Cuanto más avanzaba por las callejuelas de Ylôwan más se ofendía. Lo suyo era que fuese un lugar terrible, feo y destartalado, repleto de oscuridad como se hallaba su corazón... ¡Y que lloviese! Pero no, lucía el sol del atardecer, que se reflejaba en las bellas y labradas travesías repletas de flores de alegres colores y todo el mundo parecía feliz, alegre y despreocupado. ¡Malditos Yôwaneses! Zed relinchó como si se riera. Dioses, que caballo más raruno.
- ¿Y ahora dónde me alojo? ¿En la mejor posada del pueblo, con joviales señoritas y buena cerveza? -se preguntó. Su mente clamaba por un antro de perdición cochambroso y sucio donde despertase sin sus pertenencias, pero no parecía que lo fuera a encontrar. ¿Por qué todo tenía que salirle mal?
- ¡Eh, joven caballero!
Otro alegre lugareño le saludaba efusivamente y le hacía señas para que bajase de su montura. Orav le hizo caso tratando de sonreír y conformando una mueca extraña en su rostro.
- ¿Si?
- ¿Buscáis alojamiento? ¡No parecéis de por aquí!
- Pues... sí, de hecho sí. Busco el castillo de Ylôwan.
El rostro del anciano enmudeció por un momento, pero volvió a sonreír.
- Quizá seáis la salvación que hemos estado esperando...
- ¿Disculpe?
- ¡Nada! No hagas caso a este pobre anciano -sonrió. Mi esposa y yo somos sirvientes en el castillo y vivimos cerca de sus dependencias. ¡Quedáos con nosotros!
Oh, estupendo. Quedarse con una amable parejita de abuelos... ¡Justo su plan perfecto! -pensó lleno de amargura.
El castillo de Ylôwan, cómo no, era impresionante. Y ellos vivían prácticamente a sus pies en una casita encantadora a las afueras de la aldea. Le molestaba sobremanera que no fueran un par de vejestorios viviendo en una casa tan decrépita como ellos... Ser encantador le estaba costando un mundo. Y Zed no paraba de mirarle, juzgándole, como si su mirada le dijera "oh, vamos, disfruta de tu buena suerte". La buena suerte apestaba.
- ¡Así que te llamas Orav! ¡Qué nombre tan bonito! -dijo la anciana ofreciéndole un caldo que olía estupendamente. En fin, se rendía.
- ¡Gracias! Mi madre, que le gustan los nombres originales...
- ¡Oh, tu caballo es muy especial! Le fascinan las zanahorias...
- Dele un terrón de azúcar, se volverá loco...
Una brisa congelada le pasó por las espalda y Orav miró tras de sí rápidamente, suspicaz. Los ancianos se miraron por un fragmento de segundo y se sentaron a la mesa, con Zed asomado a la ventana de la cocina, observándoles curioso.
- ¿Y a qué venís al castillo? ¿Es por las nupcias de la nueva señora?
El joven se atragantó con el caldo y el señor corrió a darle unos golpecitos en la espalda.
- ¿Estás bien, muchacho?
- ¡Si! -contestó Orav con voz ahogada. No, vengo... Me dijeron que esto era precioso y...
- Vos sois un mago, ¿verdad?
¡Hala! Su misión encubierta al carajo. Ah, no, que aún podía mentir...
- No... -respondió, esta vez más seguro de sí mismo, porque siendo sinceros sus poderes aún no se habían manifestado... Zed relinchó en advertencia.
- Oscuros... acontecimientos han estado ocurriendo...
- ¿Podrían cerrar la ventana? La corriente es inmensa...
La anciana dio un respingo y miró temerosa a su marido.
- Me temo... que no es una simple corriente...
Y entonces, Orav se desmayó.
El amanecer sobre la nieve era particularmente espectacular porque aquellas gentes eran realmente aficionadas a las flores y la naturaleza y cubrían el denso manto blanco con cuantas plantas consentían crecer en aquel paraje helado. Orav se desperezó y un escalofrío le recorrió la espalda. Después gritó espantando al ver una extraña sombra en una de las esquinas de su aposento.
- ¿Qué demonios..?
- ¡Dioses! ¡No invoques al diablo, chico!
Orav miró al anciano, que le observaba desde la puerta con un pijama amplio y unas pantuflas desgastadas. No sabía por qué, pero apenas era capaz de contener la risa ante tal escena. ¿Tal vez por el gorro con borla que portaba para tapar su calva?
- ¿Qué ha ocurrido? -inquirió restregándose los ojos y empezando a ver lucecitas.
- Oh... El... cansancio, supongo... Has viajado mucho, ¿no..?
- Miente.
El anciano le miró como si hubiese soltado una terrible blasfemia y acarició inconscientemente la borla de su gorro.
- Yo... ¿No querías ir al castillo, muchacho? La señora es bellísima y os alegrará el día...
La mirada furibunda de Orav debió decirlo todo, porque con una tímida sonrisa el hombre dejó unas tostadas con mermelada y té a la puerta de su aposento y se retiró.
Pues resultaba que parte de su mal humor matutino era por hambre. En cuanto devoró las deliciosas tostadas que le ofrecieron su estado de ánimo cambió de funesto a infausto. Bueno, quizá la visión de la fortaleza no cambiaba especialmente sus sentimientos... Ylôwan apestaba.
Bajó las escaleras de la casita poniendo caras raras -pretendían ser sonrisas amables para compensar su mirada de antes- y cuando llegó a la cocina quedó petrificado. Zed estaba comiendo terrones de azúcar que le ofrecía la señora apestosa del bosque que recogía bayas.
- Disculpe...
La brisa helada le envolvió y cuando la señora le devolvió la mirada soltó un chillido de espanto poco propio de un aguerrido caballero. Además de su aspecto horripilante, la anciana tenía unos ojos ciegos y blanquecinos que le provocaron escalofríos y un pánico atenazante. Y Zed tan panchu comiendo de su mano... ¡Ese caballo era un freaky! La señora, como típica señora-fantasma, abrió la boca a más no poder y soltó un grito digno de una Banshee para después desaparecer. El corazón de Orav latía desbocado mientras Zed le miraba sin entender.
- ¡Dioses! ¿Pero cómo podías estar tan tranquilo?
Los grandes ojos del corcel parecieron responder "la belleza está en los ojos del que mira". ¿¿Uhm??
- ¿¡Qué pasa!?
El anciano de la casita entró en la cocina con varias hortalizas escurriéndose de sus brazos y le miró con rostro asustado.
- Yo... Pues que he visto... Una señora...
- ¡No! ¡No la menciones, chico!
- ¿Por..?
La mirada del viejo le hizo enmudecer.
- Sucesos muy extraños están aconteciendo...
- ... en un remoto lugar de nuestro señorío... -completó inconscientemente Orav con voz tétrica.
- ¿Qué?
- ¡Oh, perdone! Un déjà vu...-respondió recordando las palabras de Thÿowin.
- Hay magia oscura rondando, muchacho. No debe mencionarse para que no sea atraída... Por eso nos alegramos pensando que quizás eras un mago de tierras lejanas dispuesto a luchar...
- Bueno, aún tengo mi espada...
- ¡La magia negra no se combate con fuerza bruta jovencito! Pero no hablemos más de ello...
- Pero mi caballo...
El anciano miró a Zed, que puso ojos tiernos e inocentes.
- Tu corcel... Es peculiar. Muy, muy peculiar. Un animal muy inteligente... ¿Quizá demasiado? -preguntó dándole una palmadita jovial en la mandíbula y una zanahoria, a lo que el caballo relinchó alegre.
- No sé... Es un buen compañero.
El caballo pareció conmovido mientras masticaba y Orav se sonrojó contra su voluntad.
- Quiero visitar el castillo -dijo para cambiar de tema.
- ¡Me parece estupendo! Vamos, muchacho, te va a encantar.
Orav suspiró y su humor volvió a ensombrecerse.
¡Sí! El castillo, como todo en Ylôwan, era magnífico. Maldita sea, si no estuviera en un momento tan aciago estaría disfrutando de todo aquello como nunca. Estaba orgulloso de su pueblo natal, pero aquel lugar era realmente genial. Digno de un lobo exiliado, del gran mago de la aldea... Sintió una punzada de nostalgia.
Cuanto más caminaban por las dependencias más se daba cuenta de lo que rico que era el hombre con el que habían comprometido a su amiga y por una vez suspiró con fastidio. Todo eso a ella no le importaba... Salones fastuosos, cubertería de oro y plata, un jardín interior con flores exóticas... Nada de eso le daría la felicidad.
- Y ahora, prepárate. Ahí está la gran dama, en el salón. Inclínate ante su gracia y belleza...
Orav iba tan distraído que no se había dado cuenta de cuánto habían avanzado y no estaba preparado para aquello. Su amiga estaba impresionante, parecía una auténtica reina. En lugar de caer de rodillas sentía que su espíritu se elevaba y no podía dejar de mirarla. Ni de anhelarla. Maldita sea, ¡Estaba enamorado!
- ¿Orav..?
Dedicado a Álvaro, ¡feliz cumpleaños Varo!