Epílogo
Nunca habría imaginado nada igual, ni en los mil años de historia que tenía su castillo. Estaba viendo su propia alma, la personificación de todo aquello que le hacía ser como era, y sin embargo, la notaba tan distante... tan cercana... tan... desconocida. La joven lo miraba como si lo supiera todo, eso le hizo sonreír. Quizá era tan soberbia como el mismo... El caos de la tormenta se apoderó de él por un instante y empezó a verlo todo claro.
- Tu provocas mis visiones -aseveró Fônsö.
- Si.
- El cáliz nos permite viajar entre los mundos.
- Si.
- Y el meteorito...
Lady Whers le miró significativamente y sonrió mientras la lluvia transformaba el paisaje con su neblina. Fônsö se puso muy serio.
- No puedes hacerlo... -dijo el joven con cierto tono de amenaza.
- ¿Vas a evitarlo? -preguntó ella con sutil desafío.
- Si. ¿Lo dudas?
- En realidad te conozco muy bien... pero eso ya lo sabes -murmuró ella mientras dominaba la tempestad.
No entendía nada... ¿Cómo se atrevía a hablarle así? ¡Era el! ¡El nunca se hablaría así! O si... Oh, era imposible...
- El tiempo apremia, debes elegir -susurró el espíritu del bosque.
- No quiero, aún tengo... es decir, quiero, pero... -titubeó él, pensativo.
- No seas misterioso. Sabes lo que quieres. ¿Tienes valor para conseguirlo?
En serio, no podía agraviarlo de ese modo. Tenía un alma muy impertinente, a decir verdad.
- Claro que sí. Me conoces.
- Y tu a mi.
Fônsö miró a su alrededor entre la tormenta. Los rayos se sucedían con rapidez y los truenos casi silenciaban sus voces, aunque no se había dado cuenta hasta entonces. De pronto, como si llevara esperándolo desde que descubriera la verdad, vio aparecer en la linde del bosque el espejo en el que se había mirado hacía ya algunos años y había visto su alma. Lady Whers hizo un gesto y ambos se encaminaron hacia el. Cuando lo alcanzaron, el guerrero pudo ver aquel místico y antiguo mundo que tanto anhelo tenía por conocer. Cogiendo aire, se quitó el amuleto en forma de cáliz, se lo colgó a la joven del cuello y atravesó el cristal mientras su alma quedaba atrás...
Un meteorito cruzó el firmamento cuajado de estrellas. Su brillante luz relució en la oscuridad y sus restos dejaron una impresionante lluvia de meteoros que pasó desapercibida para todos, excepto para una joven que contemplaba la escena pensativa. Era la señal que había estado esperando. Con fuerza, asió las riendas de su caballo, partió a galope alejándose del acantilado en el que había estado observando la escena y se dirigió a la espesura del bosque.
Fin.
- Y el meteorito...
Lady Whers le miró significativamente y sonrió mientras la lluvia transformaba el paisaje con su neblina. Fônsö se puso muy serio.
- No puedes hacerlo... -dijo el joven con cierto tono de amenaza.
- ¿Vas a evitarlo? -preguntó ella con sutil desafío.
- Si. ¿Lo dudas?
- En realidad te conozco muy bien... pero eso ya lo sabes -murmuró ella mientras dominaba la tempestad.
No entendía nada... ¿Cómo se atrevía a hablarle así? ¡Era el! ¡El nunca se hablaría así! O si... Oh, era imposible...
- El tiempo apremia, debes elegir -susurró el espíritu del bosque.
- No quiero, aún tengo... es decir, quiero, pero... -titubeó él, pensativo.
- No seas misterioso. Sabes lo que quieres. ¿Tienes valor para conseguirlo?
En serio, no podía agraviarlo de ese modo. Tenía un alma muy impertinente, a decir verdad.
- Claro que sí. Me conoces.
- Y tu a mi.
Fônsö miró a su alrededor entre la tormenta. Los rayos se sucedían con rapidez y los truenos casi silenciaban sus voces, aunque no se había dado cuenta hasta entonces. De pronto, como si llevara esperándolo desde que descubriera la verdad, vio aparecer en la linde del bosque el espejo en el que se había mirado hacía ya algunos años y había visto su alma. Lady Whers hizo un gesto y ambos se encaminaron hacia el. Cuando lo alcanzaron, el guerrero pudo ver aquel místico y antiguo mundo que tanto anhelo tenía por conocer. Cogiendo aire, se quitó el amuleto en forma de cáliz, se lo colgó a la joven del cuello y atravesó el cristal mientras su alma quedaba atrás...
Un meteorito cruzó el firmamento cuajado de estrellas. Su brillante luz relució en la oscuridad y sus restos dejaron una impresionante lluvia de meteoros que pasó desapercibida para todos, excepto para una joven que contemplaba la escena pensativa. Era la señal que había estado esperando. Con fuerza, asió las riendas de su caballo, partió a galope alejándose del acantilado en el que había estado observando la escena y se dirigió a la espesura del bosque.
Fin.
Dedicado a Alfonso, ¡feliz cumpleaños majo!