Akinom sonrió y retiró la mano del aguamanil. Algo en su aura indicaba que una guerra estaba por comenzar y ella sería la conquistadora.
- Mi querido prometido se aproxima a la pirámide... -susurró con un deje siniestro.
- Mi querido prometido se aproxima a la pirámide... -susurró con un deje siniestro.
- ¿Y eso qué significa? -preguntó Ark-los, fascinado por el encanto que emanaba su señora en aquel instante.
- Oh... pronto lo verás -dijo dándole un suave beso en los labios.
Hahsuc se acercó a la majestuosa obra admirando su exquisita arquitectura. No parecía una pirámide común y corriente, si no la expresión de la perfección faraónica en toda su gloria. Cuando Imlan fuese suyo conquistaría aquel lugar y se trasladaría a vivir en él en medio del desierto en los ardientes veranos para poder tener privacidad con sus amantes. Tenía sentimientos encontrados con respecto a Akinom, aunque la calidez de aquellas gentes le había ablandado un poco y creía recordar la belleza de su prometida... Bueno, ya vería.
Hahsuc se acercó a la majestuosa obra admirando su exquisita arquitectura. No parecía una pirámide común y corriente, si no la expresión de la perfección faraónica en toda su gloria. Cuando Imlan fuese suyo conquistaría aquel lugar y se trasladaría a vivir en él en medio del desierto en los ardientes veranos para poder tener privacidad con sus amantes. Tenía sentimientos encontrados con respecto a Akinom, aunque la calidez de aquellas gentes le había ablandado un poco y creía recordar la belleza de su prometida... Bueno, ya vería.
Mientras meditaba cómo esclavizar a aquellos amables habitantes del oasis, la tierra comenzó a temblar. De entre las arenas que rodeaban la pirámide surgieron lentamente dos muros de piedra repletos de jeroglíficos que lo custodiaban. Por alguna razón no los entendía. Tocó su relieve acariciándolo con suavidad y casi veneración. Parecía una lengua extranjera escrita en caracteres. Tan ensimismado estaba que no se dio cuenta de que el cielo se oscurecía y se volvía dorado, cubierto de nubes áureas, mientras la luna aparecía en pleno día tan próxima como nunca la había visto. El joven alzó la mirada, fascinado. ¿Sería algún tipo de magia antigua?
La abertura de entrada se abrió lentamente y Hahsuc quedó cautivado cuando vio a Akinom en su interior. Portaba una túnica liviana y traslúcida de un tono azul cobalto que resaltaba su perfecta belleza. Junto con el uraeus, parecía la mismísima Hathor, la deidad cósmica del amor. Jamás había visto una hermosura tan digna de una reina, de una diosa.
- Te esperaba -dijo Akinom con una voz sepulcral que le sonó tan atractiva que tuvo que contenerse para no ponerse de rodillas y suplicar su amor.
- Estáis bien, amor mío... -susurró él, embelesado.
- Siempre lo he estado. Soy la futura reina de Imlan.
Kârmne estaba sellando los últimos preparativos del ritual con mirada ominosa. Aquel indeseable le había hecho derramar sangre, ¡Sangre! ¡En la pirámide! Aunque fuese el elixir procedente de una larga saga de sacerdotisas, a cada cual más poderosa e instruida, era una afrenta a la pirámide de su señora. Serían parientes por el lazo de hermanamiento, pero eso no le daba ningún derecho a mancillar aquel sagrado lugar, por muy noble que fuese...
- Shurmple jigfd maldithoes crhiodloscojns… -murmuró enfadada.
- ¿Qué decís, bruja loca? ¿Es algún hechizo? ¿Alguna maldición? -chilló Berthal, entre asustado y curioso.
La sacerdotisa se giró y puso una de sus miradas más furibundas.
- Haréis bien en guardar silencio, o seré yo misma la que os apuñale y envíe vuestro cadáver a vuestro hermano... -amenazó con suavidad
- ¡Ja! Nunca me apuñalaríais en este lugar... Y mis sirvientes me estarán buscando, se amotinarán contra vos y vuestra reina ¡y este lugar será nuestro para siempre! -respondió el joven, petulante.
- ¡Que os lo habéis creído!
Su tono de voz hizo que Berthal por fin cerrase la boca. Miró con curiosidad a su alrededor, pero desde su posición no podía ver casi nada más allá de los muros de piedra. Solo percibía el aroma a flores e incienso y otras fragancias que no podía reconocer... Y aún así, todo le resultaba tan familiar y... confortable... Se extrañó ante sus propios pensamientos.
Akinom parecía tan solemne, tan grandiosa, que si no estuviese perdidamente enamorado de ella (por mucho que le costara admitirlo) se habría abandonado a sus encantos en aquel preciso instante. ¿Quién mejor para ser su reina? Y él sería su perfecto faraón, aunque no fuese de alta cuna se engrandecería gracias a ella y sería digno de todo el poder que le ofrecía.
- ¿Queréis pasar? -dijo ella, hierática.
- Por supuesto, mi señora -Hahsuc dio un paso al frente y de pronto lo sintió. Vio el cielo oscurecido y dorado, los jeroglíficos brillando inicuos, la luna tan próxima como si el mismísimo Iah le hubiera jurado venganza.
- ¿Teméis el reinado de Tot? -preguntó Akinom. Hahsuc meditó. El dios de la sabiduría, la escritura, la música, los conjuros, el dominio de los sueños, el tiempo y los hechizos mágicos... ¿Era aquel oasis un lugar donde invocarlo? ¿Era su propio reinado en la tierra del Nilo?
La joven sonrió. Todas las mentiras de Hahsuc y sus aires de grandeza no servirían ante la auténtica magia de aquel lugar.
- No le temo, mi señora, pues estoy con vos.
Uhm, esa respuesta no se la esperaba. Por un momento dudó, pero no dejó que se notara. Sintió a Ark-los removerse entre las sombras a su lado. ¿Querría decirle algo?
- No sois digno de este lugar sagrado y divino. Los dioses no estarían contentos con vuestra presencia en Imlan. ¿Es que acaso no lo entendéis?
Claro que lo entendía. Su sangre no era digna, pero su educación noble y exquisita, sí. ¿Qué importaba su linaje bastardo?
- Mi presencia sería como vuestro consorte, y mi reina es digna señora del lugar al que pertenece.
Akinom no pudo evitar una ligera mueca de desconcierto. Estaba realmente impresionada por las palabras de aquel joven. ¿La magia del desierto había hecho mella en él y por fin entendía su lugar, aunque no el hecho de que sería lejos de ella y su reino? Le miró largamente. Algo en él había cambiado.
Berthal se movía inquieto. Las muñecas le dolían mucho y hacía tiempo que no escuchaba a la sacerdotisa. Le daba la impresión de que le había dejado en aquel lugar solo, con las esencias llenas de fragancia que turbaban sus sentidos. Se sentía somnoliento, en las dulces esferas entre la vigilia y los sueños. Poco a poco, se sumió en una fantasía utópica llena de quimeras.
La sacerdotisa rió en voz baja de forma macabra. Había estado observando al joven desde un ángulo oculto en la pirámide mientras se quedaba dormido gracias a los efluvios de sus pócimas. Por fin el ritual podía dar comienzo.
Am-näir no estaba nada contenta con su encierro. Los criados la vigilaban y la miraban con odio, no perdonaban la blasfemia de que se hubiera hecho pasar por una diosa. Sacudió su larga melena caoba. No había nacido para ser una esclava, las circunstancias simplemente no habían sido propicias. Había recibido una buena educación gracias a su madre, una sacerdotisa menor, pero la capturaron cuando se dirigía al templo y la obligaron a servir a la familia de Akinom, olvidando todo el potencial que había demostrado desde niña. No había vuelto a ver a su familia, que se sentía orgullosa de que sirviera para la estirpe más noble de Egipto. ¿Cómo podían tener sueños tan bajos para su hija mayor? Lamentó la poción de silencio de Kârmne y no haber contado su triste historia nunca a nadie, pero su orgullo se lo impedía. Tenía que huir de allí y hacer un buen casamiento para poder ser libre.
- Os veo muy pensativa, Am-näir -comentó una de las criadas de confianza de Akinom- ¿No estaréis urdiendo ningún plan? Te vigilamos.
Am-näir suspiró. La venganza sería colosal. Tenia muy claro que desposaría a Berthal y haría lo que estuviese en su mano para cumplir aquel deseo.
La futura reina de Imlan contemplaba a su prometido. Tal vez era el aire mágico, la atmósfera mística que les rodeaba o la tranquilidad que le suponía saber que ya nunca se separaría de Ark-los y su amor era correspondido, pero aquel joven pretencioso le daba... ¿Lástima? Hahsuc sonreía con devoción. Jamás se dejaría manipular por él, por mucho rostro de sumisión y miradas cargadas de sentimientos que le dirigiera. Ella era la reina.
- Nunca tendréis mi reino -contestó ella de forma suave, muy segura de sí misma.
- Sois fría, mi señora. Ni siquiera el amor de vuestro consejero consigue ablandaros ese corazón de piedra.
Akinom abrió la boca y quedó muda. ¿Cómo se atrevía? Pudo notar la furia de Ark-los a su lado en las sombras.
- ¿Cómo os atrevéis, bastardo? No me conocéis en absoluto, solo anheláis mi fortuna, una posición de poder y dominar mis territorios. ¿Y vos me habláis de amor?
- Sois la poesía de mis noches oscuras. Solo anhelo un ósculo de vuestros dulces labios.