01 octubre 2013

Black Symphony

La cadencia de la melodía de las olas le relajaba. Era un sonido armonioso, uno de los más hermosos que había escuchado en la naturaleza. Kyrien no tenía mar, y cada vez que tenía oportunidad de ver su increíble grandiosidad se quedaba totalmente obnubilado. Le encantaba, no podía escapar de su hechizo.

- ¡Prô! ¡Prôed!
- ¡Dime! -gritó abandonando sus pensamientos.
- ¡Creo que lo he logrado!

Prôed se alejó del océano y antes de que pudiera llegar a donde estaba su compañero las estatuillas comenzaron a brillar y el acantilado a resquebrajarse. Una voz femenina, sensual y siniestra a la vez, les guiaba con su cántico hacia el interior de la cueva. Lêandrö miró a Prôed y ambos se adentraron en aquel oscuro lugar.

Las imágenes se sucedían en sus mentes como si de recuerdos corpóreos se tratasen. Ambos vieron a una mujer, una sacerdotisa, de rostro serio y cuerpo seductor. No podían ver sus ojos, cubiertos por una sombra. Ambos vieron a esa mujer, pero para ambos fue diferente. Solo uno de ellos la veía tal y como era en realidad.
La oscuridad se volvió menos opaca y la claridad les mostró que habían llegado a una amplia sala con varios umbrales unidos por unos caminos de piedra que desembocaban en un círculo, en el que se hallaba la sacerdotisa de sus visiones. La joven hilaba en una rueca y parecía sumida en sus pensamientos, ajena a todo.


Ninguno se atrevía a romper el silencio. La sacerdotisa hilaba, misteriosa.

- ¿Eres nuestra guía? -aventuró Prôed, cuya voz hizo eco por toda la estancia.

Silencio.

- ¿Eres discípula la Diosa? -preguntó Lêandrö, provocando el mismo eco.

Silencio.

Prôed señaló los umbrales e hizo un gesto a su compañero, sugiriéndole que atravesaran alguno de ellos para ver qué ocurría. Sin embargo, el príncipe de los Leonîdas no lo vio ya que estaba mostrándole a la mujer su amuleto. La sacerdotisa no alzó la mirada, pero el rostro de Lêandrö cambió. Prôed se acercó y le mostró a la mujer su anillo de ópalos. La joven tampoco alzó la mirada. Los jóvenes se miraron entre sí y escogieron un umbral cada uno al azar.  


Un paisaje tropical revelaba el lugar en el que nacían las leyendas sobre los Elegidos ~

Un libro de nácar descubría cómo interpretar la brújula de cuarzo para conseguir la flor de cristal índigo ~


Sin que pudieran explicarlo, se encontraron de nuevo ante la sacerdotisa. Ésta sonreía de forma extraña, y no les dio buena espina. La joven, sin dejar de hilar, les miró.


* ^* Burbujas y agua rojiza era lo único que podían ver. Un garfio de hierro se acercó a sus caras y de repente la escena cambió, dejándoles ver cómo la sacerdotisa sacaba una calavera de un gran caldero. La joven rió de forma macabra y lanzó la calavera por los aires con el garfio, de forma que parecía que les iba a golpear en el rostro * ^* 


De repente, se encontraron en una sala a oscuras, tan solo iluminada por una curiosa pirámide en el centro que irradiaba una magnética energía. 

- Es el viaje más raro que he realizado jamás -comentó Prôed.
- ¿Crees que la Gran Diosa quería que viéramos todo esto? -preguntó Lêandrö, pensativo.
- Nunca se sabe... pero somos sus Elegidos, así que...
- Tengo hambre, ¡salgamos de aquí! -interrumpió. 
- ¿Cómo puedes tener hambre en un momento como este?
- Teniéndola... -suspiró el príncipe de los Leonîdas.

La pirámide les atraía sin remedio, y dedujeron que sería la clave para salir de aquel lugar. Lêandrö la tocó, pero no ocurrió nada. 

- ¿¡Cómo la tocas!? ¡podría ser peligroso! -gritó Prôed.
- Ahora si que estás "montando en cólera", jijiji.
- Muy gracioso... -refunfuñó.
- No te enfades socio, creo que deberías tocarla, he tenido una sensación muy curiosa... -le animó Lêandrö.
- ¿Tocármela?
- ¡La pirámide! jajajaja -rió su compañero. 

Ambos posaron sus manos a la vez en la estructura y una fuerte corriente de aire les hizo cerrar los ojos.


Estaban de nuevo en la playa, y la oquedad del acantilado se hallaba cerrada. 

- "Sensaciones curiosas", dice... -repitió Prôed mientras Lêandrö se reía.
- Eres un mal pensando... ¿Qué comemos? ¿pescado?
- No queda otra...

Los jóvenes improvisaron una caña y se pusieron a pescar desde el acantilado, antes de descubrir que podía darse un festín a base de marisco que se encontraba entre las rocas.

- ¡Fíjate que cangrejos más grandes! con unas algas estarán deliciosos.
- ¿Pero tu sabes cocinar? -cuestionó Prôed.
- ¡Ahora verás!

Un rato más tarde, Prôed comprobó que las capacidades culinarias de su compañero le asegurarían comer como un rey a lo largo de su viaje mientras fuesen capaces de encontrar ingredientes. 

- ¡Está buenísimo!
- Muchas gracias, me encanta cocinar. 
- De nada... ahora que estamos llenos deberíamos hablar.
- Dime... -preguntó Lêandrö distraído mientras daba de comer a su caballo.
- Cuando estuvimos en el caldero... o lo que fuera... ¿te fijaste en los símbolos de las paredes?
- Si... pero no los reconocí. Parecían runas antiguas mezcladas con otro tipo de caracteres...
- Algunos parecían Äen, pero transformados... como si los hubiera escrito alguien que no dominaba la lengua...
- ¿Y en cuanto a nuestras visiones?

El silencio se apoderó del lugar, dejando que el sonido del mar acompañase sus pensamientos. Realmente ninguno de los dos creía que debieran revelar su visión al otro. Un simple intercambio de miradas les hizo entender que ambos pensaban lo mismo. 

- Bueno, se hace tarde, lo mejor será pasar la noche aquí y continuar mañana hacia el oeste -propuso Prôed contemplando el atardecer. 
- Lo que tu digas, socio -sonrió su compañero.



Dedicado a Leandro y Pedro, ¡feliz cumpleaños chicos!

2 comentarios:

Unknown dijo...

mola lo de la sacerdotisa!!!!

Leandro dijo...

Las habilidades de Leandro no solo son las armas arrojadizas !!! También controla los hechizos en caldero con cangrejos y algas jajajaja !! Muchas gracias !! Un abrazo !!