Däyn cerró la puerta tras de sí y exhaló un sonoro suspiro. ¿Qué había sido eso? No tenía explicación para aquel instante de pura conexión. Las musas se habían alineado... ¡No, los planetas! ¡Una pluma!
Guía la quimera, el mundo de la fantasía,
inconsciente liberado, reino de utopía.
Soltó la pluma como si quemase. Sus ojos se abrieron aterrados y miró en derredor mientras la tormenta estallaba en el exterior. Inconscientemente, dirigió la mirada hacia los cajones del escritorio. Con la mano temblorosa, cogió la llave que pendía a su cuello y los abrió.
Todo se volvió oscuridad por un instante... Las imágenes se difuminaban en un mar de irrealidad que las distorsionaba hasta crear meros reflejos de su antigua existencia...
-No...
¿Cómo puedes escribir a la lluvia desde el desierto?
¿Cómo puedes dejar que la inspiración fluya desde un corazón que no le pertenece?
- No... ¡No!
Y entonces tus ojos inmortales sobre los míos...
- ¡NO!
Ese último "no", a pesar de haberlo exclamado él mismo, le había dado un susto de muerte. Se había quedado frito sobre el escritorio en plena tormenta. ¡Frito! Dioses, si aún tenia la marca de la llave clavada en su mejilla...
- ¡Eh, tú! -golpeó alguien en su camarote.
Medio atontado todavía por aquel extraño sueño, Däyn se tambaleó hacia la puerta y la abrió. Para su disgusto no era el pirata de la pata de palo, su anterior visita le había hecho gracia.
- ¡Necesitamos ayuda! ¡Al Capi le está dando una paranoia oceánica por la tempestad y está fuera de sí! Krämse ha tomado el mando y necesitamos gente en cubierta...
- ¡Pardiez, allá voy! -dijo el joven contento de no quedarse a solas con sus divagaciones y preguntándose si realmente el término "paranoia oceánica" realmente existiría...
La situación en cubierta no era nada halagüeña. El Capi lloraba sin consuelo abrazado al palo mayor, Krämse se había subido a la torre vigía y gritaba órdenes mientras... Pues mientras se le veía todo, el viento era demasiado fuerte... y los marineros trataban de estabilizar el timón para que el navío se mantuviera a salvo del oleaje... ¡Se sentía vivo!
- ¿¡Qué hago, qué necesitáis!? -preguntó lleno de energía por la siesta en la que desde luego no estaba pensando en absoluto ni considerando sus posibles significados...
- ¡Oh, Däyn! ¡Toma el timón! ¿si? ¡Guíalos con la brújula!
- ¿La... brújula?
Tratando de obviar que "la brújula indicaba su corazón" -en eso sí había estado pensando, no como en otras cosas...- ¡Oh, basta! -exclamó para desconcierto de los otros marineros.
A ver, concentración. Krämse le pedía que guiase. Pues guiaría. ¿Sí? Sí.
- ¡Viento en popa a toda vela! ¡Literal, el viento viene de popa! ¡Virad al sur! -ordenó.
Krämse sonrió, satisfecho, mientras aireaba sus vergüenzas feliz de tener una excusa plausible. ¿Sí?
La tormenta había amainado al fin y las aguas volvían a parecer de cristal. Capi se había calmado y parecía más alegre ahora que su Galera Roja se encontraba a salvo de la tempestad, con solo unos pequeños destrozos que lamentar y su aire lóbrego incorrupto. Bueno, eso no es que le gustase demasiado, pero le daba personalidad. Y si quería algo de las bodegas, siempre podía mandar a otro...
- ¡Capi, querido amigo! ¿Estás mejor, si?
- ¡Krämse! Mhenos mhal que no pierhdesh la calma cohn fahcilidaz! -agradeció el hombre, aliviado por tenerlo como segundo de a bordo.
- ¡Pero sí las hojas! -dijo uno de los grumetes pasándole una hoja de platanero. El hombrecillo sonrió agradecido, pero no se la puso.
- ¡Tierrha a lah vishta! -gritó repentinamente el Capi señalando al horizonte y buscando un catalejo.
En la lejanía, se divisaba un islote oculto entre la bruma que había dejado la tormenta. Däyn contuvo el aliento mientras Krämse lo miraba sin perderle ojo.
- ¿La brújula nos lleva hacia allí?
- ¡Sih! ¡Nhoroheste! -exclamó emocionado Capi.
- Si... -confirmó el joven, ahora realmente preocupado de que ambas brújulas se hubieran sincronizado.
- ¡Entonces es momento de una tonada marinera mientras arribamos! -animó Krämse a Däyn, que se puso a improvisar lleno de inspiración por...
Sí que he visto barcos quedarse
anclados frente a la respiración
amenazante de lo eterno,
o acaso ante el bramido
colérico de la muerte...
- ¡Oh, mahraviyhoso! ¡Proshigue, muchahcho!
Y desde alguna galera sin más
brújula que la ignorancia...
No podía abstraerse en su psique de poeta con aquel tenebroso islote frente a sus cálidos ojos. Lo veía reflejado en sus pupilas, las mismas que le observaban en silencio perforándole con su ignominiosa ignorancia. Y se vio catapultado a recuerdos, a sentimientos vanos que creía no correspondidos, a la frustración de amar en silencio el océano tornasolado con la luz que reflejaba su nívea piel...
- ¡Eh, regresa! ¿Sí?
Däyn pestañeó confundido.
- Si, esto...
Vida y muerte son eternas,
imposibles al mismo tiempo.
La naturaleza silenciosa es el preludio
de un renacimiento.
El cambio vislumbra la noche
cuajada de estrellas y la luz ancestral.
Nunca olvidaría sus miradas. Como si hubiese lanzado una terrible blasfemia a los siete mares. ¿Eran esas sus palabras? Otra vez no...
- ¡Estoy dormido!
Los marineros le miraron estupefactos. Alguno le pareció que se quería... ¿Reír?
- ¡Paranoia oceánica!
Ahora si que la había liado.
Flores de carroña, sonidos del averno
el miedo, la duda, el silencio
Despertó en su camarote con unas esencias extrañas abrazando sus sentidos. Especialmente el olfato, pero también la vista, pues notaba los ojos resecos, el tacto, pues se sentía pringoso y el aroma se había calado en sus ropajes, y el oído, porque el tarro que contenía aquellas hierbas emitía un extraño fulgor burbujeante que dejaba un sonido curioso de describir.
- ¡Ya despiertas! Menos mal.
Krämse estaba sentado a los pies de su camastro canturreando una cancioncilla que parecía un ritual tribal.
- ¿Qué ha ocurrido?
- ¡Ta, ta, T-dang!
El joven no sabía qué responder a eso mientras Krämse reía con sus clásicas risas convulsas y silenciosas. Al menos había renovado su taparrabos, que ahora parecía más frondoso. ¿De dónde sacaría tantas hojas de platanero?
- ¿La sacerdotisa..?
Krämse rió más fuerte y todo su cuerpo vibró al compás del silencio de su hilaridad.
- ¡La sacerdotisa! Claro que no, muchacho. ¡Más quisieras que ella fuera tu problema!
- ¿Qué significa..? -preguntó Däyn, confundido.
- El islote al que nos llevaron las brújulas es una isla Tdang. Muy tenebrosa.
- Mal rollito...
- Sí. Efectivamente. Y hace efecto en tu alma de cristal -terció el hombrecillo poniéndose serio.
- Mi "alma de cristal"?
- ¡Los vientos, muchacho!
Däyn no entendía o no quería entender. El señorín respetó su decisión.
- Así que resulta que esa isla te afecta por lo abyecto de su legado... Porque tienes un vínculo con ella.
- ¿Soy un Tdang?
- Pues hombre, no creo... Pero esa brújula, mi sextante, la brújula de Capi...
El joven abrió mucho los ojos esperando una revelación única.
- Todas marcaban este lugar como destino. ¡Tendremos que averiguar por qué! ¿Sí?
El muchacho le miró decepcionado y Krämse volvió a reír.
- ¿Y estas esencias?
- ¡Fantosmia!
Nuevamente, se quedó sin palabras.
- ¿A qué te huele?
- Eucalipto... menta, ¿Miel?, agua marina, incluso diría que ajo... Pero tiene un aroma dulce y sutil...
- ¡Oh, interesante! A mí me huele a platanero y helado.
- ...
Däyn se levantó y miró por el portillo, espantándose. Estaban anclados en la isla, cuya arena negruzca le recordaba a ceniza y cuyas aguas parecían corruptas. Algunos marineros paseaban entre las algas rojizas del lecho marino que le conferían el aspecto de sangre. Luces que juraría que era fuegos fatuos danzaban en medio de la oscuridad... ¿Cuánto tiempo había dormido?
- ¿Por qué las brújulas nos traen hacia aquí? -preguntó intrigado.
- ¿No tienes tú la respuesta?
Cae la noche antes de que caiga.
Agoniza el aliento amarrado
al Olimpo ínfino que mana
de la ausencia inefable, tomado
por los dioses de cicuta
que no se supieron soplido
entre la maleza de tus rezos.
Cae la noche antes,
muere el día en su retiro
de párpados.
Paseaba en solitario por la naturaleza salvaje de aquel lugar, como el resto de marinos. Explorando, descubriendo. Prefería mil veces la realidad en la que Jaime de Messacota y los demás vivían... Porque aquel islote le recordaba una vieja historia tenebrosa de venganza... Casi esperaba ver aparecer a los lobos, las figuras espectrales...
- ¡Oh, lunacy! ¡Oh, illumination!
Capi parecía un Sir Walter Raleigh con los ropajes antiguos con los que había decidido visitar la isla -para ponerse en consonancia con ella, según Krämse- recitando poemas en lenguas desconocidas. La brújula giraba descontrolada de nuevo, como si no supiera qué buscar. ¿Tal vez había demasiados interrogantes allí?
- ¡Noroeste! ¡A New Age Dawns!
Sintiendo un escalofrío, Däyn siguió al Capi y los designios de la brújula.
Dedicado a Dani, ¡feliz cumpleaños bucanero!