La mañana les despertó con la bulliciosa animación del mercado. La noche anterior habían arribado en el fondeadero desierto de un pequeño islote abandonado, pero Krämse, con una de sus crípticas sonrisas, les habían sugerido que esperaran a la luz del día para verlo todo de un modo diferente. Y resultó curioso, porque esa luz nunca llegó. El día tenía una insólita tonalidad parda como si el amanecer no acabara de despuntar, como si se encontraran en un sueño... Incluso la luna, enorme, brillaba aún en el horizonte de la isla.
- ¡Oh! ¡Un mehrcadoh! ¡Qué delhishia! -se alegró el Capi al ver el pescado fresco y otras baratijas que podrían servir de adornos para su barco recién exorcizado.
- Pero... anoche...
Krämse bajó por la pasarela y con cierta dificultad le puso la mano en el hombro a su nuevo compañero de viaje.
- ¿Conoces este sitio, si?
- Yo... -musitó Däyn sin poder creérselo.
- Sólo espero que hoy se acuñe algún mote memorable. Me encantaría ver a nuestra amada reina prometida con Sir Jaime...
Se tapó los oídos y cerró los ojos. ¿Acaso estaba soñando?
- ... E incluso se parece a Messacotta.
- ¡Touché!
Däyn miró el puesto del que salían las voces. Una humilde cesta de truchas que dejaban mucho que desear y un saco informe alargado. Lo contempló con terror. Después observó a los que hablaban. Una joven de vivaces ojos azules con peluca y camisola y un hombre de camisa, barba postiza y un raído gorro de ala caída. Se alejó rápidamente cuanto pudo de ellos entre el gentío. El hombrecillo le siguió.
- ¡Espera!
El joven se detuvo. El señorín le seguía como podía con sus cortas piernas y casi sin aliento. Pobrecillo.
- ¿Qué... temes?
- Yo...
Pues realmente no lo sabia. ¿Quizá el hecho de que una de sus historias, que nadie conocía, cobrase vida propia? ¿Tal vez el hecho de que la gente, aunque parecía real, tenía un extraño halo de niebla a su alrededor que les daba un toque místico y fantasioso? ¿O que el islote de pronto se había convertido en una enorme isla donde incluso había monarcas y...?
- El mercado del puerto de Abraxas es solo uno de los míticos lugares que visitaremos en nuestros viajes -terció Krämse, muy serio.
- ¿Abraxas? -preguntó Däyn con un hilo de voz.
Esto se le estaba yendo de las manos. ¿Pero en qué se había metido? Él solo quería surcar los mares y olvidar por un tiempo los vientos de cristal y todo lo que tuviera que ver con ellos... Aunque quizás no podía escapar de su destino... ¿Verdad?
- Supongo entonces que querrás irte antes del espectáculo de Sir Jaime Messacotta y su desnudez... -comentó Krämse mirando al ahora lejano saco que se movía inquieto.
- Si, bueno... Sería divertido pero...
- Pero aún no está escrito. No sabemos qué ocurrirá. Volvamos al barco.
Una vez todos estuvieron a bordo y el navío comenzó a alejarse lentamente, la isla se fue desvaneciendo. No como cuando uno se aleja y se va cerrando en niebla marina, si no que volvió a convertirse en un islote desierto. Däyn entrecerró los ojos.
- ¡Pehro qué ocurreh? ¡Mis alhajash!
El Capi, que había adquirido un montón de ornamentos para su amado barco, miraba desolado un montón de arena que se deslizaba entre sus dedos.
- ¡Ah, Capi..! ¡Los misterios del océano son tan... enigmáticos! -rió Krämse.
- Esh la últihma vez que compro enh un puerto ilusohrio... ¡Y yo que pensabah que la leyenzda de Abraxas había cobrahdo vihda! -gimió mientras se aproximaba al timón para trazar un nuevo rumbo.
- ¿La leyenda de Abraxas?
A ver, a ver, a ver... Él se había inventado Abraxas. Abraxas no existía. ¿Cómo qué..?
- Estás confuso, muchacho -sonrió Krämse.
- Sí... un poco. ¿Es un sueño? ¿Una alucinación?
- Es lo que tú quieres que sea.
- ¿Y eso qué significa? -preguntó intrigado. El señorín empezó a reír convulsivamente.
- La música de las esferas te lo contará. A no ser que prefieras hablar con la sacerdotisa...
En cuanto dijo eso, notó unos ojos castaños clavados en su nuca. Se giró rápidamente, mareándose. No vio a nadie a excepción de los bucaneros que quitaban la arena de cubierta. Se ve que muchos de ellos habían intentado adquirir mercancías...
- Te dije que notaría tu presencia -recordó el hombrecillo.
- Y que yo no notaría la suya... Y en cambio...
- ¡Oh! Eso no es importante ahora. Estáis en diferentes mundos. Diferentes realidades.
En serio, que él solo quería navegar. Y escribir un poco si tal.
- Ve a tu camarote. Reflexiona. Relájate. ¿La brújula hacia dónde marca?
El joven miró su brújula. Oeste. Por un instante osciló al sur, pero volvió a marcar el oeste.
- ¿Y qué quiere decir..?
Se quedó en silencio. Krämse había desaparecido, lo cual era mucho decir teniendo en cuenta lo lento que se movía... Ah, no, que estaba allí, yéndose a su camarote. Seguramente había querido hacer una desaparición épica pero su lentitud se lo había impedido. ¡Qué tipo tan divertido!
Däyn regresó a su lóbrego camarote y suspiró recostándose en su lecho. El día comenzaba a nublarse, al igual que sus pensamientos. Miró hacia su escritorio, en cuyos cajones escondía sus escritos, poemas e historias inconfesables que no quería compartir con el mundo... Y otras que sí. Se levantó. Rebuscó en el cajón y ahí estaban. Intocables. Les dio la vuelta y los abrió. Olían a pergamino viejo, como siempre. Ninguna señal de haber sido manipulados por otras manos. ¿Entonces cómo podían saber Krämse y Capi lo de Abraxas? ¿Alguno de los espíritus de las bodegas se lo había contado? Rió ante sus propias elucubraciones. Posó los manuscritos en el escritorio y lo cerró con una pequeña llave que se colgó del cuello. Sintió otra vez una mirada clavada en su nuca y comenzó a buscar en la madera algún agujero por el que le pudieran estar espiando... ¿Se estaba volviendo loco, o era la locura típica del artista en alta mar? ¿Existía eso acaso?
Una risa le sacó de sus cavilaciones. Una voz femenina que le sonaba tremendamente familiar. Ay, no, ella no... Corrió a la puerta y la abrió de golpe, asustando a un marinero que se encontraba cerca. Juraría que había visto una pequeña silueta deslizándose con agilidad hacia las entrañas de la embarcación. Pues... No pensaba ir tras ella. No esta vez. ¡Que fuera ella tras él! Cerró bruscamente la puerta tras de sí y agarró la pluma.
Una risa le sacó de sus cavilaciones. Una voz femenina que le sonaba tremendamente familiar. Ay, no, ella no... Corrió a la puerta y la abrió de golpe, asustando a un marinero que se encontraba cerca. Juraría que había visto una pequeña silueta deslizándose con agilidad hacia las entrañas de la embarcación. Pues... No pensaba ir tras ella. No esta vez. ¡Que fuera ella tras él! Cerró bruscamente la puerta tras de sí y agarró la pluma.
¡Vira, galera, hacia donde
nazcan las aguas, azar
que entre los cielos se esconde!
¡Vuela, galera, al zarpar,
henchida tu vela en revancha,
que nunca la mar fue tan ancha
ni tan bravo y vasto mi hogar!
- Bueno, mira, al menos me inspira... -pensó. La tenue luz diurna que se filtraba por el portillo le permitía admirar los prodigios oceánicos, como peces feos y rocas cuando el fondo no era demasiado profundo. Ni sirenas ni bocinas de momento... Suspiró mientras se estiraba. Un tímido golpe en su puerta le hizo levantarse a abrir.
- ¿Sí? -preguntó al ver a un bucanero con parche y pata de palo. Un clásico. ¿Tendría pantalones a rayas y un fajín? No sabía para qué preguntaba...
- ¡Ahoy!
- Eh... ¿Chips?
- ¿¿Eh??
- Nada, nada... -contestó el joven al ver la cara de confusión de su interlocutor.
- El Capitán quiere advertiros de que se aproxima una vil tormenta prevista para estar tarde-noche. Guardaos con cuidado y no oséis asomar vuestra jeta por cubierta, ¡¡arr!!
- Vale... Gracias por el aviso.
- No es necesario, ¡Avast!
- ¿El antivirus? -preguntó Däyn con extrañeza.
- ¿Qué decís? -preguntó el marinero mirándole de arriba a abajo como si fuera un demente.
- Yo... No domino aún la jerga marinera, lo siento... -se disculpó.
- Marinero de agua dulce... -farfulló el pirata mientras se iba.
Däyn cerró la puerta y suspiró otra vez. Tenía mucho en qué pensar y una tormenta no era lo que más le preocupaba en ese preciso momento. Un rato más tarde, viendo la calma de las aguas, decidió desoír la petición del bucanero y subir a cubierta en busca de aire fresco. Cuando llegó a popa vio una dantesca escena en la que el Capi lloraba a mares -nunca mejor dicho- lanzando maldiciones a los cielos culpando a la tormenta de todos sus males. No sabía que conocía palabras tan fuertes...
- ¿Qué ocurre? -preguntó mirando al horizonte, donde un precioso e inspirador atardecer se reflejaba a través de las nubes en las aguas, que parecían un cristal.
- Capi perdió su embarcación en una terrible tormenta que nos dejó varados en una isla, justo donde conocimos a Krämse... Aún no lo ha superado -musitó un marinero.
- May the vessel of your life never float in the sea of existence! May you die! What have you done! -profirió el Capi completamente enajenado.
- ¿Pero qué..?
- Si, habla lenguas extranjeras a la perfección. ¿Quién lo hubiera dicho? Si apenas sabe pronunciar la nuestra... Pero claro, ha viajado mucho y eso...
Un trueno resonó en la lejanía y Capi estalló en lágrimas.
- This is all out war, they got us outnumbered, they way the swords clash is the sound of the thunder... -canturreó Krämse, que apareció de la nada. Däyn le miró sin saber qué decir. And we are not going under, we will never run for cover! ¿si? -le dijo sonriendo con su taparrabos agitándose peligrosamente con la brisa que cobraba fuerza.
- This is all out war, they got us outnumbered, they way the swords clash is the sound of the thunder... -canturreó Krämse, que apareció de la nada. Däyn le miró sin saber qué decir. And we are not going under, we will never run for cover! ¿si? -le dijo sonriendo con su taparrabos agitándose peligrosamente con la brisa que cobraba fuerza.
- Bueno... Yo me voy a refugiar del drama... -disimuló Däyn intentando huir- Si necesitáis achicar agua o algo...
- Sí, sí, muchacho, ve a resguardarte, esto es solo para hombres de verdad -respondió uno de los piratas.
¿Qué demonios insinuaba? Entrecerró los ojos pero antes de poder reaccionar, se cruzó con su mirada. El mundo se ralentizó. Parpadeó, pero ya no estaba. Los gritos desgarradores del Capi rompían el bonito crepúsculo. Qué lío, no sabía ni cómo sentirse. Lo mejor era regresar a su camarote y esperar que la tormenta arreciase.
Dedicado a Dani, ¡feliz cumpleaños bollu!