ¡Sencillo! -se mofó.
- ¿Cómo puede ser? ¡Has hecho trampa!
El mago volvió a soltar una risilla. Se había colado en la cueva junto a la muchacha y con un conjuro les había ayudado con su fogata.
- ¡Para nada! Soy más habilidosa que tú...
- ¡Oooh!
Crälos ignoró a su amiga y contempló los muros de la cueva, repletos de dibujos de caballos, humanos y otra suerte de criaturas que no reconocía.
- ¡Un gran descubrimiento! ¡El hallazgo de nuestras vidas! -se emocionó.
- ¿Dibujos en paredes? Los seres humanos dibujan en todos sitios, no es especial.
- ¡Son dibujos raros!
- ¡Me da igual! Me gusta más el calor de la lumbre -dijo Rasky acercándose más al fuego, que desprendía un calor muy agradable después del frio de fuera.
- ¡Achís! Así nos secaremos la ropa, los humanos suelen ir secos, por algo será... Para no "tornudar", es molesto...
El mago y Ëlybe se situaron en una esquina donde el fuego no pudiera proyectar sus sombras y esperaron pacientemente a ver qué hacían aquellos dos jóvenes vegetales. La lluvia se oía dentro de la cueva y las filtraciones de agua le daban un toque místico al lugar, repleto de magia e historia aunque todos los presentes lo desconocieran.
- ¿Y ahora qué haremos? ¡Quiero volver a casa! -exclamó Rasky.
- Tendremos que pasar la noche aquí, con tanta lluvia no podemos salir... Nos quedan once días, tiempo de sobra para llegar.
- ¿Y lo de la luna?
El mago y Ëlybe se miraron entre sí.
- Pues no sé... Le preguntaremos al hada, ella sabrá. ¿No crees que nos habrá engañado? Fue ella la que dijo que en tres semanas...
- ¡Shhh! He oído algo...
Los vegetales se quedaron silenciosos y Ëlybe se tapó la boca. Casi había "tornudado" en su presencia, delatándose.
- Nada... Bueno, lo mejor será irnos a dormir ahora que estamos secos... Mañana esperemos que haga mejor tiempo y podamos volver a la huerta, y si no... Pues nos tendremos que mojar.
- ¡No! Algo encontraremos con lo que taparnos...
- Lo que sea... -bostezó Crälos, tendiéndose en el suelo- Vaya nochecita nos espera durmiendo en roca... y el silbido del viento me recuerda a casa...
- Buenas noches, amigo...
- Mira esas pinturas... Parece que se mueven... -señaló medio dormido a los caballos, que trotaban y saltaban por los muros de piedra.
- Se... ¡Se están moviendo de verdad!
Rasky se incorporó rápidamente mareándose un poco y sin darle importancia miró los muros, que permanecían quietos.
- Juraría que...
- Estarás viendo imágenes otra vez en tu mente, como aquella otra vez... -suspiró Crälos intentando acomodarse entre dos piedras y sacándose una tercera del trasero, donde se le clavaba.
- Yo no...
- Duérmete... Mañana...
Crälos comenzó a roncar suavemente y Rasky se tendió de nuevo contemplando los murales de piedra, donde sus criaturas parecían cobrar vida propia con el fuego y las estrellas rojizas brillaban con la luz de la hoguera.
Dedicado a Carlos, ¡feliz cumpleaños cangre!