13 mayo 2018

Evil Dungeons

- ¿Abuelo?

No podía creérselo. Aquel anciano, antaño un mago de renombre, si no el mejor que hubiera existido después de Merlín, estaba encerrado en aquella miserable celda como un alma en pena. Lo había conocido de niño, cuando no era más que un infante con la cabeza llena de pájaros e ideas equivocadas sobre la magia y el poder. El amable hechicero le había guiado por la buena senda y dejado en manos de otros maestros, pues el mal que debía combatirse en la tierra era demasiado grande en aquel momento y no tenía tiempo para aprendices. Pero nunca olvidaría sus lecciones...

- ¿Ërov? -susurró el anciano con un hilo de voz. 
- ¡Abuelito! -dijo ella con los ojos anegados en lágrimas, que resbalaban sin control por sus mejillas.
- Mi niña... ¿Qué haces en este terrible lugar? Debes huir y ponerte a salvo... -respondió con dificultad.
- ¡No me iré sin ti!

El poder de sacerdotisa que manaba de su espíritu recibió en aquel instante una oleada de energía que hizo saltar los barrotes de la celda en un silencioso crujido. Mordred no podía estar más asombrado.

- ¡Abuelo! -corrió la joven a abrazarlo.

El anciano miró largamente a Mordred y esbozó una leve sonrisa mientras la abrazaba con debilidad.

- Veo que el tiempo te ha convertido en un muchacho sabio y de gran porte... Como los grandes magos de la antigüedad...

El joven se sonrojó, agradecido por sus palabras.

- Pero la muerte es tu estigma... aunque eso te dote de una sabiduría más allá de lo concebible, es peligroso... -la voz se le quebró y Ërov trató de ponerle en pie.
- Vamos, tenemos que salir de aquí -urgió.
- Mi niña... ya soy muy viejo y mis días acaban aquí... Sálvate y salva al mundo de la oscuridad...
- No. Te pondrás fuerte cuando salgas de este ambiente viciado. Aún no eres tan viejo...

Mordred miró al anciano con curiosidad. Realmente desconocía su edad, aunque sí recordaba que ya era muy mayor cuando lo conoció. Los magos solían vivir más que los humanos corrientes... ¿Unos doscientos, trescientos años, quizá? El aullido de un demonio interrumpió sus pensamientos.

- Debéis iros y dejarme atrás... Me alegro de haberte visto por última vez, mi niña...

El anciano suspiró con dolor de nuevo y sus agotados miembros se soltaron del abrazo de Ërov.

- Abuelito... por favor, no...
- Ve allá donde tu corazón te guíe... y encontrarás tu destino... 

El grito del demonio se oía cada vez más cerca.

- Vamos, Ërov -dijo Mordred con suavidad.
- ¡No podemos dejarle aquí!
- Te prometo que volveremos por él, pero ahora debemos salir de aquí y ponernos a salvo.

Justo después de decir aquello, uno de los brazos desmembrados del demonio apareció a la entrada de la celda, cortando el paso. Los jóvenes lo miraron espeluznados y el miembro, como si tuviera vida propia, se coló entre los barrotes torcidos, se abalanzó contra el anciano y comenzó a estrangularlo. 

- ¡¡¡NO!!! -chilló Ërov, fuera de sí. Su ira creó un halo rojizo a su alrededor y sin que supiera cómo, conjuró una ráfaga de fuego que redujo el brazo a cenizas. Un alarido de dolor se escuchó por toda la mazmorra.
- Estoy bien... marchaos... -musitó el anciando respirando con dificultad y tocándose la garganta.

Mordred agarró a Ërov y la obligó a salir entre los barrotes.

- ¡Espera! -exclamó ella dándose la vuelta. Conjuró un hechizo de protección y selló la celda- No quiero que sufra más de lo debido... 
- ¡Volveremos! -prometió Mordred mientras la cogía de la mano y la hacía caminar.

A los pocos pasos giraron en una bifurcación y se encontraron de frente con otro demonio. Los escalofríos no se hicieron esperar, porque era aún más horripilante que el anterior y su maligna presencia corrompía la atmósfera. Un olor hediondo procedente de un amasijo lleno de sangre cerca de la criatura les hizo estremecer. Mordred agarró con fuerza la mano de la sacerdotisa.

- Nunca saldrán de aquí... Nunca atravesarán el portal... -canturreaba el ser.

Ërov lo atravesó con asco y Mordred la siguió, con una sensación de repugnancia que jamás había sentido. La joven miró con odio a la criatura y pensó en asesinarla... Pero desechó la idea porque no quería atraer a los otros demonios. 

El pasillo que habían escogido era terrible. En algún punto se convirtió en una galería con paredes llenas de estalactitas de sangre que goteaban sin cesar y un olor nauseabundo casi insoportable. 

- ¿Crees que es por aquí? -dudó Mordred.
- Si no queremos dar un rodeo, sí -contestó ella, simplemente. Tampoco le hacía gracia atravesar por allí pero serían aún peor el otro sitio... Sus visiones cada vez eran más espantosas y solo quería huir y encontrar la manera de rescatar a su abuelo. 

Los seres malignos dejaban su impronta por las galerías laberínticas de aquel lugar pero la joven se movía con destreza para esquivarlos. En alguna ocasión tuvieron que traspasar a algún demonio o alguna criatura, y la sacerdotisa destruyó la pierna del demonio desmembrado con un tinte de sadismo en su mirada cuando se cruzaron con ella. Mordred no podía culparla, aunque le pareciera un poco imprudente...
Pronto llegaron a un enorme portal de piedra que marcaba el fin de las mazmorras. Estaba repleto de demonios que lo hacían infranqueable y un foso subterráneo de vísceras daban fe de ello.

- ¿No podremos atrave..?
- ¡Sh!

Ërov entró en pánico. Los demonios de aquella puerta parecían tener una capacidad sensitiva superior que rebasaba sus poderes. Las teas que iluminaban tenuemente el pasillo parecían reflejar sus halos de luz invisibles y la sacerdotisa empujó a Mordred hacia la oscuridad del pasadizo anterior antes de que les vieran.

- No podemos continuar -musitó.

Mordred la contempló en silencio. Parecía realmente asustada.

- ¿No lo sabíais?

Ërov negó con la cabeza. De alguna forma se sentía engañada por sus instintos, que no le habían advertido del sumo peligro al que se enfrentaban. Aquellos seres malignos habían dominado su voluntad para atraerla hacia el portal por razones que desconocía. Sin darle tiempo a reaccionar, otro de los brazos desmembrados del demonio la cogió por el cuello y empezó a asfixiarla. No podía respirar, sentía que se desvanecía...

….

- ¿Ërov?

La joven abrió los ojos. Estaba tendida en el suelo de la mazmorra completamente desorientada.

- ¿Qué ha pasado? -preguntó levantándose de golpe y logrando que la oscuridad se volviera más densa con su mareo, mientras empezaba a ver chispitas.
- Te desmayaste con tanta oscuridad de los demonios... Fue como si empezaras a absorber su malignidad y te quedaras sin fuerzas... Te cogí en brazos y te traje aquí, pero me temo que me he desorientado entre tanta negrura.

La joven cerró los ojos y trató de concentrarse. Luego los abrió, confundida.

- No tengo visión.

Mordred la contempló preocupado.

- ¿Qué quieres decir?
- No tengo visiones. No veo. Ya no veo el camino...

Una voz horripilante sonó en su mente haciendo eco. 

"Te lo advertí... nunca atravesaréis el portal... moriréis aquí..."


Dedicado a Verónica, ¡feliz cumpleaños cuca! 

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