El reino en el bosque de los centauros era un lugar de indescriptible belleza y misterio. Aunque no podía abandonarse a sus lujos de sabiduría debido a su preocupación por Lemuel, Bêah se sentía como si estuviera en su propio hogar. Las centáurides eran enigmáticas y portaban una erudición que escapaba a sus conocimientos mortales, incluso aunque hubiese vivido mil vidas. La admiración y reverencia que sentía por ellas no tenía límites.
- Mi señora...
La suma sacerdotisa se giró rápidamente y una sonrisa escapó de sus labios. Lemuel estaba mucho más recuperado aquellos días y un peso se había aliviado en su corazón al saber que ya no guardaba aquellas horribles pesadillas en su interior. Se sonrojó involuntariamente. ¿La magia del lugar comenzaba a mermar su sentido común?
- ¡Lemuel! Veo que cada día estáis más fuerte... Pronto podremos regresar a nuestro... al pueblo... -un halo de tristeza cruzó en su rostro.
- ¡Lemuel! Veo que cada día estáis más fuerte... Pronto podremos regresar a nuestro... al pueblo... -un halo de tristeza cruzó en su rostro.
- Yo... Suma Sacerdotisa...
Vega apareció en el umbral de la puerta pero al verles solos sonrió levemente y se retiró. Bêah juraría que oyó una risita de ruiseñor cercana.
- … No quiero alejarme de vos. Ambos sabemos que la guerra... Solo soy el hijo del sabio de mi aldea pero...
El joven, rojo hasta la raíz del cabello, le tendió un hermoso brazalete de hojas y flores silvestres. La matriarca no cabía en sí de felicidad. Tras varias lunas en aquel mágico enclave sus conocimientos habían descubierto nuevas sendas y su relación se había ido forjando poco a poco sin que se dieran cuenta. Se amaban.
- Buenos tiempos nos esperan y lograremos alcanzar la gloria... Juntos -respondió simplemente aceptándolo con una alegría desbordante. Si Bjäro la viera... ¡Chiflaría! Y la mataría por perderse su boda... pero acabaría entendiéndola.
Fue el momento más romántico de su vida. Ella, en sus nupcias otorgadas por una Veela que aquel día no podía hacerle sombra y con centauros y centáurides de testigos... ¡Menuda historia que contar a Libethaze Arec y Mârtha Mäthîu… ¡Incluso a Mayk! Qué banquete les hubiera preparado...
- … No quiero alejarme de vos. Ambos sabemos que la guerra... Solo soy el hijo del sabio de mi aldea pero...
El joven, rojo hasta la raíz del cabello, le tendió un hermoso brazalete de hojas y flores silvestres. La matriarca no cabía en sí de felicidad. Tras varias lunas en aquel mágico enclave sus conocimientos habían descubierto nuevas sendas y su relación se había ido forjando poco a poco sin que se dieran cuenta. Se amaban.
- Buenos tiempos nos esperan y lograremos alcanzar la gloria... Juntos -respondió simplemente aceptándolo con una alegría desbordante. Si Bjäro la viera... ¡Chiflaría! Y la mataría por perderse su boda... pero acabaría entendiéndola.
Fue el momento más romántico de su vida. Ella, en sus nupcias otorgadas por una Veela que aquel día no podía hacerle sombra y con centauros y centáurides de testigos... ¡Menuda historia que contar a Libethaze Arec y Mârtha Mäthîu… ¡Incluso a Mayk! Qué banquete les hubiera preparado...
- ¿Querida?
- ¡Oh, si! Perdona, estaba pensando en el pueblo...
- La guerra nos espera. Tardaremos en verlo...
- Contáis con grandes aliados -dijo Antares acercándose a ellos para darles la enhorabuena- y las estrellas están de vuestro lado. Serán largos años, pero la victoria...
- … Queda en las umbrías orillas del futuro... -suspiró Bêah, dando la mano a su esposo.
Fueron largos años, efectivamente. Inviernos eternos, aldeas arrasadas, osos polares en peligro de extinción y varios eclipses que actuaron sobre la nieve... Fue una guerra mágica como nadie esperaba entre fuerzas malignas que desconocían que habitasen aquellas tierras. Sin embargo, jamás perdieron la esperanza, pues como las centáurides caídas en batalla habían dicho, las estrellas estaban de su parte. Y al fin, tras arduas batallas, un sinfín de pérdidas y desolación, se alzaron con la victoria un frío día de febrero que pasó a la historia de aquellos lares.
Bêah asió su bastón y se miró al espejo. Era una anciana muy hermosa en su vejez -¡pero qué creída la vieja!- le decía su gran amigo Bjäro, para espanto de su esposo y cuántos lo rodeaban haciendo reír a carcajadas a la sacerdotisa. Los días de la guerra quedaban ya muy lejos y ahora podía disfrutar con sus nietos de las nevadas y enseñarles todo el saber de la naturaleza que había ido atesorando, aunque aquella nube oscura pesaría siempre en su espíritu...
- Yo sigo diciendo que los osos polares se comían la nieve, no hagáis caso a vuestra abuela, que ya está chocha... -contó su amigo, rodeado de niños del pueblo y sus propios nietos.
- ¡¡Bjäro!! Ni caso... -dijo Bêah riendo a los infantes.
- ¡Qué si! Y la guerra fue horrible, los osos morían y ya no había nieve que los salvara... Claro, como se la comían... Y todo era verde, ¡Qué trauma!
- ¡No los asustes! -rio Bêah.
- ¿Volverá a haber guerra, abu?
La Suma Sacerdotisa miró a su nieta y después a su marido, cuyos ojos brillaban a la lumbre del fuego que aportaba calidez a la sala.
- No en nuestra era... Mucho se perdió, pero las tribus se aliaron y acabaron con todo el mal hasta recuperar el equilibrio de la tierra...
- ¿Y vuestras amigas las Veelas? ¿Algún día veremos alguna?
- ¡Cuéntanos más de la guerra!
- ¿De dónde vienen los niños?
- ¡Tengo hambre!
Bjäro, como buen tío y siendo la hora de comer, corrió a la despensa a llevar algo a los niños y apareció con un rico faisán en especias, esquivando de paso la comprometida pregunta.
- Mira, como aquel pincho de pollo que hicimos... -recordó Bêah.
- ¡¡¡Que yo no me he comido un pincho de pollo!!! -gritó su amigo.
Fin.
- Yo sigo diciendo que los osos polares se comían la nieve, no hagáis caso a vuestra abuela, que ya está chocha... -contó su amigo, rodeado de niños del pueblo y sus propios nietos.
- ¡¡Bjäro!! Ni caso... -dijo Bêah riendo a los infantes.
- ¡Qué si! Y la guerra fue horrible, los osos morían y ya no había nieve que los salvara... Claro, como se la comían... Y todo era verde, ¡Qué trauma!
- ¡No los asustes! -rio Bêah.
- ¿Volverá a haber guerra, abu?
La Suma Sacerdotisa miró a su nieta y después a su marido, cuyos ojos brillaban a la lumbre del fuego que aportaba calidez a la sala.
- No en nuestra era... Mucho se perdió, pero las tribus se aliaron y acabaron con todo el mal hasta recuperar el equilibrio de la tierra...
- ¿Y vuestras amigas las Veelas? ¿Algún día veremos alguna?
- ¡Cuéntanos más de la guerra!
- ¿De dónde vienen los niños?
- ¡Tengo hambre!
Bjäro, como buen tío y siendo la hora de comer, corrió a la despensa a llevar algo a los niños y apareció con un rico faisán en especias, esquivando de paso la comprometida pregunta.
- Mira, como aquel pincho de pollo que hicimos... -recordó Bêah.
- ¡¡¡Que yo no me he comido un pincho de pollo!!! -gritó su amigo.
Fin.
Dedicado a Beatriz, ¡feliz cumpleaños cuca!