05 diciembre 2020

Αἰθήρ *Ἠλύσια πεδία*

Aire puro. No sabía cómo describirlo ni encontraría palabras en mil vidas para lograrlo. Conocer a Éter había sido la experiencia más edificante de su existencia. Una aliteración de sensaciones que se apoderaron de su mente, una alegoría que le haría escribir o pintar su obra maestra si fuera artista. Y ahora que había abandonado el Éter, se sentía vacío.

- ¡Sobrino!

Ni siquiera se había dado cuenta de dónde se encontraba. ¿El Érebo?

- ¿Cómo he llegado aquí?
- ¡Tus deseos, pequeño Oniro! ¿Cuál es nuestro siguiente paso, Las Moiras? ¿La Isla de los Bienaventurados de mi señora?

¿Cómo sabía eso? Tánatos rió de forma siniestra y Ëdpôr sintió los conocidos escalofríos que su tío le provocaba. 

- Las Moiras tejen el destino y ya sabes que yo cumplo su voluntad...
- Si Las Fatae saben lo que Éter me ha revelado... ¿Por qué nuestro viaje?
- Es viaje de sabiduría, Oniro.

Ëdpôr se quedó pensativo. Si realmente la revelación de Éter era su destino... Ellas lo sabrían. ¿Pero cómo podían saberlo y dejar que ocurriese? ¿No iba totalmente en contra de su naturaleza?

¿Estaba desintegrando los cimientos de la propia realidad?

- Los Campos Elíseos.
- Sea pues tu voluntad.


Los Campos Elíseos, las llanuras del lugar alcanzado por el rayo, eran un lugar realmente paradisíaco. Un enclave sagrado lleno de sombras, almas inmortales, de hombres y mujeres virtuosos y heroicos guerreros que al fin pasaban una eternidad dichosa y feliz. En sus verdes campos llenos de flores siempre hacía sol y llegar allí atravesando el inframundo más allá del río Lete era un recuerdo digno de atesorar en la memoria. Los dioses reposaban en aquellas praderas libres de pecado, maldad y deseos terrenales, pero su aterrador tío Tánatos no podía entrar en sus dominios por ser personificación de la muerte. Desde el palacio de Cronos hasta las aguas del río Aqueronte, no había nada que no fuera absolutamente hermoso y perfecto. 

- ¡Oh, un Oniro!

Ëdpôr reconoció a Radamantis, juez de las sombras, y le saludó efusivamente.

- ¿Qué hace una encarnación de los mismísimos sueños en mis terrenos? ¿Os habéis perdido por el inframundo?
- No... Vengo a cumplir mi destino.
- ¡Oh! Habéis escogido el lugar más hermoso para hacerlo. ¿No os habéis encontrado con Tisífone en el camino?

El Oniro negó con la cabeza. No hubiera sido agradable cruzarse con ninguna de las Erinias de plateados cabellos de serpiente y vestimenta humedecida en sangre.

- No temáis a las Euménides -dijo Radamantis adivinando sus pensamientos- ¿Y cuál es ese destino que venís a cumplir a estos agradables lares?
- Nunca he temido a las diosas ctónicas -respondió Ëdpôr sin contestar a la pregunta. Radamantis sonrió y se hizo a un lado.
- Podéis pasear tranquilo, Oniro. Vuestros secretos pertenecen a los sueños.


Podía haberse perdido en aquella belleza durante toda la eternidad. Nunca había visitado las llanuras al no ser considerado una deidad y lo lamentaba profundamente. Guardaría por siempre en sus recuerdos aquel sitio y lo representaría en los sueños lúcidos que enviaba a los mortales para darles la promesa de una vida eterna llena de música y felicidad. No en vano los iniciados en los cultos del misterio de Deméter, Perséfone o Hékate sabían que si llevaban vidas virtuosas serían elevados a la condición de dioses tras su muerte y se convertirían en inmortales... Y al fin, entre sus cavilaciones, llegó al palacio de Cronos. 

El dios de los calendarios, las estaciones y las cosechas tenía una morada digna de un rey en su edad dorada. Y como narraban los mitos, en su reino no existía la inmoralidad. Realmente era el merecedor soberano de aquel edén. 
El Oniro penetró en su mansión y confió en que el dios apareciera pronto y no le turbase que su presencia no hubiera sido anunciada.

- ¿A qué debo el honor de la visita de un Oniro?

Êdpôr contempló al dios con guadaña y respiró hondo.

Nunca se había detenido a pensar en los dioses. En sus existencias, en sus historias, en el por qué de sus actos. Y aquel soleado día sempiterno, sintió simpatía por Cronos mientras emprendía rumbo a los Prados Asfódelos.


Dedicado a Pedro, ¡feliz cumpleaños majo!

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