La vida resultaba más sencilla con un mago custodiando todos sus movimientos. En los tres días que llevaban caminados les había enseñado cosas sobre los humanos que desconocían, les había abierto el paladar a nuevos sabores -al fin y al cabo ellos no sabían cocinar- y al final parecía muy simpático y buena persona. Le habían juzgado mal. Eso sí, Crälos aún no entendía qué pintaba Ëlybe en todo esto.
- ¡Por fin!
La huerta donde habían nacido y les había visto crecer se extendía ante sus ojos. Los ojos de Rasky se humedecieron y al punto se asustó, hasta que el mago le explicó que lloraba de emoción.
- ¿Así que los humanos no solo pierden agua por los ojos cuando están tristes? Qué raros... -comentó la berenjena.
- Las lágrimas humectan los ojos e impiden que se resequen y los humanos puedan seguir pestañeando... -añadió Rasky, enjugándoselas.
- ¿Eso te lo ha contado tu amiguito "Niuton"?
- ¡Newton, so inculto!
- ¿Siempre estáis así? -suspiró Ëlybe, que no sabía ni cómo sentirse con el hecho de que su crush fuese un vegetal. Todavía no lo había asumido.
- Bueno, como sea, ¡Mira, lechuguita!
La lechuga a la que le había partido una hoja estaba ya muy grande y se sacudió de alegría al verlos.
- ¡Cuánto tiempo! ¡Qué guapos estáis!
Crälos se lució como un divo ante las hortalizas, que rieron ante su gracia.
- Ya sabemos caminar muy bien y muchísimas cosas sobre los humanos que ya os contaremos... ¡Son la monda!
- ¿La monda? -preguntó una de las naranjas desde su árbol mirándose y mirando a sus compañeras.
- Son expresiones humanas nuevas que hemos aprendido, ¡Os vais a partir! ¡Uy, perdona!
La lechuga se sacudió, molesta.
- No tienes nada de tacto...
- ¡Hombre que no! ¡Pero si toco un montón de cosas!
- No me refería... Déjalo -suspiró la zanahoria.
- No, ahora me lo explicas...
- ¡Basta! Centraos en vuestro cometido... -rió el mago ocultado su preocupación.
- ¿Qué cometido? Estamos de vuelta en casa, esperamos a que salga la luna la semana que viene y volvemos a la normalidad...
- En cuanto a la luna...
- ¿Qué hacéis en mi huerta?
Un señor mayor de aspecto agradable y expresión seria se acercaba a ellos.
- ¡Padre!
El mago, Ëlybe y Rasky miraron atónitos a Crälos, cuyos ojos se habían humedecido esta vez.
- ¿Quién sois, jovencito?
- Yo... este... ¡Un admirador de su huerto!
Rasky se dio un golpe en la frente con la mano. ¿Cómo podía ser tan tonto? Ella también echaba de menos al viejo bondadoso que les cuidaba y a su mujer, pero era más discreta en sus sentimientos porque no podían enterarse de quiénes eran en realidad...
- ¿Un admirador? ¿Quieres trabajar la tierra? Pareces un muchacho fuerte.
- ¡Uy, si! Y se muchísimo sobre estos vegetales...
El mago carraspeó y el anciano les miró.
- ¿Y ustedes quiénes son?
- Somos... viajeros en busca de un nuevo destino, mi hijo es un apasionado de la agricultura y no ha podido dejar de apreciar su bonito huerto...
La voz del hechicero temblaba, parecía no estar acostumbrado a tener que improvisar mentiras.
- ¡Si! Mi hermano es... Vamos, le encanta el campo y la tierra... -añadió Rasky.
- ¿Tu hermano?
- Si -confirmó la zanahoria dándole un codazo.
- Entonces seré el mayor, porque soy mucho más sabio... -razonó.
- ¿Qué vas a ser tú más sabio que no sabes quién es Newton?
- Eh... Ya sabe, peleas de hermanos... -les disculpó el mago.
- ¿Y esta bella señorita?
- Es nuestra tía -dijo Crälos.
El anciano la miró de arriba a abajo, sorprendido.
- ¡Prima! Nuestra prima... ¿Ves como no tienes ni idea? -siseó Rasky a Crälos, que le sacó la lengua.
- Entiendo... Bueno, pues si quieres trabajar mis tierras estaré encantado de enseñarte.
- Debemos proseguir nuestro camino...
- Nosotros no, que ya estamos en casa.
Rasky le fulminó con la mirada. ¿En serio era tan estúpido?
- ¡Siiiii! ¡Son de este pueblo! Mis tíos les acogieron, quiero decir, sus tíos, mis padres... Es que su padre -señaló al mago- viaja mucho...
- Ya he visto que es un hechicero, sí.
El anciando parecía divertido. Era un señor inteligente y observador y sabía que algo raro ocurría, pero que no eran mala gente ni peligrosos.
- No tienen que contarme nada que no deseen. Si quieren cenar esta noche con nosotros son bienvenidos.
- ¡Sí, con madre! ¡Ojalá madre pudiera venir! -se corrigió rápidamente Crälos, que con la ilusión no sabía ni qué decía.
- Pero... ¿Nos dará comida de su huerto?
Rasky y Crälos se miraron alarmados.
- Yo nunca haría eso... Os ofreceré carne y pan que amasa mi esposa y está delicioso, sopa y un poco de yogur casero. Espero que os guste y lo disfrutéis.
La berenjena sonrió complacido y Rasky miró a su padre. ¿Sospechaba algo..?
- Está bien, es muy amable. Si no le importa vamos a pasear un rato por su huerta, tiene unos frutales encantadores... -dijo el mago.
- Claro que sí, mis hijos son bienvenidos en cualquier momento -respondió el anciano dándose la vuelta y regresando a su hogar.
- ¿Tú crees que sabe que..? -preguntó Rasky a la berenjena mientras el agricultor se alejaba.
- Naaaa, es una forma de hablar... -le quitó importancia éste.
Rasky no estaba tan segura...
Pasear por la huerta era como realmente volver a casa, aunque echaban de menos estar plantados.
- Aún no hemos visto al hada... -comentó Rasky- ¿Tú crees que sigue por aquí?
- Podemos preguntar a las patatas...
- Muchachos... Creo que nuestro camino se separa aquí.
Los vegetales miraron al hechicero, sorprendidos.
- Ya os hemos custodiado. Cenaremos con vosotros esta noche y partiremos de regreso a Hü...
- Pero... -protestó Ëlybe. Si le quedaba una semana de berenjena humana ¡quería aprovecharla!
El mago le dirigió una mirada significativa que pasó desapercibida para los otros y puso un dedo en sus labios pidiendo silencio.
- ¿Qué es lo que ocurre? -cuestionó Ëlybe en un momento en que Rasky y Crälos se distrajeron saludando a unas berzas.
- Tendrán serios problemas con la luna... Y si quieren regresar a su hogar necesitarán toda la magia que puedan reunir...
Dedicado a Carlos, ¡feliz cumpleaños berenjena!
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