05 diciembre 2016

Oniros

Existen mundos más allá de la imaginación... Donde los pensamientos cobran vida y los deseos no tienen censura... Donde la mente vaga libre y las ideas se entremezclan en un sinfín de posibilidades...

Ëdpôr era uno de los hermanos misteriosos y olvidados de Morfeo, dios del sueño. Uno de los mil Oniros, hijos de Nix. Como todos los Oniros, vivía en las oscuras playas del extremo occidental del Océano en una caverna del Érebo que poseía dos puertas: una de cuerno, de la que surgían los sueños auténticos, y otra de marfil, que solo creaba sueños con mentiras. Morfeo, dios de los sueños, su hermano Fobétor, portador de pesadillas y sueños proféticos, y Fantaso, que dominaba los sueños en los que aparecían elementos inanimados de la naturaleza tales como rocas, agua y árboles, eran los únicos que podían aparecerse a los reyes, mientras que Ëdpôr, como el resto de los mil Oniros, aparecía en los sueños de los mortales.

Sin embargo, lo que más le fascinaba era contemplar la mente humana en toda su magnitud. Los sueños permitían a aquello seres liberarse de sus ataduras terrenales y dejar volar su imaginación, que si bien estaba dominada por los Oniros, en ocasiones alcanzaba cierta lucidez que les permitía saber que se encontraban en un sueño. Y ese era su cometido; Ëdpôr era el portador de los sueños lúcidos, en los que se ocultaba tras apariencias diferentes para ver cómo los seres humanos actuaban cuando se sentían a salvo de la muerte y actuaban con total libertad a su voluntad.

Aquella noche, tras el ritual iniciático de la oscuridad y los sueños, se situó frente a las dos puertas. Quería un sueño real que contuviera mentiras, pero nunca había sabido cómo fundir ambas puertas para crear un sueño tan poderoso. Nunca lo había mencionado a sus hermanos, pues eran leyes prohibidas de los dioses, pero deseaba probar aquella idea... ¿imposible? Esperó a que todos se hubieran ido de la caverna portando sus sueños y contempló inmóvil ambas puertas. No podía abrirlas a la vez ni podía invocarlas al mismo tiempo. Si abría una la otra se sellaría, y no podía atrapar los sueños. Pensó en aquellos nudos con plumas hermosamente tejidos que usaban los humanos, los cazasueños, pero solo servían para atrapar pesadillas y no quería que su hermano Fobétor sospechase de sus ideas. Solo podía contar con su ingenio y su imaginación.

Pasó un tiempo contemplando ambas puertas y meditando. Nunca había tratado de ver qué había más allá. Cómo surgían los sueños, de los que ellos eran simples guardianes. No podía reconocer que envidiaba a los seres terrestres, que podían vivir aquellas fantasías mientras él solo podía ser parte de ellas sin realmente estar allí. No entendía su propia existencia...

Sus hermanos sabían que era diferente. Portador de sueños lúcidos mientras ellos creaban y dominaban a sus designios. Temían que algún día se revelase y divulgara todos sus secretos provocando la ira de los dioses. Pero Ëdpôr nunca les traicionaría, porque se estaría traicionando a sí mismo. Aún así no acababan de entender su personalidad, tan única, tan diferente a la del resto... No parecía un Oniro, sino algo más... Y él sabía qué era, pero no pensaba decirlo. Era su secreto, el enigma que jamás desvelaría...

Seguía mirando a las puertas mientras su mente divagaba. Ya había escogido a quién enviaría su sueño lúcido. Era una joven de la que se había hecho amigo en sueños. No la visitaba a menudo para que nadie sospechase, pues los Oniros no podían establecer vínculos con los seres humanos. Pero ella también era diferente. No pertenecía a su mundo, al igual que él. Y quería probar su mente con aquel sueño real lleno de falacias para ver cómo reaccionaba. Si distinguía la fantasía de la realidad. Porque Fantaso solía acudir a sus sueños debido a su personalidad y él no podía pasear por ellos tanto como querría...

Pensó en abrir la puerta de cuerno y atrapar un sueño. Si lograba cautivarlo, quizá se mantuviera estable el tiempo suficiente como para engañar a la puerta de marfil y poder abrirla a su vez. Pensó en invocar a Érebo, la oscuridad, para que ocultase su acción, pero no confiaba en él. Quiso confiar en Nix, la noche, pero no creía que fuera a guardar silencio ante los otros dioses. Hipnos podría entenderle, pero temía a su gemelo Tánatos. Tras mucho meditarlo, se decidió por él.

Como en un sueño, se trasladó al palacio de Hipnos, en una cueva oscura donde el sol nunca brillaba. A su entrada vio amapolas y otras plantas hipnóticas, y miró en derredor cerciorándose de que Nix no se encontrara cerca. Entró al lugar atravesando las flores y procuró tener cuidado de no pisar las aguas del Lete, el río del olvido que fluía por su interior.

El palacio era majestuoso; tallado en piedra oscura y provisto de mil puertas, entró por la de los sueños lúcidos a la espera de que su padre le concedieran audiencia.

- Entra, hijo mío.
- Hola, padre.

Hipnos estaba desnudo, mostrando sus alas, y pudo ver una sonrisa a través de su barba en un rostro muy parecido al de su hermano. Estaba junto a su cuerno de opio inductor del sueño, un tallo de amapola, una rama de la que goteaba rocío del río Lete y una antorcha invertida.

- Qué gusto verte, Ëdpôr -saludó Tánatos. El joven no pudo evitar un escalofrío ante su oscuridad.
- Querría hablar con mi padre a solas... -dijo titubeante.
- ¿Qué te trae por nuestro palacio de oscuridad? Vuestras visitas no son habituales... ¿ocurre algo en el reino mortal de los sueños?
- ¿Alguien que se resista a rendirse al Hades? -preguntó Tánatos- porque mi visita sería mucho más placentera que la de las Keres... -susurró.
- Necesito hablar con mi padre a solas -insistió Ëdpôr. Tánatos le dedicó una sonrisa oscura y se retiró de la estancia.
- Habla, hijo mío. ¿Qué es lo que deseas? -preguntó Hipnos con una sonrisa.


Dedicado a Pedro Soares, ¡feliz cumpleaños I don't dance!

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