01 enero 2016

In the middle of the night

Portaba el nombre de una diosa de la mitología inuit. "En una isla lejana, una hermosa joven vivía en soledad con su padre viudo. Cuando llegó su edad casadera, muchos quisieron desposarla, pero ella no deseaba a ninguno. Sin embargo, un día vio aparecer en el horizonte un navío, cuyo capitán, un apuesto extranjero, la sedujo. Más tarde, la joven entendió que el capitán era en realidad un chamán, y se arrepintió de permanecer a su lado, pues estaba siendo dañada. Su padre escuchó sus lamentos más allá del mar, por lo que embarcó en su kayac y recuperó a su hija, haciéndose con ella a la mar. Viendo a Sedna huir, el chamán, dotado de poderes sobrenaturales, desencadenó en el océano una terrible tempestad. El padre de la joven, atemorizado, creyendo que la voluntad del mar reclamaba a su hija, la arrojó a las aguas. Ella logró aferrarse a la embarcación, pero la ponía en peligro, por lo que su padre le cortó los dedos con un hacha, y éstos se convirtieron en peces y focas pequeñas, así como los pulgares y las manos, que se convirtieron en focas de las profundidades, morsas, ballenas y todos los animales marinos. Así el océano calmó la furia desatada por el chamán y Sedna se hundió en el fondo, donde todavía reside como la diosa del mar en la región de Adliden, donde llegan las almas de los muertos para ser enjuiciados".

Lady Blue dejó el pergamino y se contempló las manos, moviendo los dedos y las muñecas con suavidad.  Aún le dolían. No por la leyenda, aunque quizá estuvieran interconectadas, sino por su propia historia.
Hacía ya algunos años, había comenzado a interesarse por la magia, pues se había percatado de que tenía unos dones que no parecía compartir con nadie más. En su época, la ignorancia y el temor imperaban, por lo que una joven con poderes sería acusada de brujería y quemada en la hoguera. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Había estado tan cerca...

En aquel año, las doncellas casaderas debían escoger un marido; un hombre noble, un guerrero, un aristócrata... Mientras las demás escogían al pretendiente perfecto, Sêdnä corría por los bosques, libre, atraída por la naturaleza que rodeaba el castillo de sus padres. Se había dado cuenta a una temprana edad de que no era como el resto de niñas que jugaban en la corte. No quería ser una princesa de cuento, no aspiraba a estar a la sombra de su esposo para reinar sobre sus dominios y no quería tener que ocultar su verdadera esencia. Sus poderes. 
Sabía que no podía revelarlos porque había visto a muchas mujeres caer en el fuego, pero quería saber más sobre ellos. Trató de unirse a ellas, a las que parecían diferentes, siempre en secreto y a la sombra de la oscuridad, pero pronto se desilusionó. Aquellas mujeres no tenían verdaderos dones, solo una gran imaginación y miedo. Miedo de ser esclavas, de vivir con esposos que las maltrataban, de perderse a sí mismas en lo que los demás esperaban de ellas. Sumisas y silenciosas. No como ella. Sêdnä nunca había temido ser ella misma. Tanto, que había acabado en la hoguera...

La noche era más oscura de lo habitual, pues las nubes ocultaban la luna. Sêdnä y su familia habían abandonado su castillo para ir al pueblo a una de sus celebraciones nocturnas en conmemoración de las fiestas navideñas. La nieve cubría el terreno, pero eso no impedía que los lugareños festejasen alegres por doquier. Sêdnä reía y probaba todas las delicias que le ofrecían. Le gustaba aquel ambiente, se sentía más unida al pueblo en aquellas ocasiones donde nadie esperaba nada que no fuese felicidad y bailes a la luz de las antorchas. Entonces ocurrió. Las nubes se despejaron y un grito hizo que todos elevasen la vista al cielo. La luna se teñía poco a poco de color rojo sangre, dándole un aspecto tétrico y fantasmal. Un mal presagio. La luz que proyectaba hacía que la nieve pareciese sangre a su vez, y la gente comenzó a gritar despavorida. Sêdnä solo se rió. ¡No era más que un eclipse! 

- ¡Esa joven se está riendo! -vociferó uno de los ancianos del pueblo.
- Solo es un eclipse... -respondió la joven, tranquila.

Un silencio sepulcral se hizo en la aldea. Sêdnä miró a su alrededor. Todos la contemplaban. 

- ¿Qué ocurre? La luna pasa dentro de la umbra de la tierra y la sombra de los amaneceres y atardeceres de nuestro planeta la oscurece dándole ese tono rojizo... Es un fenómeno descrito por los astrónomos antiguos...

No tenía que haber pronunciado ninguna palabra. Aquella época no permitía que una mujer fuese instruida, ni que supiera leer, menos que tuviera inquietudes sobre los conocimientos de aquello que nos rodea. Todo el pueblo se les había echado encima. Habían tomado antorchas y habían ido a destruir su castillo. Sêdnä no pensaba permitirlo, por lo que reveló sus poderes. Les hizo daño para proteger a su familia, pero fue en vano. Sus padres renegaron de ella temiendo que fuese peligrosa, una demente a la que no serían capaces de controlar. Se volvieron en su contra y huyeron cobardemente. La abandonaron. Los aldeanos la hicieron prisionera y la llevaron a la hoguera esa misma noche. Pero las auténticas brujas no mueren quemadas vivas. Sêdnä descubrió a la luz de la luna de sangre algunos de sus dones, como la piroquinesis. Creó una furiosa tormenta eléctrica que aterrorizó a las gentes del pueblo y destruyó parte de la aldea. Dejó que el fuego aniquilase todo, excepto a ella misma. Los campesinos huyeron despavoridos y terribles leyendas se extendieron por la zona, convertida desde aquella noche en una villa espectral. Sêdnä regresó al castillo de su linaje y renegó de su antiguo nombre para referirse a sí misma con el nombre de su alma. Lady Blue Kanoo.

La joven se levantó del trono y acarició su seda roja y desgastada. Por avatares del destino ahora era libre; libre de saciar su sed de conocimiento, su sed de venganza, y ser quien siempre había sido. No le importaba que la temieran, ni que otros la veneraran, aunque su existencia se hubiera convertido en una leyenda. 
Sonreía cada vez que algún forastero se acercaba a su castillo en ruinas en busca de espíritus para conocer su historia. Se ocultaba entre las sombras y les daba pequeñas muestras de su poder para que después tuvieran algo interesante que contar a su regreso. Que todos regresaran con vida demostraba que no era tan maligna como se le atribuía, solo un ánima solitaria en un castillo abandonado. Pero nunca permitía que nadie se llevara ninguna de sus posesiones, ni siquiera un trozo de cristal roto o un fragmento de vajilla de porcelana olvidado. Todos sabían que si intentaban llevarse alguna reliquia sufrirían las consecuencias de su ira...

Y así vivía ella, en su castillo lleno de ánimas. Las había invocado porque sentía la soledad apoderándose de su ser. Había rasgado el velo porque solo los muertos podían entender su dolor. Quería conocer todas las historias, todos los enigmas del universo, todo lo que se le había negado en su otra vida, cuando era una muchacha inocente con unos dones poco comunes. Pero los difuntos cobraban poder en su mundo, porque el más allá y el mundo mortal estaban más cerca que nunca al haber rasgado el velo. Y aunque no quería admitirlo... no sabía sellarlo. 

Lady Blue tomó de nuevo el pergamino. Había desafiado al oráculo, lo sabía. Había quebrado el equilibrio entre los mundos y roto las leyes del más allá. No quería que los muertos vagasen por su mundo, perdidos sin descanso eterno, pero su voluntad también se había quebrado. No era más que una joven vulnerable en busca de sabiduría. O eso se repetía constantemente para justificar sus actos.

La niebla nacarada era cada vez más densa y un aire frío se apoderaba de los muros de su castillo. Las figuras de los espíritus eran cada vez más corpóreas, y sus siluetas se dibujaban a la luz de la luna brillando de forma bella y siniestra. Lady Blue tomó una tiza y dibujó un círculo en el suelo. El ritual estaba a punto de comenzar...



Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños Lady Blue!

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