01 enero 2021

Dunwich Macabre

Regresar a Ämsyar no era tan sencillo, incluso si la guía era su propio corazón. ¿Puede errar la intuición? ¿Podemos tomar el camino e
quivocado aún conscientes de que no es nuestro destino, por las razones menos loables? Hacer el bien, custodiar el secreto de la nebulosa estaba en su mano, pero a su vez no podría llevar aquel peso sobre los hombros a cuestas lo que le restaba de vida... Incluso si fuera la única manera de salvarlos.

- Incluso si fuera... 

Sus pensamientos vagaban inconexos y plagados de déjà vu. Los árboles se le hacían familiares y sus espíritus acariciaban su alma. Apretó la gema verde contra su pecho y suspiró profundamente. Tenía que ser valiente y asumir la verdad, aunque doliera. El error de abrir el velo solo lo había cometido ella y ningún razonamiento al respecto aliviaría el mal. Jamás.

- Ödyhn...


No sabía cuántas lunas habían pasado. Cuando llegó a la linde del bosque se sintió reconfortada, como si hubiera dejado atrás todos los enigmas y secretos... Que en realidad portaba consigo. Suspiró nuevamente. Si el sino de Lady Blue era rescatar a las gentes de Ämsyar... consagraría su vida a ello. 

- ¡Sêdnä!

La dulce voz de Ödyhn fue como música para sus oídos. Su mirada lo decía todo, su aspecto había cambiado. Sus ojos nacarados relucían inexpugnables. Quiso abrazarla, consciente de que no era posible. Y quiso atravesar el velo...

- Volvamos.


Ödyhn la llevó sana y salva hasta Ämsyar, que seguía siendo el lugar encantador de antaño. Los niños que una vez le habían dado la bienvenida acudieron a su encuentro, alegres y joviales... Y mayores. Sintió una punzada de aprensión hasta que vio a la señora de canoso cabello, envejecida pero aún llena de energía.

- Al fin regresáis, pequeña Diosa... -dijo acariciando maternalmente su larga melena- no esperaba menos de vos. 

A Lady Blue se le llenaron los ojos de lágrimas en agradecimiento por la cálida bienvenida y el secreto que pesaba en su corazón, que no pasaron inadvertidos para la mujer. 

- Yo...
- Ven, necesitas ropajes nuevos, ¡debes haber pasado mucho frío!

No sabía cuánto.


Ataviada con un vestido de terciopelo rojo oscuro y una túnica a conjunto, se sentía como una reina. Su rostro pálido le devolvía la mirada hundida y su nuevo corte de cabello le sentaba muy bien... Y se sentía culpable por verse hermosa. ¿Cómo podía pensar en tales detalles superfluos cuando el destino de aquellas gentes estaba en juego? Quizá era un escape mental al terrible mundo que la rodeaba...

- ¡Tan preciosa como siempre! -exclamó uno de los jóvenes- ¡y aún llevas el amuleto!

Lady Blue acarició el árbol de la vida con cariño y sonrió con sinceridad por primera vez en mucho tiempo.

- Me ha hecho mucho bien... 

El muchacho se sonrojó y ella rió ante su timidez.

- ¡Cada día estáis más hermosa! La vida florece en vos -respondió la niña de bucles dorados, que ahora era una vivaracha y bella muchacha. El rostro de Sêdnä se oscureció. ¿He dicho algo malo? -se percató la muchacha.
- No, cielo... El viaje ha sido largo, estoy extenuada eso es todo -sonrió amable.
- ¿Cómo es Orión?
- ¡Basta de preguntas! -regañó con dulzura la mujer de cabello cano- nuestra bruja de Yör debe descansar. Toma -dijo tendiéndole una infusión con un aroma agradable y depositando un beso tierno en su cabeza -duerme, pequeña Diosa. 


Lady Blue despertó al día siguiente con la mente despejada y el corazón oprimido. No sabía cómo enfrentarse a los habitantes de Ämsyar, que tantas esperanzas tenían depositadas en ella.

- ¿Qué ocurrió en la cueva?

La voz de Ödyhn era dulce, pero sonaba... ¿lejana? Sus ojos permanecían opacos, como si la conexión entre ambas se hubiera roto. O como si...

- Bien sabes que no puedo contártelo... -respondió cuidando de no parecer desconfiada.
- Me preocupo por tí. No pude acompañarte... y has estado ausente muchas, demasiadas lunas...

Ella era la que parecía en otro mundo, y no solo por el velo desgarrado. Algo en su espíritu había cambiado... ¿Habría sucedido algo en el pueblo que ella no sabía?

- Era mi destino, encontrar aquel lugar y...

El espíritu brilló con fuerza para apagarse de nuevo.

- ¿Y? -apremió la joven.

Parecía poseída. ¿Cómo era posible?

- ¿Ödyhn..?
- ¡Vamos, habla Sêdnä! ¿Qué es lo que temes? -su voz sonaba ahora grave y desconocida.
- ¿Quién demonios eres?
- Tu peor pesadilla -respondió la voz.


Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños reina!

28 diciembre 2020

When in Ylôwan (❄)

Cuanto más avanzaba por las callejuelas de Ylôwan más se ofendía. Lo suyo era que fuese un lugar terrible, feo y destartalado, repleto de oscuridad como se hallaba su corazón... ¡Y que lloviese! Pero no, lucía el sol del atardecer, que se reflejaba en las bellas y labradas travesías repletas de flores de alegres colores y todo el mundo parecía feliz, alegre y despreocupado. ¡Malditos Yôwaneses! Zed relinchó como si se riera. Dioses, que caballo más raruno.

- ¿Y ahora dónde me alojo? ¿En la mejor posada del pueblo, con joviales señoritas y buena cerveza?  -se preguntó. Su mente clamaba por un antro de perdición cochambroso y sucio donde despertase sin sus pertenencias, pero no parecía que lo fuera a encontrar. ¿Por qué todo tenía que salirle mal? 

- ¡Eh, joven caballero!

Otro alegre lugareño le saludaba efusivamente y le hacía señas para que bajase de su montura. Orav le hizo caso tratando de sonreír y conformando una mueca extraña en su rostro.

- ¿Si?
- ¿Buscáis alojamiento? ¡No parecéis de por aquí!
- Pues... sí, de hecho sí. Busco el castillo de Ylôwan.

El rostro del anciano enmudeció por un momento, pero volvió a sonreír.

- Quizá seáis la salvación que hemos estado esperando... 
- ¿Disculpe?
- ¡Nada! No hagas caso a este pobre anciano -sonrió. Mi esposa y yo somos sirvientes en el castillo y vivimos cerca de sus dependencias. ¡Quedáos con nosotros!

Oh, estupendo. Quedarse con una amable parejita de abuelos... ¡Justo su plan perfecto! -pensó lleno de amargura.


El castillo de Ylôwan, cómo no, era impresionante. Y ellos vivían prácticamente a sus pies en una casita encantadora a las afueras de la aldea. Le molestaba sobremanera que no fueran un par de vejestorios viviendo en una casa tan decrépita como ellos... Ser encantador le estaba costando un mundo. Y Zed no paraba de mirarle, juzgándole, como si su mirada le dijera "oh, vamos, disfruta de tu buena suerte". La buena suerte apestaba. 

- ¡Así que te llamas Orav! ¡Qué nombre tan bonito! -dijo la anciana ofreciéndole un caldo que olía estupendamente. En fin, se rendía.
- ¡Gracias! Mi madre, que le gustan los nombres originales...
- ¡Oh, tu caballo es muy especial! Le fascinan las zanahorias...
- Dele un terrón de azúcar, se volverá loco...

Una brisa congelada le pasó por las espalda y Orav miró tras de sí rápidamente, suspicaz. Los ancianos se miraron por un fragmento de segundo y se sentaron a la mesa, con Zed asomado a la ventana de la cocina, observándoles curioso.

- ¿Y a qué venís al castillo? ¿Es por las nupcias de la nueva señora?

El joven se atragantó con el caldo y el señor corrió a darle unos golpecitos en la espalda.

- ¿Estás bien, muchacho?
- ¡Si! -contestó Orav con voz ahogada. No, vengo... Me dijeron que esto era precioso y...
- Vos sois un mago, ¿verdad?

¡Hala! Su misión encubierta al carajo. Ah, no, que aún podía mentir...

- No... -respondió, esta vez más seguro de sí mismo, porque siendo sinceros sus poderes aún no se habían manifestado... Zed relinchó en advertencia.
- Oscuros... acontecimientos han estado ocurriendo...
- ¿Podrían cerrar la ventana? La corriente es inmensa...

La anciana dio un respingo y miró temerosa a su marido.

- Me temo... que no es una simple corriente...

Y entonces, Orav se desmayó.


El amanecer sobre la nieve era particularmente espectacular porque aquellas gentes eran realmente aficionadas a las flores y la naturaleza y cubrían el denso manto blanco con cuantas plantas consentían crecer en aquel paraje helado. Orav se desperezó y un escalofrío le recorrió la espalda. Después gritó espantando al ver una extraña sombra en una de las esquinas de su aposento. 

- ¿Qué demonios..?
- ¡Dioses! ¡No invoques al diablo, chico!

Orav miró al anciano, que le observaba desde la puerta con un pijama amplio y unas pantuflas desgastadas. No sabía por qué, pero apenas era capaz de contener la risa ante tal escena. ¿Tal vez por el gorro con borla que portaba para tapar su calva? 

- ¿Qué ha ocurrido? -inquirió restregándose los ojos y empezando a ver lucecitas.
- Oh... El... cansancio, supongo... Has viajado mucho, ¿no..?
- Miente.

El anciano le miró como si hubiese soltado una terrible blasfemia y acarició inconscientemente la borla de su gorro.

- Yo... ¿No querías ir al castillo, muchacho? La señora es bellísima y os alegrará el día...

La mirada furibunda de Orav debió decirlo todo, porque con una tímida sonrisa el hombre dejó unas tostadas con mermelada y té a la puerta de su aposento y se retiró.


Pues resultaba que parte de su mal humor matutino era por hambre. En cuanto devoró las deliciosas tostadas que le ofrecieron su estado de ánimo cambió de funesto a infausto. Bueno, quizá la visión de la fortaleza no cambiaba especialmente sus sentimientos... Ylôwan apestaba. 
Bajó las escaleras de la casita poniendo caras raras -pretendían ser sonrisas amables para compensar su mirada de antes- y cuando llegó a la cocina quedó petrificado. Zed estaba comiendo terrones de azúcar que le ofrecía la señora apestosa del bosque que recogía bayas. 

- Disculpe...

La brisa helada le envolvió y cuando la señora le devolvió la mirada soltó un chillido de espanto poco propio de un aguerrido caballero. Además de su aspecto horripilante, la anciana tenía unos ojos ciegos y blanquecinos que le provocaron escalofríos y un pánico atenazante. Y Zed tan panchu comiendo de su mano... ¡Ese caballo era un freaky! La señora, como típica señora-fantasma, abrió la boca a más no poder y soltó un grito digno de una Banshee para después desaparecer. El corazón de Orav latía desbocado mientras Zed le miraba sin entender.

- ¡Dioses! ¿Pero cómo podías estar tan tranquilo?

Los grandes ojos del corcel parecieron responder "la belleza está en los ojos del que mira". ¿¿Uhm??

- ¿¡Qué pasa!? 

El anciano de la casita entró en la cocina con varias hortalizas escurriéndose de sus brazos y le miró con rostro asustado.

- Yo... Pues que he visto... Una señora...
- ¡No! ¡No la menciones, chico!
- ¿Por..?

La mirada del viejo le hizo enmudecer. 

- Sucesos muy extraños están aconteciendo...
- ... en un remoto lugar de nuestro señorío... -completó inconscientemente Orav con voz tétrica.
- ¿Qué?
- ¡Oh, perdone! Un déjà vu...-respondió recordando las palabras de Thÿowin.
- Hay magia oscura rondando, muchacho. No debe mencionarse para que no sea atraída... Por eso nos alegramos pensando que quizás eras un mago de tierras lejanas dispuesto a luchar...
- Bueno, aún tengo mi espada...
- ¡La magia negra no se combate con fuerza bruta jovencito! Pero no hablemos más de ello...
- Pero mi caballo...

El anciano miró a Zed, que puso ojos tiernos e inocentes.

- Tu corcel... Es peculiar. Muy, muy peculiar. Un animal muy inteligente... ¿Quizá demasiado? -preguntó dándole una palmadita jovial en la mandíbula y una zanahoria, a lo que el caballo relinchó alegre.
- No sé... Es un buen compañero.

El caballo pareció conmovido mientras masticaba y Orav se sonrojó contra su voluntad. 

- Quiero visitar el castillo -dijo para cambiar de tema.
- ¡Me parece estupendo! Vamos, muchacho, te va a encantar.

Orav suspiró y su humor volvió a ensombrecerse.


¡Sí! El castillo, como todo en Ylôwan, era magnífico. Maldita sea, si no estuviera en un momento tan aciago estaría disfrutando de todo aquello como nunca. Estaba orgulloso de su pueblo natal, pero aquel lugar era realmente genial. Digno de un lobo exiliado, del gran mago de la aldea... Sintió una punzada de nostalgia. 

Cuanto más caminaban por las dependencias más se daba cuenta de lo que rico que era el hombre con el que habían comprometido a su amiga y por una vez suspiró con fastidio. Todo eso a ella no le importaba... Salones fastuosos, cubertería de oro y plata, un jardín interior con flores exóticas... Nada de eso le daría la felicidad. 

- Y ahora, prepárate. Ahí está la gran dama, en el salón. Inclínate ante su gracia y belleza... 

Orav iba tan distraído que no se había dado cuenta de cuánto habían avanzado y no estaba preparado para aquello. Su amiga estaba impresionante, parecía una auténtica reina. En lugar de caer de rodillas sentía que su espíritu se elevaba y no podía dejar de mirarla. Ni de anhelarla. Maldita sea, ¡Estaba enamorado!

- ¿Orav..?


Dedicado a Álvaro, ¡feliz cumpleaños Varo!

27 diciembre 2020

Quetzalcōhuātl

Se quedaron boquiabiertos. A Pichu le estaba dando síndrome de Stendhal total y no sabía hacia cuál de todas las maravillas que abarcaban sus ojos mirar.

- ¡Oh, reacción romántica ante la acumulación de belleza! ¡Oh, exhuberancia del goce artístico! -estropeó el momento el arqueólogo listillo.
- ¡No tienes corazón! -exclamó Pichu, extasiado ante la hermosísima pirámide que se erigía ante ellos.
- ¡Escuchad!

Todos guardaron silencio ante las palabras de Mama Quilla y comenzaron a oir una suave melodía que parecía nacer de la mismísima pirámide. Pichu no cabía en sí de emoción y ni siquiera se dio cuenta de que la imagen de Viracocha, el esplendor originario, Señor Maestro del Mundo, brillaba en su trono con la piedra preciosa de su torso refulgiendo. 

- ¡Vamos a investigar el sepulcro! -propuso Pichu admirando el atardecer y lo bucólico de aquella escena que parecía pertenecer a un sueño.
- ¡No!

Pacha Mama parecía de nuevo muy incómoda. La pirámide le provocaba un sentimiento que no sabía cómo describir. Su brillo mágico le recordaba a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, dios de la luz y de la vida. Buscó en los cielos del crepúsculo a Xólotl, la estrella vespertina, pero no logró encontrarla. El gemelo precioso...

- ¡Oh!

Pichu de pronto entendió lo que ocurría con su arqueóloga favorita (y traidora, que no olvidaba que le había leído el diario). La miró con ternura y los ojos de ésta se humedecieron.

- Xib'alb'a... El inframundo. 
- ¡Venga jefe, saca el móvil y cuéntanos el Popol Vuh! -pidió con sorna el arqueólogo que le caía mal.
- "El Popol Vuh es una recopilación de narraciones míticas, legendarias e históricas del pueblo k'iche..." ¿Ah, no lo decías literalmente? -preguntó Pichu al ver sus caras.
- En serio... 
- ¡Es el Libro Sagrado de los mayas! No deberías...
- ¡Silencio! -estalló Mama Quilla. 

La pirámide comenzó a refulgir y de pronto la escena empezó a desdibujarse como si se tratase de una pintura al óleo bañada por fina lluvia. El lienzo se desvanecía y las pinceladas se perdían en el infinito. 

¡Pichu!
 
El joven arqueólogo alzó la mirada hacia los dioses.


Xib'alb'a, el reino de los muertos. Regido por las divinidades de la enfermedad Hun-Camé y de la muerte Vucub-camé. 

- 'Abandon hope all ye who enter here'... -susurró con voz sombría Pichu recordando el Infierno de Dante.
- ¡Bienvenidos a Guatemala! -bromeó el arqueólogo listillo para aliviar la tensión.
- ¿En serio? No estamos en la "tradicional" entrada de Alta Verapaz, eso seguro... -contestó Mama Quilla.

El mundo telúrico de Xib'alb'a estaba gobernado por unos ríos encantados con árboles espinosos -¡jicaros! presumió Pichu de conocerlos- que descendían de los barrancos por los que estaban penetrando en su interior. Lograron esquivar con suma cautela las profundas espinas que amenazaban con atravesar su piel y entonces llegaron al borde del río de la Sangre. En completo silencio pasaron por él y llegaron a un río de agua natural. Pichu trataba de recordar el Popol Vuh mientras observaba a su amiguito pokémon, que permanecía tranquilo y silencioso sobre su hombro. ¡Qué ricura!

- Bueno... ¿Y ahora qué?

Tras atravesar el último rio, llegaron a un lugar donde se cruzaban cuatro caminos. Un camino rojo, un camino negro, un camino blanco y un camino amarillo.

Continuará...


Dedicado a Javier, ¡feliz cumpleaños majo!