05 diciembre 2019

Dioscuri

Tal vez era su pertinacia la que estaba conquistando a Tánatos. Tal vez su obstinación lo llevaría a la muerte por obra de las mismísimas manos de aquel ser... Solo supo que le estaba mirando fijamente y de repente el mundo dejó de existir. 

En la oscuridad.

....

- ¿Sobrino?

El tono de voz de Tánatos le pareció tan surrealista como lo que acababa de ocurrir en su mente. ¿Mostraba preocupación? Nadie dijo que fuera un ser sin sentimientos, y desde luego desde que su antorcha había caído al suelo y se había apagado su presencia ya no le resultaba tan horrenda... 

- Yo...
- ¿Estás bien, pequeño Oniro?

No entendía nada. ¿Se había... quedado dormido? 

- Siempre supimos que eras diferente... Tu secreto no durará hasta la tumba, pero te hará caer en desgracia o te elevará al Olimpo... -susurró el escalofriante ser volviendo a prender su antorcha. 
- Mi conciencia no estaba presente... -musitó Ëdpôr. Nunca antes le había ocurrido.
- Continuará su curso inexorable... Salvo que Éter y el propio destino tengan otros planes en su haber para ti...

Quería conocer a Éter. Más que nunca.


¿Cómo viajar a la región por encima del cielo, a la quintaesencia? ¿Es posible alcanzar el Vacío? ¿Existe siquiera? Éter era real, y a su vez una entelequia, una ficción ilusoria. Utópica. ~ 


- ¿Te arrepientes de tus quiméricas ideas? ¿Del contubernio? -rompió el silencio Tánatos con su voz siniestra.

Se encontraban en aquel espacio sin nombre, impreciso, al que habían llegado por propio deseo en un instante. Como en sueños. Era un lugar indescriptible, sus sentidos no lograban alcanzarlo. Nunca podría revelar su apariencia, sería incapaz de recordarlo. La percepción y la sensibilidad no existían.

- Solo... ansió conocimiento -suspiró el Oniro.

¿Cómo decir que tenía sueños? Sonaba a pura blasfemia. 

- Mentiras reales, verdades falsas... -susurró Tánatos, cambiando su tea por una mariposa. Por alguna razón, ese gesto tranquilizó a Ëdpôr. De pronto lo vio menos tenebroso, a pesar de que irradiaba negrura. Quizá se debiera a que pronto se encontrarían ante la personificación de la luz nacida de la oscuridad...


Éter no hacía acto de presencia. Sabían que se encontraba allí por las nubes, que surgían a voluntad de Zeus. ¿Estaría dormido aquella noche eterna? Sonrió ante aquella palabra con tantos significados y matices. 

- Quizá tendríamos que invocar a los Dioscuros... -propuso Tánatos repentinamente con voz trémula. 
- ¿Los Gemini? ¿Podría ser conveniente para nuestros...?

Nuestros. Eso si le había dado escalofríos. Tánatos pareció notarlo y sonrió ladinamente. 

- ¿... propósitos?
- Los Tindáridas tienen un origen difuso y un futuro incierto, pero conocen estas tierras como nadie. Dioses del Olimpo, mortales fallecidos en el Hades... Si alguien va a comprenderte son ellos. 
- Y controlan los vientos... -meditó Ëdpôr.
- ¿Los vientos te han llevado al Éter con su sabiduría? 

El Oniro guardó silencio.


Los Dioscuros, a pesar de ser héroes de leyenda, no le imponían tanto como la terrible aura de Tánatos, a la que en contra de su voluntad parecía estar acostumbrándose. Los hijos de Leda parecían turbados por su presencia, aunque quizá era por miedo a volver a recibir a las Keres. La mariposa del ser de oscuridad revoloteaba a su alrededor, inicua. 

- ¿Qué anhela un Oniro de nuestro espacio etéreo? ¿Una volátil réplica a sus súplicas? 

No le habían dicho que eran buenos con los juegos de palabras. Por si acaso, puso cara seria.

- Quiero conocer a Éter -dijo sin preámbulos.
- Ya os encontráis en el éter -respondió uno de los gemelos. 
- Su personificación. La encarnación de este lugar.

En ese momento recordó que vientos como Céfiro conocían la región... ¿Y por qué habían sido tan crípticos? ¿Qué enigmas guardaba aquella recóndita zona para que todos mantuvieran silencio? Realmente deseaba el Éter, eso lo acercaría más a sus sueños... 
Las Néfeles, ninfas de las nubes, comenzaron a surgir de la nada portando unos cántaros de agua. Cautivadoras, comenzaron a verter el fluido de la vida hacia la naturaleza circunvalando la tierra de los mortales. Era un hermoso rito que no tenía ningún sentido para él en aquel instante. Solo una bella imagen más que carecía de relevancia.

- Éter pertenece a este mundo siendo el todo, el elemento más puro y brillante. ¿Creéis que se personificará ante un halo de oscuridad tan profunda como la que emana Tánatos? -preguntó uno de los gemelos. Tánatos sonrió por el elogio.
- Entiendo que sea difícil... Pero Tánatos es su opuesto y aquí se halla entre nosotros. 
- La rueda del destino es veleidosa... ¿Dejaréis al azar que ellos dos se junten?

El Oniro no entendía qué ocurría. Tánatos solo le custodiaba. ¿Verdad?

- No veo el incoveniente. Solo quereremos ilustrarnos sobre... Unas incertidumbres...

Miró a Tánatos. Sus ojos le devolvieron una mirada oscura. Los dioses no hablarían ante él. Ahora se daba cuenta.

- ¿Lo habéis entendido ya? -cuestionó uno de los héroes.
- Pero...
- Iros. Éter no os recibirá.
- Yo...
- Si es preciso... -susurró Tánatos- Me retiraré. Sobrino... Encontradme. Os estaré esperando.

Le dio la impresión de que esas palabras tenían un doble sentido y de nuevo sintió escalofríos. Comenzaría a desarrollar pavor a las mariposas después de esto. Tánatos desapareció en una bruma de tenebrosidad y el éter cambió por completo. No había percibido hasta entonces de lo realmente hermoso que era. 

- ¿Por qué compartís tiempo con Tánatos? La pulsión de la muerte no es agradable para ningún ser... -dijo uno de los héroes.
- Bueno... Es familia... -se disculpó Ëdpôr.
- Todos estamos unidos de una forma u otra.

Pues para estar unidos bien que deseaban alejar su presencia de aquel precioso lugar. Ëdpôr guardó silencio y aguardó. No ocurrió nada.

- ¿Y Éter..?
- Aquí estoy. Bienvenido a mi reino.

El Oniro se quedó sin palabras.


Dedicado a Pedro Soares, ¡feliz cumpleaños neno!

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