La noche caía suavemente en las montañas dejando un cielo en tonos rosados y anaranjados tan bello como la Veela que les custodiaba hasta las cuevas. Bêah la contemplaba con ciertos celos que no podía eludir. ¡Era tan hermosa! Un trueno resonó en la lejanía.
- Se acerca una tormenta... Adivino que no querréis trotar bajo la ventisca... -dijo con su voz de ruiseñor.
- Vuestros alazanes soportan cualquier temporal y nosotros tenemos prisa. ¡El tiempo apremia! La guerra se acerca... -susurró Bêah.
La ninfa la miró con una sonrisa pícara. ¿Tan poco interesante se creía aquella sacerdotisa en su presencia?
- Vos no sabéis sobre la guerra... pero vendrá y será más cruenta de lo que nadie espera. Una auténtica masacre... pero eso no debe preocuparos ahora. Saldréis victoriosos si lográis encontrar el destino marcado por los astros.
La Matriarca se sentía inútil a su lado. Le arrebataba todo su brillo y la dejaba como un ser opaco sin ningún fulgor. ¡Ella, la Suma Sacerdotisa, profetisa y...!
- ¡Mi señora!
Bêah no se había dado cuenta de que había empezado a nevar fuertemente. La ninfa y Lemuel le hacían gestos para que se refugiara con ellos bajo una oquedad en la montaña. Los caballos parecían felices a pesar la tempestad.
- Lo siento, estaba distraída... Abstraída en mis pensamientos...
- No os preocupéis. Salvo que deseéis descansar un poco puedo invocar el fin de la tormenta.
- No necesitamos parar, muchas gracias -se esforzó la sacerdotisa en ser amable- Si podéis detener la ventisca de nieve continuaremos cabalgando hasta la noche...
La ninfa sonrió de nuevo y con una melodía tan increíblemente bella como su voz paró la tormenta y dejó el cielo despejado, con las primeras estrellas brillando en él.
- Es muy hermoso -suspiró Lemuel. La Veela le sonrió aunque sabía que no tendría ningún efecto sobre él.
- Podréis encontrar una fuente de sabiduría muy cerca de aquí... Si esperáis a la noche encontraréis una fortuna que jamás soñasteis.
A la Matriarca no le gustaba que hablara en acertijos, pero si así era, esperaría paciente a esa fortuna.
Cabalgaron entre los montes con los fuertes alazanes como guías y justo cuando la noche se cerró del todo y las estrellas brillaban en toda su gloria en el firmamento, llegaron a un misterioso bosque que parecía pertenecer a otra dimensión.
- ¿Un bosque en medio de las montañas? -se sorprendió Bêah.
- Sus enigmas son tan profundos que nadie conoce su existencia... Solo nosotras, las elegidas de Ägniaram, que convivimos con ellos en secreto desde hace siglos.
- ¿Con quiénes..?
Antes de que acabara de pronunciar las palabras, una criatura con cabeza, brazos y torso humano y cuerpo y patas de caballo apareció en la linde de la foresta.
- Una... centáuride... -musitó Bêah.
- Ixión y Néfele... -recordó Lemuel.
- ... Entre la civilización y el barbarismo... -siguió Bêah en voz apenas audible.
- Bienvenidos, humanos -dijo la centáuride.
- Buenas noches, Antares.
La centáuride sonrió y se inclinó ante la Veela, que hizo una reverencia a su vez. Bêah y Lemuel se quedaron inmóviles sin saber qué hacer.
- Estos son mis amigos, Bêah, Suma Sacerdotisa, y su consorte. Buscan la cueva con pinturas rupestres...
- Sí, lo sabemos.
Otra centáuride casi idéntica a la anterior apareció en la linde del bosque.
- Vega... hacía mucho que no te veía.
Bêah las observó. No era común ver centauros hembra en el mundo, ya que eran aún más reservadas y misteriosas que los machos. Ambas eran castañas, de pelo complejamente trenzado y muy hermosas. Sus ojos oscuros brillaba con luz propia en la oscuridad, con la luz de las estrellas que contemplaban cada noche para descubrir los designios de su raza y las otras. ¡Cuántas criaturas poderosas y majestuosas existían en el universo! Bêah se sentía pequeña y humilde ante ellas a pesar de sus poderes... La segunda centáuride la miró profundamente y la sacerdotisa tuvo la impresión de que leía su alma y descubría secretos inconfesables que jamás debían ser revelados. Sonrió.
- Nunca recibimos visitas, los humanos no son bienvenidos si desean acabar con nuestra raza o aprovecharse de nuestro conocimiento... -dijo con voz suave.
- ¡Nunca osaríamos hacer tal cosa! -se defendió Lemuel. Bêah lo miró y negó con la cabeza. Los centauros eran seres inconstantes y no se distinguían por su hospitalidad. Debían obrar con cautela.
- Son de fiar, solo necesitan que leáis sus estrellas para que el destino no les sea completamente velado a sus ojos -dijo voz de ruiseñor.
Antares miró fijamente a Lemuel, que en algún momento de aquel instante eterno apartó la mirada.
- Vuestro amigo tiene horribles pesadillas... Su destino es oscuro...
Lemuel la miró de nuevo con temor y sin que nadie se lo esperara una flecha venida del bosque se clavó en su costado.
- ¡¡No!! -gritó Bêah yendo en su auxilio.
Las centáurides desaparecieron en el bosque y la Veela corrió con movimientos fluidos al lado de Lemuel.
- ¿Por qué han hecho eso? -sollozó Bêah, que trataba de apretar la herida, que sangraba profusa.
- No os preocupéis, sus flechas tienen venenos y magia que podrán aliviar su malestar.
- ¿Venenos y magia? -se indignó la Matriarca- ¡Morirá!
Lemuel sangraba por la boca y respiraba con dificultad, mirando sin apenas ver a la sacerdotisa.
- Mi... señora...
- No morirá, las Veelas tenemos poderes de curación. Pero el veneno ha de penetrar.
Bêah la observó como si la viera por primera vez. Su larga melena brillaba como una cascada de estrellas cayendo elegantemente por su espalda y hombros con un brillo plateado casi irreal. Sus ojos claros parecían confiados y su silueta era hechizante, tanto como su voz.
- Mi... Bêah... -suspiró Lemuel con un último aliento tomando su mano. El hombre se desvaneció y Bêah ahogó un grito. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y cayeron en su rostro, mientras apretaba su mano cerca de su corazón.
- ¡Lemuel! -gimió desesperada.
La Veela se levantó, alzó la manos como recogiendo la energía de la tierra y las unió mientras susurraba una melodía suave y dulce como los riachuelos que nacen de las montañas. El tiempo pareció detenerse y entre sus desesperación Bêah pudo notar que un extraño silencio caía en el monte. Las hojas del bosque ya no sususurraban y el sosiego se apoderó del lugar. La ninfa tocó el costado de Lemuel y la herida, lenta y laboriosamente, comenzó a cicatrizar.
- Ha perdido mucha sangre... Sangre corrompida por una maldición, de modo que permanecerá en letargo algún tiempo.
Bêah la miró. Sus poderes proféticos la tranquilizaron sin que pudiera entender el por qué.
- ¿Conserváis aún su atrapasueños?
La sacerdotisa asintió y lo buscó en su atillo. Cuando lo tuvo en mano, la Veela se lo cogió y lo entrelazó en los dedos del joven.
- Dadme la roca de nieve.
La Matriarca obedeció, dándose cuenta entonces de que la nieve alrededor de Lemuel estaba teñida de sangre y de que unos bellos copos comenzaban a danzar a su alrededor. Comenzaba a nevar. La Veela tomó la roca y abriendo la ropa de Lemuel, la puso en su corazón. Lo tapó bien y miró hacia el bosque. Las gemelas centáurides habían vuelto y sus ojos brillaban entre la penumbra de las hojas y ramas.
- Nos dejan entrar en su territorio ahora que el hombre ha sido purificado. Podemos pasar la noche con ellas.
Dedicado a Beatriz, ¡feliz cumpleaños Emérita!