La noche transcurrió apacible y el día amaneció gris y lluvioso. Crälos se desperezó y miró a su alrededor. La alegre hoguera iluminaba los caballos y las escenas de los muros dándole un aire mágico. Rasky tenía razón, parecía que se movían... Un cazador lanzó una flecha a uno de los bisontes y Crälos se puso rápidamente en pie. ¿Cómo..? Se acercó al muro, que permanecía inmóvil. El cazador aún sostenía su saeta y apuntaba al animal. A su lado, un recolector cogía algo del suelo... ¿Quizá berenjenas o zanahorias? Suspiró con nostalgia.
Miró a su alrededor y las tripas le rugieron. No encontraría nada que comer ahí dentro... ¿Sería prudente dejar sola a Rasky y buscar algunas bayas? Sí, por qué no.
La berenjena se dirigió a la abertura de entrada pero uno de los murales captó su atención. Parecía una escena muy familiar...
¡¡AAAAAH!!
Rasky se despertó asustada y vio a su amigo tendido en el suelo alejándose de una de las paredes.
- ¿Qué haces ahí?
- ¡He pisado algo blando y asqueroso! ¡E invisible! ¡Y he oído un aullido!
- Yo no sé... -murmuró Rasky aún medio dormida rascándose un ojo.
Ëlybe estaba furiosa. ¿Cómo que "algo blando y asqueroso"? Aquella estúpida pero atractiva berenjena la había pisado en el estómago, despertándola de golpe. Si tuviera magia le hubiera lanzado una maldición en aquel mismo instante... El mago trató de contener la risa y miró a los vegetales amablemente. Ellos no podían saber que criaturas invisibles vigilaban que estuvieran bien.
- ¿No te lo habrás imaginado? -preguntó Rasky al ver los ojos desorbitados de su amigo, que intentaba encontrar sentido a lo ocurrido.
- ¡Que no! ¡Estaba ahí! Por aquí...
Crälos se aproximó a donde estaban el hechicero y la joven pero estos ya se habían desplazado. El vegetal movió las manos por encima del suelo de forma cómica buscando qué era lo que había notado.
- Son imaginaciones tuyas, seguro que aún estabas medio atontado de estar quieto toda la noche... Tengo hambre.
- Y yo -se rindió Crälos- iba a buscar algo de comer, creo que aún llueve.
Un trueno lejano respondió a sus palabras.
Tras buscar algunas bayas bajo la intensa lluvia y desayunar en la cueva, los jóvenes se prepararon para seguir su camino.
- Bueno, pues habrá que empaparse de nuevo...
- Enfermaremos... -se quejó Rasky.
- Con suerte seremos vegetales mucho antes de que eso ocurra... -la consoló su amigo.
- Nos saldrá moho...
- ¡Nunca nos ha salido moho! ¡No digas tonterías!
Crälos emprendió la marcha por el terreno montañoso. No le hacía demasiada gracia tener que caminar por el barro, pero con el transcurso de la mañana parecía que la lluvia amainaba. Sin embargo, los truenos cada vez eran más fuertes y cercanos y los rayos iluminaban el cielo.
- No me gustan las tormentas... -musitó Rasky.
- Tu tampoco les gustas a ellas -dijo Crälos.
- ¿A qué te refieres? -preguntó Rasky, confundida.
- Nada, era solo por distraerte...
El hechicero y Ëlybe seguían con dificultad a los vegetales a través del paraje. Al poco tiempo el terreno dejó de ser tan escarpado y dio paso a un suave camino enlodado que les cubría de fango casi hasta los tobillos.
- Nos estamos poniendo perdidos... -suspiró Rasky.
- ¡Qué va! Este es el camino más corto...
- ¿Qué?
- No estamos perdidos.
- No he dicho eso... -rio Rasky.
- Como sea. Ven, por aquí.
Antes de que el mago pudiera detenerlos con algún hechizo, Crälos intentó atajar la senda saltando a unas piedras en un enorme charco lleno de hojarasca y tierra pero resbaló y cayó al fango
- ¡Crälos! ¿Estás bien? -gritó Rasky.
- Supongo... ¡pero ahora si que estoy sucio!
Ëlybe sonrió casi involuntariamente.
- Sal de ahí, vamos -urgió Rasky.
- Pues... resulta que no puedo.
La berenjena intentaba moverse inútilmente, y sentía que la arena lo hundía poco a poco cuanto más intentaba zafarse de ella.
- ¡Oh, no! ¡Arenas movedizas! -ahogó un grito Rasky.
- ¿Cómo va a ser eso? ¡No estamos en el desierto!
- ¡No se necesita estar en el desierto, pueden estar en cualquier sitio!
- ¿De veras?
- ¡Si!
- No te creo.
- ¡Pero si estás metido en una!
- ¿Y tú que sabes?
El mago no entendía nada. ¿De verdad se ponían a discutir en aquella situación?
- ¡Se mucho más que tú sobre arenas movedizas!
- ¡Sorpréndeme!
- La arena movediza es un hidrogel coloide.
Se hizo un silencio.
- ¿Hidromiel de qué? -dijo Crälos.
- ¡Hidrogel coloide! -repitió Rasky, muy ufana- Son fluidos no newtonianos.
Crälos estaba tan alucinado que dejó de moverse. El mago y Ëlybe también estaban anonadados.
- Tú... Tú no sabes lo que dices... ¿Qué es eso de "neutoniano"?
- Newton -recalcó Rasky en la pronunciación- era un señor científico muy listo.
- ¿Sabía de arenas movedizas?
- Muchísimo -inventó ella.
- Te lo estás inventando...
- En la huerta a veces tienen charlas sustanciales y cultas, no va a ser todo labrar la tierra y tomar el sol. Los nietos de los dueños estudian en la "universalidad".
- Los dueños no tienen nietos... -apuntó Crälos.
- ¡Pues los nietos de sus padres!
- Eso no tiene sentido...
- ¡Por el amor de Dios!
El hechicero dejó de ser invisible y tiró una cuerda conjurada hacia Crälos, que con tanta charla no parecía darse cuenta de que el lodo le llegaba ya por los hombros.
- ¡Agárrate, muchacho!
La berenjena no entendía nada, pero instintivamente asió la soga y el mago tiró de él con un sencillo conjuro. Cuando salió del barro, lo miró confundido y suspicaz.
- Podías haber muerto -le regañó el mago.
- No sea dramático... -le quitó importancia Crälos sin darse cuenta de lo maleducado que estaba siendo.
- ¡Muchas gracias por salvarnos! ¿Por qué nos está siguiendo? -cuestionó Rasky poniéndose en guardia.
- Yo... Ëlybe y yo estábamos preocupados por vuestra vuelta a casa -dijo revelando la presencia de Ëlybe, que sonrió con timidez- No es prudente que dos pequeños vegetales que no saben nada del mundo paseen solos por él.
- Bueno... los conocimientos científicos de Rasky son muy muy amplios al parecer... -contestó Crälos mirando a su amiga con incredulidad mientras ésta le sacaba la lengua. ¿Y usted cómo sabe que somos vegetales?
- Nos han estado siguiendo... -recordó su amiga.
- Ah, claro, claro... -razonó la berenjena.
- Si queréis llegar sanos y salvos a vuestra huerta y regresar a vuestro estado original será mejor que os custodiemos.
- ¿Y ésta qué pinta aquí? ¿Tiene magia? -preguntó Crälos, nuevamente sin notar su falta de tacto. Ëlybe sacudió la melena, orgullosa y herida.
- Creía que éramos amigos, pero veo que no... -dijo.
- ¡Claro que sí! ¡Seguro que el mago no nos hubiera protegido si tu no se lo hubieses pedido! -dijo Rasky tratando de suavizar las palabras de Crälos. Ëlybe no pareció más contenta.
- ¿Nos dejaréis que os escoltemos el resto del camino? -ofreció el hechicero amablemente.
Crälos miró a Rasky. No le gustaba que unos espías les siguieran y les custodiaran, pero conocían su secreto y su magia podría serles útil.
- Bueno... está bien. ¿Pero cómo sabemos que no acabaremos en una parrillada de verduras, asados al horno o al vapor cuando volvamos a ser nosotros?
La zanahoria bufó. ¿Qué demonios le pasaba?
- Tenéis mi palabra de que nada malo os sucederá ni os haremos daño alguno.
Crälos le miró. Tenía ojos bondadosos, aunque aún le daba mala espina por su retorcido sentido del humor con la señora rata-calva. A lo mejor solo eran rarezas de su pueblo... ¡Maldito Hü! ¡En qué líos se metían!
- Está bien.
- Dulce damisela -dijo el mago tendiendo caballerosamente su brazo a Rasky. Esta lo tomó sin entender la costumbre y emprendieron el camino bajo la fina lluvia con Crälos pensando si no habría algún conjuro para limpiarle el atuendo, ya que el barro se le estaba metiendo en zonas complicadas y le rozaba...
Dedicado a Carlos, ¡feliz cumpleaños bollu!