27 diciembre 2020

Quetzalcōhuātl

Se quedaron boquiabiertos. A Pichu le estaba dando síndrome de Stendhal total y no sabía hacia cuál de todas las maravillas que abarcaban sus ojos mirar.

- ¡Oh, reacción romántica ante la acumulación de belleza! ¡Oh, exhuberancia del goce artístico! -estropeó el momento el arqueólogo listillo.
- ¡No tienes corazón! -exclamó Pichu, extasiado ante la hermosísima pirámide que se erigía ante ellos.
- ¡Escuchad!

Todos guardaron silencio ante las palabras de Mama Quilla y comenzaron a oir una suave melodía que parecía nacer de la mismísima pirámide. Pichu no cabía en sí de emoción y ni siquiera se dio cuenta de que la imagen de Viracocha, el esplendor originario, Señor Maestro del Mundo, brillaba en su trono con la piedra preciosa de su torso refulgiendo. 

- ¡Vamos a investigar el sepulcro! -propuso Pichu admirando el atardecer y lo bucólico de aquella escena que parecía pertenecer a un sueño.
- ¡No!

Pacha Mama parecía de nuevo muy incómoda. La pirámide le provocaba un sentimiento que no sabía cómo describir. Su brillo mágico le recordaba a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, dios de la luz y de la vida. Buscó en los cielos del crepúsculo a Xólotl, la estrella vespertina, pero no logró encontrarla. El gemelo precioso...

- ¡Oh!

Pichu de pronto entendió lo que ocurría con su arqueóloga favorita (y traidora, que no olvidaba que le había leído el diario). La miró con ternura y los ojos de ésta se humedecieron.

- Xib'alb'a... El inframundo. 
- ¡Venga jefe, saca el móvil y cuéntanos el Popol Vuh! -pidió con sorna el arqueólogo que le caía mal.
- "El Popol Vuh es una recopilación de narraciones míticas, legendarias e históricas del pueblo k'iche..." ¿Ah, no lo decías literalmente? -preguntó Pichu al ver sus caras.
- En serio... 
- ¡Es el Libro Sagrado de los mayas! No deberías...
- ¡Silencio! -estalló Mama Quilla. 

La pirámide comenzó a refulgir y de pronto la escena empezó a desdibujarse como si se tratase de una pintura al óleo bañada por fina lluvia. El lienzo se desvanecía y las pinceladas se perdían en el infinito. 

¡Pichu!
 
El joven arqueólogo alzó la mirada hacia los dioses.


Xib'alb'a, el reino de los muertos. Regido por las divinidades de la enfermedad Hun-Camé y de la muerte Vucub-camé. 

- 'Abandon hope all ye who enter here'... -susurró con voz sombría Pichu recordando el Infierno de Dante.
- ¡Bienvenidos a Guatemala! -bromeó el arqueólogo listillo para aliviar la tensión.
- ¿En serio? No estamos en la "tradicional" entrada de Alta Verapaz, eso seguro... -contestó Mama Quilla.

El mundo telúrico de Xib'alb'a estaba gobernado por unos ríos encantados con árboles espinosos -¡jicaros! presumió Pichu de conocerlos- que descendían de los barrancos por los que estaban penetrando en su interior. Lograron esquivar con suma cautela las profundas espinas que amenazaban con atravesar su piel y entonces llegaron al borde del río de la Sangre. En completo silencio pasaron por él y llegaron a un río de agua natural. Pichu trataba de recordar el Popol Vuh mientras observaba a su amiguito pokémon, que permanecía tranquilo y silencioso sobre su hombro. ¡Qué ricura!

- Bueno... ¿Y ahora qué?

Tras atravesar el último rio, llegaron a un lugar donde se cruzaban cuatro caminos. Un camino rojo, un camino negro, un camino blanco y un camino amarillo.

Continuará...


Dedicado a Javier, ¡feliz cumpleaños majo!

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