"El banquete en la corte aquella noche era más fastuoso que nunca, todo un símbolo de opulencia palaciega. Nuestras miradas se cruzaron como en tantas otras vidas y con una sonrisa te acercaste y me invitaste a bailar. La danza comenzó y la magia empezó a fluir con la música y los movimientos alegres de nuestros cuerpos unidos por la melodía renacentista. ¿Cómo podía no enamorarme de ti, cuando eras la alegoría del romance y el emblema de todo lo que siempre había soñado? Un noble aristócrata venido de tierras lejanas. Otros atardeceres habían iluminado tu mirada, y yo quería ser la luz que hiciese brillar el resto de tus amaneceres hasta la eternidad".
Leyendo aquel libro en el bosque soñaba con tierras lejanas mas allá de los océanos, donde aventuras y romance me estaban destinados. Quería un amor de leyenda de esos que perviven por los siglos, que cautivan la mente y para los cuales la eternidad es solo un suspiro.
Como si mis plegarias hubieran sido escuchadas por los demonios, un exótico desconocido me abordó en la foresta con promesas vacías. Alcé mi espada y me enzarcé en una guerra cuando su sonrisa ladina dejó de adornar su diabólico rostro mostrando su verdadera naturaleza. En esa batalla perdí una parte de mi misma y comencé a vagar en la oscuridad de los bosques en busca de mi ser, que había sido corrompido por la magia negra de aquella criatura. Con el tiempo volví a ver el amanecer desde las colinas, el sol entre las nubes y la belleza de lo que me rodeaba. Incrusté mi espada en la roca y abandoné mi yelmo en el lugar hasta que la hiedra y los espinos los tomaron como suyos.
Leyendo aquel libro en el bosque soñaba con tierras lejanas mas allá de los océanos, donde aventuras y romance me estaban destinados. Quería un amor de leyenda de esos que perviven por los siglos, que cautivan la mente y para los cuales la eternidad es solo un suspiro.
Como si mis plegarias hubieran sido escuchadas por los demonios, un exótico desconocido me abordó en la foresta con promesas vacías. Alcé mi espada y me enzarcé en una guerra cuando su sonrisa ladina dejó de adornar su diabólico rostro mostrando su verdadera naturaleza. En esa batalla perdí una parte de mi misma y comencé a vagar en la oscuridad de los bosques en busca de mi ser, que había sido corrompido por la magia negra de aquella criatura. Con el tiempo volví a ver el amanecer desde las colinas, el sol entre las nubes y la belleza de lo que me rodeaba. Incrusté mi espada en la roca y abandoné mi yelmo en el lugar hasta que la hiedra y los espinos los tomaron como suyos.
A lo lejos vislumbré un castillo fortificado con vallas puntiagudas iluminado por la luz del ocaso. Su serena belleza me conmovió y dejando el camino me aproximé con cautela sin saber qué podía hallar en su interior. La imponente majestuosidad de sus muros me llevó por diversas estancias a cada cual más hermosa y especial. Caminé como si fuera un sueño, inconsciente y dejándome llevar por la sutileza de su encanto. Y en lo más profundo de las estancias se encontraba él, el heredero del castillo de ensueño. El hombre cuya sonrisa podría iluminar el mundo durante milenios y que en ese instante solo me sonreía a mi. Nuestra unión fue próspera, la unión de dos espíritus afines. Desde el primer beso supimos que éramos almas gemelas destinadas. Nuestros caminos se habían cruzado y nunca volveríamos a los pantanos de la soledad y las guerras que ambos conocíamos tan bien. Éramos el uno para el otro, rodeados de pétalos de flores danzando en cada aurora. Con sonrisas eternas en la ciudadela que fundamos al abrigo de los inviernos siempre en busca del verano...
Y así fue como encontré mi verdadero amor de leyenda, de la mano de un príncipe azul como jamás habría soñado y siempre busqué en mi imaginación...
Dedicado a Cris, mi dulsurita.