24 enero 2019

Áureo













Akinom sonrió y retiró la mano del aguamanil. Algo en su aura indicaba que una guerra estaba por comenzar y ella sería la conquistadora.

- Mi querido prometido se aproxima a la pirámide... -susurró con un deje siniestro.
- ¿Y eso qué significa? -preguntó Ark-los, fascinado por el encanto que emanaba su señora en aquel instante. 
- Oh... pronto lo verás -dijo dándole un suave beso en los labios.


Hahsuc se acercó a la majestuosa obra admirando su exquisita arquitectura. No parecía una pirámide común y corriente, si no la expresión de la perfección faraónica en toda su gloria. Cuando Imlan fuese suyo conquistaría aquel lugar y se trasladaría a vivir en él en medio del desierto en los ardientes veranos para poder tener privacidad con sus amantes. Tenía sentimientos encontrados con respecto a Akinom, aunque la calidez de aquellas gentes le había ablandado un poco y creía recordar la belleza de su prometida... Bueno, ya vería.
Mientras meditaba cómo esclavizar a aquellos amables habitantes del oasis, la tierra comenzó a temblar. De entre las arenas que rodeaban la pirámide surgieron lentamente dos muros de piedra repletos de jeroglíficos que lo custodiaban. Por alguna razón no los entendía. Tocó su relieve acariciándolo con suavidad y casi veneración. Parecía una lengua extranjera escrita en caracteres. Tan ensimismado estaba que no se dio cuenta de que el cielo se oscurecía y se volvía dorado, cubierto de nubes áureas, mientras la luna aparecía en pleno día tan próxima como nunca la había visto. El joven alzó la mirada, fascinado. ¿Sería algún tipo de magia antigua?

La abertura de entrada se abrió lentamente y Hahsuc quedó cautivado cuando vio a Akinom en su interior. Portaba una túnica liviana y traslúcida de un tono azul cobalto que resaltaba su perfecta belleza. Junto con el uraeus, parecía la mismísima Hathor, la deidad cósmica del amor. Jamás había visto una hermosura tan digna de una reina, de una diosa. 

- Te esperaba -dijo Akinom con una voz sepulcral que le sonó tan atractiva que tuvo que contenerse para no ponerse de rodillas y suplicar su amor.
- Estáis bien, amor mío... -susurró él, embelesado.
- Siempre lo he estado. Soy la futura reina de Imlan.


Kârmne estaba sellando los últimos preparativos del ritual con mirada ominosa. Aquel indeseable le había hecho derramar sangre, ¡Sangre! ¡En la pirámide! Aunque fuese el elixir procedente de una larga saga de sacerdotisas, a cada cual más poderosa e instruida, era una afrenta a la pirámide de su señora. Serían parientes por el lazo de hermanamiento, pero eso no le daba ningún derecho a mancillar aquel sagrado lugar, por muy noble que fuese...

- Shurmple jigfd maldithoes crhiodloscojns… -murmuró enfadada.
- ¿Qué decís, bruja loca? ¿Es algún hechizo? ¿Alguna maldición? -chilló Berthal, entre asustado y curioso. 

La sacerdotisa se giró y puso una de sus miradas más furibundas.

- Haréis bien en guardar silencio, o seré yo misma la que os apuñale y envíe vuestro cadáver a vuestro hermano... -amenazó con suavidad
- ¡Ja! Nunca me apuñalaríais en este lugar... Y mis sirvientes me estarán buscando, se amotinarán contra vos y vuestra reina ¡y este lugar será nuestro para siempre! -respondió el joven, petulante.
- ¡Que os lo habéis creído!

Su tono de voz hizo que Berthal por fin cerrase la boca. Miró con curiosidad a su alrededor, pero desde su posición no podía ver casi nada más allá de los muros de piedra. Solo percibía el aroma a flores e incienso y otras fragancias que no podía reconocer... Y aún así, todo le resultaba tan familiar y... confortable... Se extrañó ante sus propios pensamientos.


Akinom parecía tan solemne, tan grandiosa, que si no estuviese perdidamente enamorado de ella (por mucho que le costara admitirlo) se habría abandonado a sus encantos en aquel preciso instante. ¿Quién mejor para ser su reina? Y él sería su perfecto faraón, aunque no fuese de alta cuna se engrandecería gracias a ella y sería digno de todo el poder que le ofrecía.

- ¿Queréis pasar? -dijo ella, hierática.
- Por supuesto, mi señora -Hahsuc dio un paso al frente y de pronto lo sintió. Vio el cielo oscurecido y dorado, los jeroglíficos brillando inicuos, la luna tan próxima como si el mismísimo Iah le hubiera jurado venganza. 
- ¿Teméis el reinado de Tot? -preguntó Akinom. Hahsuc meditó. El dios de la sabiduría, la escritura, la música, los conjuros, el dominio de los sueños, el tiempo y los hechizos mágicos... ¿Era aquel oasis un lugar donde invocarlo? ¿Era su propio reinado en la tierra del Nilo? 

La joven sonrió. Todas las mentiras de Hahsuc y sus aires de grandeza no servirían ante la auténtica magia de aquel lugar.

- No le temo, mi señora, pues estoy con vos.

Uhm, esa respuesta no se la esperaba. Por un momento dudó, pero no dejó que se notara. Sintió a Ark-los removerse entre las sombras a su lado. ¿Querría decirle algo?

- No sois digno de este lugar sagrado y divino. Los dioses no estarían contentos con vuestra presencia en Imlan. ¿Es que acaso no lo entendéis?

Claro que lo entendía. Su sangre no era digna, pero su educación noble y exquisita, sí. ¿Qué importaba su linaje bastardo? 

- Mi presencia sería como vuestro consorte, y mi reina es digna señora del lugar al que pertenece.

Akinom no pudo evitar una ligera mueca de desconcierto. Estaba realmente impresionada por las palabras de aquel joven. ¿La magia del desierto había hecho mella en él y por fin entendía su lugar, aunque no el hecho de que sería lejos de ella y su reino? Le miró largamente. Algo en él había cambiado.


Berthal se movía inquieto. Las muñecas le dolían mucho y hacía tiempo que no escuchaba a la sacerdotisa. Le daba la impresión de que le había dejado en aquel lugar solo, con las esencias llenas de fragancia que turbaban sus sentidos. Se sentía somnoliento, en las dulces esferas entre la vigilia y los sueños. Poco a poco, se sumió en una fantasía utópica llena de quimeras.
La sacerdotisa rió en voz baja de forma macabra. Había estado observando al joven desde un ángulo oculto en la pirámide mientras se quedaba dormido gracias a los efluvios de sus pócimas. Por fin el ritual podía dar comienzo.


Am-näir no estaba nada contenta con su encierro. Los criados la vigilaban y la miraban con odio, no perdonaban la blasfemia de que se hubiera hecho pasar por una diosa. Sacudió su larga melena caoba. No había nacido para ser una esclava, las circunstancias simplemente no habían sido propicias. Había recibido una buena educación gracias a su madre, una sacerdotisa menor, pero la capturaron cuando se dirigía al templo y la obligaron a servir a la familia de Akinom, olvidando todo el potencial que había demostrado desde niña. No había vuelto a ver a su familia, que se sentía orgullosa de que sirviera para la estirpe más noble de Egipto. ¿Cómo podían tener sueños tan bajos para su hija mayor? Lamentó la poción de silencio de Kârmne y no haber contado su triste historia nunca a nadie, pero su orgullo se lo impedía. Tenía que huir de allí y hacer un buen casamiento para poder ser libre.

- Os veo muy pensativa, Am-näir -comentó una de las criadas de confianza de Akinom- ¿No estaréis urdiendo ningún plan? Te vigilamos.

Am-näir suspiró. La venganza sería colosal. Tenia muy claro que desposaría a Berthal y haría lo que estuviese en su mano para cumplir aquel deseo.


La futura reina de Imlan contemplaba a su prometido. Tal vez era el aire mágico, la atmósfera mística que les rodeaba o la tranquilidad que le suponía saber que ya nunca se separaría de Ark-los y su amor era correspondido, pero aquel joven pretencioso le daba... ¿Lástima? Hahsuc sonreía con devoción. Jamás se dejaría manipular por él, por mucho rostro de sumisión y miradas cargadas de sentimientos que le dirigiera. Ella era la reina.

- Nunca tendréis mi reino -contestó ella de forma suave, muy segura de sí misma.
- Sois fría, mi señora. Ni siquiera el amor de vuestro consejero consigue ablandaros ese corazón de piedra.

Akinom abrió la boca y quedó muda. ¿Cómo se atrevía? Pudo notar la furia de Ark-los a su lado en las sombras.

- ¿Cómo os atrevéis, bastardo? No me conocéis en absoluto, solo anheláis mi fortuna, una posición de poder y dominar mis territorios. ¿Y vos me habláis de amor?
- Sois la poesía de mis noches oscuras. Solo anhelo un ósculo de vuestros dulces labios.


Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños bolli!

10 enero 2019

The Tower in the Well


El orbe iluminaba la estancia creando mágicas iridiscencias de aire etéreo e irreal... Encerraba un poder inimaginable, hermoso y terrible como un enigma indescifrable... Cautivaba los sentidos con sus visos como el amanecer en un tiempo de otra era... Embrujaba desde el interior y su tentación era imposible de eludir, una ambrosía utópica incluso para los dioses ancestrales... 

Nÿlumien tiuval, ïloyne öâl 
äery ûral, hôyume sämbhâl 
Yvâlu ywan, ôryawu…      

Los antiguos conocían su poder y por ello lo enterraron en un lugar oculto y secreto... Las sacerdotisas lo maldijeron y los hechiceros custodiaron desde entonces su torre... Ninguno de los reyes de aquellos tiempos supieron encontrarlo, y su secreto se perdió en la noche...  

Y llegó ella, el druida más poderoso de su tiempo, la magia ancestral corría por las venas de su linaje. Conocía la leyenda de la llegada de la heredera de Nÿrm, la única con poder para ostentar el dominio del orbe. El orbe maldito siglos atrás por las sacerdotisas. El orbe custodiado por los hechiceros más poderosos. El orbe que aquella noche sería suyo al fin... Cuando se erigiera reina suprema de los druidas oscuros... Vio el universo reflejado en aquella esfera, todos los deseos de su corazón, la magia desconocida que anhelaba, los ojos oscuros de sus sueños... Y solo si tocaba el orbe todo aquello seria suyo. Alargó la mano y lo acarició mientras la luz que emitía la cegaba... 


El orbe iluminaba la estancia creando mágicas iridiscencias de aire etéreo e irreal... Encerraba un poder inimaginable, hermoso y terrible como un enigma indescifrable... Cautivaba los sentidos con sus visos como el amanecer en un tiempo de otra era... Embrujaba desde el interior y su tentación era imposible de eludir, una ambrosía utópica incluso para los dioses ancestrales...

Äyrêmi, namäi sûle
kûmpai, yäle, ûmlai vöse
önday wêre, ônhay büre ÿnre…

La luz en las profundidades del pozo era tan hermosa que todas las demás luces palidecían con su belleza. No conocía aquel lugar místico del océano de la existencia, cuyo abismo insondable la atraía con su fuerza irracional. El orbe yacía lejos, en su lugar oculto, mientras los claroscuros del agua se movían al compás de la melodía del piélago, alejándola del mundo físico y sus leyes hacia otro plano de la existencia más allá de toda imaginación...


Dedicado a Eva, aunque no recuerde sus sueños.

01 enero 2019

The Mysts of Sovngarde III


La ventisca tras la tormenta traía consigo reminiscencias de los vientos antiguos...

La belleza oscura de Sovngarde relucía con las auroras boreales en el cielo nocturno. La eternidad de aquel mundo brillaba con la sempiterna noche creada por mi linaje. El enigma del camino de piedra que proseguía infinito era la esencia del misterio. Donde los mortales olvidaban su propia mortalidad encontraría la rosa mística.

Me interné en un bosque de fantasía donde las leyendas antiguas cobraban vida. El silencio era sepulcral entre los vetustos árboles que guardaban aquel lugar. La senda se perdía entre los arbustos errando el camino a lo desconocido. Las voces de los muertos se oían de cuando en cuando y querían llevarme a la senda de plata hacia las insondables melodías del destino, donde la rosa mística liberaría el corazón de aquel cuyo linaje fue maldito.

El porvenir de las telúricas y sus hebras del destino me recordaron otra realidad en la que había sido diosa junto a un ser puro... Su voz, sus ojos oscuros y su caricia llevándome a la eternidad en un mundo alejado de Sovngarde, tan distinto como el reflejo del firmamento en el agua...

Desperté de mi ensoñación con una profecía y una visión revelándose ante mis ojos. Aquel mundo poseía mucho más misterio del origen y la oscuridad del que pensaba. Las nebulosas relucían en el cielo con las auroras boreales en la plenitud de su hermosura. La divinidad de aquel lugar era como un fulgor que brillaba en mi interior desde siempre.

El bosque visionario había quedado atrás y las voces de los muertos se oían en mi mente, que vagaba muy lejos, sumida en profundos pensamientos.

Sovngarde era un mundo más allá del misterio de su existencia astral y el camino de piedra hacia la rosa mística la única senda de existencia. La voz me guiaba entre los vientos antiguos hacia el frio de lo irreal, donde los corazones descansaban por toda la eternidad junto a sus seres queridos en lo perpetuo...


Continuará...

The Nightmare in the Maelström

¿Se encontraba en un sueño? La nebulosa que la rodeaba era de una belleza indescriptible. Anaranjada, rosada, con ciertos matices grises y tonalidades que no era capaz de precisar. Veía estrellas brillando azuladas en su interior, y el firmamento negro a través de sus nubes de polvo. ¿Era un lugar donde nacían las estrellas o un cementerio de astros extintos o en proceso de extinción? Su hermosura no dejaba lugar a dudas. Aquel lugar no podía ser el fin.

Miró a su alrededor y su visión remota la llevó a vislumbrar un cinturón de astros. Conocía aquellas estrellas: Alnilam, Mintaka y Alnitak. Se alejó un poco y vio a Betelgeuse, el hombro derecho del cazador. Luego a Bellatrix, su hombro izquierdo. 

Se encontraba en La Gran Nebulosa de Orión.


Abrió los ojos con los dulces rayos del sol. ¿Cuánto tiempo había dormido? La joven se incorporó y el manto que la cubría se deslizó dejando ver sus ropajes cobalto. Se sentía aún como si estuviera en su sueño, en la nebulosa, en el origen de todo... Había leído numerosas leyendas acerca de aquella constelación, como se creía que era el origen de la vida y cómo había sido venerada por las culturas antiguas alrededor del mundo durante miles de años... Según la mitología egipcia, los dioses descendieron del cinturón de Orión y Sirius, la estrella más brillante del firmamento. Orión estaba para ellos vinculado con la creación. Los círculos de piedra tenían una intrincada alineación a las estrellas de la constelación...

Se perdió en sus pensamientos recordando fantásticas leyendas que había leído en antiguos tomos de la biblioteca de su castillo. Por un instante se preguntó qué hacían allí, si sus padres temían la magia. ¿Tal vez simple curiosidad? ¿Algún presente que no pudieron rechazar? ¿O realmente creían..? No, eso era imposible. Habían renegado de ella cuando mostró sus poderes, de modo que odiaban la magia tanto como el resto de mortales. ¿Entonces que hacían aquellos volúmenes en una repisa oculta de su fortaleza?

Sêdnä sacudió la cabeza y se dirigió a la mesa, donde unas apetitosas frutas, pan recién horneado, pastelillos de vivos colores e hidromiel con leche la esperaban. Aquella mujer era un sol, le había dejado el desayuno para cuando despertara. Tomó uno de los pastelillos y lo mordió. Su sabor dulce tenía un toque especial que no era capaz de identificar. 
Miró por la ventana. Los habitantes del pueblo parecían ocupados en sus quehaceres con los huertos, las casas, y todos sonreían felices y aparentemente libres de preocupaciones. Ämsyar… Seguía sin recordar dónde había leído aquel nombre.

Un rato más tarde se sintió lista para acudir a la cita en la estatua de la diosa. Realmente con la luz del sol se parecía a su rostro, aunque el de la joven se le antojaba mucho más hermoso. Acarició con suavidad el amuleto del árbol de la vida de plata que ahora pendía de su cuello. 
La mujer canosa la esperaba al pie de la estatua rodeada de niños. El altar de la efigie estaba cubierto de hermosísimas flores y no pudo evitar sentirse muy halagada. 

- ¡La diosa ha llegado!

El silencio se hizo en el pueblo y todos sus moradores parecieron acudir a las palabras de la señora. Lady Blue guardó silencio.

- ¡Acercaos, no seáis tímida! 

Los habitantes del pueblo se arrodillaron mientras Sêdnä, sonrojada de vergüenza, se aproximaba a la estatua. Algunos arrojaban pétalos a su paso y sonreían emocionados.

 ¡Por fin tenemos a Sêdnä, la bruja de Yör y descendiente de la mismísima diosa de Orión en nuestra aldea!

La joven guardó silencio. ¿Ella, descendiente de la diosa? Eso era imposible.

- Yo solo soy...
- … Una joven humilde de grandes poderes con la que la vida ha sido injusta. Pero los grandes caracteres se forjan en las desgracias. Y tu vida, pequeña, no ha sido nada fácil...

Unas lágrimas errantes afluyeron a los ojos de Lady Blue, que pestañeó. 

- Nuestra joven bruja precisa recuperar la fe y sellar el velo de los muertos -se oyeron algunos gritos ahogados que parecieron entremezclar miedo y emoción. Todos cometemos errores y algunos son fatales, pero la comprensión del más allá es algo indispensable para una bruja de su condición antes de poder viajar astralmente a su realidad -dijo con solemnidad la señora.
- ¿"Viajar astralmente a mi realidad" ? Creo que no os comprendo... -titubeó Sêdnä.
- Tú perteneces a Orión, pequeña -reveló la mujer. Eres una heredera de los dioses primigenios que dieron la vida  a nuestro hogar. Pero sus descendientes ya les han olvidado y muchos han sido malditos en el largo camino de la humanidad...

Sêdnä meditó. ¿Tendría que ver con su sueño? No había visto dioses ni rastro de vida en aquel lugar, solo el vacío de la inmensidad del universo y la belleza de sus estrellas...

- Los Dioses regresarán y nos guiarán en el camino de la magia, para que el poder no sea ostentado solo por unos pocos elegidos y la paz y la sabiduría más pura puedan al fin reinar en este mundo.
- No queda ya nada ahí arriba...

Todos los habitantes de Ämsyar la miraron fijamente, amedrentados. Se oyeron gritos de sorpresa y profundo disgusto. La joven se arrepintió de sus palabras.

- ¿Qué quieres decir, jovencita? -preguntó la anciana, que de repente parecía menos amable.
- Yo... He visitado ese lugar en sueños esta noche y no... No hay nada. Solo estrellas, polvo cósmico y silencio.

El paisaje cambió. Los cielos se nublaron y una lluvia de cristales comenzó a caer sobre Ämsyar. Los niños gritaban asustados y los adultos alzaban los brazos desesperados.

- Has traído la maldición a nuestro pueblo. Nos has traicionado, pequeña bruja del demonio. ¡Nosotros te adoramos desde hace milenios! -gritó la señora, revelando su verdadera apariencia. La piel se le derritió en la cara y mostró un rostro terrible de color cenizo con dientes retorcidos y pelo exiguo de tono verdoso. Las casitas retorcidas del pueblo se oscurecieron y se volvieron malignas, espeluznantes. 
- ¿Cómo puede ser, si apenas paso de la veintena? -respondió Sêdnä, ajena a la lluvia de vidrios que llenaba lentamente las avenidas con la sangre de los Ämsyar.
- ¡Tú nos has traicionado! ¡El linaje maldito de Yör ha venido! ¿¿Por qué nuestros dioses nos han abandonado?? -lloró la horrible mujer tiñendo de rojo su rostro.
- ¡No lo sé, no sé nada! ¡Lo siento! -Sêdna se desesperó e intentó conjurar hechizos que pudieran proteger a los aldeanos pero fue en vano. La lluvia de los cielos de Orión era más poderosa que ella y la tormenta se desató. Los niños perecieron en tremenda agonía y los habitantes del pueblo gritaron su furia contra ella. Lady Blue corrió por las calles huyendo del desastre, pero no podía dejar la blasfemia tras de sí, la acompañaría por siempre. Sus ropajes se rasgaban pero su piel parecía inmune a la caricia de muerte de la lluvia.
- ¡Yo os... maldigo, Diosa... infernal! ¡Que... vuestros pecados... sean... castigados..! -exhaló la mujer con su último aliento. Sêdnä lloraba inconsolable mientras corría hacia las afueras del pueblo cuya perdición había sido solo su culpa. Se dio la vuelta un instante y pudo ver la destrucción de aquel océano que caía de los cielos. Su estatua había caído y se había roto en mil pedazos...


- ¡Gran Diosa!

Sêdnä abrió los ojos. Uno de los niños, el que le había regalado el amuleto, la miraba preocupado y triste. ¿Qué había ocurrido?

- Sois portadora de terribles pesadillas, pequeña... -dijo la señora de cabellos canosos, que cuidaba de la lumbre. Sêdnä comenzaba a entender... ¿Todo había sido un sueño? 
- Yo... -la joven se dio cuenta de que tenía el rostro lleno de lágrimas. Se las limpió y por un momento un escalofrío le recorrió la espalda al ver su tonalidad rojiza. Solo era el fuego. 
- Los espíritus que os acompañan, por bien que quieran haceros, os provocan esos sueños negativos portadores de sendas mentiras...
- ¿Los espíritus que..?

Miró en la estancia y el corazón le dio un vuelco. En una de las sillas, a la mesa, estaba sentada Ödyhn, que parecía más corpórea que nunca.

- La sacerdotisa desea protegeros más allá de lo imaginable, pero vuestros mundos han de permanecer separados hasta que llegue el momento de unirse...

La joven sacerdotisa se sonrojó de forma nacarada sintiéndose culpable.

- Lo siento, mi señora. Me alejaré de vos si así los deseáis, pero eso no alejará las pesadillas. He forjado un lazo con vos que ya no puede ser roto, la magia de la Atlántida tiene ese efecto en los mortales... -se disculpó.
- No pasa nada... Mi culpa, mi error, fue abrir el sello -lamentó Lady Blue- y solo yo merezco ser castigada... Pero no quiero portar mi maldición a nadie más. Debo irme.
- ¡No! -exclamaron varios niños que entraron justo en ese instante por la puerta.
- ¡No nos dejes, diosa!
- ¡Siempre te hemos esperado!

¿Siempre?

La señora se giró, dejó de revolver en el puchero y la miró. Sêdnä pudo ver en sus ojos una sabiduría que no podía ser acumulada ni en mil vidas.

- Nunca podríais hacernos daño, pequeña diosa. Jamás temáis por eso -la tranquilizó- pero si que debemos guiaron en vuestros sueños para que desentrañéis la mentira de la realidad. La bruja de Yör tiene poderes proféticos, pero su negatividad afecta a su juicio. ¿Qué verdad podéis decirme de vuestra pesadilla?

Sêdnä guardó silencio tratando de concentrarse. La única verdad era....

- Orión. La Gran Nebulosa de Orión. La Nebulosa de Mairan y Cabeza de Caballo -dijo segura de sí misma sin ser consciente de que había nombrado cuerpos estelares que no serían descubiertos hasta mucho después.

La señora sonrió complacida.

- Ensis... Debéis percibir la belleza en medio de la oscuridad. ¿Qué más podéis decirme de vuestro auténtico viaje astral?

La joven no quiso decir nada. ¿Se volvería todo tan horrible como en su sueño? No quería que Ämsyar sufriera por sus imperfecciones. Miró a Ödyhn, que no se encontraba en su sueño. No tenía nada que temer.

- Yo... Creo que estoy lista para ir a la estatua -dijo sin saber por qué. La señora sonrió enigmáticamente. 


Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños reina!