05 diciembre 2017

Somnus

El silencio reinaba en la estancia como si se tratara de uno más de los sueños que vivía cada noche. Ëdpôr no sabía cómo plantear aquella delicada cuestión que desafiaba toda ley onírica y comenzaba a arrepentirse de haber acudido a su padre. De revelar sus pensamientos sin poder realmente dilucidar qué podría ocurrir. 

- ¿Y bien? -continuó Hipnos.
- Padre...

No podía. No quería. Prefería descubrirlo por sí mismo y pronunciarse sobre sus propios deseos sin tener que involucrar a ningún otro ser, nocturno o diurno, dios o mortal. 

- Me... preguntaba si... ¿Por qué los Oniros no podemos aparecernos a los reyes? Es una cuestión que siempre me ha perturbado.

Bueno, tampoco era mentira. 

Hipnos le contempló silencioso y tomó en sus manos la rama de la que goteaba rocío del río Lete. 

- De todos mis hijos, siempre has sido el más curioso. El más especial.

Ëdpôr guardó silencio y le miró fijamente.

- Morfeo, Fobétor y Fantaso son los únicos que tiene ese duro cometido, como bien sabes, pues los reyes han de escuchar sus sueños y recurrir a su sabiduría para gobernar sus pueblos y así alcanzar la gloria y la grandeza.

El Oniro sintió un escalofrío. ¿Estaría Tánatos cerca?

- No existe ninguna razón especial para que mis otros hijos no sean capaces de descubrir esa terrible verdad subyacente en los sueños. La libertad del inconsciente humano no es tal, como bien sabes, pues nosotros regimos sus visiones nocturnas desde la noche de los tiempos.

Hipnos guardó silencio y miró a su hijo.
No le había respondido, en realidad.

- Entonces... ¿Qué hace especiales a esos tres Oniros por encima del resto?

Solo quería acabar aquella conversación y regresar ante las dos puertas.

- ¿Sabes el por qué de la existencia de los portales de cuerno y marfil? 

Hipnos preguntó mirándole largamente como si supiera qué meditaba aquella noche. Ëdpôr no respondió y solo le devolvió la mirada mientras sentía otro escalofrío. 

- Las puertas pertenecen al Érebo desde siempre, desde antes que nosotros existiéramos a pesar de ser eternos. En el origen de los tiempos.

El Oniro suspiró de forma casi imperceptible. En ocasiones aquellos seres hablaban de formas misteriosas y densas, como en los propios sueños. No se sentía parte de ellos.

- En una ocasión, Hera me prometió la mano de una de las Cárites, Pasitea (tu madre) si dormía a Zeus. Y recurrió a mí a través de Iris para que adoptara la forma de Ceix y en sueños me presentara a su mujer y le explicara su muerte. Endimión recibió de mí el poder de dormir con los ojos abiertos para así poder nunca perder de vista a su amada, Selene... 

Hipnos se movió en su cama de plumas rodeada de negros cortinajes y Ëdpôr no pudo evitar mirarle confundido. ¿Qué tenía que ver todo aquellos con su falsa tribulación? ¿Era un pobre pretexto para contarle sus últimas batallitas?

- No entiendo, padre... -se atrevió a murmurar.
- Con todo esto pretendo decirte que los designios de los Oniros son complejos y cada uno tiene su cometido. No se nace siendo rey, sino que se hereda. Y vosotros heredáis una misión crucial en la vida de los hombres.

¿Era impresión suya o seguía haciendo circunloquios?

- Gracias. Me habéis aliviado -sería lo mejor para acabar- vuestro tiempo me es grato.
- Puedes acudir a mi siempre que lo desees, hijo mío. Como ya he dicho, tu eres el Oniro más especial de todos. Despídete de Tánatos al regresar.

Ëdpôr se sintió en el deber de hacer una pequeña reverencia a la que su padre sonrió y salió de la estancia en penumbra. 

- ¿Tánatos..?

Lo encontró a la puerta del palacio de oscuridad con su tea en mano. Cuando le miró, su escalofriante presencia le hizo sentir mariposas negras en la mente. Nunca sabía cómo describir aquellas sensaciones. Quizá porque su antorcha invertida le infundía un terror más allá de lo humanamente concebible. 

- Cumplo el destino de las Moiras.

¡Oh, no! ¡Más batallas!

- Mi señora de la Isla de los Bienaventurados, hija de Hades y Perséfone, entiende mi destino.

No le apetecían genealogías. No entendía los pensamientos que aquel ser le provocaba.

- ¿Tal vez una pequeña reunión familiar donde aliviar tus dulces pensamientos? -susurró Tánatos con una oscuridad tan densa que por un instante su mundo se nubló.
- No entiendo...
- Ningún Oniro ni ningún otro ser ha anhelado los deseos prohibidos de tu mente. Ni mis hermanas en su violencia...
- ¡Basta!

Tánatos le provocaba un miedo atroz, un pánico que estrangulaba su alma. Silenciar sus palabras no parecía la mejor idea, pero en realidad aquella vez no tenía ninguna buena idea, al parecer. Figuras retóricas, sí.

- Eres diferente, Ëdpôr. Lo sabes... -le dijo Tánatos con una sonrisa retorcida y estremecedora- y me temes tanto como los simples mortales. ¿Por qué, si no puedo dañarte?
- Soy... sensible. 

Ambos se miraron, Ëdpôr tratando con dificultad de no apartar la mirada y ponerse a salvo de sus inquisidores ojos. ¿Leía su mente acaso? ¿Podría evitarlo si así fuera?

- Portas sueños lúcidos... y quieres portar mentiras reales, y verdades falsas. Pero eso es lo que haces siempre, dar una realidad que no es cierta a tus escogidos. ¿Por qué cambiar eso rompiendo el equilibrio?

No entendía cómo podía saber todo aquello.

- ¿No vas a responder? -cuestionó su voz oscura.
- No sé qué responder. Ni qué pensar, a decir verdad...
- Las verdades, como he dicho, no son tu punto fuerte... -dijo Tánatos moviendo siniestramente su tea, lo que le ponía nervioso sin razón.
- ¿Puedo retirarme? Me esperan en el mundo onírico... -titubeó Ëdpôr.
- Aún en ocasiones los dioses han de juntarse y decidir el destino de la humanidad... Y tu peligrosa y atrevida idea me intriga... ¿Por qué no cuestionar a los otros y después hacerlo?

Un trato con Tánatos, que le extendía su brazo... El último que creía que le entendería y el último a que le pediría nada ¿Se atrevería con tal de seguir sus sueños?


Ëdpôr le estrechó la mano sintiendo su oscuridad. Alea jacta est. 



Dedicado a Pedro Soares, ¡feliz cumpleaños filósofo!

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