La luna crepitaba en el firmamento, aún iluminado por el cálido sol del atardecer. El viaje se estaba demorando ya demasiado tiempo, pero sabía que su fin se acercaba. Y eso no era más que el inicio de la aventura.
Däyn caminaba a través de los bosques de madreselva meditando. El desierto debía estar muy cerca, pero la brújula no le guiaba hacia su destino. Solo se movía desorientada, quizás fruto del magnetismo. Tenía que llegar antes del anochecer, así que cerró los ojos y se quedó inmóvil. El viento susurraba entre los arboles la dulce melodía de la naturaleza. Con los ojos cerrados, continuó avanzando.
Alcanzó el desierto cuando las primeras estrellas comenzaron a brillar. La brújula volvía a oscilar sin rumbo, de modo que decidió guardarla. Este viaje debía realizarlo por si mismo.
Los últimos rayos de sol relucían entre las estrellas cuando llegó al Pueblo de las Dunas. Las casas de piedra, repletas de antiguos grabados y complejos símbolos solares y adornadas con piezas de orfebrería parecían muy acogedoras. Sus habitantes le dieron la bienvenida y le invitaron a pasar la noche en una de las moradas más alejadas. Sabían que necesitaba estar solo para dedicarse a su labor.
Alcanzó el desierto cuando las primeras estrellas comenzaron a brillar. La brújula volvía a oscilar sin rumbo, de modo que decidió guardarla. Este viaje debía realizarlo por si mismo.
Los últimos rayos de sol relucían entre las estrellas cuando llegó al Pueblo de las Dunas. Las casas de piedra, repletas de antiguos grabados y complejos símbolos solares y adornadas con piezas de orfebrería parecían muy acogedoras. Sus habitantes le dieron la bienvenida y le invitaron a pasar la noche en una de las moradas más alejadas. Sabían que necesitaba estar solo para dedicarse a su labor.
La noche transcurrió plácidamente mientras labraba su talla. Debía grabar todos los secretos de aquel reino en el desierto, la historia de sus orígenes y todos los enigmas que ocultaba. El amanecer ya había dejado paso a un cálido y hermoso día cuando la vio aparecer en la lejanía. La llevaba esperando fuera desde que el sol comenzó a brillar en el horizonte. Le sonrió y señaló la pieza que estaba creando. Mientras la joven se acercaba, un espejo movido por la brisa reflejó la luz solar desde una de las paredes y Däyn quedó deslumbrado. Cuando el espejo regresó a su posición original, vio su aspecto envejecido. Había vertido parte de su alma en aquella pieza, era lógico. Pronto volvería a ser joven.
La muchacha llegó hasta él y contempló su talla. Veía por su mirada que la entendía, y que no se le escapaba ninguno de sus detalles. Después le miró, y percibió que notaba que en realidad era alguien joven. Le sonrió a su vez y le ofreció la pieza. Debía trasladarla a su lugar original. Cuando la joven la tocó pareció entrar en trance. Su mirada se perdió, estaba alcanzando la iluminación. Tardaba en reaccionar, por lo que Däyn le rozó la mano, apartándola de sus pensamientos. Volvió a sonreirle y vio como ella se daba la vuelta y contemplaba a los habitantes del pueblo, que habían comenzado su jornada hacía tiempo. Tal vez no se había dado cuenta antes. Le miró de nuevo y le tendió la talla, pero se la devolvió con una sonrisa, era para ella. En algún momento lo comprendería, debía custodiarla hasta entonces. El viento comenzó a arremolinarse entre ellos lentamente, debía partir. La muchacha cerró los ojos, se unió al viento y desapareció en su abrazo. Suspirando, Däyn se acercó a los habitantes del desierto y contempló como se dedicaban a su artesanía, aparte de conversar con ellos.
Después del mediodía, decidió que era hora de emprender el camino de regreso, por lo que se despidió de aquellas gentes tan amables. Sin embargo, mientras se alejaba, uno de los niños del pueblo se aproximó a él, le tiró de la manga y le hizo inclinare para susurrarle algo al oído.
- ¿Estás seguro de eso?
El niño asintió con los ojos muy abiertos.
- ¿Dónde lo habéis encontrado? -preguntó Däyn, viendo que los demás niños también se acercaban.
El pequeño le guió hasta las afueras del pueblo, cruzaron unas cuantas dunas de arena dorada y en lo alto de una de ellas señaló hacia un pequeño oasis que había pasado desapercibido a su vista al llegar al lugar. Däyn le dio las gracias y fue hasta el sitio, preguntándose cómo había podido pasar. Debajo del árbol que el niño le había indicado, había un pequeño hoyo excavado a mano con huellas diminutas a su alrededor, y con una fina capa de arena que ocultaba su interior. El joven retiró la arena con suavidad y vio una hermosa caja de madera con adornos de cristal. Reconoció la orfebrería del lugar, era inconfundible. La abrió y comprobó que estaba vacía. La cerró y notó como algo pesado se movía en su interior. Cuando volvió a abrirla, una reproducción en miniatura del cosmos le mostró toda su belleza y esplendor.
- No puede ser...
Ese universo pertenecía a otro lugar y otra época. Los sabios de la ciudadela, exiliados por voluntad propia en el desierto, lo había ocultado en un lugar remoto y helado a la espera de que su verdad fuera descubierta y custodiada por un corazón puro durante toda la eternidad. Pero ahora ella no lo encontraría, porque no estaba en el lugar preciso, ni podría llevarlo a su auténtica naturaleza.
Däyn alzó los ojos y miró al horizonte. Tenía que llegar al norte antes que ella.
Dedicado a Dani, ¡feliz cumpleaños Licaón!