01 octubre 2018

Caged

Descifrar las profecías llevaba mucho más tiempo del que los Elegidos hubieran imaginado. El templo se parecía a los antiguos círculos de piedra y aún así el laberinto que lo conformaba no se asemejaba a nada que Prôed hubiese visto jamás. Kyrien no tenía aquellos templos tan misteriosos que pertenecían a otras zonas, como la tierra del príncipe de los Leonîdas…

- ¿Dónde está Lêandrö? -preguntó en voz alta percatándose de que no estaba a su lado desde hacía un buen rato.
- Oh, está preocupándose por sus elecciones -respondió Enya, que había aparecido de la nada- Esas dos líneas escogidas por su corazón quizá no sean de su agrado...
- ¿Del agrado de quién? -cuestionó Prôed, suspicaz. La niña sonrió enigmáticamente pero no dijo una palabra.

- ¿Quién es ella?

Enya le miró con ojos inocentes.

- Tú sabes quién es, pero no te atreves a pensar que realmente pueda ser ella... Nadie lo haría.
- ¿Cómo va..?
- ¡Eh, Prô!

Lêandrö apareció tras uno de los muros con mirada ominosa. De repente parecía cansado, ojeroso, como si un gran pesar atenazase su corazón y quisiera liberarse de él.

- ¿Mala suerte con la naturaleza?
- ¿Qué..? ¡No es nada de eso! -rió levemente el joven, que por un instante pareció más dueño de si mismo. Solo un instante.
- ¿Qué quieres?
- Quiero hablar contigo... en privado -dijo en un suspiro de resignación. 
- ¿Te vas a poner romántico?

No entendía por qué hacía esas bromas cuando tanto estaba en juego. Quizá precisamente por eso. Enya sonrió complacida, como si hubieran cumplido un designio que les estaba destinado.

- Ya quisiera... Anda, vamos. Discúlpanos, señora.

La niña se retiró sonriente y los dos guerreros se alejaron hacia una roca donde podían sentarse.

- ¿Señora?
- Esa niña tiene un aura muy especial, como si fuera un alma vieja... Pero no es el caso, tengo que decirte algo de suma importancia.

Prôed se quedó en silencio esperando. Su compañero no dijo nada.

- ¿Y bien?

El futuro rey de los Leonîdas parecía estar luchando contra una voluntad más fuerte que la suya para hablar. Cuando comenzó, su voz sonaba quebrada y lejana.

- Quiero que veas esto. Solo que me digas si puedes... Mira -le mostró el libro de nácar y lo abrió al azar en una de sus páginas. Prôed gritó sorprendido. Ninguna luz cegadora salió del libro, como Lêandrö había esperado. ¿Puedes leerlo? -preguntó el príncipe.
- Si... No sabría explicar cómo, no conozco la lengua ni los símbolos... Pero mi corazón sabe lo que significa...
- Te me estás poniendo tierno, socio... ¿Ves? Te necesito en la misión. Tu nunca hubieras encontrado el libro de nácar, y yo no puedo interpretarlo sin ti... Nos necesitamos mutuamente, ¡somos los elegidos!

Justo en ese momento, los ojos de Lêandrö se pusieron en blanco y un gran dolor cruzó su rostro.

- ¿Estás bien, amigo? -dijo el señor de las tierras de Kyrien con semblante preocupado.
- Ella... No quiere... -Lêandrö le miró suplicante. Tenía que entenderlo.
- Vale, tranquilo. Esa bruja del demonio pagará por lo que te está haciendo... ¿Pero por qué..?
- Soy débil frente a sus encantos...

¿Cuántos hombres se habrán sentido así alguna vez? Pensó Prôed.

… Y sabe que puede manipularme. No siempre me siento... yo.
- Aquí estás bien.
- El poder de las sacerdotisas os protege. Disculpad mi presencia, las profecías ya han sido reveladas.

Lêandrö se quedó pálido, completamente lívido. Aquel sería su fin. La sacerdotisa le sonrió con confianza y un halo de esperanza nació en su interior. Quizá no todo estaba perdido.

- La Suma Sacerdotisa os espera. Ella os revelará los designios de la Diosa.
- ¡Oh, Gran Señora, ilumínanos! -suspiró con devoción el príncipe.


La Suma Sacerdotisa se encontraba en una sala realmente hermosa del templo, donde el tiempo parecía detenerse y fluir más despacio que para el resto de la humanidad. Sus rasgos se hallaban rejuvenecidos, o tal vez solo era su impresión. Lêandrö bajó los ojos, no tenía derecho a mirarla al rostro. La mujer se acercó a él y solo pudo ver su largo cabello perlado.

- Mírame -dijo con una voz sorprendentemente autoritaria.

El príncipe la miró y un profundo odio se adueñó de su ser. 


Todo ocurrió en un instante. La sensual sacerdotisa brotó de la nada como si de un ser astral se tratase y rió con su risa macabra, nublando los sentidos del Leonîda. El amor que sentía por ella era demasiado profundo y sofocante, insondable, no podría volver a vivir si no era suya. Tenía todos sus sentidos a su merced, no podía luchar contra ella ni contra sus deseos.

- ¡Maldita bruja!

En la lejanía, entre la bruma que cegaba sus ojos, oyó gritar al heredero del trono de Nrym, una risa que le perforaba los oídos y una sensación inexplicable de profundo placer a pesar del lacerante dolor.

Un grito. Una sombra.

Un rio carmesí que le recordaba al caldero burbujeante de su señora cegó sus ojos. Aún podía escuchar su risa, cuyos toques siniestros apreciaba con más lucidez. Sintió miedo y sus ojos se llenaron de lágrimas... Se avergonzó de ello. ¡Era un guerrero! ¡Ninguna hechicera podría doblegar su alma jamás!

- Socio... -murmuró antes de desvanecerse.


Prôed miraba a su amigo con compasión. La sacerdotisa había nublando sus sentidos pero ya se había acabado... al menos de momento. Algunas almas son más susceptibles a la magia, y la del príncipe de los Leonîdas lo era.

- ¿Qué ha ocurrido? -preguntó el joven incorporándose, desorientado.
- Bueno... digamos que la bruja había consumido parte de tu espíritu y lo hemos restaurado a su ser... A tu ser. Volverá a atacar, pero la Suma Sacerdotisa...
- Tengo algo para ti -dijo tendiéndole una piedra de Yngü, una maravilla de las tierras de Möryew que era capaz de desterrar a los malos espíritus y las fuerzas negativas a su esfera. Lêandrö la contempló. Los visos dorados y rojizos dentro de su estructura azulada y violácea la hacían tan hermosa... 
- No soy merecedor de ella -terció seguro de si mismo. He fallado a la Diosa y me he fallado a mi mismo, cayendo ante el conjuro de la sacerdotisa oscura. Prôed...
- Claro que te la mereces, ¡eres el Elegido! -dijo Enya con voz ligera. Ambos los sois -miró a Prôed, que le sonrió- y la misión se cumplirá gracias a ambos. Cógela, tu sensibilidad a la magia negra no es un signo de debilidad, cada batalla contra ella te fortalece.

Lêandrö sonrió y cogió la piedra. Tenía toques verdes cuando la movía hacia la luz solar.

- Gracias... -susurró con humildad y auténtico agradecimiento. 
- Vamos, ¡tenemos una misión que cumplir! -dijo Prôed tendiéndole la mano.
- Socio... yo...
- No pasa nada, está bien. No volveré a sentir envidia de tus símbolos de la Diosa, nuestros destinos están entrelazados...
- ¡Ay, qué bonito! 

El príncipe le dio un abrazo y el señor de Kyrien se sintió cohibido. ¡Eso no era nada de guerreros!

- Eres como un hermano para mi... -murmuró con gratitud.
- Sí, y tu hermano mayor, que nací unos minutos antes... Anda, vamos -rió el otro.
- ¡Las profecías!

Ambos miraron a la Suma Sacerdotisa. Con tanta magia habían olvidado completamente por qué se hallaban allí. La sacerdotisa se acercó a ambos y susurró unas palabras en sus oídos. Lêandrö suspiró de alivio y Prôed se quedó pensativo.

- Esas son las palabras de la Diosa a los Elegidos -confirmó la anciana.
- Pero... ¿Estáis segura? ¿Vuestras traducciones..? No quiero decir que...
- Sí. La Gran Señora lleva dejando sus palabras en este mundo durante milenios y ninguna sacerdotisa ha fallado jamás en su interpretación -aseguró la joven rubia de tez pálida.
- En vosotros está compartir la sabiduría con vuestro compañero o guardárosla para vos -dijo Enya con una mirada significativa. Los guerreros se miraron y asintieron. Pero no en estas tierras. La verdad de la Diosa no debe ser pronunciada por mortales en su terreno.
- ¿Y eso? -el heredero al trono de Nrym dio un codazo a su amigo. Al parecer la indiscreción era parte suya, no de la bruja. Enya sonrió.
- Designios de la Gran Señora -contestó simplemente.


La luz del atardecer les acompañaba mientras se alejaban de Möryew en busca de su próximo destino. Lêandrö movía la piedra entre sus dedos, embelesado con su enorme belleza y sintiéndose protegido, a salvo. 

- Bueno, socio... ¡En busca de la flor de cristal índigo! -exclamó con alegría.
- Eso parece... -suspiró Prôed, sabiendo que el camino sería arduo pero que podía contar con su hermano. Se giró y pudo ver en la lejanía a Enya, que sonreía despidiéndoles y cuya melena parecía auténtico fuego con los últimos rayos del sol.

- Ella... 



Dedicado a Leandro y Pedro, ¡feliz cumpleaños chicos!

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