La Suma Sacerdotisa puso los ojos en azul, comenzó a pronunciar unas extrañas letanías en una lengua desconocida y todo se volvió borroso. El paisaje se desdibujaba como si sus tonalidades y sus figuras estuviesen licuándose, y se desvanecía en una especie de bruma que era incapaz de describir. Aún oía los gritos de los Gür, que parecían volverse más violentos por momentos... ¿También viajaban con ellos?
Todo cesó en un instante. Lemuel comprendió que estaban en una realidad diferente, quizá paralela, porque todo parecía igual pero muy distinto. Quizá se encontraban en un recuerdo, en un sueño, en una historia perdida en un rincón de la imaginación de alguien que aún no la había escrito...
- Sanos y salvos -suspiró Bêah.
El joven no entendía nada. Los Gür estaban arrodillados ante ella y no osaban mirarla a los ojos. Parecían... sus esclavos.
- ¿Qué..?
Bêah sonrió y se sonrojó un poco.
- Es un hechizo bastante divertido, la verdad... Les hago perder su voluntad, pero después de esto no recordarán todo lo ocurrido.
- ¿Y no se enfadarán? ¿No tomarán represalias? -se preocupó Lemuel.
- Tal vez... si no fuera por el hecho de que puedo manipular también sus emociones. De eso no se acordarán.
- Entonces lo acontecido... les dejará cariacontecidos... -rimó su compañero, alegre.
- Si... aunque si te fijas, lo que hemos dicho carece de sentido.
Lemuel miró hacia arriba, leyó las frases anteriores y se puso a meditar. Después se dio cuenta de que era muy extraño que estuviera leyendo frases en el cielo, escritas entre las nubes. ¡Anda, si lo que pensaba también salía escrito! Tendría que tener cuidado, se moriría de vergüenza si aquella joven descubría lo preciosa que le parecía... El joven enrojeció hasta la raíz del cabello al ver todo eso inscrito en el cielo. Bêah sonrió comprensiva.
- Es un mundo complejo... una realidad muy peculiar, con personalidad propia. Las voluntades solo pueden manipularse en un espacio en el que los sentimientos fluyan sin dominio. Fíjate, mis palabras vuelan a mi alrededor creando una espiral... -dijo la joven mientras las palabras se separaban en letras y se entremezclaban formando palabras en otras lenguas.
- ¿Cómo abandonamos este lugar? ¿Cuándo lo haremos? -preguntó Lemuel, que no sabía cuánto más podría meter la pata.
- La tribu Gür es peligrosa, someter su voluntad es una ardua tarea. No todos los elegidos son capaces de cometer un acto semejante y salir con vida...
Le costaba mucho entender las palabras de la sacerdotisa y el paisaje le distraía continuamente. Los árboles tenían ramas de lagos, y al instante se habían convertido en marmitas de oro que derramaban monedas y piedras preciosas junto a virtudes que entregaban a los seres humanos hasta el fin de los tiempos. Todas aquellas maravillas eran tan incomprensibles que el propio flujo de sus pensamientos parecía carecer de orden y moral...
- Enseguida regresaremos. Solo déjame anularles...
La joven murmuró conjuros que no lograba entender, por lo que se dedicó a mirar el extraño paisaje. ¿Dónde estarían? Quizá ni siquiera existía, tal vez se encontraban en un recuerdo, en un sueño, en una historia perdida en un rincón de la imaginación de alguien que aún no la había escrito... ¿No había pensado eso ya antes? Aquel lugar, fuese lo que fuese, era terriblemente confuso...
- Ya.
Sin darle tiempo a pensar, el paisaje volvió a desdibujarse y pronto se encontraron en la explanada nevada donde habían sido emboscados por los Gür.
- ¿Y ahora? -preguntó Lemuel, viendo que aquellos hombres seguían de rodillas sin alzar el rostro.
- Ahora, simplemente, nos alejamos. En silencio.
Lemuel siguió a la Matriarca, que parecía muy segura de sí misma. De vez en cuando se daba la vuelta para ver si los otros se movían, pero parecían ajenos a todo lo que les rodeaba.
- Permanecerán inmóviles durante unas horas, perdidos en sus ensoñaciones. Tal vez...
La Sacerdotisa se giró y regresó con ellos, aún no se habían distanciado demasiado. Miró en derredor, se acercó a uno de los árboles y arrancó algunas ramas. Después se dirigió a Lemuel.
- Busca unas piedras, encenderemos un fuego, no es cuestión de dejar que se hielen... Si, se que ellos lo harían... pero nosotros no somos así -respondió a la mirada que le dirigió su compañero.
Un rato más tarde, caminaban en silencio cada uno ensimismado en sus propias cavilaciones. Los copos de nieve habían comenzando a caer con suavidad y ambos se habían arrebujado en sus mantos. Hacía mucho frío, estaban deseando llegar a algún sitio donde pudieran cobijarse.
- ¿Qué era aquel lugar al que nos llevasteis, mi señora? -preguntó con cautela Lemuel, aunque algo le decía que no obtendría respuesta.
- Las regiones de la mente son intrincadas. Cada una es única, preciosa, pero todas están unidas en el inconsciente colectivo. Todos interconectados, pero incapaces de acceder a esas áreas. La mente humana es fascinante... -dijo ella vagamente.
Lemuel no preguntó nada más.
Había perdido conciencia de cuánto tiempo llevaban en ruta, tratando de recordar todo lo que había visto en aquel singular lugar. Los poderes de la Matriarca debían ser mucho más extraordinarios de lo que parecía a simple vista...
- Hemos llegado -anunció ella. Estamos en Dÿr.
- ¿Cómo abandonamos este lugar? ¿Cuándo lo haremos? -preguntó Lemuel, que no sabía cuánto más podría meter la pata.
- La tribu Gür es peligrosa, someter su voluntad es una ardua tarea. No todos los elegidos son capaces de cometer un acto semejante y salir con vida...
Le costaba mucho entender las palabras de la sacerdotisa y el paisaje le distraía continuamente. Los árboles tenían ramas de lagos, y al instante se habían convertido en marmitas de oro que derramaban monedas y piedras preciosas junto a virtudes que entregaban a los seres humanos hasta el fin de los tiempos. Todas aquellas maravillas eran tan incomprensibles que el propio flujo de sus pensamientos parecía carecer de orden y moral...
- Enseguida regresaremos. Solo déjame anularles...
La joven murmuró conjuros que no lograba entender, por lo que se dedicó a mirar el extraño paisaje. ¿Dónde estarían? Quizá ni siquiera existía, tal vez se encontraban en un recuerdo, en un sueño, en una historia perdida en un rincón de la imaginación de alguien que aún no la había escrito... ¿No había pensado eso ya antes? Aquel lugar, fuese lo que fuese, era terriblemente confuso...
- Ya.
Sin darle tiempo a pensar, el paisaje volvió a desdibujarse y pronto se encontraron en la explanada nevada donde habían sido emboscados por los Gür.
- ¿Y ahora? -preguntó Lemuel, viendo que aquellos hombres seguían de rodillas sin alzar el rostro.
- Ahora, simplemente, nos alejamos. En silencio.
Lemuel siguió a la Matriarca, que parecía muy segura de sí misma. De vez en cuando se daba la vuelta para ver si los otros se movían, pero parecían ajenos a todo lo que les rodeaba.
- Permanecerán inmóviles durante unas horas, perdidos en sus ensoñaciones. Tal vez...
La Sacerdotisa se giró y regresó con ellos, aún no se habían distanciado demasiado. Miró en derredor, se acercó a uno de los árboles y arrancó algunas ramas. Después se dirigió a Lemuel.
- Busca unas piedras, encenderemos un fuego, no es cuestión de dejar que se hielen... Si, se que ellos lo harían... pero nosotros no somos así -respondió a la mirada que le dirigió su compañero.
Un rato más tarde, caminaban en silencio cada uno ensimismado en sus propias cavilaciones. Los copos de nieve habían comenzando a caer con suavidad y ambos se habían arrebujado en sus mantos. Hacía mucho frío, estaban deseando llegar a algún sitio donde pudieran cobijarse.
- ¿Qué era aquel lugar al que nos llevasteis, mi señora? -preguntó con cautela Lemuel, aunque algo le decía que no obtendría respuesta.
- Las regiones de la mente son intrincadas. Cada una es única, preciosa, pero todas están unidas en el inconsciente colectivo. Todos interconectados, pero incapaces de acceder a esas áreas. La mente humana es fascinante... -dijo ella vagamente.
Lemuel no preguntó nada más.
Había perdido conciencia de cuánto tiempo llevaban en ruta, tratando de recordar todo lo que había visto en aquel singular lugar. Los poderes de la Matriarca debían ser mucho más extraordinarios de lo que parecía a simple vista...
- Hemos llegado -anunció ella. Estamos en Dÿr.
Dedicado a Beatriz, ¡feliz cumpleaños Suma Sacerdotisa!
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